miércoles, 8 de junio de 2022

Levantemos el vuelo sin miedo y busquemos esa plenitud que solo en Jesús podremos encontrar que en verdad nos haga grandes en la vida

 


Levantemos el vuelo sin miedo y busquemos esa plenitud que solo en Jesús podremos encontrar que en verdad nos haga grandes en la vida

1Reyes 18, 20-39; Sal 15; Mateo 5, 17-19

Nos encontramos muchas veces inmersos en una sociedad en la que damos la impresión que no sabemos ni lo que queremos; entre aquellos que aman tanto la libertad que no quieren aceptar ninguna norma ni ninguna ley que rija esa sociedad porque dicen que se les coarta su libertad cuando se trata de imponer normas, leyes o reglas que rijan esa sociedad y por otra parte lo que quieren tenerlo todo tan medido y tan calculado que nos atiborran a normas, reglamentos, protocolos como ahora se dicen y no se cuantas cosas más. Algunas veces no terminamos de entender lo que sucede en nuestra sociedad, que es lo que realmente se quiere.

Algunos quieren una revolución en la que se supriman todas las leyes y normas mientras otros tratan de imponerse desde su poder; claro que necesitamos unas leyes, mandatos o como queramos llamarlos que sean como el cauce por donde discurra la vida de todos y a todos se les garantice su libertad pero el poder también vivir con toda dignidad desde el respeto que nos tengamos unos a otros.

Muchos radicalismos en esos sentidos que hemos mencionado nos encontramos hoy, o muchas revoluciones que pretenden acabar con todo orden instituido, porque todo tendría que ajustarse a sus particulares intereses, porque ya muchas veces no son ideas sobre el sentido de una sociedad, sino intereses muy individualistas. ¿Dónde vamos a encontrar un sentido para todo esto? ¿Dónde vamos a encontrar aquello que pueda elevar de la mejor manera la dignidad de toda persona y ayudarla así también a que consiga su felicidad?

Estas cosas que nos suceden hoy, son cosas que de una forma o de otra se repiten a lo largo de la historia. Siempre había quien no buscaba sino revoluciones, siempre había quien lo rechazaba todo, siempre estaban los disconformes pero que sus caminos muchas veces eran los de la destrucción, en lugar de construir.

No eran tiempos fáciles los de la época de Jesús; por una parte estaban disconformes con el estar bajo el yugo de los romanos que los dominaban e imponían sus leyes y sus costumbres, pero en medio del pueblo sencillo había también que no soportaba la ley de Moisés, razón de ser de aquel pueblo, pero sobre todo de cómo se le habían ido agregando normas y normas que hacen interminables las listas de preceptos a los que habían someterse. Por allí andaban los fariseos con la aplicación de la ley a su manera y como maestros de la ley en medio del pueblo los llenaban de normas y preceptos.

Por eso lo que escuchamos hoy a Jesús en el evangelio, que forma parte del sermón programático, que podríamos llamar, del monte, viene a ser como una respuesta a lo que muchos pedía. ‘No he venido a abolir la ley y los profetas’, les dice claramente. Cuando surge Jesús como profeta de Nazaret en medio del pueblo, con su nueva forma de presentarnos las cosas, de hablar del Reino de Dios, se había despertado una esperanza en medio de aquel resto de Israel.

No se presentaba Jesús como un maestro de la ley a la manera que estaban acostumbrados, no se ponía del lado ni de los fariseos ni de los saduceos que eran los dos grupos más dominantes, como tampoco formaba parte del grupo de los Zelotas tan revolucionarios contra los romanos, aunque algunos hubiera entre sus discípulos. Era una esperanza nueva y bonita la que se estaba despertando, pero que también podría hacer surgir la inquietud de renovarlo todo pero revocando y aboliendo todo lo anterior.


Y es a lo que viene a dar respuesta Jesús. El lo que quiere es una plenitud para el hombre y la mujer que caminan sobre la tierra, una plenitud que engrandezca a la persona, una plenitud que dé un sentido hondo a la vida y cuanto hacemos, una plenitud que abra el espíritu a la trascendencia y lo eleve, una plenitud que le haga encontrarse consigo mismo, pero lo más importante, que lo haga encontrarse de verdad con Dios.

Lo irá desgranando a lo largo de todo el sermón de la montaña, pero a lo largo de todo lo que será esa buena noticia del Evangelio que nos está anunciando el nuevo sentido de plenitud del Reino de Dios.

¿Qué ansiamos nosotros? ¿Buscamos también un camino de plenitud para nuestra vida? ¿Cuáles son los valores que tenemos que buscar para encontrar lo que en verdad nos haga grandes? ¿Seguiremos quizás con nuestros raquitismos o estaremos dispuestos a levantar el vuelo para llevar a vivir todo eso grande que Jesús nos ofrece? Levantemos el vuelo sin miedo y busquemos esa plenitud que solo en Jesús podremos encontrar.

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