jueves, 11 de agosto de 2022

Disfrutemos del perdón que es también liberación para nuestro corazón y encuentro de la paz interior

 


Disfrutemos del perdón que es también liberación para nuestro corazón y encuentro de la paz interior

Ezequiel 12, 1-12; Sal 77; Mateo 18, 21 – 19, 1

En el Reino nuevo que Jesús nos anuncia hay preguntas que ni siquiera tendría uno que planteárselas ni hacerlas. ¿Por qué digo esto? Decir que aceptamos el Reino de Dios es reconocer que es el único Señor de nuestra vida porque en verdad hemos experimentado en nosotros su amor y su misericordia. Una experiencia que transforma, una experiencia que nos da un nuevo sentido de vivir, una experiencia que nos hace mirar a los demás con ojos distintos, una experiencia que nos hace entrar en la órbita del amor. Quienes viven esta experiencia ¿cómo se van a preguntar hasta cuántas veces tenemos que perdonarnos? El que ama, ama para siempre, nunca podrá ver mermado su amor, hagan lo que le hagan.

Podríamos decir que ahí está la clave, aunque luego bien sabemos cuanto nos cuesta ponerla en práctica. No siempre saboreamos el amor de Dios como tendríamos que saborearlo. No siempre somos capaces de disfrutar de la experiencia del perdón. Y cuando digo disfrutar de la experiencia del perdón no me refiero al perdón que nosotros podemos o tenemos que ofrecer, sino a la experiencia del perdón recibido. Porque de ahí tenemos que partir.

Los discípulos iban captando poco a poco los planteamientos nuevos que Jesús les iba haciendo, aunque les costara asumirlos totalmente. Ya habían escuchado repetidas veces cómo Jesús hablaba del perdón, y así nos había incluso enseñado a rezar, a pedirle perdón a Dios, pero con la conciencia de que hemos sido perdonados y así generosamente ofrecemos el perdón a los demás. Nos había hablado en el sermón del monte incluso del amor a los enemigos y nos planteaba lo diferente que hemos de hacer nosotros, porque no vamos a hacer simplemente lo que hace toda la gente; algo nuevo tiene que diferenciarnos. Los gentiles también prestan a los que le prestan, como saludan a los que los saludan, pero al seguidor de Jesús se le pide un paso más adelante, también rezamos y perdonamos a los que nos hacen daño.

De ahí la pregunta de Pedro. ‘Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?’ Y está clara la respuesta de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’, o sea siempre, porque en este caso no caben las contabilidades. Pero ante la cara de estupor que pondría Pedro y que pondrían los que le estaban escuchando, les propone una parábola, los dos deudores con las diferentes actitudes.

¿De qué nos estará hablando Jesús con el ejemplo de la parábola? Que nos fijemos en lo inmenso que es el amor de Dios que nos perdona por mucha que sea la deuda, frente a la mezquindad con que andamos nosotros preguntándonos cuántas veces tenemos que perdonar. Aquel criado de la parábola que no supo luego perdonar su compañero después de todo lo que le había perdonado a él, no había sabido saborear el perdón que le habían regalado.

Es la clave para el perdón. Ese perdón que nos ha dignificado cuando lo hemos recibido, luego nos engrandece también cuando somos capaces de ofrecerlo generosamente. Ese perdón que es liberación para nosotros mismos, no solo porque cuando Dios nos perdona ha roto las cadenas de muerte que oprimían nuestra vida, sino que cuando somos capaces de perdonar estamos también liberándonos a nosotros mismos de esas cadenas del resentimiento y de la venganza que buscar resarcir lo que nos hayan hecho. Quien perdona de verdad se siente profundamente liberado dentro de sí mismo.

Ya sabemos bien, aunque le demos la vuelta para no quererlo reconocer, que cuando con nuestro resentimiento no queremos perdonar y lo hacemos como queriendo hacerle daño a quien nos ha ofendido, realmente a quien nos estamos haciendo daño es a nosotros mismos, porque ese resentimiento es dolor que estamos guardando dentro de nosotros sin necesidad.

Aprendamos a disfrutar de la generosidad del perdón, no porque nos sintamos como en un estadio superior sobre aquel que nos ha ofendido, sino porque nos estamos liberando interiormente a nosotros mismos. El perdón no será solamente darle una nueva oportunidad a aquel que hemos perdonado para recomenzar su vida, sino que es a nosotros mismos a quienes nos estamos dando la oportunidad de recomenzar nuestra vida sintiendo verdadera paz en el corazón.

Por eso como comenzábamos diciendo ni siquiera tenemos que preguntarnos cuántas veces tengo que perdonar, porque siempre nosotros queremos también alcanzar esa paz interior.

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