viernes, 6 de enero de 2023

Epifanía nos habla del regalo de Dios que en Jesús recibimos, nos ilumina con nueva luz y caminar por nuevos caminos

 


Epifanía nos habla del regalo de Dios que en Jesús recibimos, nos ilumina con nueva luz y caminar por nuevos caminos

 Isaías 60, 1-6; Sal 71; Efesios 3, 2-3a. 5-6; Mateo 2, 1-12

Hoy es el día del regalo de Dios para toda la humanidad. Es cierto que, al menos en nuestro ambiente y con nuestras costumbres, es el día de los regalos. ‘Día de Reyes’, decimos, y es sinónimo de regalos. Y con lo fáciles que somos a la vanidad lo hemos convertido en una obsesión y en una fiesta consumista, demasiado materializada en los obsequios y regalos que nos hacemos los unos a los otros en este. Y tenemos que decir también que para muchos se convierte en una angustia enfermiza tanto si no reciben regalos como si no los pueden ofrecer.

No quiero mermar con esta reflexión que nos hacemos ni la ilusión y la alegría de manera especial de los más pequeños, que fue por donde nació esta manera de celebrar este día – necesitamos también algo de ilusión y mucho de alegría en el mundo en que vivimos, muy llenos de risas quizás pero falto de una verdadera alegría honda. Pero sí creo que tendríamos que ahondar en el verdadero sentido de esta fiesta, como decíamos al principio, día del regalo de Dios para toda la humanidad.

Hemos venido celebrando y estamos aun celebrando la Navidad que significa celebrar esa presencia de Dios en medio de nosotros, cuando contemplamos el nacimiento de Jesús en Belén con todo el misterio que en su entorno queremos vivir y celebrar. Hoy la liturgia de alguna manera nos quiere decir esa presencia de Jesús, esa presencia de Dios no es solo para un pueblo o una comunidad concreta, sino que es la manifestación de Dios para ser luz y salvación para toda la humanidad. Eso significa Epifanía que es el nombre de la fiesta que hoy celebramos.

Todas las imágenes y símbolos que hoy contemplamos eso vienen a decirnos. Ya la noche del nacimiento hizo que el cielo brillara con un nuevo resplandor sobre los campos de Belén para anunciar a los pastores – imagen del pueblo judío - con el cántico celestial y con la aparición de los ángeles que les había nacido un salvador.

Hoy contemplamos nuevos resplandores que en principio no reducen su brillo a los campos de Belén sino que brillará en lo alto de los cielos para que ese anuncio pudiera llegar a todos los hombres. Unos magos de Oriente, nos dice el evangelio que no habla de reyes, como estudiosos de lo que sucede en el firmamento y atentos también a las señales de Dios son los que descubren esa estrella que les hablará de un recién nacido rey. Guiados por la estrella, con humildad y fidelidad, se han puesto en camino para llegar a Jerusalén. Parecería que si se trata del nacimiento de un rey en palacios reales pudieran encontrarlo, para estupor de los dirigentes entonces del pueblo judío, empezando por Herodes.

Pero no es eso lo que quieren indicar las señales del cielo, pues consultadas las Escrituras señalarán que será Belén donde está ese recién nacido Rey y allá les vuelve a dirigir la estrella. Señales del cielo, signos que aparecen en la misma naturaleza, pero será también la Escritura santa los que se convertirán en evangelio, en palabra de Dios, en buena noticia para aquellos magos que terminarán postrándose ante Jesús para ofrecerle sus dones como un reconocimiento de lo que Dios les estaba revelando en su corazón.

Estrellas que nos hablan seguimos teniendo nosotros si nos llenamos del mismo espíritu de fe de los magos, de su humildad y disponibilidad para ponerse en camino, aunque el camino no les fuera fácil, de esa generosidad del corazón dejarse conducir para encontrar el sentido de las señales y también la ruta de los caminos que ante nosotros se abren. Cuantas cosas nos hablan de Dios en lo que nos sucede cada día, en los acontecimientos de la vida y de la historia que vivimos en el momento presente, o en las mismas personas con las que vamos haciendo ese camino de la vida.

Tenemos que aprender a hacer esa lectura creyente de la vida, a mirar cuanto nos sucede con ojos de fe para poder encontrar también esa fortaleza que necesitamos en los duros camino de la vida que nos ha tocado vivir. Dios nos pone estrellas que nos iluminen y que nos guíen pero hemos perdido esa sensibilidad espiritual para descubrir esas señales de Dios y tenemos que recuperarla.

Cuando los magos llegaron a Jerusalén y escucharon los textos de las Escrituras Sagradas, aunque les llegaran con interpretaciones interesadas como las que se hacía Herodes o encontraran el desinterés de los maestros de la Ley que despreocupados siguieron en sus intereses, ellos, sin embargo, supieron cambiar de camino para llegar a Belén, para llegar hasta Jesús. Necesitamos, sí, fortaleza para cambiar de camino aunque nos cueste cuando nos encontramos con la luz, antes que permanecer en la insensibilidad de preocuparnos solo de nuestras cosas.

‘Entraron en la casa, nos dice el evangelista, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino’.

Habían llegado hasta Jesús, habían encontrado a quien buscaban; la luz de Jesús, que ya no era una estrella sino el mismo Sol del cielo – yo soy la luz del mundo, nos dirá Jesús más tarde en el evangelio – había iluminado sus vidas que ya no podían ser la misma vida. Volvieron a su casa, sí, a su vida, pero con una nueva vida, con una nueva luz; su camino ya no sería el mismo camino, sus vidas ya no podían ser las mismas vidas. Es lo que se produce en nosotros cuando de verdad nos encontramos con la luz, cuando de verdad nos encontramos con el Evangelio de Jesús.

Ojalá todo este recorrido, este proceso que hemos hecho en estas fiestas de Navidad de tal manera nos haya iluminado que ‘volvamos por otro camino’, emprendamos un camino nuevo en la vida. Ese regalo de Dios que con Jesús hemos recibido nos llene de nueva vida

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