domingo, 2 de octubre de 2022

Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe

 


Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Sal 94; 2Timoteo 1, 6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10

Hacer un camino es mucho más que recorrer un trayecto, y si es posible, en el menor tiempo posible, para llegar a una meta. En nuestro mundo de prisas y de carreras, nos valemos de los más medios posibles y hoy se nos ofrecen muchas posibilidades técnicas, corremos de un lado para otro, queremos estar hoy aquí y mañana en cualquier otro lugar pero haciendo muchos recorridos hacemos pocos caminos. Cuántas veces nos sucede que habremos recorrido muchos sitios, pero no hemos saboreado lo mejor de esos sitios –digamos incluso como ejemplo la comida – y pocos recuerdos se mantengan en el alma de esos lugares recorridos.

El que hace camino contempla, el que hace camino se encuentra, el que hace camino de verdad descubre y aprende muchas cosas, el que hace camino saborea el lugar por donde va pasando y la relación con las personas con las que se va encontrando, el que hace camino se va empapando de una nueva sabiduría de la vida porque es capaz de detenerse para contemplar, para encontrarse, para saborear. El que hace camino también, y es importante, se encuentra consigo mismo pero no se encierra sino que se abre a una nueva trascendencia que también le eleva.

No nos quedemos en la imagen de un recorrido que podamos hacer por cualquier lugar de donde al final saboreemos o no las características de ese lugar. Es una imagen del camino de la vida que vamos haciendo cada día, donde en nuestras prisas o nuestras superficialidades no llegamos a saborear lo que es la vida misma; nos vamos muchas veces a lo que más pronto nos llama la atención, o nos quedamos en el disfrute de placeres efímeros que no terminan de darnos honda felicidad.

Como creyentes y cristianos también decimos que nuestra vida ha de ser un camino de fe desde donde tenemos que saber encontrar ese sabor especial que tanto nos eleva que incluso nos sobrenaturaliza. Es esa visión nueva que desde la fe podemos encontrar para el sentido de la vida misma y de cuanto hacemos. Pero entonces la fe no lo podemos entender como si de un sello o marca externa le pongamos a la vida por algunos actos que en algún momento realizamos. Será encontrar ese sentido nuevo, ese sabor nuevo que en cuanto hacemos tenemos que encontrar.

No haremos las cosas como quien quiera ir ganando puntos para poder tener al final una recompensa que nos pueda garantizar un más allá feliz y dichoso. Cuando actuamos solo desde un interés no disfrutaremos de aquello que hacemos o que vivimos, no sabremos encontrarle un sentido a las cosas que tengamos que realizar en nuestra vida de cada día, sino que casi las miramos como una obligación que se convierte en un peso que nos oprime porque nos parece que para conseguir esa recompensa final siempre tendríamos que estar renunciando a otras cosas que de momentos nos podrían parecer más placenteras.

El cumplimiento de nuestras obligaciones y responsabilidades no las tendríamos que mirar como un peso insoportable que no nos queda más remedio que padecer, sino que disfrutaríamos con ello porque le encontramos un sentido que nos enriquece a nosotros y que enriquece también a los que servimos. Aquellos momentos duros por los que tengamos que pasar en esos problemas con los que tengamos que enfrentarnos en la vida, tratamos de vislumbrar siempre una luz, un sentido o una palabra que a través de ello Dios nos estará queriendo decir. Las amarguras no son tan amargas, porque siempre sentiremos la presencia y la gracia de Dios que nos fortalece y pone esperanza en el corazón.

¿Estarían vislumbrando muchas de estas cosas los discípulos cuando escuchaban a Jesús? Se sienten, es cierto, débiles; muchas veces las cosas que Jesús les va enseñando les parecen difíciles de asumir y no terminan de comprender, sienten que hay un choque fuerte en sus vidas desde lo que son sus anhelos más humanos con ese camino nuevo que Jesús les va ofreciendo, por eso le piden a Jesús con toda intensidad. ‘Auméntanos la fe’.

Lo queremos pedir nosotros también, porque nos sentimos tan envueltos y rodeados por tantas cosas que se nos ofrecen de todos los lados, que muchas veces parece que se nos hace difícil hacer ese camino de la fe. No terminamos de saborear la vida desde ese sentido que Jesús nos ofrece. Nos parece muchas veces que nuestra fe es muy débil y tenemos que encontrar la forma de fortalecerla. Jesús nos dice que si fuera al menos como un grano de mostaza, seríamos capaces de hacer maravillas.

Hagamos, pues, crecer, esa semilla de la fe en nuestros corazones, que sea en verdad la sal de nuestra vida, la luz que nos ilumine, para que demos también ese sabor no solo a nuestra vida sino a ese mundo que nos rodea; que seamos capaces de contagiar de ese sabor, de iluminar con esa luz.

Hagamos vivo e intenso el camino de nuestra fe y seamos capaces de saborear la vida con esa sabiduría nueva que nos da la fe.

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