sábado, 30 de julio de 2022

Nos falta a los cristianos hoy verdadero espíritu profético para ser testigos auténticos, para despojarnos de ropajes de vanidad y revestirnos de los signos del Reino

 


Nos falta a los cristianos hoy verdadero espíritu profético para ser testigos auténticos, para despojarnos de ropajes de vanidad y revestirnos de los signos del Reino

Jeremías 26, 11-16. 24; Sal 68; Mateo 14, 1-12

Queremos ir de valientes por la vida, pero aunque algunas parece que queremos ir por delante de todo y que nadie ni nada se nos sobreponga, sin embargo hemos de reconocer que algunas veces nos pasamos de cobardes; nos cuesta dar la cara a la hora de la verdad, que la gente sepa lo que pensamos o lo que son nuestros valores, parece como que queremos contentar a todos, aquello de lo de nadar y guardar la ropa, y ahora se usa algo como aquello de lo políticamente correcto; según donde estemos, o con quien estemos nos manifestamos o no, tratamos de disimular y es como si quisiéramos contentar a todos.

Hoy la palabra de Dios nos habla de profetas y de personas que actúan proféticamente con toda valentía, sin temor a lo que pudiera pasar. Es la postura del profeta Jeremías de quien se nos habla en la primera lectura, que quieren incluso quitarlo de en medio y les cuesta aceptar su mensaje y su palabra como venida de Dios. Alguien reconoce ese actuar de Dios en su vida y tratará por todos los medios de salvarlo, pero ya sabemos que la vida de Jeremías no fue nada fácil en los momentos en que vivía.

Pero es lo que se nos manifiesta en el evangelio con Juan Bautista. Porque es valiente y proclama la verdad denunciando también allí donde está el mal, está en la cárcel porque le ha dicho la verdad a Herodes sobre su forma de vivir. Herodías la mujer con la que convivía Herodes y causa de la denuncia que realiza el Bautista, porque es la mujer del hermano de Herodes, estará buscando la oportunidad de quitarlo de en medio. Momento que llegará en aquella fiesta de Herodes con muchos invitados y mucha orgía en que tras el baile de Salomé le promete que le dará lo que le pida aunque sea la mitad de su reino; fue la oportunidad de Herodías para que su hija pidiera la cabeza de Juan, aprovechándose de la debilidad de Herodes.

Es el momento en que frente a la valentía profética del Bautista, aparece la cobardía y la maldad del corazón de Herodes, aparece toda la debilidad que era su vida en si aunque la hubiera envuelto en las pompas del poder. Los respetos humanos, el prestigio de su palabra real en el cumplimiento de sus promesas aunque estuviera el camino del mal por medio, la falta de unos valores interiores y de rectitud moral, llevarán a que se entregue la cabeza de Juan tal como había pedido la muchacha.

Muchos también se aprovechan de nuestras debilidades y somos manipulados de la misma manera porque no somos valientes testigos. Nos falta a los cristianos hoy verdadero espíritu profético, para proclamar la verdad, para ser verdaderos testigos, para dar testimonio valiente de esa fe que decimos que tenemos, para manifestarnos ante el mundo en fidelidad a unos valores, para arrojar lejos de nosotros tantas cobardías y disimulos, para no dejarnos arrastrar por tantos juegos diplomáticos para quedarnos solamente en bonitas palabras, en solemnes declaraciones, pero con poco compromiso a pie de calle, para despojarnos de tantos ropajes con que nos revestimos pero que se quedan solamente en vanidad o en fuegos fatuos.

Tenemos que manifestarnos ante el mundo con mayor valentía, con gestos valientes y comprometedores, que nuestra forma de vivir sea en verdad un signo esclarecedor en medio del mundo. Tenemos que ser en verdad signos del Reino y las señales tienen que ser palpables en nuestra vida. No olvidemos que hemos sido ungidos para ser con Cristo Sacerdotes, profetas y reyes.

viernes, 29 de julio de 2022

Fue el encuentro con el amor y con la vida, en que se vio fortalecida la fe y la esperanza, donde algo nuevo iba a comenzar en el corazón de Marta y en nuestros corazones

 


Fue el encuentro con el amor y con la vida, en que se vio fortalecida la fe y la esperanza, donde algo nuevo iba a comenzar en el corazón de Marta y en nuestros corazones

1Juan 4,7-16; Sal 33; Juan 11,19-27

No sé qué resortes tenemos por dentro a la hora de reaccionar ante las diferentes situaciones que nos vamos encontrando en la vida; con lo fácil que sería caminar juntos, con lo fácil que es dejarnos encontrar por los demás y al mismo tiempo nosotros salir al encuentro de los otros. Pero ahí están esos resortes, como decíamos y es una forma de expresarnos, que nos cierran en nuestras posturas, que aunque sabemos que el otro ya está viniendo a nuestro encuentro, nosotros nos resistimos, y guardamos no sé qué resistencias y reticencias, y hasta como inconscientemente de alguna forma nos ocultamos y no damos los pasos que tan enriquecedores serían; están nuestras quejas, nuestras desconfianzas, aquello que nos quema por dentro porque en un momento determinado al otro no se le vio ningún detalle o aparentemente de interés.

Pero hoy en el evangelio estamos en la casa de los encuentros. Proverbial era la hospitalidad que allí siempre se ofrecía a cualquiera que pasase por el camino y necesitase un descanso o una jarra de agua fresca; el brocal del pozo siempre está disponible. Aunque habían pasado cosas tristes en aquel hogar de Betania, Lázaro uno de los tres hermanos había muerto; estando enfermo le avisaron a Jesús que estaba más allá del Jordán pero no había venido. Lázaro está enfermo, había comentado cuando le hicieron llegar la noticia, pero esta enfermedad no es de muerte; pero Lázaro había fallecido y ahora cuatro días después de que lo hubieran enterrado, Jesús venía de nuevo a aquel hogar de Betania, que tantas veces le había acogido.

Y ahora vienen los encuentros. Cuando Marta se enteró de que Jesús llegaba a la casa salió pronta al encuentro. Ella seguía con su dolor en el corazón y la queja surgió espontánea en las primeras palabras. ‘Si hubieras estado aquí, Lázaro no hubiera muerto’. Es el dolor, el duelo, el llanto, las quejas e interrogantes que se plantean en el alma, son las oscuridades que todo lo entenebrecen, son las dudas y los rechazos que fácilmente aparecen. Pero Marta, no se había quedado sentado recociéndose por dentro sin expresar lo que sentía, sino que vino al encuentro de Jesús, que también venía a su encuentro.

Es hermoso lo que estamos contemplando. Y no es necesario que sigamos con el resto del pasaje que también es maravilloso, para darnos cuenta del misterio de amor que aquí y ahora se está desarrollando. Dos corazones llenos de amor que se encuentran, como serán también más tarde las mismas palabras de María de Betania. Pero aunque pudiera parecer que hay discordancias sin embargo se está llevando a cabo una hermosa sintonía y podríamos decir también sinfonía. Se dicen las cosas, se manifiesta el dolor, pero no falta el amor, no falta la confianza. Marta es una persona con mucha trascendencia en su vida, ella pensaba sí en la vida eterna, pero se encuentra que la vida llega a ella y llega de nuevo a aquel hogar también en el momento presente. ‘Tu hermano resucitará’.

Allí está la vida y la resurrección. Allí tiene que resplandecer la fe y la esperanza. Allí con la presencia de Jesús todo ha de comenzarse a ver de forma nueva, aunque cueste dar lo pasos, cambiar la mentalidad, abrirse a algo nuevo quizás inesperado en esos instantes. Es necesario llegar hasta el final como Marta ante las palabras de Jesús, ante la pregunta de Jesús. ‘Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo’.

Fue el encuentro con el amor y con la vida. Fue el encuentro en que se vio fortalecida la fe y la esperanza. Fue el encuentro donde algo nuevo iba a comenzar en aquel corazón. Para eso estaba allí Jesús que venía al encuentro de Marta, pero estaba también el hecho de que Marta fue capaz de ir al encuentro con Jesús con todo lo que llevaba en su corazón.

jueves, 28 de julio de 2022

Que el Espíritu del Señor nos guíe y nos ayude a hacer esa vasija nueva desde la renovación que tiene que partir de nuestros corazones para llegar a una vida nueva

 


Que el Espíritu del Señor nos guíe y nos ayude a hacer esa vasija nueva desde la renovación que tiene que partir de nuestros corazones para llegar a una vida nueva

Jeremías 18, 1-6; Sal 145; Mateo 13, 47-53

Son cosas que nos pasan a todos en casa. Los armarios se nos van llenando de ropa así sin darnos cuenta; ropas nuevas que vamos comprando porque queremos irnos renovando, pero al mismo tiempo muchas veces vamos guardando, porque quizás nos da pena desechar aquella pieza de ropa, que tanto nos sirvió en un momento determinado y allá la guardamos en el fondo del armario sin darnos cuenta de que se nos va quedando obsoleta y ahora ya no nos vale, porque hay nuevos gustos, porque nosotros hemos ido cambiando; mientras quizá en otro momento nos encontramos algo que si tiene valor aun, que no ha perdido, por así decirlo, su brillo, y nos vale para conjuntar en determinados momentos.

¿Y a qué viene todo esto? Pues algo que Jesús nos ha dicho hoy. Si en un momento determinado nos ha dicho que a vino nuevo necesitamos odres nuevos, y que no nos valen los remiendos y los apaños porque lo viejo será siempre viejo y nos van a aparecer rotos peores con esos arreglos, ahora nos habla de la sabiduría del padre de familia que va sacando del arco lo nuevo y lo antiguo según convenga en cada momento. Nos había pedido radicalidad para aceptar la novedad del Reino de Dios y por eso nos pedía conversión, cambio profundo del corazón, pero también nos decía que no había venido a abolir la ley y los profetas sino a darle plenitud.

Es de lo que nos está hablando hoy. Entramos, es cierto, en una orbita nueva cuando aceptamos el reino de Dios y no nos vale ser hombres viejos, sino que tenemos que ser el hombre nuevo nacido del agua y del Espíritu, como le decía a Nicodemo, pero la mismo tiempo tiene que estar la sabiduría de saber lo que es lo fundamental, ese mensaje profundo del evangelio y de toda la Palabra de Dios que no podemos dejar a un lado. Es la profundidad que tenemos que ir sabiéndole dar a la vida, a lo que hacemos, a lo que vivimos. Y eso lo podremos hacer si en verdad nos dejamos conducir por el Espíritu del Señor.

Nos cuesta quedarnos en el punto medio. Hay veces en que nos llenamos de tanto brío que todo lo queremos cambiar sin saber discernir de verdad donde se está manifestando el Espíritu del Señor. Por eso nos hablará Jesús también en el evangelio de la fidelidad de las cosas pequeñas, que nos pueden parecer insignificantes, pero que si no sabemos ser fiel en lo poco tampoco lo sabremos ser en lo que verdaderamente es importante. Todos habremos pasado en mas de una ocasión por ese brío tan juvenil que quiere desechar todo lo que sea anterior, sin darnos cuenta de que en esas cosas, aunque nos parezcan pequeñas están lo fundamentos de lo que en verdad queremos grande.

Algunas veces en la iglesia, en nuestras comunidades y parroquias pasamos en nombre de renovación por esas fiebres destructoras. No es simplemente el cambio de las cosas lo que ha de producir la renovación, sino el cambio de los corazones, nuestro cambio interior. No es fácil suprimir cosas porque ahora a los que nos parece sentirnos más jóvenes nos puedan parecer cosas del pasado y en nuestro desconocimiento nos pudieran parecer pobres, pero han sido cosas, han sido movimientos en la Iglesia que mantuvieron la fe del pueblo cristiano y que siguen siendo el sustento de la fe de tantos, fueron, por ejemplo, los caminos y experiencias de oración que mantuvieron en pie a la Iglesia, y le dieron fortaleza en los momentos difíciles, y han sido el caldo de cultivo de la espiritualidad de tantos que han vivido una vida santa. ¿Qué significaron, por ejemplo, las cofradías religiosas y hermandades de todo tipo en la vida de la Iglesia y que fueron caldo de cultivo de la espiritualidad de la Iglesia?

Que sea el Espíritu del Señor el que nos guíe y nos ayude a hacer esa renovación que, repito, tiene que partir de nuestros corazones. Es el alfarero divino, como nos decía el profeta, que va haciendo en nosotros esa vasija nueva.

miércoles, 27 de julio de 2022

Dejémonos sorprender por el evangelio porque es el más hermoso tesoro que podemos encontrar para nuestra vida, con Jesús siempre llegaremos a la plenitud

 


Dejémonos sorprender por el evangelio porque es el más hermoso tesoro que podemos encontrar para nuestra vida, con Jesús siempre llegaremos a la plenitud

Jeremías 15,10.16-21; Sal 58; Mateo 13,44-46

Todos queremos encontrar el tesoro. Son nuestros sueños, los que tenemos todos los días. Hace unos días un amigo me decía que mala suerte había tenido; yo pensaba que le había pasado alguna desgracia, algún accidente, y me cuenta, por un número no se había sacado la primitiva; no sé como es eso de si por un número o no dejas de sacarte un premio, no ando yo muy ducho en estas cosas, pero las gentes son especialistas en esto de los juegos de la suerte. Estamos a ver si nos encontramos el tesoro fácilmente, que la suerte nos acompañe.

Pero, ¿qué es un tesoro en la vida? ¿Una joya preciosa de gran valor? ¿Una herencia que no esperábamos y que la tía de turno nos dejó? ¿Algo que voy a acumular y ya me va a dar la felicidad para siempre?  ¿Un dinero que tendré ahí acumulado y con sus intereses ya voy a vivir con toda comodidad sin preocuparme de nada? ¿Nos quedaremos solo en lo material? ¿Buscaremos otros tesoros?

Eso es lo serio y lo importante, pero lo triste es que no todos quizá lo vemos así. Y así andamos tan ciegos detrás de la suerte. ¿Algo quizá por lo que tengo que luchar y buscar? Algo de eso puede haber, pero hay algo quizás mucho más misterioso y grandioso. Porque quizás andaremos buscando motivos y razones para ser felices, y eso está bien y también quiere el Señor que seamos felices. ¿Pero no será algo mucho más hondo que sea lo que en verdad le dé un valor y sentido a mi vida? ¿Será algo que me va a llevar a una plenitud de vida con lo que yo realmente me halle plenamente realizado?

Hoy nos habla Jesús en el evangelio con parábolas de tesoros encontrados y de perlas preciosas que podemos conseguir. Y nos habla de que quien ha encontrado el tesoro buscará la forma de poseer aquel campo donde esta escondido para poder hacerse con él; o nos hablará de quien es capaz de vender todo lo que tiene para adquirir aquella joya tan maravillosa.

¿Suerte? ¿Regalo? ¿Fruto de un esfuerzo? ¿Un atento esfuerzo y un discernimiento por descubrir lo que realmente valen aunque tenga que desechar algunas cosas que pudieran ser buenas también?

Y Jesús cuando nos está proponiendo estas parábolas lo hace queriendo hablarnos de lo que realmente tiene que ser el Reino de Dios en nuestra vida, algo por lo que hemos de ser capaces de darlo todo. Encontrar lo que en verdad significa el Reino de Dios es encontrar un tesoro, es encontrar la más maravillosa joya para mi vida. ¿No había comenzado Jesús su predicación invitándonos a cambiar y transformar nuestra vida para creer en la Buena Nueva del Reino de Dios?

Es lo que significa para nosotros el encuentro con Jesús. Encontrarse con Jesús es una buena noticia, la mejor buena noticia que nosotros podamos recibir. Pero nos hemos acostumbrado y ha dejado de ser buena noticia para nosotros. Ya la fe no es esa alegría que inunda y transforma totalmente nuestra vida. Hemos caído en las rutinas, ya no nos preocupamos por encontrar ese tesoro; lo hemos sustituido por otros tesoros que nos pueden parecer más grandiosos pero que serán siempre efímeros y caducos.

Tenemos que dejarnos sorprender por el evangelio, tenemos que dejarnos sorprender por el encuentro con Jesús; tenemos que aprender a darle vida de verdad a lo que hacemos y a lo que vivimos; tenemos que aprender a sentir esa alegría honda del evangelio que hemos encontrado allá en lo más hondo de nosotros mismos.

martes, 26 de julio de 2022

Con la fiesta de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, aprendamos a descubrir y valorar lo bello y hermoso que de nuestros mayores hemos recibido, cimiento de nuestra vida

 


Con la fiesta de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, aprendamos a descubrir y valorar lo bello y hermoso que de nuestros mayores hemos recibido, cimiento de nuestra vida

 

Quien olvida o trata de borrar su historia pasada puede estar olvidando o destruyendo unos pilares sobre los que se ha construido su vida, nos guste o no nos guste, y que pueden seguir siendo fundamentales para su futuro. Un edificio no lo podemos conservar ni seguir su construcción sobre él, si eliminamos cimientos y pilares sobre los que está realizada dicha construcción, se nos vendría abajo; necesitaremos hacer correcciones y buscar fortalecimientos para continuar la construcción, pero no podemos anular todo así porque sí.

Son cosas que olvida muchas veces la sociedad, ahí andamos con el tema de la memoria histórica donde parece que solo queremos recordar lo que no apetece o nos agrada, olvidando lo que ha sido un camino recorrido, que tendrá sus luces y sus sombras, pero que es el camino del que nosotros hoy provenimos y a partir del cual tenemos que seguir caminando. Estamos destruyendo cosas que son nuestra historia, que en su conjunto siempre tendremos que ver gloriosa, porque a pesar de sus sombras queremos hoy llenar de luz los pasos que seguimos dando. No sé realmente qué está pasando en nuestra sociedad en este sentido que uno no acaba de comprender.

Y esto sucede en lo familiar de igual manera. hay quien quiere hacer ruptura de su pasado, porque quizás haya habido cosas que miradas desde el punto de vista de hoy no nos gusta o no acabamos de comprender, pero tendríamos que saber comprender lo que vivieron nuestros mayores, a las luchas que tuvieron que enfrentarse, las carencias que muchas veces pudieron llenar de vacíos y pobreza mucho momentos de la vida, pero es de donde provenimos, y gracias a la lucha que mantuvieron estamos nosotros hoy aquí, e incluso hasta podemos pensar distinto de ellos. Pero es el camino de la vida que ha llegado hasta aquí y del que ahora partimos para seguir adelante y dejar paso también al camino de nuestros hijos.

Hoy estamos celebrando una festividad que históricamente un poco vaya más allá del relato de los evangelios que no los mencionan de una forma concreta, y aunque nacida en cierta manera de tradiciones que van más allá de los evangelios canónicos y tienen mucho fundamente en los apócrifos sin embargo puede tener un hermoso significado. Hoy es la fiesta de los abuelos de Jesús, los padres de María, san Joaquín y Santa Ana.

Pero es buena esa mirada que nos invita a hacer la liturgia con esa celebración a los que fueron, repito, los abuelos de Jesús. Probablemente de origen galilea – en Séforis en Galilea hay un santuario que recuerda lo que pudo ser la casa de Joaquín y Ana – pronto sin embargo se sitúan en Jerusalén, precisamente en las cercanías del templo y también muy cerca de la piscina probática, o de las ovejas, por donde se entraban precisamente los animales para los sacrificios en el templo. Allí se levanta un antiguo templo que nos recuerda a santa Ana, la madre de María, y el probable entonces lugar del nacimiento de María. Allí bebería esa fe y esa fortaleza de espíritu que brilló tanto en su vida. Lo que fue María, tan disponible para Dios como siempre ella estaba, fue de Joaquín y de Ana de quien lo aprendió, los que la enseñaron cómo había de llenarse de Dios.

Pero precisamente en este día en que celebramos a los abuelos de Jesús, se quiere convertir también en el día de los abuelos, en el día de nuestros mayores. Algo muy conveniente y que no podemos olvidar. Son nuestra historia pasada sobre la que está edificada nuestra vida. Pensemos, por ejemplo, cuánto de lo que hay en nuestra vida es precisamente herencia que recibimos de nuestros abuelos; ellos trataron de trasmitir a sus hijos, nuestros padres, unos valores sobre los que cimentar su vida, y que ha sido también lo que hasta nosotros ha llegado, a nosotros también se nos ha transmitido.

Es cierto que hoy hacemos nuestra vida; en el modernismo en el que queremos vivir, porque la vida siempre va avanzando, algunas veces podemos tener la tentación de querer arrancar de nosotros eso que hemos recibido de nuestros mayores, y nos olvidamos que son el fundamento de lo que ahora somos. Aprendamos a descubrir y valorar eso bello y hermoso que hemos recibido, que ahora lo plasmamos en nuestra vida, dándole, si queremos decirlo así, nuestro toque personal con las características de lo que somos y del mundo en que vivimos, pero no lo olvidemos que lo que somos es lo que hemos recibido, ha sido el cimiento y el pilar sobre los que seguimos construyendo nuestra vida.

Nos hace echar una mirada agradecida hacia atrás, hacia nuestros mayores, hacia nuestros abuelos; nos hace valorar la vida de verdad como nos compromete a seguirla construyendo y ofreciendo lo mejor de nosotros a las generaciones que nos siguen. Será así como construiremos ese mundo mejor que todos deseamos.

lunes, 25 de julio de 2022

Más allá del marco sucio y feo de mi vida hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, manifestando la grandeza de su amor en mi vida

 


Más allá del marco sucio y feo de mi vida hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, manifestando la grandeza de su amor en mi vida

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28

Si tenemos una joya ya procuraremos guardarla donde no la podamos perder o nos la puedan robar; si queremos resaltar esa joya para que además pueda ser admirada, ya procuramos engarzarla en materiales preciosos que le hagan dar un mayor brillo y esplendor, rodeándola no solo de materiales de gran riqueza sino que buscaríamos un orfebre que le pudiera hacer un artístico marco. Es normal que cuidemos nuestras joyas, pero quizá hay una a la que en ese orden no damos tanta importancia y muchas veces la descuidamos y no la hacemos resaltar como deberíamos. Será la vida misma, serán esos valores de los que todo estamos dotados, será esa maravilla de nuestra vida interior y espiritual, será el mismo don de la fe. Pero esas cosas que no son del orden material no le damos tanta importancia, y muchas veces pasan desapercibidas cuando tendríamos que resaltarlas como lo más valioso de nuestro ser.

Quizás nos parece que el marco en que están engarzadas, que es nuestro propio yo tan lleno de defectos y debilidades pudiera parecernos que le quitan esplendor. Pero ¿qué será lo importante, el marco en que está engarzada o la joya misma?


Hoy nos recuerda algo muy importante la carta del apóstol. ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros…’ Y nos habla de nuestras tribulaciones, de nuestras debilidades… pero ahí se manifiesta la maravilla de Dios, la fuerza de la gracia divina. ‘Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal’, continua diciéndonos.

Así quiere Dios contar con nosotros con nuestras tribulaciones y con nuestras debilidades. Es cierto que queremos ser mejores, aspiramos a superarnos día a día y el listón que nos propone el Señor está bien alto, pues nos quiere perfectos como nuestro Padre del cielo es perfecto; y así nos quiere compasivos y misericordiosos como Dios es compasivo y misericordioso. Pero Dios cuenta con nosotros, no porque seamos ya perfectos, sino porque queremos avanzar y crecer.

No escogió Jesús a los hombres más perfectos que pudiera haber en todo el territorio de Israel o de Palestina. A aquellos que fue llamando para seguirle, a aquellos que comenzaron a ser sus discípulos, a aquellos a los que de manera especial los llamó para ser sus apóstoles, no eran precisamente ni los mejor dotados y preparados, ni los hombres más perfectos; unos rudos pescadores de Galilea, una gente sencilla sacada de aquellos pueblos y de aquellos campos, con sus ambiciones y con sus sueños, con sus debilidades y apegos en el corazón, pero El los llamó, los eligió, los llevó consigo porque era grande la misión que les iba a confiar.

A Pedro le veremos con sus impulsos al mismo tiempo que sus miedos y cobardías, pero con un corazón muy lleno de amor por Jesús; a Santiago y Juan lo vemos con sus ambiciones y sus sueños que se valen de la influencia familiar en el deseo de alcanzar primeros puestos; a todos los vemos con sus aspiraciones  y sus luchas internas por saber quien iba a ser el principal o quien iba a ocupar el primer puesto en aquel grupo que se había formado alrededor de Jesús. Y Jesús cuenta con ellos.


Hoy estamos celebrando al Apóstol Santiago, aquel que tuvo especiales privilegios de Jesús para subir con El al Tabor, para ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo, para estar cerca de Jesús en su agonía en Getsemaní, pero como vemos hoy también en el evangelio está con la ambición de los primeros puestos, a la derecha o a la izquierda de Jesús. Es la petición que la madre en nombre de los hijos presentará a Jesús.

‘No sabéis lo que pedís’, les dice Jesús. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o bautizados en el bautismo con que yo me voy a bautizar?’ Inocentemente quizás, o desde los impulsos de su corazón le responden a Jesús que pueden. ‘Podemos’, responden. Y Jesús les dice que eso de los primeros puestos es otra canción, pero que sí van a beber ese cáliz. Hoy el texto de los Hechos de los Apóstoles nos hablará del martirio de Santiago, mandado a decapitar por Herodes.

Esta reflexión que me estoy haciendo, no es solo contemplar lo que fue la figura del Apóstol Santiago a quien hoy celebramos. Es sentir como un rayo de luz y de esperanza en mi propia vida, porque me está diciendo cómo el Señor sigue confiando en mí a pesar de que también mi corazón está muchas veces turbio en apetencias, en apegos, en orgullos mal curados, en amor propio, en egoísmos que me encierran. Dios me conoce y sabe como soy y sigue confiando en mí. Será impulso para crecer y para ser mejor cada día, pero es un rayo de esperanza que me lleva a caminar siempre con alegría el camino de Jesús.

Pero encima o dentro del marco de lo que es mi vida, hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, y que manifiesta la grandeza de lo que es el amor de Dios en mi vida.

domingo, 24 de julio de 2022

Nos habla Jesús de confianza y perseverancia, de la insistencia de nuestra oración, cómo hemos de saber hacerlo desde el secreto del corazón con la intensidad del amor

 


Nos habla Jesús de confianza y perseverancia, de la insistencia de nuestra oración, cómo hemos de saber hacerlo desde el secreto del corazón con la intensidad del amor

Génesis 18, 20-32; Sal 137; Colosenses 2, 12-14; Lucas 11, 1-13

‘Señor, enséñanos a orar’. Quizás ha sido siempre la primera oración. Siempre lo decimos, no sabemos rezar, no sabemos orar. Lo pidieron los discípulos, como escuchamos hoy en el evangelio, cuando veían que Jesús se retiraba con frecuencia a solas para orar. No era solo la oración del sábado en la sinagoga, no eran los momentos de subida al templo de Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, o en las otras fiestas; cantaban salmos e himnos, escuchaban la lectura de la Ley y los Profetas.

Pero en Jesús veían que era distinto. Como lo sentimos nosotros tantas veces. Cuántas veces habremos dicho ‘no sé orar’; cuántas veces le hemos pedido a nuestros sacerdotes o a aquellas personas más religiosas de nuestro entorno, que nos enseñasen a orar, porque no sabemos hacerlo, siempre nos quedamos insatisfechos.

Jesús nos enseña a orar. Pero no son solo sus palabras en este momento o con esta fórmula que nos ofrece, sino que en la medida en que nos ha ido hablado del Reino de Dios de alguna manera nos ha estado diciendo cómo ha de ser nuestra oración. ¿Qué mejor manera que comenzar nuestra oración con esa palabra tan querida para Jesús? Nos está hablando continuamente del Padre, y como nos llegará a decir en un momento determinado, quien le ve a El, ve al Padre, porque nadie va al Padre sino por El.

Pues esa es la palanca principal de nuestra oración, la que nos lo dice todo, la que nos hace entrar en el misterio insondable de Dios, la que nos viene a llenar de Dios. ‘Vosotros decid, Padre…’ saboreando esa palabra lo tenemos casi todo hecho para nuestra oración. Es como para quedarse extasiado en la contemplación. Es saborear lo más hermoso. Es comenzar a gustar el cielo. Porque es comenzar a gustar el amor; es sentirse inundado de amor y comenzar a amar de la misma manera, con la misma generosidad, con el mismo entusiasmo, con el mismo fervor. Eso es lo grandioso.

¿No nos ha estado hablando como mensaje fundamental el anuncio del Reino de Dios que llega? Decir el Reino de Dios es reconocer que Dios es nuestro único Señor; decir el Reino de Dios en sentirnos envueltos por ese Dios y por ese amor. Es lo que ahora de manera especial sentimos cuando le decimos a Dios, Padre; nos gozamos con ello pero es que ya comenzamos a desear algo nuevo, queremos que todos se sientan inundados por ese mismo amor, que todos lleguen a conocer ese amor que Dios nos tiene, que todos podamos amar a Dios de la misma manera que sentimos que se amor se derrocha sobre nosotros.

Nos sentimos seguros, porque nos sentimos amados. Nos ponemos en sus manos, como ponemos todos nuestros deseos; queremos sentir la providencia amorosa de Dios sobre nosotros, porque si Dios cuida de las flores del campo y alimenta a los pajarillos que vuelan por cielo, cómo no nos va a cuidar, cómo no nos va a hacer sentir su amor, cómo vamos a sentirnos desamparados. Tenemos la confianza de que no nos faltará el pan de cada día, no nos faltará su amparo y protección porque nunca nos faltará su amor. Con qué confianza nos dirigimos entonces a Dios, con qué confianza nos sentimos en su presencia, con qué confianza pedimos por todas las necesidades del mundo.

Pero como decíamos ya vamos a comenzar a tener una mirada nueva, es la mirada que se vuelve luminosa porque está llena del amor. Es la mirada nueva con que miramos a los demás porque sabemos que ellos son también amados de Dios, es la mirada de los hermanos que se quieren y que casi solo con la mirada se dicen cosas hermosas; será la mirada de la generosidad pero también de la comprensión, será la mirada del perdón cuando sentimos que con alguna arista nos hemos herido los unos a los otros, es la mirada que nos hace entrar en una nueva comunión. ¿Qué es lo que nos está diciendo Jesús cuando nos habla de que le pedimos perdón a Dios por nuestra falta de respuesta a su amor, pero que estamos también siempre dispuestos a perdonar a los demás?

Quienes se sienten amados se sienten seguros, decíamos antes. Pero nos sentimos seguros porque nos sentimos fortalecidos en ese amor. Y con la fuerza de ese amor superaremos obstáculos, venceremos dificultades, superaremos la tentación que tantas veces nos puede volver a incitar al mal. Si no sentimos amados, ¿cómo es que podemos dejarnos arrastrar por el mal? Todo eso, mucho más le estamos queriendo manifestar a Dios nuestro Padre cuando seguimos el aprendizaje de Jesús de lo que tiene que ser nuestra oración, cuando rezamos conforme al espíritu de la oración que Jesús nos enseñó.

‘Señor, enséñanos a orar’, le decimos también nosotros a Jesús. Y nos habla Jesús de la confianza y de la perseverancia, nos habla Jesús de la insistencia con que hemos de orar a Dios, nos habla Jesús de cómo hemos de saber hacerlo desde el secreto de nuestro corazón, nos habla Jesús de la intensidad del amor que hemos de poner nosotros en esa oración, en ese encuentro con el Padre.