viernes, 28 de enero de 2022

Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor

 


Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor

2Samuel 11, 1-4a. 4c-10a. 13-17; Sal 50; Marcos 4, 26-34

Lo que falta ya es que queramos recoger la cosecha antes de sembrar la semilla. Así andamos, con nuestras prisas y nuestras precipitaciones; todo lo queremos al momento; como estamos tan automatizados con la informática, creemos que todo podemos hacerlo así. Pero las cosas tienen su ritmo, aun las que vemos más automatizadas; es cierto que en ese tema informático por decirlo de una manera fácil tenemos unos aceleradores que nunca nos habíamos podido imagina, más allá de los sueños de un novelista o un poeta, sin embargo la vida tiene su ritmo, la naturaleza tiene su ritmo, la semilla que plantamos en la tierra tiene su ritmo, las personas con sus reacciones o con sus respuestas tienen también su ritmo.

Creo que algunas veces tendríamos que detenernos de esas velocidades de vértigo a las que queremos ir siempre por las autopistas de la vida. Hay un misterio en nosotros, en nuestro ser, que es algo bien distinto de esa automatización de todo a la que nos estamos acostumbrando. Porque tenemos que pensar en las personas, que además no todos somos iguales; cada uno tiene también su propio ritmo. Y esa maduración interna que tenemos que ir haciendo de las cosas que nos suceden o de las cosas incluso que se nos plantean tenemos que respetarla, no vayamos a caer en una inhumanidad  por insensibles.

Hoy Jesús en el evangelio ha vuelto a proponernos parábolas que hablan de semillas, de plantas que nacen y que crecen y que de una forma u otra pueden o tienen que llegar a dar sus frutos, los propios de cada planta. Si en la parábola del sembrador quizás teníamos que fijarnos mucho en el terreno donde se sembrara esa semilla y de su preparación, hoy la parábola parece fijarse en la semilla en si misma. Se planta, germina a su tiempo bajo tierra, brotará la planta que crecerá a su ritmo hasta que un día veamos florecer una espiga prometedora de ricos frutos. Y como dice la parábola el agricultor no ve lo que está sucediendo en aquella semilla, ni bajo tierra, podrá ver finalmente la planta que crece y sus frutos tan ansiados.

¿No sucede algo así en el interior de la persona? ¿Quién es capaz de decirnos con certeza lo que pasa en el interior de cada persona? ¿Quién conoce mi pensamiento si yo no lo manifiesto? ¿Quién sabe de las reacciones interiores que se provocan en mí ante lo que me sucede o lo que pueda entrar por mis oídos? ¿Quién sabe las cosas que tengo que superar, las dificultades que tengo que vencer, los cambios profundos que tenga que realizar para poder hacer lo que se me pide? Y no queremos hablar aquí de las respuestas que a todo esto nos puedan dar los sicólogos o los sociólogos – y no quiero por supuesto minusvalorar su función y su saber porque es cierto que pueden ser ayudas en mi vida -, porque por encima o detrás de todo eso está el misterio de mi ser, de mi vida, también de mi voluntad. La decisión última será la que yo haga con mi entera libertad después de haber hecho lo que ha sido mi propio recorrido, mi propio camino.

Nos está hablando Jesús con las parábolas que nos propone del Reino de Dios y cómo el Reino de Dios se va realizando en nosotros. pero cuando nos está hablando del Reino de Dios no nos está hablando de algo abstracto que se quede solamente en ideas, sino que está hablando de la realidad de nuestra vida y cómo en esa vida nuestra se ira realizando el Reino de Dios, como se irá transformando nuestra vida.

A veces los predicadores o los que tienen una función pastoral dentro de la Iglesia se cansan y se desaniman por lo que cuesta ver los frutos del trabajo que realizan. Tendríamos que leer y escuchar con mucha más atención estas parábolas que nos está ofreciendo hoy el Señor para que aprendamos a respetar los ritmos de las personas y en consecuencia también los ritmos de nuestras comunidades. Eso misterioso que sucede en el interior del hombre y que es un misterio de gracia, misterio de gracia en lo que Dios quiere realizar dentro de nosotros, pero misterio del hombre, misterio de la persona que ha de ir dando una respuesta, haciendo un recorrido, encontrando una disponibilidad, sintiendo una fuerza, la fuerza que le viene de lo alto, que será el que al final moverá su corazón.

Esto nos llevaría también a preguntarnos por qué nos volvemos tan exigentes con las otras personas cuando les pedimos algo, cuando esperamos algo de los otros. Un camino de paciencia, un camino de respeto, un camino, en fin de cuentas, de amor, porque el amor siempre es paciente cuando es verdadero amor. Es la paciencia de Dios con nosotros porque en Dios siempre hay amor.

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