sábado, 12 de marzo de 2022

Porque nos sentimos amados, nos vemos impulsados a amar también entrando en una órbita que nos lleva por caminos de plenitud como perfecto es el Padre Dios que nos ama

 


Porque nos sentimos amados, nos vemos impulsados a amar también entrando en una órbita que nos lleva por caminos de plenitud como perfecto es el Padre Dios que nos ama

Deuteronomio 26, 16-19; Sal 118; Mateo 5, 43-48

El que se siente amado se ve impulsado a amar también. Es una experiencia maravillosa el sentirse amado. Sabes que tú le importas a alguien. Sabes que se te valora y se te tiene en cuenta. Sabes que tú eres importante para alguien cuando te considera digno de su amor. Por eso las experiencias negativas son tan traumatizantes. En todos los sentidos, en todos los seres que tienen sentimientos. Quien no ha experimentado en si mismo lo que es el recibir el amor de alguien se siente incapaz de amar, podríamos decir que aunque es algo innato en la persona sin embargo no ha aprendido a amar.

Lo necesitamos en todos los caminos de la vida; lo necesitamos para nuestras relaciones con los demás; lo necesitamos para tener amigos; lo necesitamos en el seno familiar que tendría que ser la mejor cuna y escuela del amor; lo necesitamos para comprender el sentido de la vida; lo necesitamos para aprender a valorar la vida misma y para comprender el mundo en el que vivimos y nuestro lugar en él. Es importante sentirnos amados.

Es la base y el fundamento que da sentido a nuestra vida, es la base y el fundamento de nuestra fe. Porque es el amor de Dios el que nos llama, Es el amor que se nos descubre y que nos hace buscar y responder. Es el amor de Dios el que nos abre caminos para ir no solo al encuentro con el Dios que nos ama, sentirnos gozosamente amados por El, sino que nos llevará necesariamente al encuentro con los demás porque nos pone en el camino del amor verdadero.

Cuando nos sentimos amados de Dios nuestros ojos, nuestra vida se abre a una nueva visión. Es una claridad que llega a nuestra vida y disipa las sombras; es una claridad que nos hace mirar con una visión nueva y distinta cuanto nos rodea, que nos hace mirar con una visión y nueva y distinta a los demás. Ellos también son amados de Dios y eso nos hace amar nosotros también.

Y Dios nos ama no porque nosotros hagamos merecimientos, sino que es una muestra de su generosidad, es iniciativa de Dios, es el mismo ser de Dios que es amor que nos ama y nos hace sus hijos. Daremos o no daremos respuesta, pero Dios sigue amándonos, Dios sigue llamándonos con sus señales de amor, Dios quiere tenernos junto a sí. ¿No tendremos, pues, que dar esas mismas señales de amor para con los demás?

Por eso nuestro amor tiene que hacerse generosamente ilimitado; no caben ni límites ni excepciones; no tienen sentido las discriminaciones; romperá siempre fronteras porque se hace universal como lo es el amor de Dios. Hoy nos habla Jesús del amor a los enemigos, porque cuando comenzamos a amar de verdad se tuvieron que acabar para siempre los enemigos; cuando comenzamos a amar de verdad se curaron las heridas y se borraron las cicatrices que pudieran quedar. Por eso nos dirá Jesús que incluso tenemos que rezar por aquellos que pudieran habernos hecho daño. Y todo ¿por qué? Porque queremos sentirnos de verdad hijos de Dios.

Por eso nos da esos detalles tan bonitos Jesús. ‘Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles?’ Algo distinto tiene que ser nuestra vida cuando nos sentimos amados de Dios. Con un amor distinto comenzaremos a amar. Y es que estamos entrando en una órbita que nos lleva a la plenitud, una órbita en crecimiento continuo porque termina diciéndonos ‘sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto’.

¿Queremos algo más hermoso?

viernes, 11 de marzo de 2022

Un camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior, que exige nuevas actitudes, nuevos valores, nuevo sentido de nuestro vivir, porque nos sentimos amados de Dios

 


Un camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior, que exige nuevas actitudes, nuevos valores, nuevo sentido de nuestro vivir, porque nos sentimos amados de Dios

Ezequiel 18, 21-28; Sal 129;  Mateo 5, 20-26

Bueno, yo como todos; ya intento ser bueno, portarme bien con mis amigos, ayudo a los que me ayudan, tampoco es que quiera estar a mal con nadie, pero si me dejan de hablar eso es su problema. Algo así pensamos algunas veces, y vamos intentando llevar la vida sin mayores problemas, pero tampoco complicándome demasiado y comprometiéndome a hacer lo que buenamente se pueda hacer.

¿No será ciertamente una vida ramplona, donde poco esfuerzo hacemos por hacer algo distinto? Nos vamos dejando llevar por las cosas que van saliendo, pero a mí que no me compliquen la vida, nos decimos. Y hablamos las mismas palabras que todos y ni siquiera nos planteamos lo ofensivas que puedan ser esas palabras, y tenemos las mismas actitudes que todos en nuestras relaciones con los demás, con los resentimientos de todos, con el orgullo y el amor propio a flor de piel como todos, con nuestros gestos tan llenos de violencia muchas veces, como todos. Y además hasta nos llegamos a decir que ya con eso somos buenos cristianos. ¿Se parece una vida así con lo que hoy nos propone el evangelio?

Ya Jesús, de entrada, nos dice que algo más tiene que haber en nuestra vida si es que en verdad queremos buscar el reino de los cielos. Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos’. Era en cierto modo el modelo que se trataba de proponer en aquellos tiempos de Jesús. Los fariseos eran unos personajes de gran influencia en la sociedad de entonces y ellos se decían los cumplidores; los escribas – muchos de ellos de la secta de los fariseos – eran los que impartían las enseñanzas al pueblo explicando la Ley. Y Jesús le dice tajantemente que si no son mejores que los escribas y fariseos, de ellos no eran el Reino de los cielos. Algo nuevo quería ofrecernos Jesús.

Hoy nos señala Jesús cosas muy concretas en nuestras relaciones con los demás, pero bien sabemos que lo que hoy escuchamos está dentro del llamado sermón del monte, donde Jesús nos propone esas actitudes, gestos y posturas nuevas, nueva forma de hacer las cosas, que hemos de tener los que queremos vivir el Reino de Dios.

Yo no mato ni robo, decimos también nosotros tantas veces y ya nos creemos que lo tenemos todo hecho. Pero quizás le quitamos la fama a los demás con nuestras murmuraciones, quizás somos violentos con nuestras palabras que se convierten en ofensivas, discriminatorias, violentas muchas veces con las que humillamos a los que están a nuestro lado y quizá los queremos ver distintos por distintas circunstancias de su vida, quizá nos respetamos la dignidad de toda persona ni la valoramos, quizás mantenemos nuestros resentimientos que no olvidamos porque algo que un día no nos agradó…

Por eso nos dice clara y tajantemente Jesús: ‘Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda’.

Ya cuando nos enseña a orar nos enseña a que si nosotros le pedimos perdón a Dios, es porque hemos aprendido ese camino de misericordia y somos capaces de perdonar de corazón a nuestro hermano. Por eso tenemos que ser capaces de perdonar, pero también de pedir perdón para ser perdonados. Tenemos que ser siempre ministros de reconciliación.

No es cuestión solo de que intentemos ser buenos; no es cuestión de que seamos como todos. Es un camino de ascensión, de superación, de crecimiento interior, que nos exige nuevas actitudes, nuevos valores, nuevo sentido de nuestro vivir. Todo, porque nos sentimos amados de Dios.

 

jueves, 10 de marzo de 2022

Que Dios ponga en nuestros labios la palabra oportuna y se haga presente en aquella situación por la que le estamos pidiendo en nuestra oración

 


Que Dios ponga en nuestros labios la palabra oportuna y se haga presente en aquella situación por la que le estamos pidiendo en nuestra oración

Ester 4, 17k. l-z; Sal 137; Mateo 7, 7-12

 Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus ojos…’ Era la súplica de la reina Esther al Señor en su tribulación. Había de interceder ante el rey por la vida de su pueblo y humilde se postra ante el Señor en su oración y pide que Dios esté en sus labios en el momento de la súplica para tener las palabras acertadas.

Me recuerda la oración de aquella buena mujer, como ella misma le contara al médico antes de su operación, en la que pedía al Señor que estuviera en las manos del médico, en sus dedos mientras realizaba la operación quirúrgica para que hiciera lo más acertado.

Eso es en cierto modo la oración. Pedimos y suplicamos al Señor en nuestras necesidades, en los problemas de la vida, o por los problemas que nos vamos encontrando en el día a día de nuestro mundo y sociedad. Parece como que nuestra oración es el deseo de que se haga y se cumpla lo que le pedimos al Señor y tal como nosotros se lo pedimos. Podríamos decir que eso es lo elemental. Pero el verdadero creyente, el hijo de Dios que se siente amado por su Dios realmente lo que le pide es que Dios se haga presente en su vida, se haga presente en aquella situación, se haga presente en aquellas personas por las que pedimos.

‘Pon en mis labios una palabra oportuna…’ que decía la reina Esther, que Dios esté en sus manos mientras realiza la operación que pedía aquella buena mujer. Que Dios esté con nosotros en esa situación y sintiendo esa presencia de Dios en nosotros distinta será aquella situación, distinto será aquel momento, distinta será la forma como nos enfrentamos a esas circunstancias de la vida por las que hemos de pasar.

Como hemos dicho en otros momentos estos mismos días, nuestra oración siempre ha de comenzar porque nos sentimos amados de Dios; y si nos sentimos amados de Dios de alguna manera se va a manifestar ese amor de Dios en nuestra vida; primero, porque nuestro espíritu se llenará de paz, nuestra oración no será una oración angustiada sino que mantendremos la serenidad en nuestro espíritu sea cual sea el problema, la necesidad, la situación.

La respuesta a esa nuestra súplica se podrá quizá de forma distinta a como nosotros pedíamos pero sabiendo siempre que el amor de Padre que Dios nos tiene nos dará lo mejor que nosotros necesitamos, entonces aprenderemos a dejarnos conducir por el espíritu del Señor, entonces aprenderemos a afrontar la vida con sus necesidades o problemas de una forma distinta.

Hoy Jesús en el evangelio nos insiste en que hemos de orar continuamente al Señor y con confianza, porque sabemos que Dios es nuestro Padre y nos ama. Por eso comenzaremos nuestra oración dirigiéndonos a Dios con esa hermosa palabra, Padre. Y en ese amor de Dios sentimos que Dios está con nosotros, Dios camina a nuestro lado en esos momentos difíciles u oscuros por los que tengamos que pasar, Dios se hará presente en ese mundo que tanto le necesita e irá inspirando a aquellos que tienen en sus manos la posibilidad de que se hagan las cosas mejor o se solucionen los problemas, o encontremos la paz, como ahora mismo tan necesitamos.

Aprendamos a pedir que sintamos siempre esa presencia de Dios en nosotros. Sabemos que nos ama, nos sentimos en verdad sus hijos.

miércoles, 9 de marzo de 2022

Jesús es el gran signo de que con el amor se transformará el mundo, pero nuestra vida tiene que ser signo de ese amor y de ese mensaje de Jesús porque el mundo nos necesita


Jesús es el gran signo de que con el amor se transformará el mundo, pero nuestra vida tiene que ser signo de ese amor y de ese mensaje de Jesús porque el mundo nos necesita

Jonás 3, 1-10; Sal 50; Lucas 11, 29-32

Algunas veces sucede que en un lugar parece que las cosas no terminan de funcionar; parece un pueblo difícil, conflictivo donde a la gente le cuesta relacionarse, donde surgen con frecuencia conflictos entre unos y otros, porque parece que si empre están irascibles y aunque los dirigentes del pueblo intentan por todos los medios buscar la reconciliación y el encuentro entre los vecinos, cada vez se hace más difícil; incluso aquellos que tendrían que trabajar para que el pueblo sea distinto se sienten cansados y no saben qué hacer.

Por las circunstancias que sean, no vamos a entrar en ello, aparece alguien por aquel pueblo que intenta llevarse bien con todo el mundo, que intenta dialogar con todos, que se da cuenta de la situación que viven los vecinos y comienza a idear cosas para hacer que se encuentren, proponer trabajos comunes pero sencillos donde a la gente no le cueste tanto colaborar, y poco a poco va logrando que algunos vecinos colaboren, comiencen a animar a los demás, y esa bondad de aquel hombre parece que se va contagiando entre todos, y con el paso del tiempo, no mucho, aquello ha cambiado.

¿Qué había cambiado o qué les había hecho cambiar? La bondad y la paciencia de aquel hombre se había convertido en un signo para aquellas gentes, que les hablaba en el signo en si mismo de cómo se podía vivir de otra manera, que era posible el tratarse con bondad los unos a los otros, que la colaboración entre todos era lo que podía hacer que aquel pueblo fuese a mejor. La llegada de aquel hombre, podríamos decir, fue un signo salvador, un signo de esperanza, un signo que transformó el corazón de aquellas personas.

Estamos hablando del signo; un signo que llama la atención, un signo que atrae y hacer a unos y otros preguntarse por qué las cosas no podían ser distintas, un signo que les impulsó a transformarse de cada uno en particular atraídos por la bondad de aquella persona y que lograría la transformación de aquella comunidad.

Hoy el evangelio nos habla de signos también. Le piden a Jesús un signo para creer en El; y cuando la gente pedía signos estaban pidiendo milagros, cosas extraordinarias; pero algunas veces – la mayoría podríamos decir – vienen desde las cosas más sencillas. Jesús es cierto había realizado muchos milagros que podían ser signos para aquellas gentes; de hecho el evangelista muchas veces utiliza esa expresión de signo en lugar de milagro. Pero aun no terminan de creer. Muchas veces incluso se convierten en cosas contradictorias, porque mientras unos alaban a Dios por las obras que realiza Jesús, otros sin embargo, como tantas veces hemos visto, le atribuyen a Jesús el poder del príncipe de los demonios.

¿Qué responde hoy Jesús a la petición que le están haciendo? Esta generación es una generación perversa. Pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás. Pues como Jonás fue un signo para los habitantes de Nínive, lo mismo será el Hijo del hombre para esta generación’.

Jonás había sido un signo de esa llamada de Dios a Nínive y habían respondido.  ¿Qué había hecho Jonás? Sabemos que él mismo en principio se había rebelado contra la misión que le Dios le confiaba. Hay una serie de hecho que ya conocemos por los que Jonás fue el primero que se convirtió al Señor; y ahora su vida y su palabra se había convertido en un signo para aquellas gentes que también se convierten a Dios. Y Jesús concluye ‘lo mismo será el Hijo del Hombre para esta generación’.


Ya el signo no es Jonás, sino que el signo será Jesús mismo. Está no solo su predicación y enseñanza, pero está sobre todo su vida. Su vida que fue entrega hasta el final; su vida que fue decirnos que es posible el amor; su vida que fue la señal de que el amor de verdad será el que transformará el mundo; su amor que le llevará a la muerte para darnos vida; no tenemos que hacer otra cosa que mirar a Jesús, contemplar su amor, empaparnos de su amor, vivir en el estilo de su amor y nuestra vida se transformará y nuestro mundo será también mejor.

¿No tendríamos que ser también nosotros signos para esta generación? Los cristianos estamos llamados a ser signos en medio de nuestro mundo. Con nuestra vida y con nuestro amor tenemos que decir que es posible el amor, que el amor será el que en verdad redimirá el mundo. Que así nos sintamos transformados para que también otros se transformen. El mundo lo necesita.

 

martes, 8 de marzo de 2022

No digamos muchas palabras, simplemente gocémonos sintiéndonos amados de Dios de manera que le digamos Padre

 


No digamos muchas palabras, simplemente gocémonos sintiéndonos amados de Dios de manera que le digamos Padre

Isaías 55, 10-11; Sal 33;  Mateo 6, 7-15

Cuando la gente se siente querida, se siente feliz; cuando la gente se siente querida, se siente valorada: cuando la gente se siente querida se disipan las tinieblas y las dudas que podamos tener hasta de nosotros mismos; cuando la gente se siente querida, se siente con ganas de correr al encuentro con los demás, de compartir esa alegría nueva que lleva en su interior; cuando la gente se siente querido comenzará a mirar la vida, cuanto le rodea de forma distinta; cuando la gente se siente querida, comenzará a amar de una manera nueva a los que están a su alrededor; el mundo se llena de colores, todo comienza a verse con optimismo y con esperanza.

Nos hace falta sentirnos queridos; todavía quedan muchas malquerencias, muchos odios y muchas violencias, no hemos sabido aun encontrar los caminos que nos llevan a la paz porque nuestro corazón está aun cerrado, le hemos puesto el cartelito de nuestras desconfianzas y no respondemos a ningún estímulo ni a ninguna llamada. Aprendamos a sentirnos queridos, porque hay quien nos está ofreciendo siempre su amor.  Mientras no lo aprendamos, mientras no lo experimentemos seguiremos rezando mal el padrenuestro.

Hoy Jesús nos dice que cuando recemos no usemos muchas palabras, como los que piensan que por muchas palabras van a ser mejor entendidos. Claro que es lo que seguimos haciendo,  nos ponemos a repetir y a repetir palabras de manera que muchas veces nuestra oración se hace cansina y aburrida. Al final lo que estamos haciendo es eso que Jesús quiere que no hagamos, y hasta se nos hace aburrida nuestra oración.

Lo primero que nos dice Jesús que digamos es fundamental y tenemos que decirlo sintiendo de verdad las palabras que empleamos. Es la palabra más hermosa, la palabra con que habitualmente nos dirigimos a nuestro papá. ¡Padre! Claro que no le decimos padre a cualquiera; le decimos padre al que sabemos bien que nos ama; es ese padre que nos ha engendrado para la vida y ha estado junto a nosotros ofreciéndonos su cariño y su amor, preocupándose por nosotros queriendo ofrecernos lo mejor y procurando que nada nos falte o nos pueda dañar. Sí, me estoy refiriendo a ese papá de la tierra, con el que formamos familia, a quien nos dirigimos con confianza y al que escuchamos con amor, porque sabemos que siempre nos ama.

Hoy nos encontramos a mucha gente que tiene esa carencia de amor y cuando encuentra a alguien que le aprecia y busca lo mejor para él, que le abre el corazón y con quien se puede confiar, porque quizá por otra parte no han tenido esa experiencia de amor en la propia familia, comienzan también a llamarle padre, a llamarle papá. Mucha gente así nos encontramos en la vida que están buscando sentirse queridos, sentirse amados y allí donde encuentran esa acogida y esa comprensión, le ponen también todo su amor.

Pero estoy hablando de estas experiencias humanas, que algunas veces pueden ser tan diversas, porque es en lo que Jesús quiso fijarse y tener en cuenta para que así fuéramos capaces de experimentar ese amor de Dios. Por eso nos dice que orar es decir Padre. Y le decimos Padre porque nos sentimos amados. ¡Qué grande es el amor que Dios nos tiene! No podemos ir, pues, a la oración sin que sepamos llevar ese gozo en el alma de sentir que somos amados de Dios. Con esa palabra, con esa experiencia de amor está todo dicho, no hacen falta más palabras.

Fijamos que inmediatamente que decimos Padre, decimos Padre nuestro; es que sintiéndonos amados ya comenzamos a mirar de forma distinta a los demás porque nos damos cuenta de que ellos son también amados de Dios, y por eso nos sentimos hermanos, y por eso diremos a Dios, Padre nuestro.

Ya todo lo demás en la oración fluirá de forma espontánea porque ¿cómo no vamos a buscar siempre lo que es su voluntad que siempre nos ofrecerá los caminos mejores? ¿Cómo no nos vamos a sentir con la confianza de que no nos veremos abandonados y no nos faltará el pan de cada día? ¿Cómo no vamos a sentir dolor en el corazón cuando algo malo hacemos o tenemos que sufrir de los demás, pero sabiendo que en su amor tenemos asegurada su misericordia y su perdón, que será la manera con que nosotros tratemos siempre a los demás? ¿Cómo no nos vamos a sentir seguros en nuestros caminos si sabemos que sus Ángeles nos llevarán en las palmas de sus manos para librarnos del peligro, para no dejarnos caer en la tentación del mal?

Gustemos esa palabra, padre, gustemos lo que es el amor de Dios y nuestra vida será distinta, y llevaremos siempre la alegría en el corazón, y llenaremos el mundo de color, y sabremos encontrar los caminos de la verdadera paz.

Ya, como un aparte o una conclusión, en los momentos difíciles que estamos viviendo en este momento, reza en este sentido el Padrenuestro y lograremos que vuelva la paz a nuestro mundo.

lunes, 7 de marzo de 2022

Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan juntos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos para encontrarnos con Jesús

 


Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan juntos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos para encontrarnos con Jesús

Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25, 31-46

‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Lo tremendo sería que todavía siguiéramos haciéndonos esa pregunta queriendo pasar por ignorantes y que nada saben. Terrible seríamos aun más si fuéramos tan cegatos que no seamos capaces de ver a ese hambriento, o desnudo, o enfermo con el que nos vamos tropezando a cada rato.

Vamos de insensibles por la vida;  nos sensibilizamos quizás en cosas que nos pueden tocar directamente a nosotros y entonces nos convertimos en plañideras que no terminamos de hacernos lamentaciones, porque nos pasó esto o aquello y nadie hizo nada por nosotros. Para eso estamos pronto; cuando son problemas que nos afectan directamente o son asuntos que atañen a aquellos que consideramos como de los nuestros, nuestros amigos, nuestra familia, los que son de nuestro sentir o están en la misma cuerda social que nosotros, entonces levantamos la voz, damos gritos, ponemos pancartas, hacemos manifestaciones, y clamamos por la justicia y por los derechos de aquellos que a nosotros nos parece que han sido conculcados.

Pero llegar a tener una visión tal como nos la ofrece hoy el evangelio donde Jesús se está situando en la persona que sufre y lo que hagamos o dejemos de hacer a esas personas es como si se lo  hiciéramos a Cristo, eso es algo que nos cuesta más.  Jesús nos está diciendo que cuando no socorrimos al hambriento, al desnudo, al huérfano, al desplazado que llega a nuestra puerta es como si se lo hubiéramos hecho a El. Pero esa visión nos cuesta más tenerla.

Y Jesús aquí no hace rebajas, como nosotros estaríamos dispuestos a pedirlas que para eso si estamos al tanto. Jesús habla con radicalidad, porque nos está hablando de juicio final y definitivo donde podríamos vernos sorprendidos cuando pensábamos que nosotros éramos tan cumplidores que pagábamos el diezmo hasta por el comino. Nosotros que no faltábamos a Misa,  nosotros que asistíamos siempre a las procesiones de semana santa, nosotros que ‘echábamos una peonada’ para que luego nos acompañaran a nosotros cuando asistíamos al entierro de un vecino o de un compañero de trabajo. Si somos tan cumplidores, pensamos, y viene Jesús nos sale con otras historias que nos dejan descolocados. Lo que hagamos o dejemos de hacer a cualquiera de los hermanos en sus situaciones de dolor o en sus situaciones difíciles, es como si se lo hubiéramos hecho a Jesús.

Por eso Jesús dejaba descolocados a aquellos que entonces le escuchaban. Muy preocupados por el culto en el templo, por los sacrificios que cada día se ofrecían, de cumplir con el ayuno o guardar más que religiosamente el descanso sabático, y ahora Jesús les dice que lo que hagan o dejen de hacer a los demás tiene mucha más importancia. Es el orden nuevo que Jesús viene a proponernos, es el verdadero sentido del Reino de Dios, donde es importante el culto que le demos a Dios y el respeto a su santo nombre, pero es igualmente importante el respeto que le tengamos a los demás, el amor que les manifestemos, o la misericordia y compasión con que los tratemos.

Y nosotros todavía seguiremos preguntándonos que cuándo fue que no vestimos su desnudez, no calmamos su sed, o lo dejamos abandonado en su soledad de la enfermedad o de la ancianidad.

Hay que cambiar el chip. Tenemos que cambiar la manera de ver las cosas. Tenemos que entrar en otra órbita porque por la que solemos ir aunque creamos que nos está llevando a Dios, realmente nos está alejando cada vez más de El. Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan junto a ellos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos; si así nos vamos encontrando con el hermano que sufre, estaremos cada día más cerca de Dios, porque estaremos encontrándonos con Jesús, y desde ese momento todo comenzará a tener una nueva luz.

domingo, 6 de marzo de 2022

Dejemos que la Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve a que Dios sea el único Señor de nuestra vida

 


Dejemos que la Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve a que Dios sea el único Señor de nuestra vida

Deuteronomio 26, 4–10; Sal 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

Hemos emprendido el camino de la Cuaresma un año más. Pero así de entrada me atrevo a decir que no es pensar en un año más que vamos a hacer este camino, sino que tiene que ser el camino que aquí y ahora, este año concreto, tenemos que emprender. Aunque nos parezca repetición, no la hay; aunque se nos ofrezcan unos mismos textos litúrgicos bien sabemos que la Palabra de Dios llega en el hoy concreto de la vida que vivimos y es por lo que para nosotros es Evangelio, es Buena Noticia, porque es noticia que de Dios nos llega hoy a nuestra vida. Por eso no vamos a decir un año más, sino el camino que hoy, este año hemos de realizar con sus circunstancias concretas.

Un camino que nos obliga a hacernos preguntas, porque lo que ahora vivimos nos llena de incertidumbres y de angustias, nos puede hacer perder las esperanzas, o nos hace entrar en una dinámica de cansancio ante tanto que tenemos que luchar. Esas contradicciones de nuestro mundo que se llena de violencias algunas veces nos hace dudar, o nos puede llenar también de pesimismo; pero están también tantas influencias que recibimos de un lado y de otro que nos desestabilizan, no hacen que no sepamos por donde salir, o nos tientan para vivir dejándonos arrastrar por lo que nos rodea.

Si difíciles fueron las condiciones que vivimos en otros momentos recientes de nuestra historia y que arrastraron a nuestra sociedad a nuevos planteamientos o a una nueva visión de la misma realidad de la vida, ahora no es menos difícil lo que vivimos que de nuevo nos llevará también a nuevos planteamientos, a un nuevo sentido o estilo de vivir, a nuevas búsquedas. La humanidad siempre ha sentido deseos de paz pero nos vemos envueltos por las ambiciones que se transforman en violencias y que nos llenan de dolor y de muerte. Una guerra es una grave crisis para la humanidad. Y las crisis nos pueden hacer perder el pie, no sabiendo a veces donde apoyarnos para que nos sintamos seguros, nos hacen buscar nuevas seguridades, o nos pueden arrastrar a angustias de las que no sabemos cómo salir.

Tradicionalmente en este primer domingo de Cuaresma en el Evangelio se nos presentan las tentaciones de Jesús en el desierto. Diciéndolo de una manera fácil fueron momentos de crisis para Jesús. Era el momento del comienzo de su misión y ante él se abría aquel mundo al que había que anuncia una buena nueva, la buena nueva del Reino de Dios. ¿Cómo realizar aquella misión?

Se podían ofrecer caminos fáciles, pero que serían caminos muy lejanos de los valores nuevos que con el Reino de Dios se quería para la vida y para el mundo. No podían ser caminos de manipulación de nada ni de nadie; no podían ser caminos que encandilaran sino que tenían que ser caminos que llevaran al encuentro con la verdadera luz que diera sentido a la vida de las personas. Si Jesús había de presentarse como el camino y la verdad y la vida, no lo podía hacer por caminos del engaño, de vanidad, de mentira. Y era por donde lo estaba tentando el diablo.

Tienes el poder porque eres el Hijo de Dios, venía a decirle Satanás, manifiéstate con esas aureolas realizando milagros y cosas extraordinarias y la gente confiará en ti. Era el milagro de convertir las piedras en pan, porque si tenia hambre allí tenía la solución fácil, o era el ser aclamado porque si caía desde el pináculo del templo y no le pasaba nada, todos los que lo verían creerían en el. ‘No tentarás al Señor, tu Dios’, le responde Jesús. ¿Qué no damos nosotros por ser aclamados o ser tenidos en aprecio por todos llenando nuestro corazón de vanidad?

Ya veremos luego en el evangelio como Jesús estará evitando todo eso con lo que va realizando. Les prohibía a los que eran beneficiados por los milagros de su amor que hablaran de ello a los demás, porque no era ese el camino por el cual quería ser aceptado. Y nosotros seguimos pidiendo milagros para creer. Los milagros solo tenían que ser signos del nuevo reino de Dios, de cómo cuando pusiéramos a Dios en nuestra vida el mundo se iría transformando y el mal se iría venciendo.

¿Quieres en verdad un reino nuevo en que tú seas el señor de todo?, viene a decirle Satanás cuando le presenta todos los reinos del mundo desde una montaña alta. ‘Todo eso te daré si me adoras’. Los afanes de grandeza y de poder, sea como sea, a que nos vemos tan fácilmente tentados; parece que no importa cómo lo logremos, los apegos que tengamos en el corazón o los ídolos que nos busquemos, o no importa que haya destrucción y muerte por medio, como estamos viendo en la realidad de nuestro mundo. No es ese el camino de Jesús. ‘Apártate de mi, Satanás, solo al Señor, tu Dios, darás culto’.

Pero esto que estamos escuchando hoy en el evangelio tiene que traernos una buena noticia para nosotros y para nuestro mundo en esta hora concreta que estamos viviendo. ¿Nos estará abriendo a que busquemos nuevos caminos para la paz? ¿Nos estará haciendo planteamientos en lo hondo del corazón para que analicemos seriamente esas posturas y actitudes con las que actuamos habitualmente en la vida?

Esto que estamos viendo a lo grande en el momento presente de nuestra historia que ha desencadenado la situación presente tan dura que estamos viviendo, tenemos que verlo en el día a día de nuestro interior, de lo que hacemos cada día, de lo que son nuestras relaciones con los que están cerca de nosotros, de las ambiciones y vanidades que seguimos manteniendo en muchas actitudes y posturas de la vida. ¿No tendremos muchas de esas cosas en el día a día con los que están cercanos a nosotros, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo? ¡Cuántas guerras nos hacemos!

Como se nos dice el evangelio no solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Dejemos que esa Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve de verdad a que Dios sea el único Señor de nuestra vida. Tiene que ser algo muy concreto en el hoy de nuestra vida.