jueves, 17 de agosto de 2023

Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor

 


Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18, 21-19, 1

Algunas veces vamos por los caminos de la vida ensimismados en nosotros mismos, absortos en nuestros pensamientos, y nos cuesta palpar lo que realmente sucede en muchos corazones a nuestro lado. Malo es que nos encerremos tanto en nosotros mismos y en nuestros problemas que no seamos capaces de captar el dolor y sufrimiento de muchos corazones, quizás hasta nos lanzan señales para que captemos los dramas de la vida pero quizás vamos pensando solamente en nuestra propia carrera. Con un poquito de sensibilidad podríamos captar ese lado sensible de las personas que quizás quisieran ocultar, pero cuya realidad está ahí.

Cuántas veces vemos cruzarse a vecinos de nuestro lado que conocemos de toda la vida, pero quizá han perdido esa sintonía que les haría encontrarse con los demás y poner alegría en sus corazones. Algo quizás hay atravesado en el corazón, un desdén que un día recibieron, una palabra más fuerte que otra, algo en lo que se sintieron incomprendidos y acaso también juzgado, pero ahora ya no hay puentes que los unan, y la mutua ignorancia es la forma menor que manifiesta esos resentimientos.

Son cosas de cada día, en las que quizás también nosotros podamos vernos envueltos; distancias que se han creado que ahora son difíciles de superar, tensiones que no se han olvidado y que siguen manteniendo heridas abiertas y pareciera sin posibilidad de cura. Y estamos en un país que nos decimos de cristianos, pero qué lejos se quedan los valores de la comprensión y del perdón, que prontos estamos al resentimiento e incluso hasta la venganza.

Cuando hablamos de perdón es un concepto muy difícil de entender y de practicar. A lo sumo queriendo aparecer como buenos, recordamos que otras veces hemos perdonado, pero que ya está bien, y surge la misma pregunta que se hacia Pedro ante Jesús. ‘¿Cuántas veces tengo que perdonar al hermano?’

Y comenzamos a sacar la libreta de nuestros apuntes de las veces que lo hemos hecho, y comenzamos a hacer nuestras listas. Tarea que se nos vuelve dura y difícil, es cierto. Algunos porque quieren considerarse buenos, comienzan a preguntarse una y otra vez. Dicen que no pueden olvidar, dicen que aún les pesa el corazón, y se vuelven a medio camino de ese recorrido del perdón.

Perdonar no significa que no nos duela el corazón por lo que hayan podido hacer en nosotros; perdonar no es que nos sintamos cobardes y no seamos capaces de hacer con el otro lo que pensamos que él también nos ha hecho; ese dolor lo seguiremos sintiendo, pero comenzaremos a utilizar la medida del amor. Es una nueva actitud, una nueva mirada, una forma distinta de hacer. Es la medicina que tendríamos que saber encontrar junto al lecho del herido, para ungirnos con ese ungüento y comenzar nosotros esa tarea de la reconciliación. El perdón será la única medicina que va a curar nuestro corazón herido y nos liberará del resentimiento y del rencor.

Hoy Jesús nos propone como modelo lo que es el amor de Dios que siempre nos busca, nos espera, y nos perdona. Son procesos que tenemos que realizar en nuestra vida y que muchas veces no son fáciles. Afloran en nosotros muchas hieles que nos envenenan aun más y de las que tenemos que saber liberarnos. Es con el modelo del corazón de Cristo cuando nosotros sabremos entrar en esa nueva dimensión para dar ese perdón generoso porque siempre tiene que nacer del amor.

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