jueves, 13 de abril de 2023

Cada vez que nos reunimos los cristianos hemos de aprender a tener estas vivencias de la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros para sentirlo siempre con nosotros

 


Cada vez que nos reunimos los cristianos hemos de aprender a tener estas vivencias de la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros para sentirlo siempre con nosotros

Hechos de los apóstoles 3, 11-26; Sal 8; Lucas 24, 35-48

Alguna vez nos ha sucedido que estando un grupo de amigos reunidos charlando de un amigo que por las circunstancias fatales de la vida ya no está con nosotros, pero recordándolo con cariño habrá un momento en que los recuerdos son tan intensos que nos parece que el amigo está allí como uno más entre ellos. Sentimos quizás una sensación extraña que, como solemos decir, nos pone carne de gallina, nos pone los pelos de punta.

Es algo más que todo eso lo que aquella tarde sintieron todos los discípulos que estaban reunidos en el cenáculo. Habían llegado los de Emaús y contaban cuanto les había sucedido, como no eran sus ojos incapaces de verlo, pero en el momento de partir el pan lo reconocieron. Con entusiasmo contaban unos la experiencia vivida, otros hablaban  de que Jesús incluso se había aparecido a Simón, todos recordaban una y otra vez al maestro, pero al final se dieron cuenta que Jesús estaba allí en medio de ellos.

La fe se había ido despertando en aquellos corazones y los nubarrones que les impedían comprender todo lo sucedido se iban difuminando. Comenzaban a comprender las palabras de Jesús que todo se los había anunciado, pero que ellos no habían querido o no habían podido entender. Su mente se iba abriendo porque Jesús seguía con ellos, y Jesús seguía explicándoles las Escrituras, y ya no era simplemente un recuerdo emocionado, que antes había estado demasiado cargado por los tintes del miedo, pero que ahora se les iba abriendo el Espíritu y podían sentir que era verdad lo que Jesús les había dicho, les había anunciado.

Allí estaba Jesús en medio de ellos. Y no como un fantasma que se aparece, sino como quien está siempre con nosotros pero que tenemos que encender la luz de la vez para poderle ver, para poderle descubrir. Es lo que ahora estaban experimentando. Quizás les ayudaba mucho también lo que venían contando aquellos discípulos que se habían ido a Emaús, que les contaban como Jesús en el camino les había explicado las Escrituras. Y es lo mismo que ahora están sintiendo, es lo mismo que ahora están viviendo porque Jesús está allí con ellos. Es la nueva manera de entender las palabras de Jesús que hablaban de resurrección. Es la nueva manera que a partir de ahora ya para siempre nos hará sentir esa presencia de Cristo resucitado en medio de nosotros.

No puede ser una cosa efímera lo que vivimos en esta pascua. Tiene que ser algo muy hondo que nos ayude para que de ahora en adelante sigamos sintiendo la pascua, para que de ahora en adelante ya para siempre seamos capaces de ver en todo momento la presencia de Jesús en medio de su Iglesia.

Por eso cada vez que nos reunimos los cristianos tenemos que aprender a tener estas vivencias intensas de la presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros. El siempre  nos llenará de su paz. Lo viviremos intensamente mientras estamos en nuestro cenáculo, en nuestras celebraciones, pero eso nos enseñará como en cada momento vamos a sentir que Jesús nos sale al encuentro, que a Jesús los podemos ver en los hermanos, que Jesús está ahí en ese pobre que nos tiende la mano, o en ese corazón atormentado que nos mira con ojos quizás desorientados, pero que está esperando algo de nosotros.

¿Qué le vamos a dar? Mejor, ¿Qué es lo que vamos a recibir? Vamos a recibir a Jesús que nos está saliendo a nuestro encuentro. Por eso despertemos nuestra fe, despertemos nuestras entrañas de solidaridad, despertemos el amor en nuestro corazón para que no quedarnos adormilados, despertemos nuestra vida al Espíritu de Jesús que viene a nosotros y nos inunda.

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