sábado, 8 de octubre de 2022

Una alabanza a María que se convierte en un camino para escuchar, para saborear, y para hacer vida en nosotros la Palabra de Dios

 


Una alabanza a María que se convierte en un camino para escuchar, para saborear, y para hacer vida en nosotros la Palabra de Dios

Gálatas 3, 22-29; Sal 104; Lucas 11, 27-28

El que escucha, saborea; y el que saborea, sabrá sacar no solo todo el sabor sino también todos los nutrientes que hayamos asimilado.

Donde quiera que estemos llegarán multitud de sonidos variados a nuestros oídos, pero habrá que escuchar, habrá que detenerse para distinguir y para saborear esos sonidos; estamos en el campo o en la montaña, una variedad de sonidos nos envuelve aunque nos parezca estar en silencio, lo suave brisa que mece las ramas de los árboles, el sonido que nos llega lejano de cosas que suceden a nuestro alrededor, el trinar de los pajarillos o el volar de un insecto que salta de planta en planta en nuestro entorno; al principio no los distinguiremos, pero si prestamos atención podremos ir escuchando cada uno de esos sonidos y entonces podremos saborearlos, alegrarnos con el trino de los pajarillos, u observar esa abeja que va libando de flor en flor, disfrutaremos de los sonidos, los estamos escuchando, estamos saboreando la belleza de lo que nos rodea que no solo nos entra por los ojos sino por todos los sentidos. Qué bello es escuchar, aunque no siempre prestamos atención, pero cuando lo hacemos estaremos recibiendo una riqueza grande en nuestro interior.

Pero no nos estamos haciendo estas consideraciones para aprender a escuchar la naturaleza, aunque también tendríamos que hacerlo. Hoy se nos habla de escucha, y algunas veces no le damos la importancia suficiente y necesaria a esta palabra. Pasamos de largo por ella sin disfrutarla de verdad.

La ocasión nos la ofrece el que de entre la gente que entusiasmada escucha a Jesús una mujer, de quien no sabemos su nombre, prorrumpe en una alabanza a la madre de Jesús. ¡Dichosa madre!, dice aquella mujer expresando el orgullo que tendría que sentir María, la madre de Jesús, por tal hijo. Lo escuchamos muchas veces en la vida; contemplamos a alguien que vale mucho, que está realizando grandes cosas, y pensamos en la madre, lo orgullosa que tendría que sentirse de su hijo. Por eso aquella mujer grita a pleno pulmón entre la gente. ¡Dichosa la madre que te parió!, dicho con lenguaje cercano y popular saltándonos todos los miramientos. ‘Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron’.

Pero Jesús tiene una réplica que hacer. No es que no acepte esa alabanza a su madre, pero quiere decirnos algo más, en lo que su madre también es orgullo para nosotros, es para nosotros modelo y ejemplo. ‘Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen’.  Es que alguien también puede ser bienaventurado como Madre, alguien puede ser también dichoso como María. Y será hacer lo que ella hizo.

‘Los que escuchan y cumplen’. No era cuestión solo de oír, muchos estaban también aquel día oyendo las enseñanzas de Jesús, pero El quiere que hagamos algo más, que escuchemos.

Escuchar, prestar atención, saborear. Porque tiene su jugo, porque es algo que nos alimenta, porque es algo del que tenemos que sacarle todos los nutrientes. Tenemos que saborear, porque el que saborea le coge gusto, se llena de su sabor, está asimilando ya desde lo más profundo, está haciéndola vida propia, está plantándola en su corazón, está llevándola a la vida. Es lo que tenemos que hacer, es lo que tenemos que vivir. Así se hará vida en nosotros.

María lo hizo, porque eso será capaz de decir que allí está humilde como una esclava en las manos de su Señor, para que en ella se cumpla lo que es esa Palabra del Señor. Estas palabras de Jesús son también una alabanza a la Madre, una alabanza a María, pero es también señalarnos un camino, una manera de escuchar, de saborear, de hacer vida en nuestra vida la Palabra de Dios.

viernes, 7 de octubre de 2022

María, la agraciada del Señor, es regalada con una presencia especial de Dios en su vida, con una disponibilidad como la de María merezcamos ser también esos agraciados de Dios

 


María, la agraciada del Señor, es regalada con una presencia especial de Dios en su vida, con una disponibilidad como la de María merezcamos ser también esos agraciados de Dios

Zacarías 2, 14-17; Sal.: Lc. 1, 46b-55; Lucas 1, 26-38

‘El ángel, entrando en su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios…’ Es lo que nos relata hoy el evangelio y que tantas veces hemos escuchado y meditado. Es el saludo del ángel, pero también la réplica que le hace porque María se siente turbada ante la presencia del ángel y sus palabras meditando lo que el ángel quería decirle.

Podríamos decir que el ángel que viene de parte de Dios con un mensaje claro para María al entrar en la presencia de María se encuentra con Dios. Eres ‘la llena de gracia, el Señor está contigo… has encontrado gracia ante Dios’. Dios que estaba en María y que ahora de una manera especial iba a hacerle sentir más fuerte su presencia. Es la agraciada del Señor, es la regalada de Dios, porque Dios en ella en especial se complace. Va a ser la Madre de Dios, ‘el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios’.

‘Alégrate y goza, Sión, pues voy a habitar en medio de ti…’ había anunciado el profeta. También proféticamente el anciano Zacarías en el nacimiento del bautista iba a bendecir a Dios, ‘porque ha visitado a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación… según lo había predicho por boca de sus santos profetas… y por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Se está realizando en María. Es Dios que viene a visitar a su pueblo, Dios que se hace presente entre nosotros, el Emmanuel, Dios con nosotros.

María se deja llenar por esa gracia de Dios. Se siente en su humildad sorprendida por los anuncios y por las palabras del ángel, pero es que María se había dejado hacer por Dios. Es la disponibilidad de su vida lo que hace posible esa presencia de Dios en ella. Dios, es cierto, quiere estar con nosotros, pero Dios quiere contar con nosotros. Es lo que ahora está haciendo con esta embajada angélica. Pero María había ido respondiendo con la disponibilidad de su vida a esta acción de Dios, a esta invitación de Dios. Por eso no podrá al final responder de otra manera. ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, le dice al ángel, según tu palabra’.

Nos estamos haciendo esta reflexión en torno al evangelio en esta fiesta tan entrañable de María. Es la fiesta del Rosario. Algo más que una corona de rosas que queramos ofrecer a María con nuestra oración, con el rezo del rosario, a lo que también nos está invitando esta fiesta. Y es que el rezo del rosario con esas rosas cuyos pétalos vamos desgajando mientras repetimos una y otra vez el saludo del ángel, es contemplar todo el misterio de Dios que en María se nos manifiesta. María, podríamos atrevernos a decir, es como una revelación de Dios, porque en María Dios se hace presente de una manera especial para la humanidad. ¿No habíamos dicho antes que entrando el ángel en la presencia de María se había encontrado con Dios?

Es aquí donde tenemos mucho que imitar de María para que Dios nos visite y nos inunde como a María. Si ella era la agraciada del Señor – había encontrado gracia ante Dios, decíamos – Dios quiere hacernos a nosotros también sus agraciados, porque Dios también a nosotros quiere regalarnos su presencia. Pero necesitamos ser como María, tener la disponibilidad desde lo hondo de nuestro corazón que tuvo María.

Nos cuesta abrirnos así a Dios, porque parece que siempre queremos reservarnos algo para nosotros mismos. Pero Dios quiere contar con nosotros, no nos obliga, quiere también suscitar en nosotros una fuerza de salvación, quiere venir a nosotros ese sol que nace de lo alto, pero ¿seremos capaces como María de decir que somos también los esclavos del Señor y queremos que se haga en nosotros siempre lo que es su voluntad? Dejemos que la misericordia del Señor nos inunde con su gracia. Que por nuestra humildad, por nuestra disponibilidad como María hallemos gracia ante Dios, seamos los agraciados del Señor.

Reconozcamos, como María, que en nuestra pequeñez, a pesar incluso de nuestras debilidades, el Señor sigue realizando en nosotros cosas grandes. Encontraremos así la paz para nuestro corazón, ‘guiará nuestros pasos por el camino de la paz’.

jueves, 6 de octubre de 2022

Habremos experimentado muchas veces la paz que sentimos en nuestro corazón cuando con nuestras necesidades o nuestras angustias sabemos ponernos en las manos de Dios

 


Habremos experimentado muchas veces la paz que sentimos en nuestro corazón cuando con nuestras necesidades o nuestras angustias sabemos ponernos en las manos de Dios

Gálatas 3, 1-5; Sal: LC. 1, 69-70. 71-72. 73-75; Lucas 11, 5-13

Tenemos una instancia que presentar ante un determinado organismo, hay algo que deseamos pero que está en manos de otro el que se nos pueda conseguir, andamos preocupados por la forma cómo vamos a presentar esa instancia, o cómo vamos a hacer esa petición para que nos concedan aquello que tanto deseamos. ¿Cómo hacerlo? ¿A quien acudimos? ¿De quién nos valemos?

Cuando nos vamos haciendo esta reflexión con estos presupuestos que hemos planteado parece como si todo se dirigiera a organismos superiores a nosotros o a personas de gran poder o influencia de quien pueda depender la solución a eso que anhelamos; pero esto sucede también en cosas más cercanas a nosotros, como pueda ser en el ámbito familiar, como pueda ser entre vecinos, compañeros de trabajo o incluso amigos; ¿cómo hacemos para lograr de esa persona, familiar, vecino, compañero o amigo, lo que deseamos? Si es algo que es importante para nosotros seguro que hasta nos pondremos pesados en nuestras peticiones a fin de poderlo lograr.

De esto nos está hablando Jesús hoy en el evangelio pero en referencia lo que es nuestra relación con Dios y lo que ha de ser nuestra oración. Por supuesto que con corazón agradecido cuando nos acercamos a Dios en nuestra oración tendríamos que comenzar con la alabanza y humildemente las muestras de agradecimiento a Dios por cuanto nos regala comenzando por la vida misma. Pero conociendo el corazón de Dios ¿a quién vamos a acudir en nuestras necesidades?

Somos pobres ante Dios, de nada nos valen las autosuficiencias y los orgullos. Es más con humildad tenemos que saber acercarnos a Dios; con humildad sí, pero no con temor; con humildad pero con confianza; con humildad, es cierto, pero dejándonos contagiar y envolver con su amor para ofrecerle también nosotros nuestro amor aunque sea pequeño y lleno de debilidades; con humildad pero con la certeza de que El nos escucha y siempre nos dará lo mejor que necesitamos, mucho más y mejor incluso que lo que nosotros le vamos a pedir.

Nos habla Jesús del amigo que con confianza porque es amigo, pero con insistencia y perseverancia para hacerlo levantar incluso de la cama donde ya está descansando, va a pedirle aquello que ahora necesita de forma perentoria. Es aquello de la constancia de la viuda que pide justicia con insistencia y perseverancia. Quiere el Señor que le pidamos aquello que necesitemos, pero quiere que aprendamos a hacerlo porque nos dejemos conducir por el Espíritu que, como nos dirá san Pablo, rugirá en nuestros corazones poniendo en nuestros labios lo mejor que podamos pedirle al Señor.

Por eso nos dice hoy Jesús tajantemente: ‘Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre’.

No hemos de tener miedo, pues, de pedir, de llamar, de buscar, de insistir en nuestra petición. Seremos escuchamos, se nos dará cuanto necesitamos, encontraremos aquello que buscamos, se nos abrirá la puerta del corazón de Dios para que entremos a morar en El. Es lo que nos enseña Jesús con la formula de oración que nos propone, el padrenuestro. Ahí están nuestras necesidades materiales – el pan de cada día – como estará todo lo que necesitamos para tener paz en el corazón – perdón recibido y otorgado -. Ahí está esa fuerza que necesitamos en el camino que nos hace fuertes para superarnos y para crecer, para liberarnos de todo lo malo – líbranos del todo mal y no nos dejes caer en la tentación - y para dejarnos inundar por su amor – venga a nosotros tu reino -.

Seguro que lo habremos experimentado muchas veces – tenemos que recordarlo saber dar gracias por ello - la paz que sentimos en nuestro corazón cuando con nuestras necesidades o nuestras angustias sabemos ponernos en la manos de Dios. Habrá una paz dentro de nosotros que en ningún otro sitio podremos encontrar. No necesitamos otras influencias porque sabemos que quien nos escucha es nuestro Padre.

miércoles, 5 de octubre de 2022

Humildes y agradecidos reconozcamos la mano del Señor en nuestra vida aunque no seamos siempre fieles, pero fiel es el amor de Dios que siempre nos escucha

 


Humildes y agradecidos reconozcamos la mano del Señor en nuestra vida aunque no seamos siempre fieles, pero fiel es el amor de Dios que siempre nos escucha

Deuteronomio 8, 7-18; Sal: 1Crón 29; 2Corintios 5, 17-21; Mateo 7, 7-11

Aunque sentenciamos muy bien diciendo que es de corazón noble el ser agradecido, sin embargo hemos de reconocer que somos bien olvidadizos en la cuestión de agradecimientos. Nos llega el momento de la prosperidad, cuando nos van todas las cosas bien, y pronto olvidamos los momentos amargos que pasamos en la escasez. No terminamos de aprender lecciones de la vida, porque esos momentos difíciles por los que en algunas etapas de la vida tendrían que ser buenas lecciones para que seamos humildes, pero también para que sepamos recordar y agradecer esa mano que alguien nos echó para que pudiéramos salir adelante.

Y la vida bien sabemos que en cierto modo es ondulante, que ahora podemos estar en lo alto de la ola, o al menos podemos estar o vivir con cierta calma, pero ha habido momentos en que la ola estaba sobre nosotros y andábamos hundidos tratando de salir a flote; y esas cosas muchas veces se repiten. Tendríamos que aprender de esos momentos de flaqueza y debilidad, porque somos limitados porque ni somos perfectos ni todo nos sale siempre a la perfección.

Eso además nos enseñaría a valorar más a las otras personas siendo también comprensivas de sus situaciones como también tendría que movernos a que nos bajemos de los pedestales en que muchas veces nos subimos para ponernos en verdad en la altura de los demás para ayudarlos también a superar esas olas por las que puedan estar pasando. Qué distintas serían nuestras relaciones, qué grado de humanidad le daríamos a la vida, qué grandeza de espíritu entonces podríamos estar manifestando.

¿Y donde ponemos a Dios en todo esto? Porque no se trata de que ese lado humano de la vida, con sus luchas y sus esfuerzos, con sus limitaciones y con nuestros deseos de superación vaya realizándolo solo por nosotros mismos con la autosuficiencia de todo lo podemos lograr por nosotros mismos sin contar con ninguna ayuda. El verdadero creyente va a sentir junto a si, en toda esa tarea, la presencia de Dios que camina a su lado y es su verdadera fuerza, cómo Dios eleva espiritualmente para encontrar el más hondo sentido de nuestra existencia. ¿Sabremos descubrir esa presencia de Dios en ese camino nuestro de cada día?

La liturgia quiere hacernos como un parón en este tiempo cuando, sobre todo en nuestro hemisferio, estamos reiniciando de nuevo la diversas actividades de la vida, siguiendo también el ritmo de la propia naturaleza con sus diversas estaciones para que sepamos contar con esa presencia del Señor, sepamos darle gracia sobre todo cuando en nuestras zonas es final de la recolección de la cosechas, o se recomienza la actividad escolar y de muchas instituciones.

Son lo que litúrgicamente se llaman las témporas de acción de gracias, de petición de perdón y de oración para invocar y pedir esa gracia de Dios que necesitamos. Son hermosos los textos de la Palabra que nos ofrece la liturgia desde recordarnos lo que le día Moisés al pueblo judío para cuando se establecieran definitivamente en la tierra prometida, que los momentos de fecundidad y prosperidad que iban a vivir no les hiciera olvidar el camino del desierto que habían recorrido, donde tanto le habían pedido a Dios su ayuda para hacer el camino.

Bien nos vale recordarlo, para que seamos humildes y agradecidos, para que sepamos reconocer los errores e infidelidades en que hayamos podido caer invocando la misericordia del Señor, y para que sepamos pedir siempre con toda confianza, sabiendo que el Señor está a nuestro lado y siempre nos escucha.

martes, 4 de octubre de 2022

Aprendamos a sentarnos a escuchar apagando los móviles de nuestros ruidos para prestar atención al otro, para prestar atención a Dios

 


Aprendamos a sentarnos a escuchar apagando los móviles de nuestros ruidos para prestar atención al otro, para prestar atención a Dios

Gálatas 1, 13-24; Sal 138; Lucas 10, 38-42

Sentarnos a escuchar; qué cosa más hermosa; aunque hoy parece que estamos más preocupados por escuchar a los que están lejos que a los que están a nuestro lado. Qué hermoso si contemplamos una escena, donde sea, ya en casa o en el banco de un parque, donde la gente habla entre sí, y tenemos que decir, siendo también capaces de dejar los móviles a un lado para escuchar al que está a nuestro lado. Cuanto cuesta eso hoy en la nueva cultura que estamos introduciendo, en las nuevas costumbres que vamos implantando.

Por eso es idílica la imagen que nos presenta hoy el evangelio. Unos caminantes que suben a Jerusalén y que tras la larga subida desde el Jordán – son kilómetros extensos y fatigosos en la cercanía de lugares desérticos – que se encuentran un patio acogedor, unas puertas abiertas y un hogar en que son bien recibidos. Aunque en este texto del evangelio no se menciona que sea Betania por el paralelismo y correspondencia con el texto de otro evangelio se tratará de ese lugar, ya en las cercanías de Jerusalén. Jesús y sus discípulos que suben a Jerusalén son acogidos por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro en este gesto de hospitalidad tan hermoso.

Hoy sobresalen o se mencionan especialmente a Marta y a María. Ansiosa una, Marta, por tener todo lo necesario para la acogida de aquellos huéspedes se afana en los intensos preparativos, mientras María se sienta como una discípula a los pies de Jesús para escucharle, lo que motivará los reclamos de su hermana.


Nada quiere María que la distraiga de la escucha de la conversación de Jesús por está allí absorta despreocupándose de otras tareas propias de los gestos de la hospitalidad de lo que se ocupa su hermana. Jesús dice que ha escogido la mejor parte, como respuesta a los reclamos de Marta. Está en eso tan importante que tenemos que aprender a hacer. Escuchar.

También vamos muchas veces locos en nuestras carreras por la vida, porque tenemos tantas cosas que hacer y no nos paramos a escuchar. Tenemos el peligro de pasar de largo ante la vida de las otras personas. Siempre hemos recalcado mucho lo de pasar de largo de aquel sacerdote y aquel levita de la parábola y no se detuvieron a fijarse en el hombre mal herido a la orilla del camino. Pero eso nos sigue sucediendo de mil maneras. Nuestras puertas siguen demasiado cerradas con nuestros miedos o con nuestros prejuicios. Pasamos por una calle y raro es que veamos una puerta o una ventana abierta, a alguien a la puerta que nos salude con una sonrisa y nos invite a pasar, o asomados a la ventana aunque sea para darnos los buenos días.

De muchas maneras vamos por la vida con las puertas cerradas pasando de largo porque vamos entretenidos con nuestros móviles para hablar con alguien al otro lado del mundo – y no digo que sea malo – pero no somos capaces de fijarnos y saludar al que pasa a nuestro lado, para estar atento a sus problemas, para escuchar sus angustias, para acompañar en sus soledades.

Es la soledad de las personas mayores que ya se han quedado en casa por sus dificultades de movilidad y sus hijos están en otro lugar en sus quehaceres, pero es la soledad también del que nadie escucha, del que tiene una necesidad y nadie le presta atención, de aquel a quien nunca le hacemos una llamada para al menos preguntarle cómo está o qué necesita, es la soledad de los que estando quizá juntos se encuentran tan lejos los unos de los otros porque como hemos dicho preferimos conectarnos con el que está lejos que interesarnos por el que está a nuestro lado.

Es quizá también la soledad en la que nosotros mismos nos hemos metido porque nos encerramos en nosotros mismos, porque rehuimos la comunicación y el compartir lo que sentimos o lo que vivimos. ¿A quien le has contado tus últimas preocupaciones? Quizás tendrías que preguntártelo para darte cuenta bien de cuáles son los abismos de incomunicación en que te has metido.

María de Betania se sentó a los pies de Jesús para escucharle. ¿Nos sentamos nosotros a los pies de Jesús para escucharle haciendo silencio en nuestro corazón? Dios sabemos que siempre nos escucha, aunque algunas veces podamos decir lo contrario, pero nosotros ¿siempre escuchamos a Dios? ¿Cómo tendría que ser hoy ese sentarse a los pies de Jesús para escucharle?

lunes, 3 de octubre de 2022

Nos tenemos que preguntar no solo quien es el prójimo sino como nosotros nos comportamos como prójimos con los que nos cruzamos en los caminos

 


Nos tenemos que preguntar no solo quien es el prójimo sino como nosotros nos comportamos como prójimos con los que nos cruzamos en los caminos

Gálatas 1,6-12; Sal 110; Lucas 10,25-37

El propio significado de la palabra lo dice, prójimo es el que está cerca, el próximo, el que está al lado y parece que no tiene mucha complicación su interpretación. Pero claro, nosotros consideramos próximos a nosotros a los que son de los nuestros, a nuestros familiares, a nuestros amigos, a aquellas personas con las que habitualmente nos relacionamos y mantenemos una buena relación; estaríamos hablando de una cercanía por la sintonía familiar o de amistad que mantengamos con esa persona. Pero ¿no nos estará sucediendo que incluso aquellos que físicamente están cercanos a nosotros en esa otra sintonía los estaremos poniendo lejos?

Creo que esto es lo que nos está planteando Jesús. Vayamos por partes. Un letrado, un maestro de la ley se ha acercado a Jesús para preguntar por lo que tiene que hacer para heredar la vida eterna; Jesús le responde haciendo que recuerde qué es lo que dice la ley de Moisés, cuales son los mandamientos. ‘¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?’ a lo que aquel letrado no le quedará más remedio que responder con aquello que todo buen judío se sabia de memoria, que era el mandamiento principal que hablaba del amor a Dios sobre todas las cosas y del amor al prójimo.

Y es aquí cuando comienzan los cuestionamientos. Aquel hombre pregunta ‘¿quién es mi prójimo?’ Jesús le responderá con la parábola que todos conocemos, la hemos escuchado muchas veces y nos hemos repetido hasta la saciedad en comentarios. Un hombre malherido al ser asaltado por unos ladrones que queda tirado a la orilla del camino. ¿Está vivo? ¿Está muerto? Un problema para aquel sacerdote y para aquel servidor del templo, que si llegaban a tocar un muerto quedarían impuros y eso les incapacitaría para el servicio del templo hasta que hicieran la correspondiente purificación. Era la ley de Moisés que en esos aspectos tan escrupulosamente querían cumplir. Por eso dan un rodeo. Como para no ver al herido.

Pero alguien más va por el camino. Estamos en la tierra de Judá, entre Jerusalén y Jericó, pero quien viene ahora por el camino no es un judío, sino un hombre de Samaria. Bien conocida es la rivalidad entre judíos y samaritanos, y como estos eran mal vistos por los judíos, porque los consideraban como unos herejes al haberse construido otro templo en el Garizín. Pero este hombre sí se detiene junto al herido, lo cura, lo monta en su cabalgadura y lo lleva a una posada donde lo terminen de curar desprendiéndose de lo que fuera necesario para que aquel hombre se recuperara.

Y es ahora cuando Jesús hace la pregunta al letrado pero dándole la vuelta a lo que éste antes había preguntado. No pregunta Jesús quien es el prójimo, sino quien se portó como prójimo, quién se hizo cercano, quien no midió distancias ni afectos ni amistades, quien se bajó de la cabalgadura para curar y para ceder puesto, pues en esa cabalgadura sin más miramientos montó al herido para llevarlo a la posada.

Y es la pregunta que nos late también a nosotros en lo más hondo de nosotros mismos. ¿Cuándo nos portamos como prójimos? ¿Con quien nos portamos como prójimos? ¿Será solo aquello de que yo soy amigo de mis amigos y con ellos me porto bien? ¿Será aquello de que yo te ayudo hoy porque tú me ayudaste ayer o para que me ayudes mañana? ¿Habremos convertido la ayuda o el servicio que les prestamos a los demás en algo así como una compraventa, porque yo te doy para que tú me des?

Mucho tiene que hacernos pensar. Mucho tiene que hacernos reflexionar sobre la manera como vamos caminando por la vida. Mucho tenemos que abrir los ojos, pero abrir también el corazón para comenzar a ver con una mirada distinta a tantos con los que nos cruzamos en los caminos y a los que ni miramos ni somos capaces de regalarles una sonrisa. Reconozcamos que cuesta.

domingo, 2 de octubre de 2022

Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe

 


Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1, 6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10

Hacer un camino es mucho más que recorrer un trayecto, y si es posible, en el menor tiempo posible, para llegar a una meta. En nuestro mundo de prisas y de carreras, nos valemos de los más medios posibles y hoy se nos ofrecen muchas posibilidades técnicas, corremos de un lado para otro, queremos estar hoy aquí y mañana en cualquier otro lugar pero haciendo muchos recorridos hacemos pocos caminos. Cuántas veces nos sucede que habremos recorrido muchos sitios, pero no hemos saboreado lo mejor de esos sitios –digamos incluso como ejemplo la comida – y pocos recuerdos se mantengan en el alma de esos lugares recorridos.

El que hace camino contempla, el que hace camino se encuentra, el que hace camino de verdad descubre y aprende muchas cosas, el que hace camino saborea el lugar por donde va pasando y la relación con las personas con las que se va encontrando, el que hace camino se va empapando de una nueva sabiduría de la vida porque es capaz de detenerse para contemplar, para encontrarse, para saborear. El que hace camino también, y es importante, se encuentra consigo mismo pero no se encierra sino que se abre a una nueva trascendencia que también le eleva.

No nos quedemos en la imagen de un recorrido que podamos hacer por cualquier lugar de donde al final saboreemos o no las características de ese lugar. Es una imagen del camino de la vida que vamos haciendo cada día, donde en nuestras prisas o nuestras superficialidades no llegamos a saborear lo que es la vida misma; nos vamos muchas veces a lo que más pronto nos llama la atención, o nos quedamos en el disfrute de placeres efímeros que no terminan de darnos honda felicidad.

Como creyentes y cristianos también decimos que nuestra vida ha de ser un camino de fe desde donde tenemos que saber encontrar ese sabor especial que tanto nos eleva que incluso nos sobrenaturaliza. Es esa visión nueva que desde la fe podemos encontrar para el sentido de la vida misma y de cuanto hacemos. Pero entonces la fe no lo podemos entender como si de un sello o marca externa le pongamos a la vida por algunos actos que en algún momento realizamos. Será encontrar ese sentido nuevo, ese sabor nuevo que en cuanto hacemos tenemos que encontrar.

No haremos las cosas como quien quiera ir ganando puntos para poder tener al final una recompensa que nos pueda garantizar un más allá feliz y dichoso. Cuando actuamos solo desde un interés no disfrutaremos de aquello que hacemos o que vivimos, no sabremos encontrarle un sentido a las cosas que tengamos que realizar en nuestra vida de cada día, sino que casi las miramos como una obligación que se convierte en un peso que nos oprime porque nos parece que para conseguir esa recompensa final siempre tendríamos que estar renunciando a otras cosas que de momentos nos podrían parecer más placenteras.

El cumplimiento de nuestras obligaciones y responsabilidades no las tendríamos que mirar como un peso insoportable que no nos queda más remedio que padecer, sino que disfrutaríamos con ello porque le encontramos un sentido que nos enriquece a nosotros y que enriquece también a los que servimos. Aquellos momentos duros por los que tengamos que pasar en esos problemas con los que tengamos que enfrentarnos en la vida, tratamos de vislumbrar siempre una luz, un sentido o una palabra que a través de ello Dios nos estará queriendo decir. Las amarguras no son tan amargas, porque siempre sentiremos la presencia y la gracia de Dios que nos fortalece y pone esperanza en el corazón.

¿Estarían vislumbrando muchas de estas cosas los discípulos cuando escuchaban a Jesús? Se sienten, es cierto, débiles; muchas veces las cosas que Jesús les va enseñando les parecen difíciles de asumir y no terminan de comprender, sienten que hay un choque fuerte en sus vidas desde lo que son sus anhelos más humanos con ese camino nuevo que Jesús les va ofreciendo, por eso le piden a Jesús con toda intensidad. ‘Auméntanos la fe’.

Lo queremos pedir nosotros también, porque nos sentimos tan envueltos y rodeados por tantas cosas que se nos ofrecen de todos los lados, que muchas veces parece que se nos hace difícil hacer ese camino de la fe. No terminamos de saborear la vida desde ese sentido que Jesús nos ofrece. Nos parece muchas veces que nuestra fe es muy débil y tenemos que encontrar la forma de fortalecerla. Jesús nos dice que si fuera al menos como un grano de mostaza, seríamos capaces de hacer maravillas.

Hagamos, pues, crecer, esa semilla de la fe en nuestros corazones, que sea en verdad la sal de nuestra vida, la luz que nos ilumine, para que demos también ese sabor no solo a nuestra vida sino a ese mundo que nos rodea; que seamos capaces de contagiar de ese sabor, de iluminar con esa luz.

Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe.