sábado, 9 de abril de 2022

Vamos mañana a subir a Jerusalén con Jesús poniendo toda la sinceridad de nuestra vida y todo lo que es toda nuestra vida y la vida de nuestro mundo hoy con esperanza

 


Vamos mañana a subir a Jerusalén con Jesús poniendo toda la sinceridad de nuestra vida y todo lo que es toda nuestra vida y la vida de nuestro mundo hoy con esperanza

Ezequiel 37, 21-28; Sal.: Jer 31, 10. 11-12ab. 13; Juan 11, 45-57

¿Qué hacemos? Es quizás la disyuntiva en la que nos encontramos muchas veces en la vida. Se abren distintos caminos ante nosotros, hay diversas cosas que podemos hacer, nos llegan diferentes ofertas y tenemos que decidirnos. Aunque estemos en la duda muchas veces. Todo nos parece igual de bueno o al menos es aceptable y eso mismo quizás aumenta nuestra duda.

Pero también lo podemos pensar en referencia a otras personas. ¿Qué va a hacer él? ¿Qué decisión tomará? Pero, claro, nosotros andamos en suposiciones, por lo que en otras ocasiones le hemos visto hacer, por lo que puedan ser sus gustos, pero lo esperamos o no lo esperamos, vendrá o no vendrá, qué es lo que va a hacer, sigue siendo para nosotros la incertidumbre.

En el evangelio estamos escuchando el relato de lo que van a ser momentos decisivos para Jesús. Se acerca la Pascua por El tantas veces anunciada. Y aquello que no entendían los discípulos que Jesús les decía que iba a pasar está a punto de realizarse. Ahora ha sido un momento decisivo después de la resurrección de Lázaro en Betania y la gente está muy entusiasmada por Jesús. Y los dirigentes judíos temen lo peor, que la gente los abandone y se vaya con Jesús, o que se pueda armar una revuelta en la que intervengan los romanos y pudiera haber incluso  una masacre. Por eso se ha reunido el consejo de los Sumos Sacerdotes que tienen que tomar una decisión. Les cuesta, porque saben cómo anda la gente detrás de Jesús. Será el Sumo Sacerdote el que fuerce la decisión, porque ‘no tiene que morir por todo el pueblo’. No sabe él que con sus palabras está dando cumplimiento a las Escrituras.

Pero Jesús se ha retirado más allá de Betania, más allá del Jordán y cuando la gente sube a Jerusalén porque ya se acerca la fiesta de la Pascua, se preguntan si Jesús vendrá o no vendrá a la fiesta. Es la disyuntiva con la que comenzábamos de alguna manera nuestra reflexión. Pero creo que esto tiene que hacernos reflexionar sobre la vivencia de nuestra pascua.

También quizá algunos se preguntan ¿qué hacemos? Se nos ofrecen también unas posibilidades de otras cosas en estos días que ya por tradición todo el mundo llama Semana Santa. Pensar en Semana Santa para un cristiano es pensar en estos días en que celebramos la pasión y la muerte del Señor, en que celebramos la Pascua con su resurrección. Para otros, semana santa significan unas vacaciones, unos viajes, unos días de playa, a lo más quizá para algunos ir a contemplar unas procesiones en algunos lugares que puedan ser más famosos o tener una tradición distinta; miremos lo que abunda estos días en las noticias y cómo es tratado el tema de la Semana Santa.

Y ahí en medio estamos nosotros, nos encontramos ya a las puertas del comienzo de las celebraciones y nos preguntamos también ¿qué hacemos? Puede que muchos hayamos tomado la decisión de quedarnos en casa, de participar en las celebraciones de nuestra parroquia, en los actos que se realicen allí donde vivimos. Pero, repito, la pregunta sigue estando ahí, ¿qué hacemos?

Porque también podemos tener diversas formas de estar o de participar. Son unas tradiciones, es algo que siempre hemos vivido en la familia, son unas celebraciones que reconocemos son hermosas e incluso emocionantes, pero ¿hasta donde llegamos? ¿Nos quedamos simplemente ahí? ¿Daremos un paso más para hacer todo eso parte de mi vida? como ya nos hemos preguntado en otro momento ¿Cómo uniremos nuestras celebraciones religiosas y litúrgicas con lo que estamos viviendo en estos días? ¿Llegaremos a descubrir la pasión de Cristo en el sufrimiento que estamos contemplando, en las expectativas angustiosas que todos podamos tener por la situación que vivimos?

Vamos mañana a subir a Jerusalén con Jesús en su entrada en la ciudad. Vamos a ir poniendo toda la sinceridad de nuestra vida pero poniendo ahí lo que es toda nuestra vida y la vida de nuestro mundo hoy. Y vamos a celebrar la pascua como en verdad tiene que ser para un cristiano, algo que vivimos con esperanza, porque la fuerza de todo está en el amor.

Vamos a orar de verdad, vamos a poner de verdad a Cristo en nuestro corazón con esperanza de resurrección; no nos podemos quedar en la muerte, no quiere Cristo que nos quedemos en el dolor y en la muerte sino que lleguemos a la vida, para eso resucitó El. Vamos a darle intensidad profunda a lo que vamos a vivir en estos días.

viernes, 8 de abril de 2022

Cuando estamos a punto de comenzar las celebraciones de la pasión tendríamos que plantearnos cómo darles autenticidad en medio de la realidad actual que vivimos

 


Cuando estamos a punto de comenzar las celebraciones de la pasión tendríamos que plantearnos cómo darles autenticidad en medio de la realidad actual que vivimos

Jeremías 20, 10-13; Sal 17; Juan 10, 31-42

¿Por qué una misma cosa, en sí misma buena, puede tener diferentes reacciones por parte de quienes tengan que vivir esa realidad? ¿Por qué la luz mientras nos beneficia dando luminosidad al lugar en el que estamos, a otros les molesta porque por ejemplo se sienten deslumbrados? Podríamos pensar en muchas situaciones en este estilo, en las que unos se sienten gratamente, mientras otros están incómodos. O podemos pensar en las personas, que no provocan la misma reacción en quienes tienen contacto entre unos y otros, para unos puede ser motivo de rechazo, mientras otros las aceptan y se sienten complacidos, por ejemplo, de su presencia.

Es lo que provocaba la presencia de Jesús. Ya lo anunció proféticamente el anciano Simeón, que sería signo de contradicción, para que unos u otros caigan o se levanten. Ya Jesús nos pedirá decantarnos, o conmigo o contra mí. Y será la decisión que hemos de ir tomando a cada paso en nuestro seguimiento de Jesús. Incluso los más cercanos a Jesús en ocasiones se sentirán también confusos, porque no terminan de entender las exigencias de Jesús.


Es lo que contemplamos en esta página del evangelio que hoy nos ofrece la liturgia de este día; Algunos habían cogido piedras para apedrear a Jesús. Y al final nos dirá el texto que cuando Jesús se marcha más allá del Jordán donde Juan había estado bautizando, algunos se preguntan sobre Jesús y nos dice el evangelista que allí muchos creyeron en El.

¿Pudiera ser la inquietud y la zozobra que muchas veces se produce dentro de nosotros en nuestros deseos y en nuestros intentos de ser verdaderos discípulos de Jesús? Ahora mismo que nos estamos acercando a los días en que celebraremos la pasión y la muerte de Jesús, pudiera sucedernos como a Pedro, que no lo entendemos, que como Pedro quisiéramos quitar de la cabeza eso del sufrimiento y de la muerte; que mirando la pasión de sufrimiento que hemos estado padeciendo  y que ahora de manera tan intensa se está viviendo en estos tiempos de guerra, nos duele, nos rebelamos, nos hacemos preguntas, hay cosas que no terminamos de entender de esta vida tan llena de odios, ambiciones y sufrimientos.

¿Y cómo encajamos todo esto que estamos viviendo en este mundo con lo que vamos a celebrar? ¿Intentaremos separar y que cada cosa vaya por su lado como si no hubiera relación entre una y otra? ¿Será que no queremos complicarnos la vida? ¿Preferimos quizá ensimismarnos en angélicas celebraciones sin querer sentir el ruido no de los tambores de una procesión sino de los tambores de la guerra? ¿Nos contentaremos con adornar de forma muy bonita y muy artística las imágenes de la pasión de Jesús mientras no queremos ver las imágenes de la pasión de Jesús en aquellos que están sufriendo los horrores de la guerra?

Muchas preguntas, muchos interrogantes pueden surgir dentro de nosotros, pero quizá huimos de ellos. Si alguien se atreviera a hablarnos de esas cosas horribles mientras hacemos nuestras bonitas celebraciones, quizá también saldríamos con piedras en las manos para que no nos digan cosas que molesten nuestros oídos o nuestra sensibilidad.

Podemos tener diversas formas de enfrentarnos a la celebración de la pasión de Jesús que tendremos intensamente en estos días. ¿Cómo tendríamos que vivir con auténtico sentido estas celebraciones en medio de la realidad del mundo que estamos viviendo? Es algo serio que tenemos que plantearnos.

jueves, 7 de abril de 2022

Creemos en la Palabra de Jesús plantándola en nuestra vida y tendremos vida para siempre que es mucho más que esas ansias de plenitud que lleva todo ser humano en su corazón

 


Creemos en la Palabra de Jesús plantándola en nuestra vida y tendremos vida para siempre que es mucho más que esas ansias de plenitud que lleva todo ser humano en su corazón

Génesis 17, 3-9; Sal 104; Juan 8, 51-59

¿Queremos vivir? ¿Queremos morir? Así directamente preguntado, damos por supuesta la respuesta. Nadie quiere morir, todos queremos vivir, aunque bien sabemos la realidad, que un día hemos de morir. ¿Le tenemos miedo a la muerte? ¿Le tenemos miedo a la vida? Es algo complejo, porque aunque muchas veces se nos hace difícil, queremos vivir, no queremos que nos llegue la hora de la muerte. Aunque quizás algunos la deseen, por los problemas que tienen, ¿por cobardía quizá por temor a tener que enfrentarse a los problemas de la vida? Es complejo todo lo que estamos diciendo, y al final amamos la vida, no queremos desprendernos de ella, aunque ¿Cuál sería esa vida de la que no queremos desprendernos para seguir viviendo?

En el fondo del corazón del hombre hay deseos de plenitud; ansiamos que todo eso bueno que vivimos lo podamos vivir en una plenitud para siempre, aunque algunas veces no sabemos ni cómo es eso, y nos llenamos de imaginaciones, como si ese vivir fuera seguir viviendo lo mismo que ahora vivimos. Y tenemos, entonces, que caminar guiados por la fe, en esto y en todo lo que es nuestro vivir. Porque esa plenitud no la vamos a tener por nosotros mismos, porque hay una esperanza en el corazón que nos da un sentido y un valor. Y aunque casi se nos presente como un misterio como seguidores de Jesús queremos creer en su palabra, aunque algunas veces también nos deje un tanto perplejos y desconcertados.

Es lo que le pasaba también a los contemporáneos de Jesús. Se sienten desconcertados con las palabras y las promesas de Jesús. No habían descubierto aún todo el misterio de Jesús, y por eso muchas veces sus palabras las tomaban solamente en un sentido muy humano, muy de tejas abajo. Cuando hoy les habla Jesús de vivir para siempre no lo entienden; como tampoco terminaron de entenderlo allá en la sinagoga de Cafarnaún cuando también les hablaba de que comiéndole a El tendrían vida para siempre. Ahora les habla de confiar en El, de creer en su Palabra, para alcanzar esa vida que dura para siempre.

‘En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre’, les dice. No terminan de entenderlo. Eso de no ver la muerte no les podía caber en sus cabezas. Son palabras, es cierto, difíciles, porque cuando hablamos de vida o de muerte pensamos en la realidad de la experiencia de lo que es nuestro vivir de cada día, comemos, dormimos, trabajamos, disfrutamos de las realidades materiales de la vida, vivimos en contacto con los demás, pero un día este cuerpo se enferma, este corazón se para, y ya parece que todo se acabó. Cogiendo al pie de la letra las palabras de Jesús, ¿por guardar su palabra este cuerpo no se va a enfermar y consumir, este corazón no se va a detener?

Tenemos que darnos cuenta de que Jesús nos está hablando de otro vivir, de algo más profundo que esa vida corporal, de algo que es lo que da verdadero valor a todo eso que material a corporalmente realizamos, de todo eso que más allá de nuestro cuerpo en nuestra mente llevamos y que es realmente lo que nos eleva, nos hace ser espirituales.

No vale entrar ahora aquí en aquellas discusiones que mantenían con Jesús con todas aquellas comparaciones con Abrahán o con los profetas que un día murieron. Jesús les está revelando el misterio de sí mismo, pero no terminan de comprender. ‘En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy’.

Está haciéndoles una revelación del misterio de la divinidad de Jesús, algo que ellos no podían aceptar. Por eso le rechazan, de alguna manera lo están considerando como un blasfemo cuando cogen piedras para apedrearlo. No lo harán ahora, porque Jesús se les escabulle entre las manos – aun no había llegado su hora – pero no tardarán en llevarlo a la cruz y al calvario. Será la Pascua de Jesús, que levantado en lo alto nos va a manifestar todo el misterio de Dios, porque nos va a manifestar ese amor infinito de Dios que nos entrega a su Hijo, como hemos venido reflexionando y como nos estamos queriendo preparar para la celebración de esa Pascua.

Pongamos toda nuestra fe en la Palabra de Jesús y tendremos vida. El ha venido y se ha entregado por nosotros y por todos para que tengamos vida en abundancia, para que tengamos vida eterna, para que no sepamos lo que es el morir, como hoy nos dice. Creemos en la Palabra de Jesús, plantándola en nuestro corazón y en nuestra vida, y tendremos vida para siempre. El se nos da, y como recordábamos, nos ha prometido que quien le come vivirá para siempre, El nos resucitará en el último día, nos hace partícipes de su misma vida.

 

miércoles, 6 de abril de 2022

Sabemos bien de quien nos fiamos, por eso creemos en su palabra para ser sus discípulos y vivir la plenitud de la libertad de los hijos de Dios

 


Sabemos bien de quien nos fiamos, por eso creemos en su palabra para ser sus discípulos y vivir la plenitud de la libertad de los hijos de Dios

Daniel 3, 14-20. 91-92. 95; Sal. Dn 3, 52a y c. 53a. 54a. 55a. 56ª; Juan 8, 31-42

¿Promesas que engatusan? ¿Promesas que estimulan? Seguramente preferimos las segundas. Estamos cansados de promesas. Es la cantinela continua de nuestros dirigentes, pero eso no solo ahora, sino en todos los tiempos. Promesas llenas de engaños, manipulando palabras y sentimientos, haciéndonos creer lo imposible, distorsionando la realidad. Y al final nos sentimos engañados cuando abrimos los ojos de verdad. Por eso nos hemos vuelto desconfiados; pero ya no es solo que no creamos en nosotros, o lo que nos dicen los que están a nuestro lado, sino que esa desconfianza nos puede llevar a temas y asuntos que son verdaderamente trascendentes para nuestra vida, como sería incluso el ámbito de la fe.

Tenemos que saber de quién nos fiamos. Y ya no nos quedamos en las palabras, sino que tratamos de ver la autenticidad de quienes las pronuncian, si hay verdadera congruencia entre lo que nos dicen y lo que es la realidad de la vida. y aquí sí tenemos que decir que sí, que creemos, que nos fiamos, que aceptamos la Palabra de Jesús porque  miramos su vida, porque estuvo dispuesto a dar su vida por esa verdad que proclamaba y al final terminó muriendo en una cruz. De quien da la vida por nosotros nos podemos fiar. Es lo que queremos hacer con el evangelio de Jesús, con la buena noticia que nos proclama Jesús.

Hoy ha comenzado el evangelio diciéndonos: Dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’. Fijémonos que está hablando a aquellos que habían creído en El. Y es como una invitación a la confianza, a permanecer en la certeza de esa Palabra que habían escuchado y en la que creían; y quienes creen en Jesús y le siguen son sus discípulos, y el discípulo va a conocer toda la verdad que le enseña su Maestro; el discípulo de Jesús, el que cree y sigue a Jesús, va descubrir la verdadera sabiduría de su vida, va a encontrar la plenitud de su ser, ‘la verdad os hará libres’.

Claro que a continuación de estas palabras de Jesús se va a armar una discusión y un rechazo; pero no serán los que le aceptan y creen en él los que le discutan las palabras de Jesús y los que le rechacen, son aquellos que no quieren creer en Jesús ni en su palabra. Vendrá lo de que si son hijos de Abrahán, que no son hijos de una prostituta, que ellos se sienten libres y Jesús les hará comprender como están cegados y es la mentira la que envuelve su vida, por eso están llenos de pecado.

Jesús ha venido para arrancarnos de ese pecado; Jesús ha venido para quitarnos esa venda de los ojos que nos ciega; Jesús es el que viene en verdad a liberarnos de toda esclavitud; Jesús es el que viene en verdad a engrandecer nuestra vida, no hace grandes porque nos hace hijos de Dios. Pero tenemos que creer en El, fiarnos de su Palabra, dejarnos conducir por su Espíritu, llenarnos de su verdad y de su vida. No tenemos otro camino que Jesús. En El tenemos que creer. Nos sentimos en verdad estimulados con sus palabras para emprender con decisión ese camino de la fe.

Momento, pues, de reafirmar nuestra fe en Jesús. No solo como unas palabras que decimos o que repetimos; es con el convencimiento de nuestra vida, con lo que hemos de dar autenticidad a las palabras que pronunciamos para proclamar nuestra fe. Si antes pedíamos autenticidad en las palabras que nos dicen para creer en ellas, en consecuencia expresemos nosotros esa congruencia de nuestras palabras con nuestra vida para que sea auténtica nuestra fe. Que las palabras con las que proclamamos una fe no vayan por un lado mientras en la realidad de la vida vamos por otros derroteros, bien lejanos de esa fe. Es la sinceridad también con la que nos acercamos a la Pascua.

martes, 5 de abril de 2022

Está ya cercana la Pascua, busquemos de verdad al que va a ser levantado en lo alto donde encontramos la Salvación

 


Está ya cercana la Pascua, busquemos de verdad al que va a ser levantado en lo alto donde encontramos la Salvación

Números 21, 4-9; Sal 101; Juan 8, 21-30

Hay ocasiones en que parece que no terminamos de ponernos de acuerdo entre lo que buscamos y aquello que realmente se nos puede ofrecer; equivocamos el camino, equivocamos la búsqueda, entramos en confusiones desde nuestros particulares intereses, o desde la influencias que recibimos de nuestro entorno, entre lo que son nuestras expectativas desde nuestros particulares intereses o manera de ver las cosas y lo que realmente nos vamos a encontrar.

Así andaban los judíos con Jesús; tenían su particular visión de lo que había de ser el Mesías que tanto ansiaban y esperaban, y lo que realmente estaba anunciado por la Escritura. Lo vemos incluso entre los discípulos más cercanos a Jesús que andan con sus intereses, que se pelean en sus discusiones por quien había de ser el más importante en ese reino nuevo instaurado por el Mesías, que en sus ambiciones se valen de sus propios familiares a ver si pueden conseguir un lugar importante en ese Reino que veían como tan inminente desde las propias palabras de Jesús, que aun andaban cuantificando cuanto habían puesto de su parte y cuál iba a ser la recompensa en ese Reino nuevo. No terminaban de entender lo que era el Reino de Dios anunciado por Jesús, y desde sus expectativas y la imagen que se habían creado en sus cabezas, así andaban ahora con sus ambiciones.

Si así les pasaba a los discípulos más cercanos que escuchaban directamente las enseñanzas de Jesús y sus especiales explicaciones para ellos, qué no iba a suceder en la gran masa de los judíos que además se veía manipulada por sus dirigentes. De ahí, esas discusiones que escuchamos de Jesús con los judíos ahora que ha subido a Jerusalén para la ya cercana pascua.

Jesús les dice claramente que andan en una confusión, que no acaban de entender, ellos se preguntan y le preguntan ‘entonces ¿Quién eres tú?’ Y Jesús ahora, sin que casi se lo pidan aunque ya habría otros momentos en que con insistencia pedían una señal para creer en El, les ofrece una señal, aunque no terminan de entender. Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada’.

Una referencia a lo sucedido en el camino del desierto cuando fueron mordidos por las serpientes y muchos morían. Entonces también las mentes habían estado muy cerradas para no ser capaces de ver la mano de Dios que les iba conduciendo por el desierto. Como una prueba aquella invasión de serpientes en medio del campamento les hizo recapacitar para volverse de nuevo a Dios. Y Moisés les ofrece la señal de la serpiente de bronce levantada en medio del campamento, Les recordaba su pecado pero les había mirar lo que era la misericordia de Dios que les liberaba de tantos males mientras los conducía hacia la tierra prometida aunque la travesía del desierto fuera demasiado dura.

Ahora Jesús les habla del que va a ser levantado en lo alto, como aquella serpiente de bronce un día se levantara en medio del campamento; entonces le reconocerían, entonces podrían comenzar a pensar en Jesús de otra manera. Aunque no todos lo vieran y reconocieran, pero así fue levantado en alto el Hijo del Hombre, que sería la gran señal, la más hermosa prueba de lo que era el amor de Dios por nosotros que no paró hasta entregarnos a su propio Hijo.

Nosotros en estos días que se acercan vamos a levantar muchas veces nuestros ojos al Crucificado; muchas imágenes de Cristo en la cruz van a pasar delante de nuestros ojos y vamos a contemplar. Pero ¿qué es lo que vamos a contemplar? No es una pregunta baladí la que me estoy haciendo. Contemplaremos imágenes que nos moverán a nuestro fervor; contemplaremos imágenes ante las que nos quedaremos impresionados por su realismo o por su belleza; contemplaremos imágenes y nos podemos quedar en bellos crucificados, imágenes artísticas que nos hacen quedarnos en su arte o quizá en sus adornos… ¿Qué es lo que vamos a contemplar? ¿A quien vamos a contemplar?

Necesitamos una seria reflexión en este camino cuaresmal de preparación. Tenemos que aunar de verdad lo que buscamos y queremos contemplar con lo que Dios nos ofrece en el Jesús del evangelio.

lunes, 4 de abril de 2022

Seguimos tirando en los caminos de la vida destruyendo vidas, poniendo en entredicho la buena fama de los demás o alegrándonos del mal ajeno, otras tienen que ser nuestras actitudes

 


Seguimos tirando en los caminos de la vida destruyendo vidas, poniendo en entredicho la buena fama de los demás o alegrándonos del mal ajeno, otras tienen que ser nuestras actitudes

Daniel 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Juan 8, 1-11

Una piedra, una roca, puede ser sólido cimiento de un enorme edificio que podamos construir; básicamente la piedra era fundamental en la construcción de cualquier edificio o monumento, porque eran la base de las columnas que sostenían el edificio, de las paredes con que era construido y así en mil detalles más incluso en la ornamentación. Pero una piedra podría ser elemento de destrucción y de muerte como aquella roca que se desprende de la montaña y echa abajo aquella hermosa figura construida de valiosos metales en el sueño descifrado por el profeta; elemento de muerte porque un golpe en una piedra o con una piedra puede quitarnos el sentido y la vida.

A través del evangelio la imagen de la piedra o de la roca aparecerá con diversos significados, desde la roca – Pedro, piedra – sobre la que Cristo quiere edificar su iglesia, o como en el caso que se nos ofrece hoy en el evangelio el ser apedreado era castigo mortal para quienes eran descubiertos en adulterio. Es la acusación que traen contra aquella mujer a la que pretendían apedrear en cumplimiento de la ley de Moisés, pero en la intenciones de quienes vienen con la acusación contra quien quieren lanzar piedras es contra Jesús porque con aquel juicio en el que pretendían inmiscuirle estaba la mala intención de ver como cogerían a Jesús en sus propias palabras y acciones para tener de qué acusarle.

Jesús, en este caso lo desbarata todo cuando apela a la sinceridad de la conciencia de cada uno de aquellos acusadores. ¿Podrían en verdad acusar? ‘El que esté libre de pecado que tire la primera piedra’, es la sentencia de Jesús después de tensos momentos de silencio buscando respuestas y actuaciones. ¿Quién puede en verdad sentirse tan justo como que pueda tirar la primera piedra?

Sin embargo, seguimos tirando piedras. Aunque el desafía de Jesús nos deja en desazón pronto lo olvidamos y en la vida de mil manera seguimos tirando piedras, porque seguimos juzgando y seguimos condenando, seguimos poniendo en entredicho lo que hacen o lo que dicen los demás o seguimos creando desconfianzas, seguimos con la palabra malévola dicha en el momento oportuno para crear una confusión o seguimos ocultándonos detrás de las persianas de nuestras cobardías cuando vemos algo que realmente es injusto y nada hacemos por denunciarlo o desbaratarlo, seguimos con la sonrisa maliciosa en la alegría que nos pueda producir el daño de los demás o seguimos provocando a la gente en aquello que sabemos que los solivianta pero no para construir cosas buenas sino para mover quizás muchas veces al alboroto y la violencia porque dicen que a río revuelto ganancia de pescadores y siempre queremos sacar beneficio hasta de lo que pueda perjudicar a los demás. Son tantas las piedras que seguimos tirando en los caminos de la vida destruyendo vidas, poniendo en entredicho la buena fama de los demás o alegrándonos del mal ajeno.

Jesús quiere ponernos hoy en sobre aviso. Algunas veces es una pendiente resbaladiza en la que nos metemos porque vamos de buena voluntad por la vida, pero no miramos bien las consecuencias de nuestros actos, nuestras palabras, nuestros comentarios, nuestros gestos, nuestras actitudes. Tenemos que pensarnos bien lo que hacemos, lo que decimos, los gestos que podamos tener con los demás, para desterrar toda malicia, toda mala intención, para que sepamos ir por la vida con una mirada limpia, pero también con una palabra sincera y con muchos gestos de amor. Que nunca más por culpa nuestra caigan piedras sobre los demás.

domingo, 3 de abril de 2022

La tarea del cristiano, la tarea de la Iglesia como la de Jesús de ser signo de la misericordia de Dios que levanta y rehabilita al pecador llenándolo de nueva vida

 


La tarea del cristiano, la tarea de la Iglesia como la de Jesús de ser signo de la misericordia de Dios que levanta y rehabilita al pecador llenándolo de nueva vida

Isaías 43, 16–21; Sal 125; Filipenses 3, 8-14; Juan 8, 1-11

Si en la vida nos miráramos más a nosotros mismos con sinceridad otras serían nuestras actitudes tantas veces condenatorias para con los demás, se desinflaría pronto la violencia de la condena y comenzaríamos más a tender la mano para ayudar a levantarse al caído como nos gustaría que nos dieran la mano para hacer nuestro propio camino de retorno. No somos sinceros para mirarnos, no somos humildes para reconocer que necesitamos esa mano tendida, no tenemos la valentía de ponernos a dar los pasos del retorno de las miserias en que nos vemos envueltos, seríamos más generosos con los demás para caminar a su lado en esa difícil tarea y camino de rehacer una vida rota.

Es lo que nos ofrece hoy el evangelio en este quinto domingo de cuaresma. Es el paso final para el encuentro definitivo con la misericordia; es el duro momento quizá en que nos vemos hundidos pero que se convierte en un momento de esperanza cuando sentimos la mirada misericordiosa del Señor sobre nosotros.

¿Nos habremos preguntado de verdad cómo se sentiría aquella mujer que fue arrojada a los pies de Jesús casi con una sentencia de condena ya prefijada? Era mucho más que la vergüenza de verse señalada con el dedo y acusada; era el peso de la muerte de la que le parecía que no se libraba. Y ese momento que se convierte en un momento supremo para la persona contemplaría su vida y sus errores, contemplaría su pecado y todo lo que la había arrastrado hasta ese momento. Los gritos de sus acusadores le taladraban no solo sus oídos, sino que se sentiría desgarrada hasta lo más hondo de sí misma.

Pero se hizo silencio. Cesaban los gritos de los acusadores y se esperaba la palabra final. Quien parecía que tenía esa palabra también guardaba silencio aunque ahora se palpaba que todas las miradas se dirigían a El, a Jesús, que agachado hacía garabatos en el suelo. Algún nuevo grito rompía aquel silencio y al final se escuchó la palabra de Jesús. ‘El que esté sin pecado que tire la primera piedra’. Y el silencio volvió a envolver aquellos momentos roto por unos pasos silenciosos que se arrastraban alejándose del lugar.

Ahora Jesús sí la miraba. ‘¿Dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?’ Tímidamente como quitándose un peso de encima finalmente se oye la voz de la mujer. ‘Ninguno, Señor’. Y en los ojos de Jesús pudo contemplar aquella mujer lo que era la misericordia de Dios. Una mirada que la levantaba y no ya de aquel suelo donde la habían arrojado, sino del infierno en que ella misma se había metido. Una mirada de vida que rehacía la vida, una mirada de amor que llenaba de esperanza el corazón, una mirada intensa que rehabilitaba y ponía en camino. ‘Yo tampoco te condeno, vete y no peques más’.

Qué nuevos caminos se abren cuando nos encontramos con la misericordia del Señor. Pero, como decíamos, tenemos que aprender a mirarnos a nosotros mismos con sinceridad y con mucha carga de humildad. Es así cómo experimentamos la misericordia de Dios en nuestra vida; será así cómo aprenderemos a mirar con ojos de misericordia al hermano que camina a nuestro lado comenzará a surgir una nueva sensibilidad en el corazón.

Cuando en verdad nos sentimos amados de Dios nuestro corazón se llena de una nueva ternura que se va a traslucir en actitudes nuevas para con los demás, en gestos de verdadera misericordia con el hermano, en manos tendidas para levantar, para ayudar a rehabilitarse, para saber caminar al lado del otro, para ofrecer nuevas oportunidades, para creer de verdad en la persona y en todas sus posibilidades.

Lo tenemos que experimentar en nosotros mismos dejando que cale en nosotros esa mirada de amor que Jesús nos ofrece porque así sentimos tantas veces el amor y la misericordia de Dios; ese amor de Dios que rehace nuestra vida por muy rota que la tengamos, ese amor de Dios que sigue contando con nosotros a pesar de nuestras flaquezas y debilidades tantas veces repetidas; ese amor de Dios que nos transforma para que nosotros seamos esos instrumentos de la misericordia de Dios para con los demás.

Porque esa tiene que ser nuestra tarea; esa es la buena noticia que nosotros hemos de transmitir a los demás; esas han de nuestras nuevas actitudes, nuestros nuevos gestos con los que iremos ayudando a los demás, ese nuevo corazón con el que nos acercaremos siempre a los otros. Esa ha de ser siempre la tarea de la Iglesia, Iglesia de misericordia y de compasión, Iglesia que camina junto al mundo para iluminarla con su luz, Iglesia que tiene que acercarse siempre al hombre pecador, no para lanzar la piedra de la condena, sino para tender el brazo en que se apoye para levantarse e iniciar nuevo camino.

¿Sabremos hacerlo siempre así? ¿Lo hará siempre así la Iglesia con el hombre pecador o con el mundo lleno de pecado? Es un reto muy grande el que tenemos entre manos.