domingo, 22 de mayo de 2022

Tenemos que escuchar la Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece, que es aliento y esperanza, nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón

 


Tenemos que escuchar la Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece, que es aliento y esperanza, nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón

Hechos 15, 1-2. 22-29; Sal 66; Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Juan 14, 23-29

Cuando en la vida, por las circunstancias que sea, sabemos que tenemos que separarnos de una persona que ha sido importante para nosotros, que ha influido en nuestra manera de ser o nos ha ayudado a descubrir lo hondo de la vida, surge lo que llamamos tristeza que es ese sentimiento que se adueña de nosotros porque ya no podemos volver a estar con esa persona, no podemos escuchar sus palabras y sus consejos cuando volvamos a encontrarnos con problemas o situaciones difíciles de la vida, no podremos gozarnos de su presencia que tantas seguridades nos ha dado en la vida. Por eso se nos hacen tan dolorosas las despedidas, porque además nuestro espíritu se llena de inquietud ante lo que nos pueda devenir en el futuro. Muchas veces no queremos ni pensar en esas posibilidades de despedidas.

¿Era el estado anímico de los discípulos en aquella cena pascual que sentían que Jesús se les iba y que se iban a quedar solos? ¿Será el estado anímico en que nos podemos encontrar muchas veces los cristianos en nuestras luchas y en nuestras tareas que nos parece sentirnos solos? A una cosa y otra creo que nos puede responder hoy el evangelio.

Los discípulos estaban a gusto con Jesús, no se querían separar de El. Se había creado ese vínculo de amor que crea comunión y que hace comunidad. Así se sentían seguros con Jesús, querían escuchar sus palabras, hacían cuanto estaba de su parte por no separarse de El. Sin embargo, las palabras de Jesús eran presagio de tiempos que no iban a ser fáciles. Ya les había hablado de traiciones y negaciones, habían vislumbrado lo que sería su soledad sin su presencia. ¿Quién les iba a explicar una y otra vez las cosas cuando tan cerrados de mente eran que parecía que nunca terminaban de entender las palabras de Jesús?

Y podríamos decir que a todo eso, punto por punto, Jesús va respondiendo con sus palabras. No les dejaba solos y que se las entendieran por su cuenta cuando nada comprendieran. Promete Jesús la presencia de su Espíritu que les acompañará, les hará comprender todas las cosas y pondrá palabras en sus labios y fuerza en su corazón cuando vinieran los momentos difíciles. ‘Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho’.

Era cuestión de permanecer en su amor, porque eso los mantendría unidos – por eso su mandamiento era que se amaran los unos a los otros – pero era cuestión de mantenerse en el amor de Dios, porque así Dios se haría presente en sus corazones. ‘Vendremos y haremos morada en él’, les dice Jesús.

Y no les faltaría la paz en sus corazones. ¡Qué seguros se sentían con la presencia de Jesús a su lado! Ellos sabían ya que los principales del pueblo estaban buscando la manera de prender a Jesús, pero por ahora ellos se sentían seguros, porque Jesús estaba con ellos, y les parecía que no se iban a atrever y nada iba a pasar. ‘La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde’. Con Jesús tendrían que sentirse seguros. Aunque cuando llegase el momento de la prueba vendrían las huidas y los escondites y los encierros. Lo dejaron solo en Getsemaní y se encerraron en el Cenáculo.

Después de la resurrección, aunque les costó aceptarla, se darían cuenta. Con la venida del Espíritu en Pentecostés todo cambiaría en ellos. Es el estado en que nosotros estamos o deberíamos estar. También tenemos nuestros miedos, también sentimos nuestras inseguridades, también a veces nos cuesta luchar y seguir caminando hacia delante, también nos parece sentirnos solos frente al mundo que nos rodea. Algunas veces nos vemos tan poquitos en nuestras celebraciones, en nuestras comunidades y vemos lo amplio que es el mundo que nos rodea y al que tendríamos que llevar la Palabra de Jesús.

También nos acobardamos, nos encerramos y refugiamos en lo de siempre, como se suele decir. Nos quedamos tan contentos y satisfechos porque todavía hay un grupito que viene a la Iglesia. Quizás cuando estamos reunidos en nuestras celebraciones o en algunos momentos importantes de la comunidad sentimos que se renueva nuestra alegría, pero tememos salir fuera, salir al encuentro de ese mundo que nos rodea, nos sentimos que no sabemos cómo actuar, qué palabra decir, cual es la Buena Nueva que tenemos que anunciar. 

Tenemos que escuchar esta Palabra de Jesús que hoy se nos ofrece. Esa Palabra que es aliento y esperanza, esa Palabra que nos llena de seguridad y nos hace sentir una nueva paz en nuestro corazón. La promesa del Espíritu es para nosotros también; es el Espíritu el que está en medio de nosotros y sigue guiando a la Iglesia, es el Espíritu que nos hace conocer hoy la Palabra de Jesús para este hoy de nuestra vida, es el Espíritu que nos lanzará a la calle en Pentecostés, como escucharemos que lanzó a Pedro y a los Apóstoles a las calles de Jerusalén y a los caminos del mundo.

Reavivemos nuestra fe, sintamos esa paz y esa seguridad que nos da Jesús para que no vivamos acobardados, pidamos con fuerza que venga el Espíritu a nosotros, a nuestra vida, a nuestra Iglesia, a nuestro mundo. No es despedida para nosotros sino promesa de presencia nueva que nos llena de nueva vida.

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