lunes, 25 de julio de 2022

Más allá del marco sucio y feo de mi vida hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, manifestando la grandeza de su amor en mi vida

 


Más allá del marco sucio y feo de mi vida hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, manifestando la grandeza de su amor en mi vida

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28

Si tenemos una joya ya procuraremos guardarla donde no la podamos perder o nos la puedan robar; si queremos resaltar esa joya para que además pueda ser admirada, ya procuramos engarzarla en materiales preciosos que le hagan dar un mayor brillo y esplendor, rodeándola no solo de materiales de gran riqueza sino que buscaríamos un orfebre que le pudiera hacer un artístico marco. Es normal que cuidemos nuestras joyas, pero quizá hay una a la que en ese orden no damos tanta importancia y muchas veces la descuidamos y no la hacemos resaltar como deberíamos. Será la vida misma, serán esos valores de los que todo estamos dotados, será esa maravilla de nuestra vida interior y espiritual, será el mismo don de la fe. Pero esas cosas que no son del orden material no le damos tanta importancia, y muchas veces pasan desapercibidas cuando tendríamos que resaltarlas como lo más valioso de nuestro ser.

Quizás nos parece que el marco en que están engarzadas, que es nuestro propio yo tan lleno de defectos y debilidades pudiera parecernos que le quitan esplendor. Pero ¿qué será lo importante, el marco en que está engarzada o la joya misma?


Hoy nos recuerda algo muy importante la carta del apóstol. ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros…’ Y nos habla de nuestras tribulaciones, de nuestras debilidades… pero ahí se manifiesta la maravilla de Dios, la fuerza de la gracia divina. ‘Para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal’, continua diciéndonos.

Así quiere Dios contar con nosotros con nuestras tribulaciones y con nuestras debilidades. Es cierto que queremos ser mejores, aspiramos a superarnos día a día y el listón que nos propone el Señor está bien alto, pues nos quiere perfectos como nuestro Padre del cielo es perfecto; y así nos quiere compasivos y misericordiosos como Dios es compasivo y misericordioso. Pero Dios cuenta con nosotros, no porque seamos ya perfectos, sino porque queremos avanzar y crecer.

No escogió Jesús a los hombres más perfectos que pudiera haber en todo el territorio de Israel o de Palestina. A aquellos que fue llamando para seguirle, a aquellos que comenzaron a ser sus discípulos, a aquellos a los que de manera especial los llamó para ser sus apóstoles, no eran precisamente ni los mejor dotados y preparados, ni los hombres más perfectos; unos rudos pescadores de Galilea, una gente sencilla sacada de aquellos pueblos y de aquellos campos, con sus ambiciones y con sus sueños, con sus debilidades y apegos en el corazón, pero El los llamó, los eligió, los llevó consigo porque era grande la misión que les iba a confiar.

A Pedro le veremos con sus impulsos al mismo tiempo que sus miedos y cobardías, pero con un corazón muy lleno de amor por Jesús; a Santiago y Juan lo vemos con sus ambiciones y sus sueños que se valen de la influencia familiar en el deseo de alcanzar primeros puestos; a todos los vemos con sus aspiraciones  y sus luchas internas por saber quien iba a ser el principal o quien iba a ocupar el primer puesto en aquel grupo que se había formado alrededor de Jesús. Y Jesús cuenta con ellos.


Hoy estamos celebrando al Apóstol Santiago, aquel que tuvo especiales privilegios de Jesús para subir con El al Tabor, para ser testigo de la resurrección de la hija de Jairo, para estar cerca de Jesús en su agonía en Getsemaní, pero como vemos hoy también en el evangelio está con la ambición de los primeros puestos, a la derecha o a la izquierda de Jesús. Es la petición que la madre en nombre de los hijos presentará a Jesús.

‘No sabéis lo que pedís’, les dice Jesús. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber o bautizados en el bautismo con que yo me voy a bautizar?’ Inocentemente quizás, o desde los impulsos de su corazón le responden a Jesús que pueden. ‘Podemos’, responden. Y Jesús les dice que eso de los primeros puestos es otra canción, pero que sí van a beber ese cáliz. Hoy el texto de los Hechos de los Apóstoles nos hablará del martirio de Santiago, mandado a decapitar por Herodes.

Esta reflexión que me estoy haciendo, no es solo contemplar lo que fue la figura del Apóstol Santiago a quien hoy celebramos. Es sentir como un rayo de luz y de esperanza en mi propia vida, porque me está diciendo cómo el Señor sigue confiando en mí a pesar de que también mi corazón está muchas veces turbio en apetencias, en apegos, en orgullos mal curados, en amor propio, en egoísmos que me encierran. Dios me conoce y sabe como soy y sigue confiando en mí. Será impulso para crecer y para ser mejor cada día, pero es un rayo de esperanza que me lleva a caminar siempre con alegría el camino de Jesús.

Pero encima o dentro del marco de lo que es mi vida, hay un tesoro que Dios ha depositado en mí, y que manifiesta la grandeza de lo que es el amor de Dios en mi vida.

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