martes, 4 de octubre de 2022

Aprendamos a sentarnos a escuchar apagando los móviles de nuestros ruidos para prestar atención al otro, para prestar atención a Dios

 


Aprendamos a sentarnos a escuchar apagando los móviles de nuestros ruidos para prestar atención al otro, para prestar atención a Dios

Gálatas 1, 13-24; Sal 138; Lucas 10, 38-42

Sentarnos a escuchar; qué cosa más hermosa; aunque hoy parece que estamos más preocupados por escuchar a los que están lejos que a los que están a nuestro lado. Qué hermoso si contemplamos una escena, donde sea, ya en casa o en el banco de un parque, donde la gente habla entre sí, y tenemos que decir, siendo también capaces de dejar los móviles a un lado para escuchar al que está a nuestro lado. Cuanto cuesta eso hoy en la nueva cultura que estamos introduciendo, en las nuevas costumbres que vamos implantando.

Por eso es idílica la imagen que nos presenta hoy el evangelio. Unos caminantes que suben a Jerusalén y que tras la larga subida desde el Jordán – son kilómetros extensos y fatigosos en la cercanía de lugares desérticos – que se encuentran un patio acogedor, unas puertas abiertas y un hogar en que son bien recibidos. Aunque en este texto del evangelio no se menciona que sea Betania por el paralelismo y correspondencia con el texto de otro evangelio se tratará de ese lugar, ya en las cercanías de Jerusalén. Jesús y sus discípulos que suben a Jerusalén son acogidos por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro en este gesto de hospitalidad tan hermoso.

Hoy sobresalen o se mencionan especialmente a Marta y a María. Ansiosa una, Marta, por tener todo lo necesario para la acogida de aquellos huéspedes se afana en los intensos preparativos, mientras María se sienta como una discípula a los pies de Jesús para escucharle, lo que motivará los reclamos de su hermana.


Nada quiere María que la distraiga de la escucha de la conversación de Jesús por está allí absorta despreocupándose de otras tareas propias de los gestos de la hospitalidad de lo que se ocupa su hermana. Jesús dice que ha escogido la mejor parte, como respuesta a los reclamos de Marta. Está en eso tan importante que tenemos que aprender a hacer. Escuchar.

También vamos muchas veces locos en nuestras carreras por la vida, porque tenemos tantas cosas que hacer y no nos paramos a escuchar. Tenemos el peligro de pasar de largo ante la vida de las otras personas. Siempre hemos recalcado mucho lo de pasar de largo de aquel sacerdote y aquel levita de la parábola y no se detuvieron a fijarse en el hombre mal herido a la orilla del camino. Pero eso nos sigue sucediendo de mil maneras. Nuestras puertas siguen demasiado cerradas con nuestros miedos o con nuestros prejuicios. Pasamos por una calle y raro es que veamos una puerta o una ventana abierta, a alguien a la puerta que nos salude con una sonrisa y nos invite a pasar, o asomados a la ventana aunque sea para darnos los buenos días.

De muchas maneras vamos por la vida con las puertas cerradas pasando de largo porque vamos entretenidos con nuestros móviles para hablar con alguien al otro lado del mundo – y no digo que sea malo – pero no somos capaces de fijarnos y saludar al que pasa a nuestro lado, para estar atento a sus problemas, para escuchar sus angustias, para acompañar en sus soledades.

Es la soledad de las personas mayores que ya se han quedado en casa por sus dificultades de movilidad y sus hijos están en otro lugar en sus quehaceres, pero es la soledad también del que nadie escucha, del que tiene una necesidad y nadie le presta atención, de aquel a quien nunca le hacemos una llamada para al menos preguntarle cómo está o qué necesita, es la soledad de los que estando quizá juntos se encuentran tan lejos los unos de los otros porque como hemos dicho preferimos conectarnos con el que está lejos que interesarnos por el que está a nuestro lado.

Es quizá también la soledad en la que nosotros mismos nos hemos metido porque nos encerramos en nosotros mismos, porque rehuimos la comunicación y el compartir lo que sentimos o lo que vivimos. ¿A quien le has contado tus últimas preocupaciones? Quizás tendrías que preguntártelo para darte cuenta bien de cuáles son los abismos de incomunicación en que te has metido.

María de Betania se sentó a los pies de Jesús para escucharle. ¿Nos sentamos nosotros a los pies de Jesús para escucharle haciendo silencio en nuestro corazón? Dios sabemos que siempre nos escucha, aunque algunas veces podamos decir lo contrario, pero nosotros ¿siempre escuchamos a Dios? ¿Cómo tendría que ser hoy ese sentarse a los pies de Jesús para escucharle?

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