sábado, 29 de enero de 2022

Tenemos que seguir haciendo la travesía de la vida en la que Jesús nos lanza siempre hacia otras orillas con la certeza de que El va en la misma barca que nosotros

 


Tenemos que seguir haciendo la travesía de la vida en la que Jesús nos lanza siempre hacia otras orillas con la certeza de que El va en la misma barca que nosotros

2 Samuel 12, 1-7a. 10-17; Sal 50; Marcos 4, 35-41

No hace mucho escuchaba la noticia de que un capitán de un barco había sido condenado porque en una catástrofe marítima él había abandonado el barco antes de que todos los viajeros y tripulantes hubieran estado a salvo. Todos conocemos más o menos a qué se hacia referencia con esta noticia. Es ley, pero todos siempre sabemos y decimos que, casi como una razón que se cae por su propia naturaleza, el capitán del barco es el último que lo abandona. Es su misión y es su responsabilidad, llevar a puerto seguro la nave y a salvo a todos los viajen en ella. No puede, pues, abandonar.

Me viene a la mente esta consideración escuchando el relato del evangelio que hoy se nos ofrece. Al atardecer Jesús invita a los discípulos a ir a la otra orilla del lago. Sería la barca de Pedro – lo cual vendría a ser bien significativo – o la de cualquiera de los otros pescadores del grupo con la que se disponen a atravesar el lago. Pero en la travesía se levanta una fuerte tempestad, de manera que todos pensaban que aquello se hundía. Pero Jesús, al parecer ajeno a todo, duerme por algún rincón y allá vienen a despertarlo diciéndole ‘¿no te importa que nos hundamos?’ Claro que Jesús no era el patrón de aquella barca, pero si el que los había metido en aquella travesía. ¿Parecería que se estaba desentendiendo?

¿No es el grito de angustia y desesperanza que en la vida lanzamos contra Dios viendo el mal que nos rodea en el mundo? ¿Y qué hace Dios? nos preguntamos nosotros o hay tantos a nuestro lado que también se lo preguntan y nos lo preguntan a nosotros que nos presentamos como creyentes y como cristianos. ¿Tendría razón y sentido esa queja y esa pregunta?

Antes dijimos así como de pasada que Jesús no era el patrón de aquella barca que atravesaba Tiberíades. Pero claro que de la vida sobre todo el creyente no puede pensar que Dios no sea el patrón de la vida y del mundo, porque si algo nos caracteriza a los creyentes es ese creer en esa presencia de Dios en nuestra vida y en nuestro mundo. Pero como creyentes también recordamos cómo Dios ha puesto este mundo en nuestras manos. Y ahí ante toda esa problemática de la vida estamos nosotros con nuestras responsabilidades, nosotros con nuestra creatividad y con nuestra iniciativa, nosotros con nuestras capacidades y con nuestros valores para ir haciendo que esa vida nuestra o que ese mundo en el que vivimos sea mejor, lo vayamos construyendo mejor. ¿Quiénes somos los que hemos conducido a este mundo por estos derroteros de los que ahora nos quejamos?

Pero quizá cuando nos sentimos débiles e indefensos para enfrentarnos a todo eso, para saber hacer que nuestro mundo sea mejor, siga quemándonos en nuestros labios o en nuestro corazón esa misma queja y esa misma pregunta. ¿No te importa que nos hundamos?’ Y tenemos que darnos cuenta de una cosa y es que Dios no se desentiende de nuestra travesía cuando El ha querido venir a hacer esa misma travesía con nosotros. En aquella barca que parecía que se iba a hundir estaba Jesús ¿quería hundirse El con la barca y todos sus acompañantes?

Dios está embarcado con nosotros en esa travesía de la vida; Dios está embarcado con nosotros en esa tarea de ir conduciendo nuestro mundo, y será El quien nos dé esa sabiduría que necesitamos, quien nos dé esa fuerza para seguir remando frente a la tormenta, quien nos levanta sobre la olas de la vida o nos ayuda a descubrir el faro que al final nos señala el puerto seguro.

Tenemos que seguir haciendo la travesía de la vida porque además Jesús nos lanza siempre hacia otras orillas, hacia otros horizontes, hacia otros campos a los que también tenemos que llegar. La travesía no es fácil, encontrarnos con eso nuevo que está más allá y que Jesús nos ofrece en ocasiones nos puede llenar de dudas y de incertidumbres, de miedos y hasta de cobardías, pero tenemos que seguir remando hacia delante, tenemos que seguir llevando ese mensaje de vida que resucite muertos, esa palabra de salvación que sane nuestras heridas, esa luz que ilumine nuestros caminos.

No temamos, porque Jesús está con nosotros en esa misma barca, aunque nos parezca dormido, pero está haciendo la travesía con nosotros y su presencia nos da fortaleza y seguridad, su presencia nos hace confiar, su presencia se convierte en gracia de vida para nosotros. Si confiamos en El no vamos a perecer, si confiamos en El llegaremos a la otra orilla, si confiamos en El podremos hacer ciertamente que nuestro mundo sea mejor. El no abandona el barco, y nosotros tampoco podemos desentendernos de lo que son nuestras responsabilidades.

viernes, 28 de enero de 2022

Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor

 


Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor

2Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17; Sal 50; Marcos 4, 26-34

Lo que falta ya es que queramos recoger la cosecha antes de sembrar la semilla. Así andamos, con nuestras prisas y nuestras precipitaciones; todo lo queremos al momento; como estamos tan automatizados con la informática, creemos que todo podemos hacerlo así. Pero las cosas tienen su ritmo, aun las que vemos más automatizadas; es cierto que en ese tema informático por decirlo de una manera fácil tenemos unos aceleradores que nunca nos habíamos podido imagina, más allá de los sueños de un novelista o un poeta, sin embargo la vida tiene su ritmo, la naturaleza tiene su ritmo, la semilla que plantamos en la tierra tiene su ritmo, las personas con sus reacciones o con sus respuestas tienen también su ritmo.

Creo que algunas veces tendríamos que detenernos de esas velocidades de vértigo a las que queremos ir siempre por las autopistas de la vida. Hay un misterio en nosotros, en nuestro ser, que es algo bien distinto de esa automatización de todo a la que nos estamos acostumbrando. Porque tenemos que pensar en las personas, que además no todos somos iguales; cada uno tiene también su propio ritmo. Y esa maduración interna que tenemos que ir haciendo de las cosas que nos suceden o de las cosas incluso que se nos plantean tenemos que respetarla, no vayamos a caer en una inhumanidad  por insensibles.

Hoy Jesús en el evangelio ha vuelto a proponernos parábolas que hablan de semillas, de plantas que nacen y que crecen y que de una forma u otra pueden o tienen que llegar a dar sus frutos, los propios de cada planta. Si en la parábola del sembrador quizás teníamos que fijarnos mucho en el terreno donde se sembrara esa semilla y de su preparación, hoy la parábola parece fijarse en la semilla en si misma. Se planta, germina a su tiempo bajo tierra, brotará la planta que crecerá a su ritmo hasta que un día veamos florecer una espiga prometedora de ricos frutos. Y como dice la parábola el agricultor no ve lo que está sucediendo en aquella semilla, ni bajo tierra, podrá ver finalmente la planta que crece y sus frutos tan ansiados.

¿No sucede algo así en el interior de la persona? ¿Quién es capaz de decirnos con certeza lo que pasa en el interior de cada persona? ¿Quién conoce mi pensamiento si yo no lo manifiesto? ¿Quién sabe de las reacciones interiores que se provocan en mí ante lo que me sucede o lo que pueda entrar por mis oídos? ¿Quién sabe las cosas que tengo que superar, las dificultades que tengo que vencer, los cambios profundos que tenga que realizar para poder hacer lo que se me pide? Y no queremos hablar aquí de las respuestas que a todo esto nos puedan dar los sicólogos o los sociólogos – y no quiero por supuesto minusvalorar su función y su saber porque es cierto que pueden ser ayudas en mi vida -, porque por encima o detrás de todo eso está el misterio de mi ser, de mi vida, también de mi voluntad. La decisión última será la que yo haga con mi entera libertad después de haber hecho lo que ha sido mi propio recorrido, mi propio camino.

Nos está hablando Jesús con las parábolas que nos propone del Reino de Dios y cómo el Reino de Dios se va realizando en nosotros. pero cuando nos está hablando del Reino de Dios no nos está hablando de algo abstracto que se quede solamente en ideas, sino que está hablando de la realidad de nuestra vida y cómo en esa vida nuestra se ira realizando el Reino de Dios, como se irá transformando nuestra vida.

A veces los predicadores o los que tienen una función pastoral dentro de la Iglesia se cansan y se desaniman por lo que cuesta ver los frutos del trabajo que realizan. Tendríamos que leer y escuchar con mucha más atención estas parábolas que nos está ofreciendo hoy el Señor para que aprendamos a respetar los ritmos de las personas y en consecuencia también los ritmos de nuestras comunidades. Eso misterioso que sucede en el interior del hombre y que es un misterio de gracia, misterio de gracia en lo que Dios quiere realizar dentro de nosotros, pero misterio del hombre, misterio de la persona que ha de ir dando una respuesta, haciendo un recorrido, encontrando una disponibilidad, sintiendo una fuerza, la fuerza que le viene de lo alto, que será el que al final moverá su corazón.

Esto nos llevaría también a preguntarnos por qué nos volvemos tan exigentes con las otras personas cuando les pedimos algo, cuando esperamos algo de los otros. Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor. Es la paciencia de Dios con nosotros porque en Dios siempre hay amor.

jueves, 27 de enero de 2022

Pongamos la luz de nuestra fe en lo alto, no la escondamos sino que a todos nos ilumine y que ilumine con la luz de la más hermosa sabiduría a nuestro mundo

 


Pongamos la luz de nuestra fe en lo alto, no la escondamos sino que a todos nos ilumine y que ilumine con la luz de la más hermosa sabiduría a nuestro mundo

2Samuel 7, 18-19. 24-29; Sal 131; Marcos 4, 21-25

Hace pocos días en el lugar en que vivo, quizás como consecuencia de unos temporales de viento que nos azotaba, se nos interrumpió la energía eléctrica, nos quedamos a oscuras. Qué oscura y tenebrosa estaba la casa; aunque pronto buscamos solución en linternas o velas que nos devolvieran un poco de luz, no encontrábamos el sitio apropiado para colocarle esas luces auxiliares y nos iluminaran debidamente. Allá andábamos buscando el lugar apropiado, de alguna manera en alto, para que aquellos débiles rayos de luz alcanzasen mayor espacio.

Nos puede dar qué pensar. Con qué facilidad nos podemos quedar sin luz. Y como comprenderéis ya no me estoy refiriendo solo a esa energía que nos ilumine en la oscuridad o que haga funcionar tantos aparatos dependientes de esa energía. En los caminos de la vida nos aparecen oscuridades; los problemas de todo tipo que nos cercan continuamente, la incertidumbre que se nos pueda meter dentro de nosotros mismos sobre el mañana, sobre el futuro tantas veces incierto, el consumismo y el materialismo que nos está invadiendo a todo ritmo, la falta de unos valores estables que nos den consistencia en la vida para plantearnos sin temores todo esos retos a los que tenemos que enfrentarnos cada día, las mismas aristas que en la relación con los demás tantas veces encontramos, algo hondo en nuestra vida que nos dé profundidad y estabilidad a lo que hacemos o por lo que luchamos.

Algunas veces nos parece que nos encontramos sin luz para descubrir salidas y caminos, sin energía y sin fuerza para mantener nuestra lucha y nuestros esfuerzos por alcanzas una metas y unos ideales, nos encontramos como dando tumbos. Necesitamos encontrar esa luz, pero no una luz efímera y que nos pueda fallar, o nos haga candilejas; una luz que nos dé seguridad, que nos abra a horizontes amplios, que nos haga ver con claridad, que le dé verdadera trascendencia a nuestra vida, en la que podamos confiar en todo momento.

Es la fe que nosotros ponemos en Jesús porque El en verdad es nuestra luz y nuestra salvación; nada hemos de temer porque El nunca nos fallará. Somos nosotros los que hemos de saber tener muy presente en nuestra vida esa luz de la fe que nos da sentido y que nos da valor, que eleva nuestra vida y nos hace caminar con paso firme a pesar de los temporales de la vida, que nos llena de valores y nos lanza al mismo tiempo a ser luz para ese mundo que nos rodea.

No podemos dejar apagar la fe ni que se debilite. Es llama divina en nosotros que viene alimentada de lo alto, pero que nosotros hemos de cuidar. Es lámpara que ilumina y que tenemos que saber poner en el centro de nuestra vida para que en todos y cada uno de sus rincones, en todas y cada una de las facetas de nuestra vida llegue esa luz que nos haga tener una mirada nueva. Que nada la oscurezca para que brille con todo resplandor el testimonio de nuestra vida y que ilumine también a los que caminan a nuestro lado.

Una luz que nos hace tener una mirada distinta a nuestra vida, a lo que hacemos, al mundo que nos rodea y a las personas que caminan a nuestro lado. Una luz que da un valor nuevo a cuanto hacemos, pero una luz que al mismo tiempo nos hace admirar el valor nuevo que los demás también tienen para nosotros. 

Comprenderemos la dignidad y la grandeza de toda persona, aprenderemos a valorar cuanto hace haciendo resaltar siempre lo positivo, ya para siempre sabremos evitar lo que pueda ser juicio o condenación del otro porque nos sentimos tan humanos y tan débiles como él, entraremos en un camino que hacemos juntos sin sentirnos competidores o contrincantes y donde con generosidad nos tenderemos la mano para alcanzar juntos las mejores metas.

Pongamos esa luz en lo alto, no la escondamos. Que nos ilumine y que ilumine con la mejor luz a nuestro mundo.

miércoles, 26 de enero de 2022

Como sembradores no podemos desistir de seguir intentado lograr un día unos mejores frutos de nuestra sociedad aunque endurecido encontremos el terreno

 


Como sembradores no podemos desistir de seguir intentado lograr un día mejores frutos de nuestra sociedad aunque endurecido encontremos el terreno

2Timoteo 1, 1-8; Sal 95; Marcos 4, 1-20

Hay terrenos y terrenos, hay cultivos y cultivos, hay agricultores o sembradores en el campo, podríamos decir, para todos los gustos, hay semillas que nos dan más fruto y hay algunas que se vuelven inservibles. Puede parecer un trabalenguas, pero no lo es, porque todos, aunque no trabajemos en el campo, sabemos que no toda la tierra produce lo mismo, que no siempre cuando cultivamos obtenemos el fruto deseado, o que las semillas tenemos que escogerlas muy bien.

Soy hijo de agricultor y recuerdo a mi padre escogiendo muy bien las papas que iba a sembrar – no todas valen para semilla, recuerdo que nos decía – y también la preparación de las tierras previamente a echar la semilla en la tierra además de los trabajos posteriores de cultivo. Quizás hoy nos hemos vueltos en civilizaciones más urbanas y algunos de nuestros niños solo sabrán de semillas, de siembras y de cultivos por lo leído en los libros, por lo contemplado en Internet o por lo que hayan oído hablar de quienes sí viven inmersos en esa cultura agrícola.

Pero igual sabemos que en el conjunto de la vida sucede algo así como nos habla hoy la parábola. Gente a la que le rinde su preparación y sus estudios sabiendo salir luego adelante en la vida, como quienes se quedan en la cuneta de la vida o porque no saben sacar partido a lo que ha sido su preparación en la vida, o porque quizá prefieran una vida cómoda y sin esfuerzos con lo que no se encontraron preparados cuando en verdad tuvieron que enfrentarse a los problemas de la vida. Es amplio el abanico de referencias con el que podemos encontrarnos en esas diversas situaciones de la vida, pero también en esa distinta respuesta de maduración como personas para saber aprovechar las oportunidades de la vida.

Una parábola que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio con la que podemos hacer referencia a muchas situaciones, a muchas respuestas, a muchos campos de la vida. No todos sabemos siempre dar la talla en la vida, no manifestamos la misma madurez, como no llegamos al mismo compromiso. Ante todos está ese campo de la vida, en manos de todos está esa sociedad en la que vivimos pero que no es solo lo que nos ha sido dado o nos han transmitido nuestros mayores, sino que es también lo que nosotros tenemos que seguir realizando, ese crecimiento personal pero también ese desarrollo para mejorar nuestra propia sociedad.

Y en cualquiera que sea los aspectos nos encontraremos corazones endurecidos, quizá por las experiencias que hayan vivido, quizás por lo negativo que se le haya transmitido de lo anterior de esa sociedad; cuantos viven con el corazón avinagrado porque alguien echó a perder esa buena tierra con los zarzales de las envidias, de los odios, de los orgullos mal curados, y ahora solo respiran violencias y resentimientos; cuantos viven en la superficialidad y la vanidad, en lo cómodo o pensando que solo tenemos que realizar lo fácil y rehuir lo que signifique esfuerzo, y difícilmente en esos corazones podrán enraizar buenos sentimientos o profundos valores para poder alcanzar altas metas.

Queremos sembrar las buenas semillas en esos campos y difícilmente podrán prosperar las plantas que hayan germinado en esos semilleros de la vida; buena será la semilla, buenos deseos podemos tener todos de querer hacer cada día nuestro mundo y nuestra sociedad mejor, pero duros y difíciles se nos convertirán esos campos de trabajo donde difícilmente podremos un día alcanzar una cosecha de buenos frutos.

Ya sabemos que solamente en la tierra buena y bien preparada podremos obtener los mejores frutos y en eso tendremos que afanarnos con ahínco y sin cansancio. Mucha tierra dura tendremos que roturar, muchos campos tendremos que limpiar de pedruscos o de malas hierbas, pero como sembradores no nos podemos desanimar y bajar la guardia en nuestra tarea. No podemos desistir de seguir intentando lograr un día mejores frutos de nuestra sociedad.

Como creyentes y cristianos que escuchamos también esta parábola que nos propone Jesús tenemos que encontrar esa buena semilla que tenemos que seguir sembrando; no temamos las dificultades o las cosas adversas con que nos podemos encontrar; pensemos que la semilla que vamos a sembrar tiene en sí misma una fuerza de vida, porque lo hacemos desde esa Palabra de Dios que escuchamos y queremos hacer llegar a los demás, porque sabemos que es el camino para hacer un mundo mejor.

No lo olvidemos en nuestra mano está la semilla, somos sembradores, y tenemos la esperanza de ver reverdecer un día un mundo mejor y brotar las flores que serán promesas de hermosos frutos.

martes, 25 de enero de 2022

Es cuestión de gracia y también de respuesta, es posible si nos dejamos conducir poniendo confianza y disponibilidad en el corazón para la nueva misión que se nos confía

 


Es cuestión de gracia y también de respuesta, es posible si nos dejamos conducir poniendo confianza y disponibilidad en el corazón para la nueva misión que se nos confía

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116; Marcos 16, 15-18

Hay momentos en la vida que nos pueden sorprender de tal manera que nos hagan dar un cambio radical en la vida; algo inesperado y por eso mismo sorprendente, algo que nos sucede quizás como una consecuencia de una cadena de hechos anteriores; un accidente en esos caminos que vamos recorriendo en la vida; algo extraordinario que nos puede suceder en lo sorprendente incluso de la misma naturaleza; una palabra, un encuentro, un sueño quizás como una pesadilla que nos deja inquietos… muchas cosas nos pueden suceder y quizás alguna experiencia podamos tener.

Cosas que nos hacen pensar, que nos hacen interiorizar, que nos hacen preguntas por dentro, que nos abren caminos inesperados y sorprendentes. ¿Lo llamamos milagro? ¿Es una aparición sobrenatural – nos sobrepasa - en nuestra vida? ¿Algo misterioso o que como dicen algunos el destino nos depara aunque nosotros no lo queramos? ¿Una llamada del cielo?

Saulo tenía sus convicciones y sus planes. No podía permitir que se siguieran propagando aquellas ideas y todo cuanto estaba sucediendo en el mismo seno de la comunidad judía. Lo que parecía una camino nuevo él no lo podía tolerar. Por eso había emprendido algunas cosas para erradicar aquello que parecía que se iba extendiendo porque en poco tiempo ya iba transcendiendo las propias fronteras de Israel. Ahora marcha convencido, con cartas incluso de los sumos sacerdotes de Jerusalén que lo autorizan, a Damasco porque quiere quitar de en medio a algunos que por allá difundían aquellas doctrinas. Iba muy convencido y seguro de si mismo.

Pero algo sucede en el camino, a las puertas casi ya de la ciudad de Damasco. Algo que lo tumba por tierra incluso en el sentido físico, porque una luz lo ha deslumbrado todo, lo ha deslumbrado como para quedarse ciego. Solamente él ha visto lo que había detrás de aquella luz, porque allí le salía al encuentro el mismo Jesús al que él perseguía en sus seguidores. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... Yo soy Jesús, el Nazareno, a quien tú persigues’

Será el propio Saulo el que nos lo cuente. Los que le acompañaban solo sintieron que algo le pasó a Saulo que estaba caído por tierra, y lo que harán será ayudarlo a levantarse para llevarlo a la ciudad. Allí se desarrollará el resto del episodio. Saulo ya no es el mismo. Se ha encontrado con Jesús, a quien él perseguía. Será un vaso de elección, como le señalará luego Ananías enviado por el Señor. ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora, ¿qué te detiene? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre’.

Y se convertirá en testigo ante todos los pueblos. Como Jesús había enviado a sus discípulos según escuchamos hoy también en el evangelio. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. Apóstol de los gentiles lo llamaremos haciendo alusión a sus largos viajes y acontecimientos anunciando el nombre de aquel a quien había perseguido. Hoy celebramos la conversión de san Pablo y el comienzo de un nuevo camino, su apertura a unos nuevos horizontes, su encuentro con una nueva luz que iba a propagar para que todos tuvieran esa luz. Y todo a partir de un encuentro. Inesperado, sorprendente, sobrenatural… fue un camino de gracia.

Algunos dicen que no pueden cambiar. Apegos, ataduras, viejas costumbres, rutinas de la vida… pero las cadenas se pueden romper, las ataduras por fuertes que sean se pueden desatar. Es cuestión de gracia; es cuestión también de respuesta; es posible si nos dejamos sorprender; lo podremos realizar no por nosotros mismos sino por la gracia del Señor.

la gracia del Señor no nos faltará; su llamada la podremos escuchar muchas veces en lo hondo de nosotros mismos, pero hemos de ser capaces de sintonizar, levantar las antenas o abrir nuestros oídos para poder escuchar, abrir los ojos en la posibilidad de descubrir campos nuevos, dejarnos conducir quizá en los primeros pasos que tambaleantes demos en la nueva dirección como se dejó hacer Saulo para llegar finalmente a Damasco, poner confianza y disponibilidad en el corazón ante la nueva misión que se nos confía. Seremos capaces, porque todo lo puedo en Aquel que me conforta, como diría más tarde san Pablo.

lunes, 24 de enero de 2022

Quien quiere anular la existencia de Dios está cerrando a sí mismo las puertas que le puedan llevar al encuentro de misericordia con Dios, no podrá saborear lo que es el perdón

 



Quien quiere anular la existencia de Dios está cerrando a sí mismo las puertas que le puedan llevar al encuentro de misericordia con Dios, no podrá saborear lo que es el perdón

2Samuel 5, 1-7. 10; Sal 88; Marcos 3, 22-30

Qué terrible es sembrar dudas en el corazón de los otros. Dudas, por supuesto, podemos tener y de hecho tenemos; las dudas nos hacen interrogarnos a nosotros mismos y ponernos en camino de búsqueda; la duda no puede ser destrucción sino un interrogante abierto a nuevos horizontes, a nuevos planteamientos, a una mayor profundización en la vida.

Pero cuando hablaba de esas dudas que se siembran en el corazón de los otros normalmente suelen ir llenas de malicia, y el afán es muchas veces destructivo; dudas que siembran sobre aspectos de la fe o de la religiosidad de las personas, pero con el afán de destruir los verdaderos cimientos de esa fe; como dudas que sembramos acerca de los demás, insinuando pero no atreviéndose quizás a acusar, desconfiando y manifestando esa desconfianza que tengamos de los otros sin ningún fundamento, sino solo, como decíamos, con el afán de destruir. Ayuda a abrir caminos pero no destruyas lo ya caminado, o el sentido con el que los otros quieren caminar. Las dudas tendrían que ser, no para desconfiar, sino para hacernos crecer, para descubrirnos caminos positivos y para hacer que haya un verdadero progreso en la vida.

Hay gentes que parece que están especializadas en destruir, en crear desconfianza, en poner en duda todas las cosas para arrasar desde los fundamentos, desde las mejores raíces que tengamos en la vida y que nos sustentan. Qué dañinas son esas personas, cuántas confusiones crean, a cuánta gente dejan como desnudas sin verdaderos valores y sin nada en que apoyarse en la vida. Terrible pecado tendríamos que decir.

Esos sembradores de dudas y de cizaña cuanto daño van haciendo. Es una guerra de guerrillas que crea confusión y desconfianza; es algo que vemos en la vida mucho más de lo que quisiéramos; es algo que contemplamos en los diversos ámbitos de la vida; es algo de lo que se aprovechan muy astutamente quienes tienen a la religión como su enemigo al que hay que destruir y que aprovecharan cualquier circunstancia para sembrar esa duda, para desestabilizar el pensamiento y el fundamento muchas veces de los más débiles.

Hoy en el evangelio vemos cómo se meten con Jesús. Incluso nos hablará de escribas que han bajado de Jerusalén a Galilea para tratar de destruir la obra de Jesús. Se les iba de las manos en sus planteamientos y lo mejor era destruir, destruir creando esa desconfianza en la gente, esas dudas nunca constructivas en el interior de las personas. Jesús con su presencia va destruyendo por así decirlo las bases del mal; nos habla el evangelio de endemoniados a los que Jesús libera de sus ataduras, pero que ahora aquellos que han venido vendrán acusando a Jesús que si expulsa los demonios es por el poder del mismo Belcebú. Una incongruencia tan grande que Jesús se las desbarata porque estarían hablando de un reino dividido y que lucha contra sí mismo.

Es negar el poder de Dios que se manifiesta en Jesús. Quien quiere anular la existencia de Dios está cerrando puertas en su vida que le puedan llevar a ese encuentro de misericordia con Dios. Por eso les dice Jesús que no podrán encontrar el perdón. Si niegan el origen de la misericordia y el perdón que es Dios mismo en su amor, cierran las puertas de la misericordia para ellos, porque no creen en esa misericordia, en ese amor de Dios por todos nosotros.

Cuidado con las intenciones perversas que se nos pueden meter en el corazón. Cuidemos de no hacer daño a nadie creando esas dudas y desconfianzas que destruyen. Busquemos siempre camino de amor y de bondad que nos acercarán a Dios; llevemos la pureza de nuestro corazón al encuentro con los demás.

domingo, 23 de enero de 2022

Jesús nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con los signos nuestra vida ese anuncio y construyamos el año de gracia en el hoy de nuestro mundo

 


Jesús nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con los signos nuestra vida ese anuncio y construyamos el año de gracia en el hoy de nuestro mundo

Nehemías 8, 2-4a. 5-6. 8-10; Sal 18; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14- 21

Los que tienen la tarea o la misión de hablar en público saben que muy importantes son las primeras palabras que pronuncie, los gestos que pueda realizar porque todo son los signos o señales por las que va a captar la atención de quienes le escuchan. Es también la seguridad con que ofrecemos nuestra disertación porque eso de alguna manera va dando autoridad a nuestras palabras y se prestará atención al mensaje que queremos ofrecer, pero será también la autenticidad de nuestra vida la que certifique nuestras palabras. No es tarea fácil.

Aquella mañana en la Sinagoga de Nazaret al menos se estaba despertando curiosidad porque quien hacía la proclamación del profeta era un hijo de aquel pueblo y por allá andaban sus parientes y sus amigos; ‘y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan’; venía pues precedido de cierta fama porque ya en sinagogas de otros pueblos también había ofrecido su enseñanza y se decía que acompañaba de signos el mensaje que trasmitía del nuevo Reino de Dios que anunciaba. ‘Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él’.

Una profecía mesiánica es lo que se había proclamado con el texto de Isaías escogido; era el anuncio de una esperanza que hasta entonces no había tenido cumplimiento y una vez sus espíritus suspirarían porque pronto se cumplieran esas promesas. Era deseo de todos la llegada del Mesías tantas veces anunciado, y que ahora aquel profeta que había aparecido por las orillas del Jordán allá junto al desierto anunciaba como ya inminente. ‘En medio de vosotros está y no le conocéis’, les había repetido mientras había invitado a la gente a bautizarse para preparar los caminos del Señor tan inminentes. Pero era algo que volvían a escuchar una vez más.

Por eso ahora todos estaban atentos a sus palabras. Y las palabras de Jesús son breves. ‘Y él comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Todo lo anunciado por el profeta allí se estaba cumpliendo. Era una buena noticia, la noticia más esperada, pero por eso mismo no terminaban de creérsela. Era la buena noticia de la llegada del tiempo nuevo, el tiempo de la amnistía y del perdón, era el año de gracia del Señor.

Una buena noticia para todos aquellos que se sintieran esclavos y oprimidos; una buena noticia para los ciegos que recobraban la vista, o los sordomudos que podían oír y hablar; una buena noticia porque el tiempo de la liberación comenzaba, ellos que se sentían oprimidos y abandonados hasta de Dios, ahora estaban bajo la opresión de los romanos que los dominaban. El tiempo de la gracia comenzaba. Allí estaba el que venía lleno del Espíritu del Señor para anunciar esa buena nueva a los pobres y cuántos se sentían oprimidos. Era el ungido y el enviado del Señor.

Pero como tantas veces sucede las noticias más grandiosas manifestadas y expresadas así de manera sencilla parecen difíciles de creer, la asamblea de Nazaret se llenaba de asombro ante las palabras de Jesús y no terminaban de creérselo. Querían otros signos, querían otras señales, no terminaban de comprender que las señales estaban delante de sus ojos; cuántas veces nos cegamos ante lo más evidente.

Pero esta palabra que hoy estamos escuchando no fue solo palabra nueva, buena nueva para las gentes de Nazaret de aquellos tiempos, sino que sigue siendo buena nueva hoy, sigue siendo evangelio hoy. Así tenemos que escucharla. También hoy, ahora mismo, se nos dice: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’. Es el hoy de la Palabra de Dios que tanto nos cuesta escuchar y aceptar. Nos es más fácil darles explicaciones de que fue entonces, de que fue para aquellas gentes y aquel lugar, que aceptar que es Palabra de Dios que se nos proclama en el hoy de nuestra vida.

Oprimidos y esclavos, ciegos o paralizados en las circunstancias que vivimos en el hoy y ahora de nuestra vida a nosotros se nos hace también el mismo anuncio. Así andamos, con preocupaciones y problemas, con situaciones de la vida que parece que cada día se complican más, con un mundo revuelto sobre el que siguen resonando muchos tambores de guerra y de violencia, con tanta gente a quienes vemos esclavizados en una variedad tan grande de apegos, de vicios, de maldad, de vanidad y de apariencias, de orgullos y resentimientos que conducen tantas veces a la violencia.

Ahí, en medio de todas esas cosas que también envuelven nuestro corazón, porque no son solo cosas que puedan sufrir otros sino que las llevamos clavadas en nosotros mismos, escuchamos hoy este anuncio del evangelio. Puede comenzar un tiempo nuevo, puede comenzar una nueva era para la humanidad, muchas cosas quizá tendrán que transformarse como los ciegos que comienzan a ver o los inválidos que comienzan a caminar, puede ser un año de gracia del Señor ese mundo nuevo que tenemos que empeñarnos en construir no dejándonos arrastrar por derrotismos, por insolidaridades que nos encierren en nosotros mismos.

Es Jesús que nos llena de su Espíritu para que seamos nosotros los que hagamos con nuestra vida ese anuncio nuevo, para que seamos nosotros los que construyamos ese año de gracia, para que seamos nosotros los que hagamos una nueva humanidad. Los signos y señales tienen que aparecer en nuestra vida; los cristianos no nos podemos ocultar; tenemos que mostrar esos signos nuevos del Reino de Dios.