jueves, 12 de mayo de 2022

Escuchemos con espíritu humilde y corazón abierto la palabra de Jesús para no contagiarnos del espíritu del mundo ansiosos de alcanzar el poder que nos aleja del evangelio


 

Escuchemos con espíritu humilde y corazón abierto la palabra de Jesús para no contagiarnos del espíritu del mundo ansiosos de alcanzar el poder que nos aleja del evangelio

Hechos de los apóstoles 13, 13-25; Sal 88; Juan 13, 16-20

En las costumbres y hasta normas sociales con las que nos vivimos y relacionamos los unos con los otros tenemos una multitud de recursos, llamémosles así, en los que actuamos por la mediación de los demás o como mediación de los demás, que incluso se han traducido en normas legales que le dan como mayor autoridad y validez a esas mediaciones; gentes que actúan por poder, abogados que nos representan y hablan en nombre nuestro o defienden nuestros intereses, portavoces de grupos o de familias en diversas situaciones y así muchas cosas más en este sentido. Quien actúa como mediador o en representación no se puede atribuir papeles o poderes que superen a quien es representado, ni podrán actuar en contra o por encima de los intereses de dichas personas que representan. Así nos damos cuenta, que además hasta legalmente está establecido cual es la verdadera medida de esa representación.

Digo esto como ejemplo y me viene a la memoria al escuchar las palabras hoy de Jesús. ‘El criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’. Primero recordemos el hecho del que parten estas palabras de Jesús. El episodio es el comienzo de la cena pascual. Jesús se ha quitado el manto, se ha ceñido la toalla y se ha puesto a lavar los pies de los sorprendidos discípulos. Y cuando termina recordándoles que le llaman el Maestro y el Señor y en realidad lo es, sin embargo ha sido capaz de arrodillarse delante de sus discípulos para lavarles los pies. Y de ahí el comentario de las palabras de Jesús que hemos recordado.

En el texto que hoy se  nos ofrece en la liturgia de este día Jesús terminará diciéndonos que somos sus enviados. Quien recibe el enviado, recibe al que lo envía, y así Jesús nos dirá como estamos recibiendo a Dios. Es un nuevo y distinto sentido de mediación. No es simplemente que vayamos con unos poderes legales, como al principio comentábamos, aunque Jesús cuando envía a sus discípulos les da sus mismos poderes para anunciar la Buena Nueva, para curar enfermos y para arrojar demonios. Y es que sintiéndonos enviados de Jesús en la misión que se nos confía y que tenemos que realizar, estamos convirtiéndonos en algo más, estamos convirtiéndonos en signos de la presencia de Dios.

Esto es serio y es grandioso. Es cómo tenemos que ver nuestra misión. Es darnos cuenta de lo que nosotros tenemos que realizar en medio del mundo. Somos algo más que unos portavoces porque nuestra vida y nuestra palabra tienen que convertirse en ese signo de la presencia salvadora del Señor. Es grandiosa la misión que se nos está confiando, es de seria responsabilidad la misión que estamos asumiendo; es lo que tiene que brillar en nuestra vida. Es el cuidado también de lo que nuestra palabra tiene que pronunciar y lo que nuestras obras tienen que realizar. No nos podemos alejar del evangelio de Jesús, no nos podemos alejar del mensaje del Reino de Dios que Jesús nos anuncia.

‘Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica’, nos dice Jesús. La iglesia tiene que escuchar en sí misma estas palabras de Jesús. El criado no es mayor que su amo, ni el enviado mayor del que lo envía. ¿Lo habremos tenido en cuenta siempre? ¿No nos contagiaremos del espíritu del mundo y algunas veces porque actuamos como iglesia o en nombre de la Iglesia, se nos habrán subido los humos y nos habremos creído poco menos que dioses?

Es un peligro y es una tentación. Es la tentación del poder, de la búsqueda de grandezas humanas, de querer ponernos a la altura de los poderes del mundo, y algunas veces nos hemos confundido y hemos querido quizá ser mayores que nuestro maestro.

¿No habremos querido hacer y deshacer a nuestro antojo en muchas de las cosas que llamamos pastorales y que en la Iglesia o en su nombre realizamos? ¿Habrá sido siempre la Iglesia imagen del servicio a los demás y a ejemplo de Jesús que se arrodilló ante de los discípulos para lavarles los pies? Puede haber sido nuestro gran pecado.

Tenemos que escuchar con corazón humilde, con corazón abierto la palabra de Jesús.

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