lunes, 23 de mayo de 2022

Necesitamos del Espíritu que nos abra el corazón y la mente para ser capaces de ver con claridad nuestra propia realidad y con su fuerza se abran nuevos caminos de vida

 


Necesitamos del Espíritu que nos abra el corazón y la mente para ser capaces de ver con claridad nuestra propia realidad y con su fuerza se abran nuevos caminos de vida

Hechos de los apóstoles 16, 11-15; Sal 149; Juan 15, 26 — 16, 4a

Hay ocasiones en que nos cuesta reconocer que las cosas van mal. Siempre buscamos una disculpa, siempre tenemos una respuesta preparada. Igual que la persona mayor no quiere reconocer las limitaciones que le imponen los años, o el enfermo que no quiere reconocer la gravedad de su enfermedad; esto se me pasa, esto no es nada, esto es ahora porque me encontró flojo, pero yo estoy bien… cuántas disculpas; y no hablo ya solo de la enfermedad que nos puede aparecer, las limitaciones de los años, sino otras muchas situaciones en la vida en las que no queremos reconocer la realidad; el negocio está mal, pensamos, pero esto es coyuntural, cuando pasen estos momentos difíciles todo se recuperará.

Pero nos sucede en nuestro camino de superación personal, donde no logramos avanzar lo que nos habíamos propuesto o lo que sería lo ideal, pero siempre decimos cuando yo me ponga en serio eso lo voy a lograr enseguida, pero nos falta la voluntad de ponernos en serio, o nos falta la constancia para seguir unos ritmos.

Lo contemplamos en los derroteros de la Iglesia, y de la situación de la Iglesia frente al mundo que la rodea, que no es tan bonita como queremos pintarla; muchos espejismos se nos pueden meter por medio y nos impedirán ver la realidad, nos quedamos en el espejismo y no queremos darnos cuenta de la situación de descristianizacion que vive la sociedad actual, donde cada vez importa menos lo religioso, importan  menos los principios o los valores cristianos, donde estamos viendo cómo la vida vale tan poco, y ahí tenemos el aborto en esa carrera imparable en que cada vez damos más derecho a la muerte, o también en la eutanasia donde a nuestro lado tantos la ven ya como algo tan natural.

¿A dónde vamos? ¿Nos daremos cuenta? ¿Dónde tenemos que pararnos, detenernos para ver con claridad, para comenzar a actuar de una forma distinta desde la Iglesia, desde el testimonio de los cristianos? Es duro y hasta cruel que no nos demos cuenta de la realidad y todavía sigamos pensando en una sociedad de cristiandad, y no en una sociedad en la que tenemos que ser misioneros que en verdad nos pongamos a abrir caminos.

Jesús nos habla de la presencia del Espíritu Santo que tanto vamos a necesitar. ‘Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí; y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo’. Es la promesa de Jesús. Nos enviará desde el Padre el Espíritu de la verdad. Será el Espíritu que remueva y renueve nuestros corazones. El Espíritu que abrirá nuestra mente para que entendamos todo bien, como hacía Jesús con los discípulos de Emaús, o como lo  hizo luego en el Cenáculo. Les abrió los corazones para que entendieran las Escrituras.

Necesitamos que se abra nuestro corazón, que se abra nuestra mente muchas veces tan endurecida que no somos capaces de ver con claridad lo que es nuestra propia realidad. Necesitamos el Espíritu que abra nuevos caminos en nuestra vida. Necesitamos el Espíritu que nos fortalezca para que podamos hacer esos nuevos caminos de evangelización. Necesitamos el Espíritu que venga a ser nuestra fortaleza para ese testimonio que hemos de dar y que no siempre será fácil, porque débiles nos sentimos para llevar adelante esa tarea que se nos confía.

Pidamos a Dios que nos conceda la luz y la fuerza de su Espíritu.

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