sábado, 28 de mayo de 2022

Hoy nos asegura Jesús que lo que le pidamos al Padre en su nombre se nos concederá porque le amamos y entonces el Padre también nos ama

 


Hoy nos asegura Jesús que lo que le pidamos al Padre en su nombre se nos concederá porque le amamos y entonces el Padre también nos ama

Hechos de los apóstoles 18, 23-28; Sal 46; Juan 16, 23b-28

Muchas fórmulas de mediación se utilizan en la vida en el ámbito de lo social, en el ámbito de lo político, donde sea necesario algún tipo de negociación, o incluso como medios de súplica, por así decirlo, intercesora donde pedimos o suplicamos a favor de otro. El mediador no va por sí mismo, pero sí con la autoridad que se le ha confiado para lograr un acuerdo, el embajador representa a quien le ha confiado una misión para hablar en el nombre y representación de quien le ha enviado, el que suplica a favor de otro quizás lo hace con la autoridad del prestigio que de alguna forma se ha ganado.

De Jesús solemos decir que es el Mediador y el Pontífice, porque media e intercede por nosotros y porque de alguna manera hace de puente, por darle el significado más elemental a la palabra; se ha convertido así en el gran intercesor nuestro ante el Padre en el cielo. Ya diríamos que ejercía esa función cuando nos decía que venía enviado del Padre y que no nos habla sino lo que el Padre le ha confiado. Lo hemos venido escuchando en estos últimos días en las palabras de Jesús en la Última Cena.

Hoy nos asegura Jesús que lo que le pidamos al Padre en su nombre se nos concederá. Es bien significativo, porque la petición, la oración la vamos a hacer nosotros, pero vamos a apoyarnos en la autoridad del Hijo. Pero nos dirá más, que si eso hacemos es porque le amamos y entonces el Padre también nos ama. Ya nos había dicho que si le amábamos y guardábamos sus mandamientos el Padre nos amará, y El también nos amará, pero además el Padre y El vienen a nosotros para habitar en nosotros, para poner su tienda en nosotros.

Es por eso porqué en las fórmulas litúrgicas de la Iglesia siempre las oraciones acabarán como con esa muletilla ‘por nuestro Señor Jesucristo’. En el momento cumbre de la Eucaristía, cuando queremos completar la ofrenda que le hacemos al Padre lo haremos siempre por Cristo, con Cristo y en Cristo. Queremos dar gloria a Dios y será así con esa fórmula como lo expresaremos.

Cristo es el Pontífice que hace la ofrenda, a la que nosotros nos unimos; Cristo es el Mediador que intercede por nosotros al Padre, porque esa oración que nosotros queremos hacer siempre tendrá un nuevo sentido; amamos a Cristo y con El queremos configurarnos, hacernos uno, porque en nosotros no queremos vivir otra cosa sino a Cristo. ¿Y qué significa eso? Que todo aquello que hacemos, que todo aquello que pedimos, que todo aquello que quiere ser nuestra vida lo pasamos por el tamiz de Cristo. No pediremos nada, entonces, que no tenga el sentido de Cristo; no pediremos nada que no esté impregnado del espíritu del Evangelio de Jesús.

Cuando hacemos nuestra oración no vamos simplemente a sacar el listado de aquellas cosas que queremos pedir, sino que con Cristo vamos a ir rumiando todo eso que es nuestra vida, todo eso que son también nuestros deseos o nuestras necesidades y lo vamos a mirar con la mirada de Cristo, lo vamos a pasar por el tamiz de Cristo y del evangelio. Es rumiar en nuestro interior esa presencia de Jesús en nuestra vida y así vamos confrontando nuestra vida con el sentido de Cristo, con los valores de Cristo. Es ese llenarnos de Cristo, es ese empaparnos de su Espíritu, es ese transformar nuestra vida en la vida de Cristo, o mejor, dejarnos transformar por Cristo.

Eso nos pedirá una actitud nueva de oración, una nueva humildad para dejarnos conducir, una apertura de los oídos de nuestro corazón para escuchar de verdad la voz del Señor en nuestra vida. Nos sentiremos transformados, sentiremos como algo nuevo se va apoderando de nosotros, iremos descubriendo caminos nuevos y horizontes nuevos y podrán salir de nuestros labios y de nuestro corazón muchas cosas hermosas con las que nos sentimos enriquecidos pero con las que enriquecemos a los demás.

viernes, 27 de mayo de 2022

Hoy podemos sentir que a pesar de tantas penumbras y oscuridades como nos da la vida, sin embargo no nos faltará nunca la luz de Jesús como nos había prometido

 


Hoy podemos sentir que a pesar de tantas penumbras y oscuridades como nos da la vida, sin embargo no nos faltará nunca la luz de Jesús como nos había prometido

Hechos de los apóstoles 18, 9-18; Sal 46; Juan 16, 20-23a

Cuando nos garantizan que tras aquel momento difícil, luego todo cambiará somos capaces de superar los temores que podríamos tener ante cómo afrontar esa situación y hasta pondremos de nuestra parte la mejor voluntad para salir adelante. Cuando nos señalan y convencen que una partida y una separación es necesaria para poder tener luego la certeza de que nunca más nos separaremos del ser amado somos capaces de afrontarlo. No es fácil, por nuestra mente y por nuestro corazón pasarán algunas nubes que nos suenan a borrascosas, pero sabemos que detrás luce el sol y terminará brillando con fuerza.

Es lo que Jesús trata de decirles en los momentos y en las circunstancias que viven los discípulos. Habla de la madre que va a dar a luz y sabe que los dolores del parto son fuertes, pero que ante la vida que viene todo merece pasarlo. Es lo que va a significar toda aquella pascua que va a vivir Jesús y que van a vivir sus discípulos. Es un paso, de la muerte a la vida, por la muerte a la vida. Es la pascua que nosotros hemos de vivir, donde tendremos que arrancarnos mucho de nosotros mismos para poder vivir esa vida nueva que Jesús nos ofrece.

Y eso va a costar, eso va a ser doloroso y difícil en muchos momentos, y de alguna manera nos resistimos. Hoy queremos vivir una vida sin dolor, sin sacrificio, sin esfuerzo; queremos que todo poco menos que se nos regale, porque no siempre estamos dispuestos a ese sacrificio, a ese esfuerzo, a ese trabajo; de todo nos quejamos, y rehuimos lo que signifique sudor de nuestra frente, o dolor en nuestra carne por lo que de nosotros tenemos que arrancar. Quizás estamos perdiendo las perspectivas de trascendencia que han de tener nuestros actos, que ha de tener cuanto hacemos. No somos capaces del valor que vamos a encontrar más allá de esa frontera que nos parece oscura y dolorosa.

Sucede en todos los ámbitos de la vida, porque sucede en el trabajo en que parece que tenemos miedo de responsabilizarnos hasta tener que esforzarnos; nos sucede en nuestro camino de superación personal, que incluso no queremos pasar por ese periodo que nos puede parecer oscuro del aprendizaje para poder llegar a tener dominio sobre lo que hacemos. No queremos aprender ni para crecer en nuestra propia vida; queremos que se nos facilite todo y algunas veces como educadores también vamos dando tantas facilidades que el discípulo no termina de aprender.

Hoy Jesús nos habla de la alegría que vamos a tener al final. Quienes en la vida no tenemos miedo al esfuerzo, tenemos la experiencia también de la satisfacción de lo que al final hemos logrado con ese esfuerzo. No es masoquismo, sino la realidad de lo que significa aprender y crecer. En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría’.

Y nos habla Jesús de una presencia nueva; nos habla de la presencia del Espíritu que nos estará haciendo presente al mismo Jesús. Es la acción del Espíritu en la Iglesia, es la acción del Espíritu en los sacramentos, por la que es Jesús mismo quien bautiza, por la que es Jesús mismo quien se nos da en el pan de la Eucaristía y ya no hablaremos de pan, sino de Cristo mismo, de su Cuerpo y de su Sangre que se hacen presentes, que se han vida y alimento para nosotros.

‘También vosotros ahora sentís tristeza, les dice Jesús; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada’. Es lo que podemos sentir hoy en la presencia de Jesús en su Iglesia. Es lo que nos hace sentir hoy que a pesar de tantas penumbras y oscuridades como nos da la vida, sin embargo no nos faltará nunca la luz de Jesús. Es lo que ahora nos anima y nos da esperanza.

jueves, 26 de mayo de 2022

Los nubarrones de la tristeza se dispersarán cuando sepamos encontrarnos con Jesús que nos sale a nuestro encuentro llenando nuestro espíritu de alegría

 


Los nubarrones de la tristeza se dispersarán cuando sepamos encontrarnos con Jesús que nos sale a nuestro encuentro llenando nuestro espíritu de alegría

Hechos de los apóstoles 18, 1-8; Sal 97; Juan 16, 16-20

¿Es fácil pasar de un momento a otro de la tristeza a la alegría? Bueno, me vais a decir que si en un momento determinado nos dan una noticia grande, de algo importante que nos va a suceder y que es como un regalo para nosotros, nos llenaremos de alegría, daremos saltos de alegría. Pero ¿y aquella tristeza que teníamos en el alma la logramos cambiar o será algo que sigue pesando dentro de nosotros? Pero sí, es verdad, hay alegrías que nos cambian la vida, que nos hacen olvidar todas las tristezas, que nos sacan de esos pozos negros en los que algunas veces andamos metidos.

Pero alcanzar esa alegría es mucho más que un golpe de suerte. Porque la alegría verdadera no nos la da solamente las cosas externas o las cosas materiales. En esas búsquedas existenciales en las que nos encontramos tantas veces está la búsqueda de esa verdadera alegría; que no solo es salir de nuestras preocupaciones del momento, o de esos agobios en que nos podemos ver envueltos cuando las cosas no nos salen bien.

Lo expresemos de una manera o de otra todos andamos en esa búsqueda, porque queremos saber la razón de nuestro existir, porque buscamos un sentido de la vida, porque deseamos hallar esa sabiduría honda de la vida, porque cuando andamos sin esperanzas y sin ilusiones grandes en la vida parece que andamos desorientados, porque en verdad queremos encontrar esa alegría de la vida desde lo más hondo de nosotros mismos y no en superficialidades como tantas veces andamos. Entonces cualquier otra cosa que nos suceda nos desestabiliza, nos angustia, nos llena de miedos y de incertidumbres. Nos falta una seguridad interior que tenemos que saber buscar.

Seguimos comentando el evangelio de cuanto ha sucedido en la cena pascual y de las cosas que Jesús les va diciendo. Hemos venido comentando también que el estado de ánimo de los discípulos no es bueno y que ante lo que se anuncia no han sabido aún encontrar esa paz interior, de manera que ni entienden bien lo que Jesús les dice o les anuncia.

Les ha hablado de una ausencia que les llenará de tristeza y de una nueva presencia que les llenará de alegría. Literalmente es una referencia a cuanto a partir de aquella noche va a suceder. Se dispersarán, cada uno se irá por su lado a la hora del prendimiento de Jesús, sus corazones se llenarán de tristeza, aunque terminen reuniéndose de nuevo en esa misma sala de la cena de pascua. Las noticias que en la noche y en la mañana siguiente se sucederán aumentarán aun más su tristeza. Pero Jesús les habla de una alegría nueva que les va a inundar; es un anuncio de la alegría de la Pascua, de la Resurrección aunque ahora ellos no lo entienden. Ya se nos decía en la tarde de la pascua cuando se les manifieste de nuevo Jesús ya resucitado que los discípulos se llenarán de alegría.

Pero es anuncio que va más allá, porque de alguna manera está indicando lo que va a ser la vida de la Iglesia, no solo ya en aquellos primeros momentos que no siempre fueron fáciles, sino también a lo largo de la historia, como nos puede suceder a nosotros hoy también. Tenemos momentos difíciles en el recorrido personal de nuestra fe, como lo es también en la vida de la Iglesia. Momentos de oscuridad que nos pueden llenar de tristezas no nos faltarán, pero siempre tendríamos que saber buscar detrás de todo eso lo que es la alegría de la Pascua que siempre tendría que estar presente en nuestra vida.

No veremos a Jesús con los ojos de la cara como los discípulos en aquellos momentos lo veían pero por la fuerza de su espíritu podremos descubrir esa presencia del Señor siempre con nosotros que nos hará mantener esa paz de nuestro espíritu, esa alegría de la presencia del Señor en nuestro corazón.

No le veremos, pero le veremos - aunque la frase nos pueda parecer una contradicción - porque el Señor está viniendo a nuestro encuentro, haciéndose presente en nuestra vida continuamente. A nuestro encuentro viene el Señor en la presencia de los demás; en el rostro de los hermanos hemos de saber descubrir ese rostro de Cristo que camina a nuestro lado y nuestro corazón tendrá que llenarse también de alegría.

miércoles, 25 de mayo de 2022

Llenemos el corazón de verdadera humildad para abrirnos al misterio de Dios y dejarnos sorprender por la acción del Espíritu que nos lo revela

 


Llenemos el corazón de verdadera humildad para abrirnos al misterio de Dios y dejarnos sorprender por la acción del Espíritu que nos lo revela

Hechos de los apóstoles 17, 15. 22 — 18, 1; Sal 148; Juan 16, 12-15

En una ocasión un niño pequeño, de los primeros años escolares, entró en mi lugar de estudio y se quedó como paralizado con los ojos bien abiertos contemplando todos los libros que yo tenía en sus estantes y me preguntó asombrado ¿Tú te has leído todo esos libros y te los sabes todos?  Asombrado estaba que yo hubiera podido leer todos aquellos libros, pero además sabérmelos todos.

Me viene al recuerdo esta simple anécdota tras el anuncio que le escuchamos hoy a Jesús. ‘Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir’.

Mucho era lo que Jesús les había ido enseñando, pero mucho eran aun lo que les quedaba por aprender, por conocer. Me recuerda también el final del evangelio de Juan en que termina diciéndonos que allí en aquel evangelio está cuanto necesitamos para creer que Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador del mundo y creyendo tengamos vida en su nombre, pero que muchas más cosas hizo y dijo Jesús que si se escribieran todas ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir. Un lenguaje, es cierto, un poco hiperbólico pero que nos viene a expresar la grandeza del evangelio que nos lleva a nuestra fe en Jesús y a nuestra salvación.

Hoy nos promete Jesús la presencia del Espíritu con su Sabiduría que nos lo enseñará todo, ‘nos guiará hasta la verdad plena’. ¿Cómo podríamos tener nosotros la garantía de que no olvidamos las palabras de Jesús, su buena noticia de salvación? ¿Cómo se nos puede garantizar que no manipulemos las palabras de Jesús para hacerle decir cosas distintas a lo que El nos enseñó?

Podríamos tener la tentación de dudar de la autenticidad del evangelio que hoy enseñamos y trasmitimos, como podríamos tener también la tentación de tergiversar sus palabras. Es quizás la tentación de muchos que todo lo ponen en duda; lo escuchamos muchas veces en el mundo que nos rodea o nos puede pasar a nosotros también por nuestro interior. Son tantos los que se cierran a la fe y en todo ven manipulación.

En un mundo y en una sociedad en la que contemplamos a tantos que ansían el poder, no para servir a esa sociedad sino para tener dominio sobre ella, casi podría parecer normal que haya también quien dude del auténtico sentido de la autoridad dentro de la Iglesia y también pueden ver esas ansias de poder y de dominio en los pastores de la Iglesia.

Cuántas cosas escuchamos decir en este sentido y cuanto se manipula desde los medios de comunicación para ir envenenando la fe de los creyentes. Siembra dudas y crearás división; crea abismos que dividan y separen destruyendo la comunión y desde esa manipulación se irá logrando destruir hasta lo más sagrado, arrancando la fe del corazón de los creyentes.

Quienes en verdad nos dejamos conducir por la fe sentimos que verdaderamente es otra cosa, otro es el sentido de las cosas, porque creemos en la presencia del Espíritu Santo que nos prometió Jesús que es el que verdaderamente inspira la acción de la Iglesia. Esa presencia del Espíritu que nos guiará a la verdad plena, como nos dice hoy Jesús, es la garantía de esa autenticidad de la Verdad proclamada, transmitida y enseñada por la Iglesia.

No perdamos esa visión de la fe; dejémonos conducir por el Espíritu Santo; dejemos que su luz nos llene de su Sabiduría y podremos, aunque nos consideremos los más humildes y los más pequeños y precisamente por eso, conocer el misterio de Dios que en Cristo Jesús se nos manifiesta. Mientras no llenemos nuestro corazón de verdadera humildad difícilmente podremos abrirnos a Dios y a la acción de su Espíritu. Abramos bien los ojos del corazón para dejarnos sorprender por el misterio de Dios que podremos llegar a conocer.

martes, 24 de mayo de 2022

Nos enviará Jesús el Espíritu que no solo nos liberará de nuestros agobios, sino que nos fortalecerá y nos hará crecer para darnos esa seguridad y riqueza interior

 


Nos enviará Jesús el Espíritu que no solo nos liberará de nuestros agobios, sino que nos fortalecerá y nos hará crecer para darnos esa seguridad y riqueza interior

Hechos de los apóstoles 16, 22-34; Sal 137; Juan 16, 5-11

Hay ocasiones en que nos ponemos tristes, nos ponemos tensos y agobiados solamente pensando en el futuro. Hay personas, y nos puede pasar algunas veces a nosotros, que solo pensando en lo que nos pueda suceder mañana, ya nos hace llenarnos de agobios; de alguna manera buscamos seguridades, buscamos seguridad ante el futuro. ¿Qué va a ser de mí? Si me sobreviene una enfermedad, ¿cómo la afrontaré? Y los padres se preguntan por el futuro de los hijos, o pensamos en nosotros mismos que nos podamos quedar solos en la vida. Muchas cosas que nos agobian. ¿Dónde encontrar la confianza que nos dé seguridad en la vida?

Ante los imprevistos que nos pueda presentar la vida hay quien se agobia sin que nada le haya sucedido. Nos tambaleamos muchas veces, nos sentimos inseguros, nos trabajamos unas seguridades en lo social para que tengamos las cosas resueltas y aun así nos agobiamos. ¿Serán las inseguridades que llevamos en nuestro interior? Nos faltan quizá certezas, queremos tener respuestas para todo y en ocasiones nos quedamos sin saber qué responder o cómo afrontar lo que nos puede venir. Y vienen las tristezas, la falta de una verdadera alegría por esa inseguridad en la que vivimos, por esa quizás desorientación que pudiera haber en nuestro interior. ¿Nos faltará valentía en la vida?

Necesitamos una fortaleza interior. Como el edificio que tiene que tener unos sólidos cimientos, pero también una muy elaborada estructura que no solo de forma, sino que dé fortaleza a todo el conjunto del edificio. Serán los valores por los que regimos nuestra vida, los principios que dan fundamento a lo que vamos haciendo en la vida, es esa riqueza interior que nos hemos ido creando para dar respuestas, para encontrar soluciones, para mantener la serenidad del espíritu frente a las tormentas que nos va ofreciendo la vida. Lo podemos llamar espiritualidad, o lo podemos llamar vida interior, es el alimento de nuestro espíritu que no es solo el alimento con que nutrimos nuestro cuerpo. De este alimento nos preocupamos, pero qué poco tenemos en cuenta ese otro alimento que nutra nuestro espíritu.

Hoy Jesús, ante la tristeza que se va apoderando de los discípulos por todo aquello que Jesús les está anunciado, les habla de la presencia del Espíritu que les enviará desde el seno del Padre. Físicamente van a dejar de ver a Jesús pero una nueva presencia van a sentir por la fuerza del Espíritu. No tendrán a Jesús que una y otra vez les corrija y les enseñe, tan duros como son de corazón y de mente, pero el Espíritu se los recordará todo.

‘Os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré’, les dice Jesús. El Espíritu que nos hará ver el juicio de Dios, pero el Espíritu que será nuestra luz y nuestra fuerza, que nos liberará de las peores angustias porque hará que se caigan tantas cadenas que nos atan en la vida, el Espíritu que pondrá alegría en el corazón porque nos hará sentir de manera nueva la presencia de Jesús, aunque podamos estar por otra parte pasando por noches oscuras de sufrimientos o de problemas. Es el Espíritu que en verdad nos hará grandes porque no solo nos liberará de apegos o de angustias, sino que nos fortalecerá y nos hará crecer para darnos esa seguridad y riqueza interior.

 

lunes, 23 de mayo de 2022

Necesitamos del Espíritu que nos abra el corazón y la mente para ser capaces de ver con claridad nuestra propia realidad y con su fuerza se abran nuevos caminos de vida

 


Necesitamos del Espíritu que nos abra el corazón y la mente para ser capaces de ver con claridad nuestra propia realidad y con su fuerza se abran nuevos caminos de vida

Hechos de los apóstoles 16, 11-15; Sal 149; Juan 15, 26 — 16, 4a

Hay ocasiones en que nos cuesta reconocer que las cosas van mal. Siempre buscamos una disculpa, siempre tenemos una respuesta preparada. Igual que la persona mayor no quiere reconocer las limitaciones que le imponen los años, o el enfermo que no quiere reconocer la gravedad de su enfermedad; esto se me pasa, esto no es nada, esto es ahora porque me encontró flojo, pero yo estoy bien… cuántas disculpas; y no hablo ya solo de la enfermedad que nos puede aparecer, las limitaciones de los años, sino otras muchas situaciones en la vida en las que no queremos reconocer la realidad; el negocio está mal, pensamos, pero esto es coyuntural, cuando pasen estos momentos difíciles todo se recuperará.

Pero nos sucede en nuestro camino de superación personal, donde no logramos avanzar lo que nos habíamos propuesto o lo que sería lo ideal, pero siempre decimos cuando yo me ponga en serio eso lo voy a lograr enseguida, pero nos falta la voluntad de ponernos en serio, o nos falta la constancia para seguir unos ritmos.

Lo contemplamos en los derroteros de la Iglesia, y de la situación de la Iglesia frente al mundo que la rodea, que no es tan bonita como queremos pintarla; muchos espejismos se nos pueden meter por medio y nos impedirán ver la realidad, nos quedamos en el espejismo y no queremos darnos cuenta de la situación de descristianizacion que vive la sociedad actual, donde cada vez importa menos lo religioso, importan  menos los principios o los valores cristianos, donde estamos viendo cómo la vida vale tan poco, y ahí tenemos el aborto en esa carrera imparable en que cada vez damos más derecho a la muerte, o también en la eutanasia donde a nuestro lado tantos la ven ya como algo tan natural.

¿A dónde vamos? ¿Nos daremos cuenta? ¿Dónde tenemos que pararnos, detenernos para ver con claridad, para comenzar a actuar de una forma distinta desde la Iglesia, desde el testimonio de los cristianos? Es duro y hasta cruel que no nos demos cuenta de la realidad y todavía sigamos pensando en una sociedad de cristiandad, y no en una sociedad en la que tenemos que ser misioneros que en verdad nos pongamos a abrir caminos.

Jesús nos habla de la presencia del Espíritu Santo que tanto vamos a necesitar. ‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Es la promesa de Jesús. Nos enviará desde el Padre el Espíritu de la verdad. Será el Espíritu que remueva y renueve nuestros corazones. El Espíritu que abrirá nuestra mente para que entendamos todo bien, como hacía Jesús con los discípulos de Emaús, o como lo  hizo luego en el Cenáculo. Les abrió los corazones para que entendieran las Escrituras.

Necesitamos que se abra nuestro corazón, que se abra nuestra mente muchas veces tan endurecida que no somos capaces de ver con claridad lo que es nuestra propia realidad. Necesitamos el Espíritu que abra nuevos caminos en nuestra vida. Necesitamos el Espíritu que nos fortalezca para que podamos hacer esos nuevos caminos de evangelización. Necesitamos el Espíritu que venga a ser nuestra fortaleza para ese testimonio que hemos de dar y que no siempre será fácil, porque débiles nos sentimos para llevar adelante esa tarea que se nos confía.

Pidamos a Dios que nos conceda la luz y la fuerza de su Espíritu.

domingo, 22 de mayo de 2022

Tenemos que escuchar la Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece, que es aliento y esperanza, nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón

 


Tenemos que escuchar la Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece, que es aliento y esperanza, nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29

Cuando en la vida, por las circunstancias que sea, sabemos que tenemos que separarnos de una persona que ha sido importante para nosotros, que ha influido en nuestra manera de ser o nos ha ayudado a descubrir lo hondo de la vida, surge lo que llamamos tristeza que es ese sentimiento que se adueña de nosotros porque ya no podemos volver a estar con esa persona, no podemos escuchar sus palabras y sus consejos cuando volvamos a encontrarnos con problemas o situaciones difíciles de la vida, no podremos gozarnos de su presencia que tantas seguridades nos ha dado en la vida. Por eso se nos hacen tan dolorosas las despedidas, porque además nuestro espíritu se llena de inquietud ante lo que nos pueda devenir en el futuro. Muchas veces no queremos ni pensar en esas posibilidades de despedidas.

¿Era el estado anímico de los discípulos en aquella cena pascual que sentían que Jesús se les iba y que se iban a quedar solos? ¿Será el estado anímico en que nos podemos encontrar muchas veces los cristianos en nuestras luchas y en nuestras tareas que nos parece sentirnos solos? A una cosa y otra creo que nos puede responder hoy el evangelio.

Los discípulos estaban a gusto con Jesús, no se querían separar de El. Se había creado ese vínculo de amor que crea comunión y que hace comunidad. Así se sentían seguros con Jesús, querían escuchar sus palabras, hacían cuanto estaba de su parte por no separarse de El. Sin embargo, las palabras de Jesús eran presagio de tiempos que no iban a ser fáciles. Ya les había hablado de traiciones y negaciones, habían vislumbrado lo que sería su soledad sin su presencia. ¿Quién les iba a explicar una y otra vez las cosas cuando tan cerrados de mente eran que parecía que nunca terminaban de entender las palabras de Jesús?

Y podríamos decir que a todo eso, punto por punto, Jesús va respondiendo con sus palabras. No les dejaba solos y que se las entendieran por su cuenta cuando nada comprendieran. Promete Jesús la presencia de su Espíritu que les acompañará, les hará comprender todas las cosas y pondrá palabras en sus labios y fuerza en su corazón cuando vinieran los momentos difíciles. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.

Era cuestión de permanecer en su amor, porque eso los mantendría unidos – por eso su mandamiento era que se amaran los unos a los otros – pero era cuestión de mantenerse en el amor de Dios, porque así Dios se haría presente en sus corazones. ‘Vendremos y haremos morada en él’, les dice Jesús.

Y no les faltaría la paz en sus corazones. ¡Qué seguros se sentían con la presencia de Jesús a su lado! Ellos sabían ya que los principales del pueblo estaban buscando la manera de prender a Jesús, pero por ahora ellos se sentían seguros, porque Jesús estaba con ellos, y les parecía que no se iban a atrever y nada iba a pasar. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde’. Con Jesús tendrían que sentirse seguros. Aunque cuando llegase el momento de la prueba vendrían las huidas y los escondites y los encierros. Lo dejaron solo en Getsemaní y se encerraron en el Cenáculo.

Después de la resurrección, aunque les costó aceptarla, se darían cuenta. Con la venida del Espíritu en Pentecostés todo cambiaría en ellos. Es el estado en que nosotros estamos o deberíamos estar. También tenemos nuestros miedos, también sentimos nuestras inseguridades, también a veces nos cuesta luchar y seguir caminando hacia delante, también nos parece sentirnos solos frente al mundo que nos rodea. Algunas veces nos vemos tan poquitos en nuestras celebraciones, en nuestras comunidades y vemos lo amplio que es el mundo que nos rodea y al que tendríamos que llevar la Palabra de Jesús.

También nos acobardamos, nos encerramos y refugiamos en lo de siempre, como se suele decir. Nos quedamos tan contentos y satisfechos porque todavía hay un grupito que viene a la Iglesia. Quizás cuando estamos reunidos en nuestras celebraciones o en algunos momentos importantes de la comunidad sentimos que se renueva nuestra alegría, pero tememos salir fuera, salir al encuentro de ese mundo que nos rodea, nos sentimos que no sabemos cómo actuar, qué palabra decir, cual es la Buena Nueva que tenemos que anunciar. 

Tenemos que escuchar esta Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece. Esa Palabra que es aliento y esperanza, esa Palabra que nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón. La promesa del Espíritu es para nosotros también; es el Espíritu el que está en medio de nosotros y sigue guiando a la Iglesia, es el Espíritu que nos hace conocer hoy la Palabra de Jesús para este hoy de nuestra vida, es el Espíritu que nos lanzará a la calle en Pentecostés, como escucharemos que lanzó a Pedro y a los Apóstoles a las calles de Jerusalén y a los caminos del mundo.

Reavivemos nuestra fe, sintamos esa paz y esa seguridad que nos da Jesús para que no vivamos acobardados, pidamos con fuerza que venga el Espíritu a nosotros, a nuestra vida, a nuestra Iglesia, a nuestro mundo. No es despedida para nosotros sino promesa de presencia nueva que nos llena de nueva vida.