domingo, 14 de agosto de 2022

Tomémonos en serio las cosas, tomémonos en serio nuestra fe, y dejémonos de una vez por todas con componendas para manifestar con claridad el mensaje del Evangelio

 


Tomémonos en serio las cosas, tomémonos en serio nuestra fe, y dejémonos de una vez por todas con componendas para manifestar con claridad el mensaje del Evangelio

Jeremías 38,4-6.8-10; Sal 39; Hebreos 12,1-4; Lucas 12,49-53

Tenemos que tomarnos en serio las cosas. No nos quedemos en superficialidades. Somos habitualmente fáciles de contentar. Ya una cosa nos marcha medianamente bien y nos creemos en la gloria, nos creemos triunfadores; bueno, es que rehusamos el esfuerzo, lo que signifique sacrificio, aquello en lo que es necesario trabajar con ahínco; si ya con esto nos podemos arreglar, para que seguir trabajando más.

Es en muchos aspectos de la vida que nos sucede; es el estudiante que se contenta con el aprobado cuando podría obtener mejores notas; y no es cuestión de tener unas notas de las que podamos presumir, sino de los mayores conocimientos que podría adquirir, del mayor dominio de la materia, de la sabiduría que vaya adquiriendo, para poder desempeñarme mejor en la vida; pero nos sucede en el desarrollo de responsabilidades, en el trabajo, en los compromisos que pueda adquirir. Vamos planeando por encima de las cosas y no nos queremos meter en profundidades, porque eso significará mayor esfuerzo.

Tenemos que tomarnos en serio de nuestra nos viene a decir hoy la Palabra de Dios. Se nos ofrece el testimonio del profeta Jeremías, que escuchamos en la primera lectura, fiel a su misión aunque esto le costara persecuciones y hasta peligro de muerte. Releamos con detenimiento de nuevo la lectura del profeta.  Es de lo que nos habla la carta a los Hebreos que nos invita ‘a correr con constancia la carrera que nos toca renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia’.

Y el evangelio nos ofrece un texto que en una primera lectura superficial nos podría resultar contradictorio. Si Jesús es el príncipe de la paz, ¿cómo nos dice que ha venido a traer guerra? Si Jesús lo que quiere es que nos amemos, ¿cómo ve tan natural que haya divisiones incluso en el ámbito familiar? ¿Cómo entender lo del fuego que quiere prender y nos habla de un bautismo de muerte? Pero cuando nos hacemos estas preguntas ¿no tendríamos que recordar lo que había anunciado el anciano Simeón de que aquel niño que tenía en sus brazos había sido puesto como signo de contradicción?

La palabra de Jesús, y tenemos que decir su vida, no nos puede dejar adormilados y pasivos sino que siempre va a producir una inquietud grande en quien la escucha con sinceridad. Ya nos dice Jesús en otra ocasión que no viene a poner remiendos sino que es necesario un traje nuevo, una nueva vestidura, unos odres nuevos para el vino nuevo que nos ofrece. No es que Jesús venga producir fundamentalismos y fanatismos en quienes lo escuchan, pero sí ha de producirse una profunda transformación del corazón y de la vida de manera que las cosas no pueden seguir de la misma manera. ¿No nos ha pedido conversión para aceptar la buena nueva que nos anuncia, para poder aceptar y vivir el Reino de Dios?

Cuando nos ponemos en la órbita de Jesús ya las cosas no pueden ser de la misma manera, no podemos andar con componendas, nos exige tomarnos en serio las cosas, como decíamos al principio. O caminamos por el camino del amor hasta sus últimas consecuencias o no nos digamos discípulos de Jesús. En la medida en que voy escuchando el evangelio de Jesús tengo que ir tomando opciones en mi vida emprendiendo ese camino nuevo que nos ofrece. Cuando nos sentimos cogidos por Jesús en lo más hondo de nosotros mismos tiene que brotar ese fuego en nosotros para de una manera ardiente transformar nuestra vida y luchar por ir transformando también nuestro mundo. ‘Fuego he venido a traer sobre la tierra…’ nos dice hoy Jesús. Y ese fuego tiene que comenzar ardiendo dentro de nosotros para sentirnos purificados y transformados. De ese fuego queremos contagiar a los demás.

Claro que no todos lo entenderán. Vamos a nadar contracorriente. Porque en nuestra inquietud no podemos permitir que las cosas sigan siendo de la misma manera; porque queremos transmitir a los demás esa inquietud que nosotros llevamos dentro. No queremos arrasar, no queremos imponer, no queremos obligar a nadie, pero aquello en lo que creemos, aquello que son nuestras convicciones nadie me las podrá arrebatar. Claro que eso me va a hacer chocar quizás con los más cercanos a nosotros. Es lo que nos dice hoy en el evangelio de la división que se va a producir incluso entre los seres más queridos de la familia.

¿Será así como lo vivimos? ¿Será esa la imagen que damos los cristianos? ¿Será esa la radicalidad con la que nos expresamos y vivimos nuestros compromisos hasta el final? Qué lástima que los que creemos en Jesús en lugar de dejarnos contagiar por El, sigamos dejándonos contagiar por el espíritu del mundo; y tenemos miedo de expresar nuestras convicciones porque decimos que no nos entienden, y vamos acomodándonos a lo que hay en el ambiente, y no queremos ‘molestar’ a nadie expresando libremente lo que es nuestra fe y tiene que ser nuestra vida, y porque queremos contentar a todos vivimos tan superficialmente nuestra fe y nuestra vida cristiana.

Tomémonos en serio las cosas, decíamos al principio, tomémonos en serio nuestra fe, y dejémonos de una vez por todas con componendas.

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