viernes, 13 de enero de 2023

Aprendamos a entrar en la órbita del amor para nosotros acoger y saber también ofrecer el perdón, teniendo la audacia de buscar el amor y de regalar amor

 


Aprendamos a entrar en la órbita del amor para nosotros acoger y saber también ofrecer el perdón, teniendo la audacia de buscar el amor y de regalar amor

Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12

El amor hace milagros. Y eso lo palpamos en tantas ocasiones de la vida. Hay cosas que nos parecen imposibles, todo son obstáculos y dificultades. Pero hay alguien que lo siente hondamente en el corazón, hay alguien que ama y no puede permitir el sufrimiento, la carencia de alguien a quien ama. Y revolverá lo que sea necesario para conseguir que aquella situación cambie, se encuentre un camino y una solución, y lo que parecía imposible al final se consiguió. Era la fuerza del amor. Todos hemos conocido en nuestro entorno situaciones así, y personas que con amor se entregan para conseguir lo imposible.

Hoy el evangelio nos está hablando de eso. Primero son aquellos hombres que llevan en una camilla a un discapacitado, paralítico se solía decir de forma generalizada, que quieren llevar a la presencia de Jesús para su curación. Algo hondo tenían que sentir aquellos hombres además de una fe muy grande. En la imposibilidad de hacerlo llegar por la vía normal, la puerta, por la cantidad de gente que se agolpaba para escuchar a Jesús, surge la iniciativa y la creatividad para hacerlo llegar aunque tengan que romper el tejado. Por allí lo descienden hasta los pies de Jesús.

Todo parecía resuelto ya ante aquella determinación valiente de aquellos hombres, pero allí está también la fuerza del amor. Quien ama da vida, quien ama ofrece lo mejor de su corazón, quien ama se derrite en compasión y misericordia, quien ama perdona. Ya tendríamos que aprender a caldear nuestro corazón con el verdadero amor y seríamos tan distintos los unos con los otros. Nos falta dejar de mirarnos para nosotros mismos para abrir una ventana en el alma por donde entren los aires caldeadores del sol que viene de lo alto, del amor de Dios. Se caerían esas barreras del orgullo que tantas veces ponemos entre unos y otros, por las que no pasamos ni dejamos pasar.

Aquel día ya se habían superado unas barreras. Incluso el deseo de escuchar a Jesús de aquellas gentes había sido una barrera, pero el amor la había hecho saltar, porque el amor fue creativo como para hacer llegar al enfermo a los pies de Jesús aunque tuvieran que descolgarlo desde el techo. ¿Cómo no tendrían que saltar esas otras barreras de muchos de los que estaban allí que estaban al acecho de lo que Jesús hiciera o pudiera decir?

El amor de Dios que envolvía a Jesús haría saltar aquellas últimas barreras aunque pudiera servir de escándalo para algunos. Y es que el amor hace lo que parece imposible. ‘Tus pecados quedan perdonados’, le dice Jesús al paralítico. Y surgen los murmullos de los que quieren crear desconfianzas. ¿Cómo puede perdonar pecados? Este hombre blasfema. Pero sí se podían perdonar pecados porque allí está presente el amor, el amor de Dios que se nos manifiesta en Jesús. ¿No era el amor que hace presente el poder de Dios el que podía hacer que aquel hombre se curase y se levantase de su camilla? ¿Quién puede hacerlo sino Dios?

‘Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados -dice al paralítico-: Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios…’

‘Nunca hemos visto una cosa igual’, fue la reacción de los que saben descubrir las cosas de Dios, fue la reacción de los que estaban abiertos al amor de Dios. El amor hace milagros, comenzamos diciendo al iniciar esta reflexión en torno al evangelio. Aprendamos a acoger el perdón con lo que humildemente y también con esperanza estamos manifestando nuestra propia fragilidad, que se ve sanada por el amor.

Aprendamos a entrar en esa órbita del amor para también nosotros saber ofrecer el perdón, tener la audacia de buscar el amor y de regalar amor. Sanaremos nuestro corazón, pero estaremos también sanando a los demás; seremos capaces de levantarnos de la postración de nuestras camillas de orgullos y resentimientos, y daremos la oportunidad a los otros de llegar también a los pies de Jesús por los caminos del amor, como lo hicieron aquellos que saltaron todas las barreras para llegar hasta la fuente de la vida y del amor. Podremos en la vida ir haciendo los milagros del amor para dar más vida a nuestro mundo.

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