lunes, 7 de marzo de 2022

Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan juntos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos para encontrarnos con Jesús

 


Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan juntos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos para encontrarnos con Jesús

Levítico 19, 1-2. 11-18; Sal 18; Mateo 25, 31-46

‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Lo tremendo sería que todavía siguiéramos haciéndonos esa pregunta queriendo pasar por ignorantes y que nada saben. Terrible seríamos aun más si fuéramos tan cegatos que no seamos capaces de ver a ese hambriento, o desnudo, o enfermo con el que nos vamos tropezando a cada rato.

Vamos de insensibles por la vida;  nos sensibilizamos quizás en cosas que nos pueden tocar directamente a nosotros y entonces nos convertimos en plañideras que no terminamos de hacernos lamentaciones, porque nos pasó esto o aquello y nadie hizo nada por nosotros. Para eso estamos pronto; cuando son problemas que nos afectan directamente o son asuntos que atañen a aquellos que consideramos como de los nuestros, nuestros amigos, nuestra familia, los que son de nuestro sentir o están en la misma cuerda social que nosotros, entonces levantamos la voz, damos gritos, ponemos pancartas, hacemos manifestaciones, y clamamos por la justicia y por los derechos de aquellos que a nosotros nos parece que han sido conculcados.

Pero llegar a tener una visión tal como nos la ofrece hoy el evangelio donde Jesús se está situando en la persona que sufre y lo que hagamos o dejemos de hacer a esas personas es como si se lo  hiciéramos a Cristo, eso es algo que nos cuesta más.  Jesús nos está diciendo que cuando no socorrimos al hambriento, al desnudo, al huérfano, al desplazado que llega a nuestra puerta es como si se lo hubiéramos hecho a El. Pero esa visión nos cuesta más tenerla.

Y Jesús aquí no hace rebajas, como nosotros estaríamos dispuestos a pedirlas que para eso si estamos al tanto. Jesús habla con radicalidad, porque nos está hablando de juicio final y definitivo donde podríamos vernos sorprendidos cuando pensábamos que nosotros éramos tan cumplidores que pagábamos el diezmo hasta por el comino. Nosotros que no faltábamos a Misa,  nosotros que asistíamos siempre a las procesiones de semana santa, nosotros que ‘echábamos una peonada’ para que luego nos acompañaran a nosotros cuando asistíamos al entierro de un vecino o de un compañero de trabajo. Si somos tan cumplidores, pensamos, y viene Jesús nos sale con otras historias que nos dejan descolocados. Lo que hagamos o dejemos de hacer a cualquiera de los hermanos en sus situaciones de dolor o en sus situaciones difíciles, es como si se lo hubiéramos hecho a Jesús.

Por eso Jesús dejaba descolocados a aquellos que entonces le escuchaban. Muy preocupados por el culto en el templo, por los sacrificios que cada día se ofrecían, de cumplir con el ayuno o guardar más que religiosamente el descanso sabático, y ahora Jesús les dice que lo que hagan o dejen de hacer a los demás tiene mucha más importancia. Es el orden nuevo que Jesús viene a proponernos, es el verdadero sentido del Reino de Dios, donde es importante el culto que le demos a Dios y el respeto a su santo nombre, pero es igualmente importante el respeto que le tengamos a los demás, el amor que les manifestemos, o la misericordia y compasión con que los tratemos.

Y nosotros todavía seguiremos preguntándonos que cuándo fue que no vestimos su desnudez, no calmamos su sed, o lo dejamos abandonado en su soledad de la enfermedad o de la ancianidad.

Hay que cambiar el chip. Tenemos que cambiar la manera de ver las cosas. Tenemos que entrar en otra órbita porque por la que solemos ir aunque creamos que nos está llevando a Dios, realmente nos está alejando cada vez más de El. Busquemos utilizar la órbita que en verdad nos hace pasar al lado de los hermanos, tan junto a ellos que aunque vayamos cegatos tengamos que tropezar con ellos; si así nos vamos encontrando con el hermano que sufre, estaremos cada día más cerca de Dios, porque estaremos encontrándonos con Jesús, y desde ese momento todo comenzará a tener una nueva luz.

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