sábado, 14 de mayo de 2022

Cuando nos encontramos con quien disfruta sintiéndose amado tendrá un brillo distinto en sus ojos, es lo que los cristianos tenemos que reflejar, Jesús nos llama amigos

 


Cuando nos encontramos con quien disfruta sintiéndose amado tendrá un brillo distinto en sus ojos, es lo que los cristianos tenemos que reflejar, Jesús nos llama amigos

Hechos de los apóstoles 1, 15-17. 20-26; Sal 112; Juan 15, 9-17

Queremos ser felices. ¿Quién me dice lo contrario? Claro, que queremos ser felices. Pero, ¿seremos felices de verdad? Ya sé, lo intentamos, lo buscamos, queremos manifestarnos con rostro de felicidad, pero ¿seremos capaces de darnos cuenta de que muchas veces, incluso en esas personas que se dicen felices, no tienen verdadera alegría? Todos cantamos, nos reímos, gritamos, queremos dar muchas señales de felicidad, pero muchas veces nos puede faltar la alegría. Y la alegría no es una cosa que pueda ser impuesta, tiene que nacer de algo hondo que llevemos dentro; no la podemos cubrir con sustitutivos. Aunque muchos sustitutivos nos vamos inventando para ello.

No quiero pecar de pesimista ni tengo que contagiar con mis preocupaciones o quizás también la falta de alegría que pudiera estar padeciendo. Tenemos que buscar remedio para que nuestras risas nazcan de lo más hondo; para que esos gritos de alegría que damos en muchas ocasiones cuando nos llenamos de euforia por alguna cosa nazcan de una alegría verdadera.

No sé, pero me atrevo a decir que esto de la alegría de lo que estoy queriendo hablar es algo que está muy al lado de lo de sentirse amado y lo de ofrecer un amor muy generoso y altruista. Sí, el amor nos hará desprendernos de nuestras tristezas, el amor nos ayudará a encontrar motivos de verdadera alegría. Cuando nos encontramos con alguien que disfruta sintiéndose amado vamos a verle un brillo distinto en sus ojos, vamos a encontrar una serenidad nueva y distinta en su vida, vamos a descubrir una fortaleza interior que le hace afrontar de una forma distinta aquellas cosas con las que vamos tropezando en la vida y podrían llenarnos de preocupaciones o mermar nuestra alegría.

Quien se siente amado se siente seguro, desaparecen sus miedos y temores, se le acaban las timideces y falsas humildades. Quien se siente amado de verdad se sentirá con una libertad interior en la que no habrá nada que le ate ante lo bueno que quiere trasmitir a los demás. Quien se siente amado se sentirá fuertemente impulsado para ir al encuentro de los demás derramando optimismo, llevando una visión de luz en sus ojos, creyendo en los demás y haciendo que los que se contagian de su alegría comiencen también a creer en si mismos.

Hoy nos viene a recordar Jesús que somos amados y que tenemos todos los motivos para vivir la alegría más honda. Es su revelación. Es su Buena Noticia. Es su Evangelio. Dios nos ama. Y porque nos ama nos ha enviado a Jesús. Es la prueba y la señal del amor que Dios nos tiene. ‘Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo único’, que hemos recordado tantas veces. Y en Jesús contemplamos todo ese amor que Dios nos tiene.


Y como nos dice hoy nos ha revelado todo esto para que nuestra alegría sea completa; para que no nos falten motivos de alegría. A pesar de las sombras que podamos encontrar en la vida y en el mundo; nos sentimos impulsados por ese fuego de amor divino. Y nos dice aún algo más que tiene que motivar mucho más nuestra alegría. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer’. Somos sus amigos, somos sus amados, El nos lo ha revelado todo.

Pero ahora viene una pregunta interesante que nos tendríamos que hacer aquellos que tenemos todas las razones para vivir alegres. ¿En verdad los cristianos damos señales de esa alegría? Es serio que nos lo preguntemos. Es serio que nos lo planteemos. Porque no es esa muchas veces la imagen que damos.

Quien cree en la Palabra de Jesús no puede ir de amargado por la vida. Y algunas veces por las expresiones de nuestros rostros ésa es la imagen que damos; y seguimos con nuestros miedos y cobardías, y seguimos con nuestras dudas, y seguimos pensando en nosotros mismos y no terminamos de darnos, no terminamos nosotros de amar de verdad. Y nos queda un pozo de tristeza en el alma. Esos pozos negros tenemos que desterrarlos de una vez para siempre de nuestra vida de cristianos.

viernes, 13 de mayo de 2022

Aprendamos a confiar, a poner de verdad toda nuestra fe en Jesús, no nos falte la paz en nuestro espíritu, es como podremos descubrir caminos nuevos

 


Aprendamos a confiar, a poner de verdad toda nuestra fe en Jesús, no nos falte la paz en nuestro espíritu, es como podremos descubrir caminos nuevos

Hechos de los apóstoles 13, 26-33; Sal 2; Juan 14, 1-6

A veces parece que nos caen en tromba las noticias, los acontecimientos, los sucesos que nos pueden afectar de alguna manera a nuestra vida y terminamos quedándonos como descolocados porque nos cuesta asumir las diversas cosas que nos han contando, nos cuesta comprender porque están pasando las cosas que tanto daño nos hacen o nos podemos referir a los mismos acontecimientos de la sociedad en que parece que hay momentos que son especialmente negros.

Podemos pensar en lo que nos ha tocando enfrentar en estos últimos tiempos en nuestra sociedad, pandemias, crisis económicas, desorganización de la vida que os obligan a nuevos protocolos de forma de vivir, y para colmo nos encontramos en tiempos de guerra en las puertas de Europa que no está tan lejana de nosotros y que no terminamos de ver el rumbo que van a tomar las cosas. Nos cuesta tomar decisiones que nos puedan afectar en un futuro, algunas veces nos cuesta entender las cosas más elementales, porque no hacemos sino pensar en esas oscuridades y turbulencias de la vida, y nos cuesta hasta lanzarnos con arrojo a emprender cosas en la vida. Decimos que no queremos perder la paz, pero dentro de nosotros nos corroen el pensamiento muchas cosas.

Aquella noche de la cena de Pascua de los discípulos con Jesús fue de esos momentos en los que se van sucediendo tantas cosas, se tienen presentimientos de lo que va a suceder aunque no saben por donde va a salir todo, en que tenían que estar produciéndose en su corazón una fuerte revoltura de la que no sabían como salir. Eran las palabras de Jesús con sus anuncios, fueron aquellos gestos con los que Jesús quiso comenzar la cena, estaban aquellas palabras que para ellos resultaban enigmáticas que le había dirigido a Judas de que lo que tenia que hacer que lo hiciera pronto, estaba la desenvoltura de Pedro que decía que estaba dispuesto a todo por Jesús, pero que éste le había hecho anuncio de negaciones y traiciones, ahora hablaba Jesús de vuelta al Padre, de preparar unas estancias, de una nueva venida para buscarles, pero todo se les hacía incomprensible.

Por allá sale uno diciendo que no entiende de caminos, que no saben cual es el camino y que definitivamente Jesús se los enseñe. No terminan de entender las Palabras de Jesús. Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí’, les señala tajantemente Jesús a ver si por fin comprenden. Viendo el estado de ánimo, en cierto modo revuelto, en que se encuentran Jesús ha comenzado invitándoles a no perder la paz, a sentirse seguros, a confiar en El y en su Palabra. Pero les resulta difícil. Son muchas las cosas que se están sucediendo y tenemos el peligro de perder la paz en el c corazón.


Es lo que necesitamos escuchar nosotros. En el mundo revuelto en que vivimos, en medio de tantas cosas que se van sucediendo, con la misma situación que vemos en la Iglesia, o el desánimo de tantos cristianos a nuestro alrededor que abandonan el barco, como se suele decir, que van dejando de lado valores religiosos, principios cristianos, dejándose influir por tantas cosas que vemos en nuestro entorno en la sociedad. Y podemos perder los ánimos, podemos perder la paz. Tenemos que aprender a confiar, a poner de verdad toda nuestra fe en Jesús.

Se nos abren caminos delante de nosotros y podemos tener la esperanza de una renovación de tantas cosas; tenemos delante a Jesús que nos está señalando el camino porque no nos está pidiendo otra cosa sino que hagamos como El, porque se puede despertar una esperanza, porque el final podemos ver luz si nos llenamos de la vida de Jesús, que para eso es el camino y la verdad y la vida.

‘No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí’, nos dice Jesús. No nos falte la paz en nuestro espíritu, es como podremos descubrir caminos nuevos.

jueves, 12 de mayo de 2022

Escuchemos con espíritu humilde y corazón abierto la palabra de Jesús para no contagiarnos del espíritu del mundo ansiosos de alcanzar el poder que nos aleja del evangelio


 

Escuchemos con espíritu humilde y corazón abierto la palabra de Jesús para no contagiarnos del espíritu del mundo ansiosos de alcanzar el poder que nos aleja del evangelio

Hechos de los apóstoles 13, 13-25; Sal 88; Juan 13, 16-20

En las costumbres y hasta normas sociales con las que nos vivimos y relacionamos los unos con los otros tenemos una multitud de recursos, llamémosles así, en los que actuamos por la mediación de los demás o como mediación de los demás, que incluso se han traducido en normas legales que le dan como mayor autoridad y validez a esas mediaciones; gentes que actúan por poder, abogados que nos representan y hablan en nombre nuestro o defienden nuestros intereses, portavoces de grupos o de familias en diversas situaciones y así muchas cosas más en este sentido. Quien actúa como mediador o en representación no se puede atribuir papeles o poderes que superen a quien es representado, ni podrán actuar en contra o por encima de los intereses de dichas personas que representan. Así nos damos cuenta, que además hasta legalmente está establecido cual es la verdadera medida de esa representación.

Digo esto como ejemplo y me viene a la memoria al escuchar las palabras hoy de Jesús. ‘El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Primero recordemos el hecho del que parten estas palabras de Jesús. El episodio es el comienzo de la cena pascual. Jesús se ha quitado el manto, se ha ceñido la toalla y se ha puesto a lavar los pies de los sorprendidos discípulos. Y cuando termina recordándoles que le llaman el Maestro y el Señor y en realidad lo es, sin embargo ha sido capaz de arrodillarse delante de sus discípulos para lavarles los pies. Y de ahí el comentario de las palabras de Jesús que hemos recordado.

En el texto que hoy se  nos ofrece en la liturgia de este día Jesús terminará diciéndonos que somos sus enviados. Quien recibe el enviado, recibe al que lo envía, y así Jesús nos dirá como estamos recibiendo a Dios. Es un nuevo y distinto sentido de mediación. No es simplemente que vayamos con unos poderes legales, como al principio comentábamos, aunque Jesús cuando envía a sus discípulos les da sus mismos poderes para anunciar la Buena Nueva, para curar enfermos y para arrojar demonios. Y es que sintiéndonos enviados de Jesús en la misión que se nos confía y que tenemos que realizar, estamos convirtiéndonos en algo más, estamos convirtiéndonos en signos de la presencia de Dios.

Esto es serio y es grandioso. Es cómo tenemos que ver nuestra misión. Es darnos cuenta de lo que nosotros tenemos que realizar en medio del mundo. Somos algo más que unos portavoces porque nuestra vida y nuestra palabra tienen que convertirse en ese signo de la presencia salvadora del Señor. Es grandiosa la misión que se nos está confiando, es de seria responsabilidad la misión que estamos asumiendo; es lo que tiene que brillar en nuestra vida. Es el cuidado también de lo que nuestra palabra tiene que pronunciar y lo que nuestras obras tienen que realizar. No nos podemos alejar del evangelio de Jesús, no nos podemos alejar del mensaje del Reino de Dios que Jesús nos anuncia.

‘Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’, nos dice Jesús. La iglesia tiene que escuchar en sí misma estas palabras de Jesús. El criado no es mayor que su amo, ni el enviado mayor del que lo envía. ¿Lo habremos tenido en cuenta siempre? ¿No nos contagiaremos del espíritu del mundo y algunas veces porque actuamos como iglesia o en nombre de la Iglesia, se nos habrán subido los humos y nos habremos creído poco menos que dioses?

Es un peligro y es una tentación. Es la tentación del poder, de la búsqueda de grandezas humanas, de querer ponernos a la altura de los poderes del mundo, y algunas veces nos hemos confundido y hemos querido quizá ser mayores que nuestro maestro.

¿No habremos querido hacer y deshacer a nuestro antojo en muchas de las cosas que llamamos pastorales y que en la Iglesia o en su nombre realizamos? ¿Habrá sido siempre la Iglesia imagen del servicio a los demás y a ejemplo de Jesús que se arrodilló ante de los discípulos para lavarles los pies? Puede haber sido nuestro gran pecado.

Tenemos que escuchar con corazón humilde, con corazón abierto la palabra de Jesús.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Creemos en Jesús y en El encontramos la Luz, comenzamos a encontrar el camino, se disiparán las tinieblas que tantas veces nos oprimen y todo es vida para nosotros

 


Creemos en Jesús y en El encontramos la Luz, comenzamos a encontrar el camino, se disiparán las tinieblas que tantas veces nos oprimen y todo es vida para nosotros

Hechos de los apóstoles 12, 24 — 13, 5ª; Sal 66; Juan 12, 44-50

Triste, duro, peligroso es caminar en una noche oscura sin ninguna luz. No sé si les habrá pasado en alguna ocasión que caminando en la noche por lugares apartados, de repente el coche se haya quedado sin luz. Qué abismos se nos abren ante nosotros en la oscuridad, aunque quizá el camino esté bien cerca; nos encontramos perdidos, desorientados, ante los posibles peligros no sabemos hacia donde dirigirnos. En esas oscuridades de caminos oscuros podemos tener algunos sucedáneos que momentáneamente nos puedan resolver algo, pero necesitamos la seguridad de una luz que no nos falle.

Pero no he comenzado esta reflexión por ahí simplemente para que contemos anécdotas, sino que puede ser una buena imagen de cómo podamos encontrarnos en la vida. Necesitamos un norte, como decimos en nuestras latitudes, necesitamos algo que nos dé sentido, necesitamos encontrar caminos seguros y hay muchos sucedáneos a nuestro alrededor, muchas luces que quisieran ser señeras y que nos atraen y nos pueden confundir.

Siempre el hombre se ha preguntado por si mismo y por el sentido de su vida, y aunque algunos digan que no creen en nada sino que lo que quieren es vivir la vida, en el fondo están encontrando un sentido, algo que dé valor, algo que nos haga sentirnos seguros en lo que hacemos. Podremos disimular falsa felicidad o podemos querer dar apariencia de que tenemos tranquilidad, pero en el fondo nos preguntamos por algo, en el fondo estamos necesitando de alguna luz. Y cada uno tenemos nuestros por qué, nuestras razones, nuestro sentido, nuestro camino o la apariencia de alguna luz; y nos vamos influyendo los unos a los otros, pero seguimos buscando en nuestro interior.

Hoy Jesús nos deja dicha una cosa importante. Algo que se nos repetirá a lo largo de todo el evangelio, pero de manera especial en este evangelio de Juan. Es el tema de la luz repetido en diversas imágenes, en diversos signos, en palabras concretas de Jesús como las que hoy escuchamos.

Son significativas en el evangelio las curaciones de los ciegos. Lo habían anunciado los profetas. Eran las señales del Reino. Encontrar la luz. La luz que quería brillar entre los hombres, pero las tinieblas, los que andaban en tinieblas la rechazaron. Pero es continua esa imagen que se repite a lo largo de todo el Evangelio. Es que la Buena Noticia de Jesús nos trae la luz, quiere disipar las tinieblas de nuestro mundo, viene a ayudarnos a encontrar el sentido y el camino de nuestra vida. El camino de la piscina de Siloé – el enviado - es bien significativo para que el ciego de nacimiento recobre la luz de sus ojos. Nos encontramos con el enviado del Padre como hoy mismo nos está diciendo Jesús.

‘El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas’.

Creemos en Jesús que es creer en quien le ha enviado. Creemos en Jesús y en El encontramos la Luz. Creemos en Jesús y comenzamos a encontrar el camino. Creemos en Jesús y se disiparán las tinieblas que tantas veces nos oprimen. Creemos en Jesús y todo es vida para nosotros, porque la vida adquiere un nuevo sentido. Pongamos nuestra fe en Jesús y nunca nos veremos defraudados. El ha venido al mundo como luz para que no queremos en tinieblas. Es la luz que es vida y que es salvación, es la luz que nos arranca de las tinieblas y en la que vamos a encontrar el perdón. No rechacemos la luz.

martes, 10 de mayo de 2022

Intentemos caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchemos su voz, construyamos nuestra vida desde los valores profundos que harán en verdad grande a la persona

 


Intentemos caminar siguiendo los pasos de Jesús, escuchemos su voz, construyamos nuestra vida desde los valores profundos que harán en verdad grande a la persona

Hechos de los apóstoles 11, 19-26; Sal 86; Juan 10, 22-30

Mala cosa es que vayamos por la vida con ideas preconcebidas sobre algo, con una imagen que nos hayamos hecho de una persona, con prejuicios sobre cómo va a ser la manera de actuar, por ejemplo, de una persona determinada. No vamos a ver sino lo que llevamos en la cabeza, nada nuevo ni distinto vamos a aceptar, nadie nos va a poder quitar la idea que llevamos dentro.

Cuántas veces decimos eso no me va a gustar, y quizás nos vemos obligados por las circunstancias a asistir aquello que decíamos que no nos iba a gustar y por muy interesante que sea lo que allí se desarrolle o la mayor riqueza o belleza que pueda tener, ya íbamos con la idea preconcebida de que no nos iba a gustar, y no nos gustará, incluso lo pasaremos más por vernos obligados a asistir. Pasan así tantas cosas en la vida, tan llenos andamos de prejuicios o de ideas preconcebidas, marcados quizás por una ideología, o por los ‘influencers’ como ahora se dice, que nos van marcando rutas para lo que aplaudamos o no.

Eso pasaba con Jesús tal como nos lo cuenta el evangelio en diversos episodios. Era galileo y de Galilea no podía salir ningún profeta y no podían aceptarlo; no se mostraba amigo de los poderosos sino que a todos ponía en su sitio porque lo que pedía era autenticidad y no era profeta de su agrado; se mezclaba con toda clase de gentes, comía con publicanos y con pecadores, no podía ser un hombre bueno; no era el Mesías guerrero que ellos se habían preconcebido, y no podían aceptarlo porque el Mesianismo que Jesús presentaba iba por los corazones y por la autenticidad de una vida; lo que hablaba ponía en solfa a los que se consideraban dirigentes del pueblo y como iba en contra de sus posicionamientos no lo podían aceptar. Eran muchos los prejuicios que pesaban en sus corazones.

¿Era Jesús un revolucionario? En verdad quería que todo cambiara, que otras fueran las actitudes, que de otra manera fuera la relacion con Dios, pero esas revoluciones no las entendían. Tampoco los que se consideraban más revolucionarios y en contra de los dirigentes actuales, aunque algunos se habían hecho sus discípulos, no estaban por la labor de seguir con el estilo que Jesús estaba planteando. Aquella buena nueva de Jesús de nueva vida y de salvación donde no cabían los remiendos y los apaños, era algo que no les convencía. No podían aceptar a Jesús.

Jesús no se identifica con el líder político y militar que se oponga a la dominación romana, sino que Jesús va más por la imagen del Mesías de la profecía davídica encarnado en el pastor del profeta Ezequiel que apacienta a sus ovejas y las hace reposar, busca la oveja perdida, recoge a la descarriada, venda a las heridas, fortalece a la enferma’. Es la imagen con la que Jesús se nos presenta en el evangelio, no solo en las palabras que hoy le escuchamos pronunciar, sino en lo que han sido sus actitudes y su manera de actuar acercándose a los sencillos y a los pobres, acogiendo a los pecadores y sanando a los enfermos como un signo y señal de lo que en verdad quiere realizar en nuestros corazones.

El es el Pastor y los que en verdad son sus ovejas le escuchan y le siguen y se alimentan de sus pastos de vida eterna. El viene para ofrecernos vida, pero no una vida cualquiera; no es una vida que nos produzca un bienestar pasajero como tantos Mesías de hoy siguen ofreciéndonos cuando quieren hacernos soñar con un paraíso en la tierra, esa llamada sociedad del bienestar. Son otros los caminos de vida que Jesús nos ofrece y que no son perecederos, porque El nos ofrece vida eterna.

No significa que no quiera Jesús que vivamos mejor y más felices en esta tierra que nos toca pisar, porque si en verdad aceptáramos esos nuevos valores que se nos ofrecen desde el evangelio, otra sería nuestra vida y caminaríamos por caminos de verdadera justicia y alcanzaríamos la paz que nadie jamás nos podría quitar. Pero ya sabemos cómo andamos por este mundo, se nos ofrecen muchas cosas, pero la maldad sigue perdurando en el corazón, pensamos que todo hemos de construirlo sobre bases materiales y un día se nos derrumban esos pilares que creíamos tan fuertes, y así nunca podremos alcanzar esos caminos de vida nueva. No nos dejemos envolver por ese materialismo de la vida. Démosle mayor profundidad a cuanto hacemos. Pongamos siguientes de verdadera espiritualidad.

Intentemos caminar los caminos de Jesús, escuchemos su voz, sigamos sus pasos, alimentémonos de esa vida nueva que nos ofrece, construyamos nuestra vida desde esos valores profundos que harán en verdad grande a la persona, y no olvidemos nunca la trascendencia de vida eterna que tenemos que darle a cuanto hacemos.

 

lunes, 9 de mayo de 2022

Jesús es la Puerta acogedora que nos lleva a encontrar los pastos de vida eterna y recordemos que hemos de ser signos de esa puerta de Jesús siempre abierta para los demás

 


Jesús es la Puerta acogedora que nos lleva a encontrar los pastos de vida eterna y recordemos que hemos de ser signos de esa puerta de Jesús siempre abierta para los demás

Hechos de los apóstoles 11, 1-18; Sal 41; Juan 10, 1-10

Que a gusto nos sentimos cuando somos recibidos a la puerta de la casa que se abre para nosotros invitándonos a entrar. No es lo mismo ser recibidos a la puerta, por mucha que sea la amabilidad que se nos muestre si no nos permiten traspasar el umbral. Una puerta abierta es signo de acogida, de apertura de algo más que las paredes de un hogar, porque es de alguna manera poner a nuestra disposición todo el cariño y el amor que en ese hogar se vive haciéndonos partícipes de su amistad y de su vida. Demasiadas puertas cerradas nos vamos encontrando en la vida, no solo porque con los miedos y la intranquilidad que se vive se mantienen cerradas a prueba de intrusos y ladrones, sino porque puede ser signo también de la cerrazón con que vivimos muchas veces la vida con nuestras desconfianzas.

Hoy Jesús nos dice que El es la puerta. Nos está hablando del aprisco de las ovejas, porque se nos vienen ofreciendo esos textos que hacen referencia a Jesús Buen Pastor, y diciéndonos que El es el verdadero Pastor de nuestra vida, nos está diciendo que es el Puerta por donde tenemos que entrar. Yo soy la puerta, nos viene a decir, quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos’.

Nos vienen a la memoria otros textos del evangelio donde nos hablará de cómo El es la puerta y el camino de la salvación. ‘Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida’, nos dirá en otra ocasión, ‘y nadie va al Padre sino por mí’. Por eso nos dirá que conociéndole a El conoceremos al Padre porque viene a ser el verdadero rostro de Dios. No quiere otra cosa Jesús sino cumplir la voluntad del Padre, para eso ha venido y eso es lo que El nos quiere trasmitir. Su alimento es hacer la voluntad del Padre. Porque El ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Una hermosa consideración que se nos hace hoy en el texto sagrado que nos ofrece la liturgia que tiene que despertar en nosotros ese deseo de conocer a Jesús. Son textos que tenemos que rumiar una y otra vez para que así lleguemos a encontrar todo ese sabor de vida eterna que siempre en la Palabra de Dios vamos a encontrar. No nos cansemos de querer conocer a Jesús, no nos cansemos de adentrarnos una y otra vez en las páginas del evangelio. Es conocer a Jesús, es empaparnos de Jesús, es dejarnos conducir por su Espíritu para que por El lleguemos a alcanzar la vida eterna.

En Jesús siempre vamos a encontrar esa puerta abierta. Esa hermosa acogida, como decíamos antes, que nos hace sentirnos bien, cuando se nos invita a traspasar el umbral. Es la hospitalidad y es la acogida, es el ofrecernos el descanso del hogar en la suavidad del amor donde encontraremos el agua fresca que sacie nuestra sed y donde se nos ofrece el pan que nos haga recuperarnos del duro camino.

‘Venid y aprended de mí, nos dirá en otra ocasión, venid todos los cansados y agobiados y en mi encontraréis vuestro descanso’. La puerta que nos introduce en el aprisco, lugar de resguardo y descanso para las ovejas, siguiendo con la imagen que se nos está ofreciendo estos días; pero es la puerta que nos lleva a encontrar los pastos de vida eterna. Ya hemos venido reflexionando en la pasada semana cómo El se nos ofrece como alimento de vida eterna, cuando nos dice que El es el Pan de Vida y que quien le come vivirá por El, tendrá vida eterna.

Todo eso es Cristo para nosotros. Pero no olvidemos que de todo eso también nosotros tenemos que ser signos de Cristo para los demás. No cerremos puertas en el camino de la vida, abramos el corazón y seamos también nosotros acogedores de los que pasan a nuestro lado en el camino de la vida; así nos convertiremos en verdaderos signos del amor de Jesús, de la Puerta abierta que Jesús siempre será para todos.

 

domingo, 8 de mayo de 2022

Busquemos ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente familia y miembros de un mismo pueblo

 


Busquemos ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente familia y miembros de un mismo pueblo

Hechos 13, 14. 43–52; Sal 99; Apocalipsis 7, 9. 14b-17; Juan 10, 27-30

En la vida que vivimos, más urbana, más alejada del entorno natural de nuestros campos y de los cultivos tradicionales y del estilo de ganadería de otros tiempos, las imágenes de un rebaño nos resultan extrañas, como restos de otras épocas y parece que ya nada pueden decirnos al hombre de hoy. Nos queda el remedio de los medios de comunicación, de la televisión y de documentales que algunas veces tratan de trasmitirnos hechos o costumbres de otras épocas para que podamos volver a contemplarlas. Nos quedan restos en los reclamos de los caminos de la trashumancia por los que eran llevados de un sitio para otros buscando mejores pastos para el ganado.

La imagen de un rebaño que es conducido de un lugar para otro puede llevarnos a una cierta confusión porque algunas veces pensamos en un camino irracional e instintivo el que realiza el ganado, pero los ganados escuchan una voz que les guía porque conocen al pastor que está a su cuidado, son conducidos no tan irracionalmente por unos perros pastores que incluso los protegen, lo que nos puede sin embargo manifestar una fuerza de unidad muy grande que pueda ser bien significativa y de gran enseñanza para nosotros.

Son las imágenes que se nos ofrecen en el evangelio y en toda la Palabra de Dios de este domingo que precisamente es llamado el domingo del Buen Pastor. Por eso la liturgia nos hará repetir como un eco que se nos mete en nuestras entrañas aquello de que ‘nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño’. Ovejas de su rebaño recordándonos las imágenes que se repiten en el evangelio y toda la Palabra proclamada pero que formamos un pueblo. Un rebaño que es pueblo nos viene a decir, un rebaño que mantiene una unidad pero un rebaño que se viene a constituir en comunidad, que es el pueblo de Dios que camina unido.

Ni el rebaño se constituye simplemente porque juntemos unas ovejas, ni el pueblo se hace simplemente porque vivamos en un mismo lugar. Es necesario algo más, las ovejas conocerán a su pastor y aunque estén con otras ovejas solamente seguirán el silbo y la voz del que es su pastor; el pueblo no es solo la formación de unos edificios los unos junto a los otros, sino que lo hará la convivencia entre quienes forman aquella comunidad y convivencia es mucho más que estar los unos al lado de los otros.

La convivencia la conseguimos cuando queremos caminar juntos, cuando llevamos a compartir metas los unos con otros y somos capaces de aunar esfuerzos para lograr nuestras metas, cuando somos capaces de trazarnos un camino y luchamos por hacerlo siendo capaces de tendernos la mano los unos a los otros para que nadie se quede en la cuneta, cuando buscamos el encuentro y la comunicación siendo capaces incluso de perder tiempo para sentarnos juntos a la caída de la tarde en las puertas de nuestras casas para compartir las incidencias del día con los que son nuestros vecinos. Una tarea preciosa e ilusionante que sin embargo muchas veces abandonamos y llega el caso de que vivimos puerta pegada a la de los otros y ni su nombre conocemos y no digamos cuando creamos abismos en las relaciones entre los unos y los otros.

Muchas cosas tenemos que recuperar para ser ese pueblo que se siente unido y que camina unido. Muchos tenemos que recuperar en nuestras comunidades que muchas veces solo tienen el nombre del titular de la Parroquia que un día le pusieron. Porque hablamos en el sentido humano de lo que son nuestros pueblos, pero hablamos de la realidad de ese pueblo que llamamos el pueblo de Dios que son nuestras comunidades cristianas, que es nuestra Iglesia.

Tenemos que buscar ser esa Iglesia comunidad acogedora, esa Iglesia pueblo que camina, esa iglesia que se siente como una familia porque en verdad nos sentimos hermanos, esa Iglesia en que sepamos aceptarnos todos aun con los defectos y limitaciones que tengamos, una Iglesia que se siente pecadora con los pecadores, pero que al mismo tiempo se siente santa porque aspira a ese crecimiento espiritual que le haga vivir en esa comunión de los hijos de Dios, esa Iglesia con unos pastores que en verdad están al lado de su rebaño sintiendo como propias las necesidades y preocupaciones, la limitaciones y los pecados de cada uno de sus miembros, esa Iglesia que arropa a su pastor en sus luchas y dificultades, en sus problemas o en sus momentos de debilidad siendo como aquella comunidad de Jerusalén que oraba por Pedro mientras estaba en la cárcel.

‘Somos su pueblo y ovejas de su rebaño’, que hoy repetimos con la liturgia. Que en verdad así seamos y nos convirtamos en verdadero signo de algo nuevo ante el mundo que nos rodea.