sábado, 26 de febrero de 2022

Serán los pequeños y los sencillos los bendecidos de Dios, los que poseerán el Reino y los que por la pureza de su corazón podrán ver a Dios



Serán los pequeños y los sencillos los bendecidos de Dios, los que poseerán el Reino y los que por la pureza de su corazón podrán ver a Dios

Santiago 5,13-20; Sal 140; Marcos 10,13-16

Uno de los rasgos humanos que destacan en la vida de Jesús es su cercanía. Muchas veces nosotros en la lejanía e influenciados por imágenes en las que a través de los tiempos los artistas han querido plasmar la figura de Jesús o que se han utilizado en la catequesis en un momento concreto de la historia podremos tener la tentación de imaginarnos la figura de Jesús que es el Señor en unas posturas un tanto hieráticas y de alguna manera manteniendo distancia, pero si nos fijamos con detalle en el evangelio es todo lo contrario lo que podemos descubrir.

Rodeado siempre de gente que llega a apretujarlo como le reconoce Pedro en alguna ocasión, en medio de la gente sencilla del pueblo, rodeado de enfermos, pobres y gentes que incluso por algunos eran considerados mala calaña; en algunas ocasiones es tanta la cercanía que cuando a algunos no le gustan las cosas de Jesús le empujan cuando quieren echarle del pueblo e incluso arrojarle por un barranco; los pecadores y las prostitutas llegaran hasta Él para lavarle sus pies o para tocarle el manto; en una ocasión a la orilla del lago tendrá que subirse a una barca para hablarles desde allí, no porque buscase la lejanía, sino para que todos le pudieran ver y escuchar; rodeado de gentes que le aclaman, de niños que gritan a su lado le veremos hacer el camino que le lleva a Jerusalén; se sentará en el patio de las casas del camino para descansar y refrescarse como sucederá en Betania. Normal es, pues, la imagen que nos presenta hoy el evangelio.

En la plaza Jesús sentado entre la gente pronto se verá rodeado de niños que poco menos que quieren jugar con El porque ellos son los que mejor detectan la cercanía y el cariño que le puedan ofrecer las personas. Las madres incluso los traerán para que Jesús les imponga las manos y los bendiga.

Pero allá están los celosos discípulos preocupados por el descanso de su maestro que tratarán de impedir que los niños así se acerquen a Jesús. Pero Jesús detendrá aquella celosa acción de sus discípulos, porque quiere verse rodeado de niños, sentir el calor y la alegría de sus risas y de sus juegos y porque además nos los querrá presentar como prototipo de cómo tenemos que acoger nosotros el Reino de los cielos.

‘Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos’.

Ser como los niños, acogedores, abiertos a la vida y al amor, humildes y sencillos, sin malicia en el corazón, buscadores de saber, desprendidos que dan su corazón, siempre tendiendo la mano para dejarse acompañar, pero sabiendo estar a nuestro lado con los ojos abiertos de su curiosidad… Todavía no les han maleado el corazón.

Es la apertura que necesitamos, es la búsqueda que tenemos que hacer, es el desprendimiento con el que tenemos que vivir, es el deseo de estar junto a los otros para hacer de la vida una fiesta… cosas que necesitamos para saber acoger el reino de Dios. Humildad y sencillez para aceptar a todos, siendo capaces de acoger al más pequeño y al más humilde, porque es ahí donde encontraremos la grandeza del Reino de los cielos.

Es por lo que Jesús dará gracias al Padre porque los misterios de Dios se revelan a los pequeños y a los sencillos y por lo que nos dirá que de los humildes y de los pobres es el Reino de Dios y los que son puros de corazón podrán ver a Dios. Son los bendecidos de Dios. Este pasaje es toda una bienaventuranza de Jesús. 

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