viernes, 12 de agosto de 2022

Una construcción que no es fácil aunque todos hablemos con facilidad del amor, pongamos en Dios los cimientos que lo hagan duradero y lleno de belleza

 


Una construcción que no es fácil aunque todos hablemos con facilidad del amor, pongamos en Dios los cimientos que lo hagan duradero y lleno de belleza

Ezequiel 16, 1-15. 60. 63; Sal.: Is. 12, 2-3. 4bcd. 5-6;  Mateo 19, 3-12

¿Qué hemos hecho del amor? ¿Un tópico del que todo el mundo habla? Poesía, música, romanticismo, palabras hermosas… todos tenemos algo que decir, pero al final se nos muere entre las manos, se nos escurre de nuestra vida como agua que se escurre de nuestras manos. Y aunque lo cantamos como lo más hermoso, terminamos diciendo que se nos murió el amor; y decimos que lo rehacemos y lo reconstruimos, pero ya vamos con la desconfianza de que no va a durar, que un día se nos puede escurrir también de esa vida que soñamos tan hermosa con el amor. No quiero entrar en ruedas de pesimismo que sabemos cómo acaban siempre, siento en el alma que nos cueste tanto entender el amor y lo perdamos, que nos sea tan difícil hablar del amor aunque todos queramos decir las cosas más hermosas.

Y Jesús nos viene a decir que no, que no nos dejemos embaucar por esos senderos de derrotismo; que seamos capaces de empezar soñando, si queremos, pero que no dejemos que entre por ninguna esquina ninguna sospecha ni desconfianza, pero tampoco dejemos que sea la pasión la que domine, aunque la pasión tenga que venir; que comencemos a amar de verdad pero buscando la verdad del amor, lo más puro del amor, lo más noble y hermoso del amor; que no construyamos la casa queriendo comenzar por el tejado, porque antes hemos de poner unos sólidos cimientos, una estructura firme, unos valores fundamentales que no pueden faltar, porque será la forma de que la casa no se derrumbe aunque vengan los peores temporales.

Es algo más que un flechazo que se puede quedar en algo pasajero como una flecha que nos roza y pasa de largo. Es algo que tenemos que saber ir construyendo poco a poco, desde la maduración de la propia persona, pero la maduración también en la relación con los demás; que no es solo la relación con la persona que decimos que amamos de manera especial – que también hemos de saber construir y madurar – sino con todos.

Muchas veces nuestra relación con los demás se nos queda inmadura, se nos queda en lo superficial, no sabemos afrontar luchas y dificultades, fácilmente ante la menor dificultad queremos desentendernos de todo e irnos cada uno por nuestro lado y no sabemos mantener una amistad duradera sabiendo reconstruir, corregir, rehacer; no sabemos encontrarnos, y llenamos la vida de banalidad. No sabremos entonces afrontar lo que es una verdadera relación de amor para que sea permanente, para que pueda permanecer para siempre.

Cuando vivimos la vida con esa superficialidad, incapaces del sacrificio para alcanzar algo que consideramos superior, y no hemos aprendido de esa virtud de la constancia y perseverancia aunque no veamos tan pronto como queramos los frutos de la planta que estamos cultivando, no nos extrañe que pongamos tantas pegas a un amor permanente, que no lleguemos a entender la fidelidad que nos pide Jesús en el amor matrimonial, que comencemos a hablar enseguida de rupturas, de separaciones y de divorcios, que rechacemos esa indisolubilidad del matrimonio de la que nos habla Jesús en el evangelio. Lo vemos todo tan lógico y queremos decir tan humano.

Y Jesús nos recuerda que ya no son dos sino una sola carne, así de profunda es la unión del amor verdadero, pero nos dice también que lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre. Y es que esa capacidad de amor nos viene de Dios, esa posibilidad del amor se la debemos a Dios, ese modelo de amor lo tenemos en Dios.

¡Qué hermoso el texto del profeta que se nos ofrece también hoy en la liturgia! Viene a hablarnos de esa fidelidad del amor de Dios a pesar de nuestras infidelidades. Y si Dios está en medio de ese amor ¿cómo es posible que falle el amor? porque Dios no nos falla nunca.

Los discípulos se quejaban, como lo hacemos nosotros también, lo difícil que era entender todas esas cosas de las que les hablaba Jesús. Y Jesús no lo reconoce, ‘es cierto que no todos lo entienden, sino los que han recibido ese don’. Pidamos a Dios que nos conceda a nosotros también ese don.

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