miércoles, 12 de abril de 2023

Nos hace falta levantar nuestra mirada, mirar a los ojos y dejarnos mirar a los ojos, que haya verdadera comunicación y comunión para reconocer a Jesús en los demás también

 


Nos hace falta levantar nuestra mirada, mirar a los ojos y dejarnos mirar a los ojos, que haya verdadera comunicación y comunión para reconocer a Jesús en los demás también

 Hechos de los apóstoles 3, 1-10; Sal 104; Lucas 24, 13-35

¡Qué ceguera llevaban los discípulos que caminaban aquel día hacia Emaús que no fueron capaces de reconocer al caminante que se unió a su camino! Se puso a caminar con ellos, comenzaron a comentar lo sucedido ante sus preguntas al verlos tan absorbidos en su dolor, pero ni le miraron a la cara. No podemos decir que fuera de noche, porque aun tardaron tiempo en llegar y porque entonces se hacía de noche le invitaron a no seguir el camino y quedarse con ellos.

¿Nos sucederán cosas así? No es que sea normal pero son cosas que de una forma o de otra muchas veces suceden. Hablamos pero no miramos. Y si vamos ensimismados en nuestras preocupaciones más mirándonos a nosotros mismos vamos por la calle. Cuantas veces alguien nos detiene y nos dice que si no miramos por donde vamos que no conocemos a nadie. Tenemos también la tentación de mirar hacia otro lado porque mirando de cara a cara quizás nos sentimos más comprometidos. Hay veces que nos falta esa humanidad, esa comunicación, ese mirarnos porque quizá queremos ocultar nuestra cara o queremos ocultar nuestra mirada.

Pero Jesús si les estaba mirando y hasta lo más hondo. Brotaron casi sin querer las preocupaciones, las esperanzas que se habían visto frustradas, los desencantos y desconfianzas y cómo se habían venido abajo. Aquel camino en cierto modo era una huida, porque no soportaban más todo lo que había pasado y querían alejarse quizás de Jerusalén y cuando las esperanzas empezaban a marchitarse se iban metiendo en un camino muy lleno de oscuridades. Tanta era la oscuridad de sus corazones que no se atrevían a mirar a la cara a aquel compañero de camino.

Jesús con su presencia, aunque no lo reconocieran, y con su palabra iba encendiendo nuevas luces en sus corazones. Les iba explicando las Escrituras, les iba haciendo comprender el sentido de cuanto había sucedido, les iba preparando el corazón para que en verdad se encontraran con el Cristo vivo y resucitado que les haría resucitar a ellos.

Comenzaba a despertarse la vida porque surgieron los sentimientos de solidaridad. Quédate con nosotros, el camino está lleno de oscuridades y es peligroso, bien lo sabían por cuanto habían pasado, abrieron las puertas de su casa y en su hospitalidad le ofrecieron el compartir el pan. Y fue entonces cuando comenzaron a compartir cuando se les abrieron los ojos, cuando comenzaron a mirar cara a cara al compañero de camino, y reconocieron que era Jesús. Lo reconocieron al partir el pan.

Nos hace falta levantar nuestra mirada, no dejar que vague distraída por tantas cosas que no nos fijemos en las personas, mirar a los ojos y dejarnos mirar a los ojos, para que haya verdadera comunicación, verdadera comunión. Cuanto nos falta y así andamos distraídos por la vida y no nos enteramos del sufrimiento de los demás, no captamos qué es lo que puede en verdad dar alegría a los demás. Tenemos que aprender a mirar más a los ojos de las personas.

Para aquellos discípulos había llegado la luz y ya no importaba el peligro de los caminos, pues corrieron de nuevo a Jerusalén. Tenían que comunicar la alegría que llevaban dentro, porque en verdad Jesús había resucitado. Ellos también habían resucitado con El. ¿Será algo así lo que nos sucederá a nosotros?

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