sábado, 13 de agosto de 2022

 


Cuando vayamos con la mirada del niño y tengamos siempre las puertas abiertas estaremos dando la señales del Reino

Ezequiel 18,1-10.13b.30-32; Sal 50; Mateo 19,13-15

Aunque hoy nos llenamos de orgullo y se nos hace la boca agua para hablar de cuánto hemos avanzado, del mundo mejor que hemos hecho, de cómo se van reconociendo los derechos de todos, y sin negar niveles de progreso que se han conseguido, hemos de reconocer que todavía nuestro mundo está lleno de etiquetas, de distinciones que nos hacemos que si progresistas o carcas, que si proceden de este u otro lugar o país, de esta zona o de aquella isla y también ¿por qué no? aun hacemos distinciones por el color de la piel. Pero no solo eso luego vienen los que se creen más importantes porque son más progresistas, vienen los que se siguen fijando en las apariencias, que si es una persona de la calle porque no tiene donde vivir y así no se cuentas discriminaciones más que nos seguimos haciendo.

Es la realidad. Los que nos parecen pequeños no los tenemos en cuenta, mientras a los que van avasallando les tenemos temor porque no sabemos qué jugarreta nos harán. Y nos vamos contagiando con esas cosas parece que sin darnos cuenta, y tenemos nuestras miradas y nuestras apreciaciones hacia quien nos llega quizá a tocar a la puerta de la casa o lo vemos merodeando allí por donde vivimos. Y surgen los recelos, las desconfianzas, las miradas a distancia, y hasta las humillaciones porque con todos no nos mezclamos.

Jesús hoy en el evangelio nos da una hermosa lección que podíamos decir es un gesto más de cómo él se va acercando a todos sin distinción. Hoy es con algo tan inocente como un niño. Por allá andan los discípulos cercanos a Jesús con sus prejuicios por una parte pero también en un exceso de celo con las barreras que quieren interponer, porque no se puede molestar al Maestro. Están en la plaza y los niños se acercan a Jesús. Los niños tienen una intuición especial para saber a quien se acercan; por otra parte las madres muy entusiasmadas con Jesús les traen a sus hijos para que Jesús les imponga las manos y los bendiga. Pero al Maestro no hay que molestarlo y salen por allí muy ‘fervorosos’ los discípulos.

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’. Allí está la palabra y el gesto de Jesús. Ahí está la hermosa lección de Jesús. Como sugeríamos antes no es sino una prolongación de lo que Jesús habitualmente hace. A todos se acerca. Deja que todos se acerquen a Jesús.

¿No le critican los fariseos porque como con publicanos y prostitutas? ¿No llamó a Zaqueo el publicano porque quería hospedarse en su casa? ¿No invitó a Leví que estaba en su mostrador de cobrador de impuestos para que le siguiera y luego participó con él en el banquete que ofreció en su casa? ¿Pero no había ido a comer también a casa de Simón el fariseo, aunque en aquella ocasión hasta dejó que una mujer de la calle le lavara los pies? ¿No recibió en la noche en su casa a Nicodemo, hombre principal y magistrado cuando éste vino a verle?

En la orilla del lago permitía que todos se arremolinaran en torno a El para escuchar su Palabra; la gente la estrujaba cuando caminaba hasta la casa de Jairo y aquella mujer impura por sus flujos de sangre llegó hasta tocarle el manto, cuando le hacía reconocer Pedro y El preguntaba quién lo había tocado. ¿Cómo no iba a ahora a dejar que los niños, los pequeños, se acercaran a El?

Pero es que Jesús quiere decirnos algo más. Hay que ser como esos niños para poder entrar en el reino de los cielos. Bien sabido es lo poco que eran considerados los niños en aquella sociedad de entonces, eran como personas sin valor hasta que no llegaran a la mayoría de edad. Pero Jesús dice que hay que ser como un niño, y lo repetirá en otras ocasiones.

¿Cómo es la mirada del niño hasta que no se le hecho manchado con el ejemplo de nuestros malos deseos e intenciones? Una mirada limpia, una mirada curiosa e interrogativa, una mirada sin malicia ni maldad, una mirada que siempre se está ofreciendo para el encuentro, una mirada que se está fijando en cuanto le rodea para aprender, una mirada que se confía porque no piensa en la maldad de los otros. ¿No irán por ahí las características del Reino de Dios que nos está planteando Jesús?

Cuando en la vida aprendamos a ir sin poner etiquetas, sin hacer distinciones, sin ningún miedo ni temor a nadie, cuando vayamos abriendo nuestros brazos a todos y a todos ofreciendo nuestra sonrisa, cuando no hagamos distinciones de a quien hemos de saludar y de quien hemos de pasar de largo, cuando sepamos ponernos todos a la misma altura y si acaso nos agachamos es para lavarle los pies al que está a nuestro lado, cuando vayamos con la mano tendida para no desconfiar pero también para ofrecer la paz de nuestro corazón, cuando sepamos tener siempre abiertas nuestras puertas y sepamos mezclarnos con todos,  estaremos dando las señales del Reino, nos sentiremos hermanos, porque todos somos hijos del mismo Padre y Señor.

‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

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