domingo, 27 de febrero de 2022

Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar con autenticidad en nuestra vida, porque vayamos plantando la buena semilla en nuestro interior

 


Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar con autenticidad en nuestra vida, porque vayamos plantando la buena semilla en nuestro interior

Eclesiástico 27, 4-7; Sal 91; 1Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45

Cuánto nos gastamos en guardar las apariencias… ahora tenemos hasta asesor de imagen; hay sus protocolos de cómo hay que presentarse, lo que podemos o no podemos decir, la imagen que tenemos que dar para ser más atrayentes. Falsos oropeles, palabras vacías, gestos que nada dicen y que ocultan mucho, apariencias que tratan de engañar para dar una presentación, aunque por dentro estemos vacíos u ocultemos las intenciones torcidas que tengamos.

Al hablar de esto podemos pensar en personajes públicos o gente que consideramos importantes y que se envuelven en estas vanidades, pero hemos de reconocer que es algo que nos puede pasar a todos; como me decía un amigo medio en broma ‘cuando me hago una fotografía pongo el lado bonito de la cara’, y ocultaba el lado que no tenía buena apariencia. Todos podemos tener esa tentación de la apariencia. Nos falta autenticidad, nos faltan valores que verdaderamente podamos presentar como auténtica riqueza de nuestra vida. Pero bien sabemos que el que está vacío por dentro pronto saldrá a relucir la falsedad de su vida a pesar de todos los oropeles y vanidades de las que se quiera rodear.

Es de lo que nos está previniendo hoy el evangelio y podemos decir que todo el conjunto de la Palabra de Dios que en este domingo se nos proclama. Si somos ciegos poco podremos convertirnos en guías del camino de los demás; si nuestros ojos están turbios poco podemos hablar de claridad, porque esa claridad no existe en nuestros ojos. Sin embargo en nuestra ceguera con qué facilidad juzgamos y condenamos a los demás. Quizás muchas veces aquellas cosas que criticamos de los demás y por las que los juzgamos o los condenamos son carencias que llevamos en nosotros mismos. Dime de lo que hablas y sabré lo que verdaderamente llevas en el corazón.

Limpiemos los cristales por los que miramos a los demás, porque si los tenemos llenos de suciedad estaremos viendo suciedad en los otros, pero donde está es en nuestros ojos. Siempre recuerdo lo de aquella mujer que criticaba a su vecina porque decía que lavaba mal la ropa y la tendía al sol llena de suciedad; no se daba cuenta que la suciedad estaba en los cristales de su ventana y era lo que le hacía creer que veía suciedad en la ropa de su vecina.

Hoy nos habla Jesús de quitar la viga que llevamos en nuestros ojos antes de querer quitar la pequeña mota que pudiera haber en los ojos del hermano. Por eso, tenemos que mirarnos primero a nosotros mismos para limpiar la suciedad que llevamos en el corazón. Como nos decía Jesús en otro momento, es de dentro del corazón de donde salen las malicias y toda clase de males. Como tantas veces habremos reflexionado es el camino de superación, de crecimiento interior que tenemos que realizar en nuestra propia vida.

Somos discípulos que seguimos el camino de nuestro Maestro y de El tenemos que aprender. Son las actitudes y los valores de Jesús los que tenemos que reflejar en nuestra vida, porque vayamos plantando esa buena semilla en nuestro interior. Porque de lo que llevamos en el corazón hablará nuestra boca, se reflejará en nuestras obras. Por eso tenemos que cuidar con mucho esmero esas actitudes que llevamos dentro. No se trata solamente de que hagamos muchas obras de caridad y con ello parece que quedamos bien, si no hay verdadera caridad en nuestro corazón.

Quizá en un momento podemos ser capaces de desprendernos incluso de algo nuestro que nos puede costar, pero si lo hacemos a regañadientes, poco nos vale y se queda en apariencia; si mientras damos esa limosna al necesitado no somos capaces de tener una mirada de amor para con esa persona que atendemos, algo nos está fallando en nuestro interior, algo nos está fallando para que sea un amor verdadero lo que estemos manifestando.

Es necesario un corazón fraterno y abierto, un corazón lleno de misericordia porque hemos experimentado en nosotros la misericordia de Dios que se manifestará verdaderamente compasivo y cercano con los demás, un corazón lleno de delicadeza y de humildad porque nunca con nuestras obras vamos a avasallar a los demás considerándonos superiores.

El amor nunca humilla, siempre levanta; el amor no crea distancias, sino que busca la ternura y la cercanía; el amor nunca se impone ni lo realizamos como un cumplimiento, sino que será algo que siempre se contagia creando unos vasos de comunicación con los demás; el amor nunca puede ser apariencia sino que tiene que manifestarse con la autenticidad de nuestra vida; el amor no es un protocolo que nos traza cómo hemos de hacer las cosas para dar una buena imagen, sino que siempre partirá de la generosidad que llevemos en el corazón que nos hará creativos en gestos y acciones concretas; el amor cuando hay entrega sin limites nunca mermará ni se consumirá sino que crecerá agrandando nuestro corazón pero también contagiando a los demás; los gestos y actitudes de amor serán siempre el fruto del árbol bueno que llevamos en el corazón y define nuestra vida.

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