miércoles, 14 de diciembre de 2022

A quien anunciamos es a Jesús, es nuestra buena nueva, la buena noticia que tenemos que dar al mundo y que manifestaremos con las obras de nuestro amor

 


A quien anunciamos es a Jesús, es nuestra buena nueva, la buena noticia que tenemos que dar al mundo y que manifestaremos con las obras de nuestro amor

Isaías 45, 6c-8. 18. 21b-25; Sal 84; Lucas 7, 19-23

Siempre hemos repetido hasta la saciedad aquel refrán de que ‘una imagen vale más que mil palabras’; de mil maneras, y valga la redundancia, hemos cuidado lo de las imágenes; con ellas queremos trasmitir lo mejor, estamos convencidos de que convencen más que las palabras, en cualquier publicidad que se precie se tiene sumo cuidado en las imágenes que presentamos para que digan lo que no somos capaces de decir con palabras, y nosotros mismos también cuidamos la imagen, o sea que nos cuidamos de la apariencia que queramos dar, de la presentación que hacemos de nosotros mismos, hasta tenemos asesores de imagen.

Hacemos referencia a esto por lo que escuchamos hoy en el evangelio. Vienen los discípulos de Juan de parte de su maestro, el profeta que está en la cárcel de Herodes, para preguntarle a Jesús si es o no el Mesías, si es realmente quien tenía que venir o debían de esperar a otro. Pudiera parecernos extraño que sea Juan el que pida estas explicaciones a Jesús, cuando fue quien allá junto al Jordán lo señaló a sus discípulos como ‘el cordero de Dios que quita el pecado del mundo’, y ya en aquel momento algunos se fueron tras Jesús.

Pero Juan seguía teniendo discípulos incondicionales, aquellos que le permanecieron fieles incluso cuando estaba en la cárcel encerrado por Herodes; serán los que después de decapitado irán a recoger su cuerpo para darle sepultura como el mismo evangelio nos dice. Seguro que en aquellos diálogos con sus discípulos tenían que salir las andanzas de Jesús, le contarían de su predicación y de sus milagros, de la gente que lo seguía y probablemente también, ¿por qué no?, de aquellos que también se estaban oponiendo a la Buena Nueva de Jesús. Quiere ahora Juan que sus discípulos palpen con sus propias manos, vean con sus propios ojos, escuchen directamente a Jesús y por eso los envía con aquella embajada.

En el evangelio vemos que Jesús no da respuesta directa sino que sigue con lo que está haciendo, enseñando a la gente y curando a cuando acudían a El con todo tipo de enfermedades. No sería un hecho momentáneo o de poco tiempo el que estuvieran los discípulos de Juan con Jesús; seguirían el camino de Jesús que marchaba de aldea en aldea, que recorría los caminos de Galilea, que predicaba en las sinagogas, junto al lago o en la ladera de la montaña, hasta que son enviados de nuevo hasta Juan. ‘Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Y ¡bienaventurado el que no se escandalice de mí!’

Es la imagen de Jesús, es la imagen del Mesías, es la imagen de la salvación. Es la imagen que nosotros también hemos de dar. Es la imagen que nos lleva al encuentro con la Palabra, el Verbo de Dios en quien tenemos la salvación, al encuentro con Jesús.

El refrán se nos queda corto. Es cierto que tenemos que hablar y transmitir con la imagen, que es importante la imagen que nosotros demos de aquello que anunciamos, pero no olvidemos que es la Palabra la que tenemos que escuchar. ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto, escuchadle’, nos dice la voz del Padre desde lo alto en el Tabor.  Es en quien tenemos que centrar nuestra vida, porque sin esa presencia de Jesús de nada nos valdría todo lo que nosotros quisiéramos hacer. Si nuestras obras de amor tienen valor es porque están ancladas en la Palabra de Dios, ancladas en el amor de Dios que en Jesús se nos manifiesta.

Algunas veces alguno dice lo importante son las cosas que hagamos, y tenemos que decir lo importante es lo que vivimos que se traducirá en obras, que manifestaremos como señales de esa salvación de Dios, de ese Reino de Dios, porque lo importante es que Dios sea en verdad el Señor de nuestra vida.  

Nuestro amor no es puro altruismo, sino que tiene que tener un fundamento más profundo, el amor de Dios. Por supuesto, luego eso se va a traducir en lo que vivimos, en lo que hacemos, y será la imagen hermosa que nosotros demos de lo que en verdad es el Reino de Dios. A quien anunciamos es a Jesús, es nuestra buena nueva, la buena noticia que tenemos que dar al mundo.

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