martes, 13 de diciembre de 2022

Cuando tengamos la humildad de ser sinceros en nuestra debilidad buscaremos salvación, buscaremos a Dios y podremos sentirnos llenos de Dios

 


Cuando tengamos la humildad de ser sinceros en nuestra debilidad buscaremos salvación, buscaremos a Dios y podremos sentirnos llenos de Dios

Sofonías 3,1-2.9-13; Sal 33; Mateo 21,28-32

El arrogante que se cree autosuficiente nunca será capaz de pedir ayuda, el que se siente lleno y satisfecho no querrá probar otros sabores sino que en su glotonería se quedará con aquella que primero apetece, el que se cree sabio y entendido en todo y para todo cree tener una respuesta o una solución, no creerá que sea posible que haya algo distinto a lo que es su sabiduría y rechazará todo lo que se le presente. Son las vanidades de la vida en que nos creemos que nos valemos solo por nosotros mismos y nunca nos abriremos entonces a algo nuevo y distinto. Nos creemos perfectos y no tendré la humildad de que pueda haber algún error en mi vida, ni necesitaré pedir perdón, ni necesitaré corregir, ni buscará una salvación. Somos muchos los que andamos por la vida tan llenos de autosuficiencias que luego se traducirán en muchas incongruencias en la manera de actuar.

Hoy nos dice el evangelista que Jesús les propone una parábola a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Les habla de los dos hijos a los que el padre quiere enviar a trabajar a su viña. Uno, que nos parece rebelde, dice rotundamente al padre que no irá; el otro muy obsequioso según abre la boca su padre ya se está ofreciendo y diciendo que sí irá; pero sucede lo contrario, quien se ofreció obsequioso para corresponder pronto a su padre, pronto lo olvidará y se marchará por otras cosas desentendiéndose de lo que le ha pedido el padre. Mientras que quien se había negado a ir, arrepentido pronto accederá a la petición del padre siendo el único que fue a la viña a trabajar.

Cuántas veces vamos de obsequiosos por la vida. no queremos llevarle la contra a nadie, para que todos vean que somos buenos, pero lo somos de palabra, porque en el fondo no estamos dispuestos a hacer aquello que se nos ha pedido; queremos quedar bien con la incongruencia de que luego nada hacemos; queremos quedar bien y decimos que estamos de acuerdo mientras en nuestro interior quizás estamos pensando en algo bien distinto; a todo bajamos la cabeza para decir sí y vean lo buenos que somos pero nuestros corazones están llenos de otras sombras.

Aquel que fue sincero, porque quizá en aquel momento no tenía ganas de hacer lo que le pedía su padre y había dicho no, luego recapacitó y volvió a la senda del buen camino haciendo lo que realmente le pedía su padre. Tuvo la osadía de negarse, pero tuvo luego la valentía de arrepentirse; quizás fue mal mirado por aquella primera rebeldía de querer hacer la vida a su manera, luego quizás nos costará reconocer la valentía de su arrepentimiento y siempre le estaremos cargando con el sambenito de su pecado. Porque hasta ahí llegan nuestros orgullos, nuestras autosuficiencias, nuestras incongruencias, pero no reconocer que es posible un cambio y un arrepentimiento para comenzar una vida nueva.

Qué necesaria es la humildad de reconocer como somos, con nuestras deficiencias, con nuestras debilidades y tropiezos, con las sombras que tantas veces nos han acompañado en la vida. Aunque ahora estamos intentando hacer las cosas bien, sin embargo nos cuesta reconocer que un día cometimos errores, nos parece que nos vamos a sentir humillados, cuando en verdad sería todo lo contrario, porque la grandeza no está en que nos sintamos siempre perfectos, sino en reconocer que no lo somos, que hemos tropezado y que somos capaces de levantarnos. Cuantos velos queremos poner en tantas ocasiones en nuestra vida que tapen esos sombras que un día hubo en nosotros.

Será así cuando en verdad busquemos la salvación; será así cuando busquemos la verdadera sabiduría; será así cuando en verdad busquemos a Dios y terminaremos sintiéndonos llenos de Dios.

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