martes, 25 de enero de 2022

Es cuestión de gracia y también de respuesta, es posible si nos dejamos conducir poniendo confianza y disponibilidad en el corazón para la nueva misión que se nos confía

 


Es cuestión de gracia y también de respuesta, es posible si nos dejamos conducir poniendo confianza y disponibilidad en el corazón para la nueva misión que se nos confía

Hechos de los apóstoles 22, 3-16; Sal 116; Marcos 16, 15-18

Hay momentos en la vida que nos pueden sorprender de tal manera que nos hagan dar un cambio radical en la vida; algo inesperado y por eso mismo sorprendente, algo que nos sucede quizás como una consecuencia de una cadena de hechos anteriores; un accidente en esos caminos que vamos recorriendo en la vida; algo extraordinario que nos puede suceder en lo sorprendente incluso de la misma naturaleza; una palabra, un encuentro, un sueño quizás como una pesadilla que nos deja inquietos… muchas cosas nos pueden suceder y quizás alguna experiencia podamos tener.

Cosas que nos hacen pensar, que nos hacen interiorizar, que nos hacen preguntas por dentro, que nos abren caminos inesperados y sorprendentes. ¿Lo llamamos milagro? ¿Es una aparición sobrenatural – nos sobrepasa - en nuestra vida? ¿Algo misterioso o que como dicen algunos el destino nos depara aunque nosotros no lo queramos? ¿Una llamada del cielo?

Saulo tenía sus convicciones y sus planes. No podía permitir que se siguieran propagando aquellas ideas y todo cuanto estaba sucediendo en el mismo seno de la comunidad judía. Lo que parecía una camino nuevo él no lo podía tolerar. Por eso había emprendido algunas cosas para erradicar aquello que parecía que se iba extendiendo porque en poco tiempo ya iba transcendiendo las propias fronteras de Israel. Ahora marcha convencido, con cartas incluso de los sumos sacerdotes de Jerusalén que lo autorizan, a Damasco porque quiere quitar de en medio a algunos que por allá difundían aquellas doctrinas. Iba muy convencido y seguro de si mismo.

Pero algo sucede en el camino, a las puertas casi ya de la ciudad de Damasco. Algo que lo tumba por tierra incluso en el sentido físico, porque una luz lo ha deslumbrado todo, lo ha deslumbrado como para quedarse ciego. Solamente él ha visto lo que había detrás de aquella luz, porque allí le salía al encuentro el mismo Jesús al que él perseguía en sus seguidores. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... Yo soy Jesús, el Nazareno, a quien tú persigues’

Será el propio Saulo el que nos lo cuente. Los que le acompañaban solo sintieron que algo le pasó a Saulo que estaba caído por tierra, y lo que harán será ayudarlo a levantarse para llevarlo a la ciudad. Allí se desarrollará el resto del episodio. Saulo ya no es el mismo. Se ha encontrado con Jesús, a quien él perseguía. Será un vaso de elección, como le señalará luego Ananías enviado por el Señor. ‘El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, veas al Justo y escuches la voz de sus labios, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Ahora, ¿qué te detiene? Levántate, recibe el bautismo y lava tus pecados invocando su nombre’.

Y se convertirá en testigo ante todos los pueblos. Como Jesús había enviado a sus discípulos según escuchamos hoy también en el evangelio. ‘Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación’. Apóstol de los gentiles lo llamaremos haciendo alusión a sus largos viajes y acontecimientos anunciando el nombre de aquel a quien había perseguido. Hoy celebramos la conversión de san Pablo y el comienzo de un nuevo camino, su apertura a unos nuevos horizontes, su encuentro con una nueva luz que iba a propagar para que todos tuvieran esa luz. Y todo a partir de un encuentro. Inesperado, sorprendente, sobrenatural… fue un camino de gracia.

Algunos dicen que no pueden cambiar. Apegos, ataduras, viejas costumbres, rutinas de la vida… pero las cadenas se pueden romper, las ataduras por fuertes que sean se pueden desatar. Es cuestión de gracia; es cuestión también de respuesta; es posible si nos dejamos sorprender; lo podremos realizar no por nosotros mismos sino por la gracia del Señor.

la gracia del Señor no nos faltará; su llamada la podremos escuchar muchas veces en lo hondo de nosotros mismos, pero hemos de ser capaces de sintonizar, levantar las antenas o abrir nuestros oídos para poder escuchar, abrir los ojos en la posibilidad de descubrir campos nuevos, dejarnos conducir quizá en los primeros pasos que tambaleantes demos en la nueva dirección como se dejó hacer Saulo para llegar finalmente a Damasco, poner confianza y disponibilidad en el corazón ante la nueva misión que se nos confía. Seremos capaces, porque todo lo puedo en Aquel que me conforta, como diría más tarde san Pablo.

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