viernes, 7 de enero de 2022

Desde la mecha humeante de nuestra pequeña inquietud reavivemos la llamarada de la esperanza de un nuevo amanecer para nuestro mundo de hoy

 


Desde la mecha humeante de nuestra pequeña inquietud reavivemos la llamarada de la esperanza de un nuevo amanecer para nuestro mundo de hoy

1Juan 3, 22 – 4, 6; Sal 2; Mateo 4, 12-17. 23-25

Los pueblos, como las personas, a veces necesitamos revulsivos que nos despierten del letargo en que nos sumimos en la rutina de los días. Parece que nada sucede, que todo es igual, pero quizá en un momento determinado sucede algo inesperado que hace que la gente se despierte y comience a ver las cosas de otra manera. Lo necesitamos, porque fácilmente podemos caer en esa atonía que no nos lleva a nada, que nos lleve a una monotonía de la vida sin color y sin calor humano y parece que todo se nos vuelve gris.

Quizás, por pensar en alguien, un maestro que aparece por nuestros pueblos que comienza a trabajar con una nueva pedagogía y despierta sus alumnos en el colegio, pero implica a los padres y se va formando como una espiral en ese despertar que mueve para mejor aquella sociedad que parecía sin vida; puede ser un buen dirigente social, o puede ser algo que lleva inquietud en el corazón y va sembrando esa semilla de inquietud en los demás que hará que se vayan despertando y sea como un nuevo amanecer. Gentes así necesitamos en nuestra sociedad, en nuestros pueblos, en ese mundo cercano a nosotros con tanta atonía y monotonía.

Hoy en el evangelio se nos habla de un nuevo despertar que fue como un nuevo amanecer para Galilea. El evangelista cuando nos lo narra recuerda los anuncios de los profetas, que parecía que nunca tenían cumplimiento, pero que ahora estaba haciendo ese nuevo amanecer. Quienes habitaban como en sombras vieron el resplandor de una nueva luz, quienes vivían en la desesperanza y en el dejarse llevar a lo que saliera, vieron que en sus corazones aparecía de nuevo esa llamarada de la esperanza desde las palabras que aquel nuevo profeta iba repitiendo por los caminos de Galilea. ‘El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló’.

El establecerse Jesús en Cafarnaún a su vuelta de su encuentro con Juan en el Jordán y comenzar a enseñar en la sinagoga y a recorrer los pueblos vecinos fue un despertar para aquellas gentes. Jesús anunciaba que el Reino de Dios llegaba, Jesús pedía la conversión del corazón para creer en esa Buena Noticia que estaba anunciando, y aquellas palabras fueron semilla de vida y de esperanza para aquellas gentes que venían de todas partes para escucharle y que incluso en su esperanza de algo nuevo le traían sus enfermos para que los curase.

‘Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania’.

Algo nuevo estaba comenzando. Una esperanza se despertaba en el corazón. Los signos comenzaban a multiplicarse en los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores que eran curados. Las muchedumbres venidas desde los más lejanos lugares de toda Palestina se agolpaban a la puerta de Jesús. Aparecían las señales del nuevo Reino de Dios que Jesús estaba anunciando.

¿Qué necesitamos nosotros para despertar? ¿Qué signos tenemos que ver en torno nuestro para que seamos capaces de darnos cuenta de que algo nuevo tiene que comenzar? ¿Andaremos también tan aturdidos que no somos capaces de sorprendernos por las señales que Dios pueda ir poniendo a nuestro lado? Quienes estamos leyendo esa reflexión y comentario al Evangelio seguro que lo hacemos porque alguna inquietud tenemos en el corazón, ¿vamos a dejar que se apague o nos decidiremos a dar un paso adelante con el que podamos arrastrar a alguien que esté a nuestro lado? Hay una llamada del Señor a la que no podemos hacer oídos sordos.

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