martes, 19 de abril de 2022

No perdamos la sensibilidad ni nos acostumbremos a las sombras, en medio del dolor mantengamos la sintonía del amor, un día todo será distinto porque nos encontraremos con el Señor

 


No perdamos la sensibilidad ni nos acostumbremos a las sombras, en medio del dolor mantengamos la sintonía del amor, un día todo será distinto porque nos encontraremos con el Señor

Hechos de los apóstoles 2, 36-41; Sal 32; Juan 20, 11-18

Las lágrimas cuando dejamos que se conviertan en amargura en el corazón fácilmente nos ciegan y no terminamos de ver lo que está palpable ante nosotros. Había allí un corazón ardiente de amor; había amado mucho y se le habían perdonado sus muchos pecados; pero seguía amando, desde aquellos primeros momentos en que se había visto liberada por Jesús de sus siete demonios, no se apartaba del lado de Jesús. Fue de las pocas que fueron capaces de subir al Gólgota para estar a los pies de la cruz de Jesús.

Cuando el corazón se llena de dolor y de tormento todo se nos hace difícil de comprender; aquellas cosas que con más ardor nos habíamos como bebido de la persona amada ahora parece que se olvidan y no somos capaces de aunar unos acontecimientos con unas palabras previamente anunciadas y todo se vuelve noche en nuestro interior. Los interrogantes surgirían en su interior como toda persona que sufre y no podía entender que la vida de Jesús terminara así en un sepulcro. Le queda ahora quedarse junto al sepulcro de su amado, pero no habían podido realizar con su cuerpo lo mínimo para su embalsamamiento y por eso junto a las otras mujeres, siendo aun de noche, habían venido para culminar los ritos funerarios. Pero el cuerpo de Jesús no estaba allí.

Habían corrido como locas por las callejuelas de Jerusalén para anunciar a los discípulos que no estaba el cuerpo de Jesús y aunque las otras mujeres hablarían de Ángeles aparecidos junto a la tumba y de que les habían dicho que estaba vivo, para ella, María Magdalena, lo que había sucedido era que se habían robado o llevado de allí el cuerpo de Jesús.

Allí está llorosa a la entrada del sepulcro, vigilando sin saber qué, esperando sin saber qué; es la fidelidad incansable aunque todo permanezca oscuro. De nuevo unos ángeles que se le manifiestan ‘¿Por qué lloras?’ No sabe decir otra cosa. ‘Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto’. Es como su cantinela dispuesta a preguntar a todo el mundo dónde se han llevado el cuerpo del Señor Jesús.

Cuando se vuelve porque siente pasos o siente presencia de alguien, sin darse cuenta de con quién está hablando, pensando que era el encargado del huerto que por alguna razón habría quitado el cuerpo de aquel sepulcro nuevo, y ante la misma pregunta ‘¿por qué lloras?’ vuelve con lo mismo. ‘Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré’.

No sabe con quién habla, las amarguras cuando se apoderan del corazón nos ciegan y nada somos capaces de reconocer. Pero será una voz, será una palabra ‘¡María!’, la que le haría volver en sí. Era la voz que bien conocía, y aunque los ojos no son capaces de ver, el corazón si es capaz de sentir. ‘¡Rabboni! ¡Maestro!’. Y ahora sí se le han abierto los ojos, se le ha abierto la vida.

No podemos perder la sensibilidad del corazón aunque se nos cieguen todos los demás sentidos. Los latidos del amor tienen que seguir estando presentes en nuestra vida por muchas que sean las oscuridades. Cuidado no endurezcamos el corazón de tal manera que ya no seamos capaces de oír, que ya no seamos capaces de sentir los latidos del amor. El corazón de Magdalena quería seguir latiendo al unísono con el corazón de Cristo y por eso pudo verlo de nuevo, pudo sentirlo y escucharlo.

No perdamos esa sensibilidad, no nos acostumbremos a las negruras y a las sombras, en medio del dolor mantengamos la sensibilidad del amor; aunque pase largo tiempo de sombras y de tinieblas no perdamos la sensibilidad del amor. Aprendamos a mirar a nuestro alrededor, no temamos tener que enfrentarnos a oscuridades y a sufrimientos, por debajo de todo tiene que seguir circulando la sangre del amor; un día nos curaremos, un día volveremos a la luz, un día se despertará de nuevo la esperanza, un día podremos ver que las cosas comienzan a ser distintas, un día vamos a sentir fuerte la presencia del Señor y nos sentiremos transformados.

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