domingo, 6 de marzo de 2022

Dejemos que la Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve a que Dios sea el único Señor de nuestra vida

 


Dejemos que la Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve a que Dios sea el único Señor de nuestra vida

Deuteronomio 26, 4–10; Sal 90; Romanos 10, 8-13; Lucas 4, 1-13

Hemos emprendido el camino de la Cuaresma un año más. Pero así de entrada me atrevo a decir que no es pensar en un año más que vamos a hacer este camino, sino que tiene que ser el camino que aquí y ahora, este año concreto, tenemos que emprender. Aunque nos parezca repetición, no la hay; aunque se nos ofrezcan unos mismos textos litúrgicos bien sabemos que la Palabra de Dios llega en el hoy concreto de la vida que vivimos y es por lo que para nosotros es Evangelio, es Buena Noticia, porque es noticia que de Dios nos llega hoy a nuestra vida. Por eso no vamos a decir un año más, sino el camino que hoy, este año hemos de realizar con sus circunstancias concretas.

Un camino que nos obliga a hacernos preguntas, porque lo que ahora vivimos nos llena de incertidumbres y de angustias, nos puede hacer perder las esperanzas, o nos hace entrar en una dinámica de cansancio ante tanto que tenemos que luchar. Esas contradicciones de nuestro mundo que se llena de violencias algunas veces nos hace dudar, o nos puede llenar también de pesimismo; pero están también tantas influencias que recibimos de un lado y de otro que nos desestabilizan, no hacen que no sepamos por donde salir, o nos tientan para vivir dejándonos arrastrar por lo que nos rodea.

Si difíciles fueron las condiciones que vivimos en otros momentos recientes de nuestra historia y que arrastraron a nuestra sociedad a nuevos planteamientos o a una nueva visión de la misma realidad de la vida, ahora no es menos difícil lo que vivimos que de nuevo nos llevará también a nuevos planteamientos, a un nuevo sentido o estilo de vivir, a nuevas búsquedas. La humanidad siempre ha sentido deseos de paz pero nos vemos envueltos por las ambiciones que se transforman en violencias y que nos llenan de dolor y de muerte. Una guerra es una grave crisis para la humanidad. Y las crisis nos pueden hacer perder el pie, no sabiendo a veces donde apoyarnos para que nos sintamos seguros, nos hacen buscar nuevas seguridades, o nos pueden arrastrar a angustias de las que no sabemos cómo salir.

Tradicionalmente en este primer domingo de Cuaresma en el Evangelio se nos presentan las tentaciones de Jesús en el desierto. Diciéndolo de una manera fácil fueron momentos de crisis para Jesús. Era el momento del comienzo de su misión y ante él se abría aquel mundo al que había que anuncia una buena nueva, la buena nueva del Reino de Dios. ¿Cómo realizar aquella misión?

Se podían ofrecer caminos fáciles, pero que serían caminos muy lejanos de los valores nuevos que con el Reino de Dios se quería para la vida y para el mundo. No podían ser caminos de manipulación de nada ni de nadie; no podían ser caminos que encandilaran sino que tenían que ser caminos que llevaran al encuentro con la verdadera luz que diera sentido a la vida de las personas. Si Jesús había de presentarse como el camino y la verdad y la vida, no lo podía hacer por caminos del engaño, de vanidad, de mentira. Y era por donde lo estaba tentando el diablo.

Tienes el poder porque eres el Hijo de Dios, venía a decirle Satanás, manifiéstate con esas aureolas realizando milagros y cosas extraordinarias y la gente confiará en ti. Era el milagro de convertir las piedras en pan, porque si tenia hambre allí tenía la solución fácil, o era el ser aclamado porque si caía desde el pináculo del templo y no le pasaba nada, todos los que lo verían creerían en el. ‘No tentarás al Señor, tu Dios’, le responde Jesús. ¿Qué no damos nosotros por ser aclamados o ser tenidos en aprecio por todos llenando nuestro corazón de vanidad?

Ya veremos luego en el evangelio como Jesús estará evitando todo eso con lo que va realizando. Les prohibía a los que eran beneficiados por los milagros de su amor que hablaran de ello a los demás, porque no era ese el camino por el cual quería ser aceptado. Y nosotros seguimos pidiendo milagros para creer. Los milagros solo tenían que ser signos del nuevo reino de Dios, de cómo cuando pusiéramos a Dios en nuestra vida el mundo se iría transformando y el mal se iría venciendo.

¿Quieres en verdad un reino nuevo en que tú seas el señor de todo?, viene a decirle Satanás cuando le presenta todos los reinos del mundo desde una montaña alta. ‘Todo eso te daré si me adoras’. Los afanes de grandeza y de poder, sea como sea, a que nos vemos tan fácilmente tentados; parece que no importa cómo lo logremos, los apegos que tengamos en el corazón o los ídolos que nos busquemos, o no importa que haya destrucción y muerte por medio, como estamos viendo en la realidad de nuestro mundo. No es ese el camino de Jesús. ‘Apártate de mi, Satanás, solo al Señor, tu Dios, darás culto’.

Pero esto que estamos escuchando hoy en el evangelio tiene que traernos una buena noticia para nosotros y para nuestro mundo en esta hora concreta que estamos viviendo. ¿Nos estará abriendo a que busquemos nuevos caminos para la paz? ¿Nos estará haciendo planteamientos en lo hondo del corazón para que analicemos seriamente esas posturas y actitudes con las que actuamos habitualmente en la vida?

Esto que estamos viendo a lo grande en el momento presente de nuestra historia que ha desencadenado la situación presente tan dura que estamos viviendo, tenemos que verlo en el día a día de nuestro interior, de lo que hacemos cada día, de lo que son nuestras relaciones con los que están cerca de nosotros, de las ambiciones y vanidades que seguimos manteniendo en muchas actitudes y posturas de la vida. ¿No tendremos muchas de esas cosas en el día a día con los que están cercanos a nosotros, familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo? ¡Cuántas guerras nos hacemos!

Como se nos dice el evangelio no solo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Dejemos que esa Palabra llegue a nuestro corazón, alimente nuestra vida, encienda nueva luz en nuestro corazón, nos lleve de verdad a que Dios sea el único Señor de nuestra vida. Tiene que ser algo muy concreto en el hoy de nuestra vida.

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