sábado, 18 de marzo de 2023

No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por vanidades, con ella nos encontraremos en el corazón de Dios

 


No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por vanidades, con ella nos encontraremos en el corazón de Dios

Oseas 6, 1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14

Hoy a donde quiera que vamos llevamos el ‘currículum vitae’ bajo el brazo. Todo se ha convertido algo así como un concurso de méritos y en nuestra historia de vida vamos acumulando cosas, papeles, títulos, documentos que nos certifiquen lo que hemos hecho para tener merecimientos para continuar nuestra carrera de ascensos; algunas veces son cosas que hicimos por rutina, cursos que hicimos muchas veces por cumplimiento sin mostrar ni el más mínimo interés, pero podemos tener un papel más, un documento más que aumente nuestras posibilidades.

¿Pero todo en la vida es así? ¿Todo en la vida lo podemos convertir en eso? Claro que tendríamos que preguntarnos cuales son los verdaderos valores que tendríamos que tener en cuenta. Pero tampoco podemos quedarnos en esos protocolos que nos exige la vida y traspasar esos estilos de merecimientos a nuestras relaciones con Dios. Muchas veces decimos, es cierto, cuantas misas yo he escuchado, cuantos rosarios he rezado, cuantas veces hice los primeros viernes, cuantas cosas buenas yo he hecho, ¿serán un merecimiento ante Dios? ¿Nos valdrán para presentarnos con títulos de exigencias a Dios, cuando quizás aunque haya hecho esas cosas, he tenido a Dios tan ajeno a mi vida, tan alejado de mi vida real?

De cuántas autosuficiencias vamos llenando la vida. Títulos que colgamos de la pared y que nos sirven bien de adorno en nuestra casa. Pero ¿todo se puede quedar en un adorno, algo de lo que presumir? El Evangelio de hoy nos hace pensar.

Ya nos dice para comenzar el evangelista que Jesús nos propone esa parábola por algunos que se tenían por justos, confiaban solo en si mismos y despreciaban a los demás. ¿Así andaremos nosotros? con corazón abierto, con espíritu humilde tenemos que presentarnos ante Dios para escuchar en lo más hondo de nosotros mismos esta parábola de los dos hombres que subieron al templo a orar.

Allí está el fariseo, de pie, en medio de todos, mirando por encima del hombro a todos los demás, cantando como el gallo que ufano extiende sus alas en medio del gallinero para hacer el listado de todas las cosas buenas que hace y con lo que se presenta ante Dios. El no es como lo demás, y dice bien. No es como los que van con sencillez y humildad por la vida, porque solo pretende subirse a pedestales para que le muestren reverencia. Y ahora desde ese pedestal poco menos que quiere dirigirse a Dios de tú a tú con su currículum, con sus méritos, con sus exigencias, con sus ‘derechos’.  Y nos dirá Jesús que bajó del templo con el rabo entre patas, porque de ninguna manera sintió justificación en su corazón.

Pero allí está en un rincón el que no se atreve a levantar la cabeza. El sabe que es pecador y es lo único que puede presentar ante Dios, aunque su pecado no le valga para ningún merecimiento. Es su único currículum que puede atreverse a presentar. Pero es el hombre que no confía en si mismo porque sabe de su debilidad, no es el hombre que cacarea sus hazañas, porque lo único que recuerda son sus debilidades y fracasos en la vida, pero aun así se atreve a acercarse a Dios, porque sabe que Dios es compasivo y misericordioso. Su única palabra es ten compasión de este pecador, acogerse a la misericordia y a la compasión de Dios que es amor. Y se llenó de Dios, porque la humildad junto con su amor era la llave que le abría la puerta para encontrarse con Dios.

¿Y nosotros? ¿Qué llevamos en nuestras manos cuando nos presentamos ante Dios? ¿Sabremos encontrar esa llave de la humildad que nos abre los ojos para contemplar y vivir lo que es la misericordia de Dios? No perdamos la llave de la humildad aunque nos parezca pobre e insignificante, no la cambiemos por las vanidades de este mundo, nos encontraremos en el corazón de Dios.

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