sábado, 11 de septiembre de 2021

No dejemos que el edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana se levante de cualquier manera sino que sea sobre los cimientos sólidos del evangelio

 


No dejemos que el edificio de nuestra fe y nuestra vida cristiana se levante de cualquier manera sino que sea sobre los cimientos sólidos del evangelio

1Timoteo 1,15-17; Sal 112; Lucas 6, 43-49


En las cercanías de mi casa van a levantar un edificio; llevan ya unos cuantos meses preparando la cimentación; uno que no entiende demasiado de edificaciones al ver todo el tiempo que han invertido en preparar la cimentación se pregunta si era necesario todo lo que han hecho excavando el terreno, quitando la tierra que lo conformaba, comenzando con un nuevo relleno y así no sé cuantas cosas más; ahora parece que ya van a comenzar a levantar el edificio. Pero si preguntamos a un perito o técnico nos dará muchas explicaciones sobre la necesidad de que la cimentación estuviera bien firme para poder dar seguridad a la edificación.

Pienso en la vida, en mi vida y en todo lo que es la formación de la persona a la que se ha de dedicar el tiempo que sea necesario para encontrarnos al final con una persona debidamente formada y preparada en todos los aspectos, una persona madura que pueda afrontar todos los retos de la vida. Quizá cuando estamos en ese periodo de formación, nos preguntamos muchas veces como aquel que veía la preparación de la cimentación del edificio, si todo eso es necesario, que ya la vida misma nos enseñará y cada uno sabrá salir adelante como pueda. Grave error que podemos cometer.

Es el ejemplo y la comparación que nos propone hoy Jesús en el evangelio para lo que ha de ser la verdadera cimentación de nuestra vida cristiana. Muchas veces lo dejamos al azar, a lo que salga, a lo que buenamente podamos ir aprendiendo, pero no nos hemos fundamentado la mayor parte de las veces en lo que en verdad tiene que ser nuestro fundamento. Y así vamos los cristianos con nuestra mediocridades, así vamos con nuestra superficialidad, así vamos con nuestra tibieza y nuestras desganas, con nuestra falta de compromiso y con nuestro testimonio pobre, así vamos con una espiritualidad que no tiene fundamento, así vamos simplemente dejándonos arrastrar por tradiciones pero no convirtiendo nuestra fe en el eje fundamental de nuestra vida.

Nos habla Jesús de la casa cimentada sobre roca o la casa cimentada simplemente sobre arena. Y como nos dice Jesús vendrán los temporales, vendrán las tempestades, vendrán los vientos y las lluvias y la casa no resistirá. Nos está pasando en la dejadez con que vivimos nuestra vida cristiana. Todos quizás muy preocupados de que el niño se bautice lo más pronto posible – cuantas angustias de muchas abuelas que ven que sus nietos no han sido bautizados a los pocos días – pero qué poca preocupación luego por darle a ese niño según vaya creciendo una verdadera formación cristiana que le haga madurar en su fe. Claro que muchas veces en los mayores la fe es poco madura y poco fundamentada. Luego nos parecerá mucho los años de catequesis, y veremos como una carga el pensar que tenemos que seguirnos formando y madurando en nuestra fe.

Cuando llegan los problemas de la vida no sabemos cómo afrontarlos desde un sentido cristiana; cuando vemos los problemas de nuestro mundo pronto queremos encontrar el milagro fácil que nos lo resuelva todo, pero cuando nos preguntan por la razón de nuestra fe nos quedamos callados y no sabemos cómo responder. Han faltado esos cimientos y esas columnas que sostengan de verdad el edificio de nuestra vida cristiana.

Por sus frutos los conoceréis, nos está diciendo Jesús en el evangelio. Y el árbol bueno tiene que dar frutos buenos, pero ¿cuáles son nuestros frutos? De lo que hay en el corazón habla la boca, nos dirá también Jesús, pero ¿qué es lo que hay en nuestro corazón muchas veces sino superficialidad? ¿Qué es lo que en verdad podemos decir de nuestra fe?

Interrogantes y planteamientos que nos tenemos que hacer. Dejemos que en verdad cale en nosotros el evangelio de Jesús. Muchas veces se ha quedado como una llovizna superficial que solo en algunas cosas externas nos ha empapado, pero no ha llegado a calar esa lluvia de la Palabra de Dios hasta la raíz profunda de nuestra vida.

viernes, 10 de septiembre de 2021

Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás y los trataremos con respeto

 


Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás y los trataremos con respeto

Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42

Aunque con facilidad decimos que la vida es un camino que tenemos que saber hacer juntos, y hasta nos queda bonito el decirlo porque damos la impresión que tenemos la cabeza muy bien amueblada como se dice ahora, sin embargo en la verdad de la vida ¿en qué queda todo esto tan bonito que decimos?

No sé si habremos tenido la experiencia de hacer un camino juntos, bueno no se trata de ir a la esquina de al lado, sino proponernos hacer un trayecto, un recorrido, llegar a una meta, subir una montaña, algo que nos exija mayor intensidad y dedicación. Fácilmente vemos los que van corriendo siempre adelantándose y poco menos que arrastrando con sus quejas a los que no son capaces de ir tan rápidos, como nos encontramos los cómodos que no se esfuerzan y que a cada paso que dan ya están pidiendo ayuda o detenerse porque aquello les parece poco menos que imposible; claro están los que necesitan mayor esfuerzo porque quizá no están preparados para el camino y necesitarán el acompañamiento y la ayuda de los que se sienten más capaces; el verdadero camino juntos es cuando en verdad sabemos acompasar los pasos de los unos a los otros, cuando nos tendemos una mano o sabemos esperarnos, cuando ponemos de nuestra parte todo el esfuerzo también para hacer agradable el camino de los demás.

Es el camino de la vida y ya no nos referimos a ese trayecto que por alguna razón nos habíamos programado, sino lo que cada día tenemos que caminar conscientes de que estamos haciendo ese camino junto con los que están a nuestro lado. Y ahí nos tendemos la mano, nos ayudamos a levantarnos y nos proponemos juntos metas por alcanzar; es ahí donde sabemos contar también con nuestra debilidad como la debilidad de los demás y también aprendemos a dejarnos conducir por quien puede ser en verdad ese guía de nuestra vida.

Y estamos hablando de nuestra vida cristiana, del camino de nuestro seguimiento de Jesús, del camino en el que tenemos como meta el vivir el evangelio de Jesús en la mayor intensidad posible, y es el camino también que como iglesia estamos haciendo. Es el camino de los que se sienten hermanos porque se aman y entonces tratamos de ser estímulo los unos para los otros. Es el camino en el que nunca queremos pisar a nadie, de ahí la delicadeza con que nos tratamos y nos acercamos los unos a los otros. Es el camino que con humildad vamos realizando queriendo darnos cuenta de esas cosas que se nos atraviesan en la vida y tantas veces nos ciegan y que podrían ponernos en situación de poder tener una mirada turbia para con los demás.

Hoy nos habla Jesús del peligro y tentación en que podemos caer, porque tengamos turbia la visión y de alguna manera nos ceguemos a nosotros mismos en nuestro orgullo para no saber reconocer las debilidades que podamos tener en nuestra vida. Nos habla de la pajuela que intentamos muchas veces quitar del ojo del hermano, sin darnos cuenta de la viga que está atravesada en el nuestro que nos ciega de verdad. Nos está hablando del espíritu de humildad con que hemos de caminar en la vida, porque bien sabemos que nuestro orgullo y autosuficiencia hace mucho daño no solo a nosotros mismos sino también a los demás.

Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás. Porque el que es humildad porque reconoce con sinceridad sus debilidades tiene ya de antemano una capacidad de comprensión en su corazón para mirar las posibles debilidades de los demás. Quien ha experimentado en su vida la misericordia y ha sido capaz de reconocerlo, ha aprendido a ser también misericordioso y compasivo con los otros. Sabrá hacer camino con los demás para juntos alcanzar la meta, como decíamos antes.

jueves, 9 de septiembre de 2021

La generosidad de nuestro amor no puede tener límites ni medidas sino que siempre habrá un paso más allá que podamos dar

 


La generosidad de nuestro amor no puede tener límites ni medidas  sino que siempre habrá un paso más allá que podamos dar

 Colosenses 3,12-17; Sal 150; Lucas 6,27-38

Yo soy bueno con los demás, decimos con facilidad; los que son buenos conmigo no tienen por qué quejarse, porque yo soy agradecido y soy también bueno con ellos. Hemos escuchado muchas veces, hemos pensado también quizás, y es la forma de bondad natural que tenemos con los demás de forma habitual. Claro que así pronto cerramos el círculo y vivimos atentos solo a los que están más cercanos a nosotros y con los que nos llevamos bien, pero el campo de la humanidad tendríamos que pensar que es mucho más amplio. ¿Nos podemos quedar reducidos solo a esto?

Jesús nos viene a decir hoy en el evangelio que eso lo hace cualquiera, pero que quienes le seguimos a El no podemos actuar como cualquiera, sino que en algo que tenemos diferenciarnos; no porque nos vayamos a poner en un estadio superior, sino porque los que optamos por el Reino de Dios en algo se ha de notar que queremos vivir ese Reino de Dios. Un Reino de Dios que es para todos, al que todos estamos invitados, el que hemos de ir construyendo haciendo que de él todos participemos. Y cuando entramos en esa tesitura nos damos cuenta que otras son las medidas, que otro es el estilo de ese amor.

Es lo que nos enseña hoy Jesús en el evangelio. Nos da otras medidas para el amor. Porque ya no tenemos solo que amar a los que nos aman y hacen bien, porque como dice Jesús, eso lo hacen también los gentiles. Si saludas solo al que te saluda, no haces nada extraordinario, nos viene a decir. ‘Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo’.

Por eso Jesús nos hablará de amor también a los que no nos aman, de amor incluso a los que nos odian, de amor a los enemigos, de perdón generoso para todos, porque nosotros nos impregnamos del amor generoso de Dios que ha sido compasivo y misericordioso con nosotros y con esa misma compasión y misericordia tenemos nosotros que amar a los demás. ‘Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos’.

La medida de nuestro amor es el amor de Dios. ‘Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros’.

 Cada vez que escucho este texto del evangelio en eso de que ‘os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante’, y lo he comentado muchas veces recuerdo un gesto de mi padre cuando quería dar un cesto de papas a algún vecino después de la cosecha, no se contentaba con llenar más o menos el cesto sino que lo removía, lo remecía, para que pudieran ponerse aun encima un puñado más de papas. 

La generosidad de nuestro amor no puede tener límites ni medidas, como nos enseña Jesús, siempre habrá un paso más allá en nuestro amor que podamos dar. No solo al que ya es bueno conmigo sino también al que no me puede tragar. Cuando copiamos el amor de Dios en algo tiene que notarse la diferencia.

Qué hermoso lo que nos decía san Pablo en la carta a los cristianos de Colosas. ‘Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo’. Así el amor será el ceñidor que envuelva nuestra vida, así resplandecerá para siempre la paz.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

María es para nosotros un canto de esperanza y en su nacimiento vislumbramos la aurora de la salvación porque de ella nos viene el verdadero sol, la verdadera luz del mundo

 


María es para nosotros un canto de esperanza y en su nacimiento vislumbramos la aurora de la salvación porque de ella nos viene el verdadero sol, la verdadera luz del mundo

 Miqueas 5, 1-4ª; Sal 12; Mateo 1, 18-23

Cuando llega el cumpleaños de una persona a la que amamos y apreciamos todos nos afanamos por desearle las mejores cosas, los días de mayor felicidad y quienes hayamos tenido una mayor cercanía en la vida recordamos acontecimientos vividos juntos, o momentos que fueron muy importantes en la vida de esa persona. Todos son felicitaciones, deseos de alegría y de felicidad y nos gustaría estar junto a esa persona en tal celebración para participar de esa fiesta. Más cuando es un ser querido como pueda ser una madre donde ya procuraremos ofrecerle las mejores muestras de nuestro amor.

Pues en este día celebramos un cumpleaños muy especial y en el que todos queremos celebrar fiesta. Hoy es el día del nacimiento de María, la Madre del Señor y nuestra Madre. Nuestros pueblos y la Iglesia toda se hacen fiesta en este día tan hermoso de la Natividad de nuestra Señora, aunque luego lo celebremos con distintas advocaciones según sea la devoción y amor que le tenemos a Maria y lo vinculada que la tengamos a la vida de nuestros pueblos. Podríamos hacer un elenco muy largo de Advocaciones de María con lo que hoy celebramos su fiesta según sean los pueblos y lugares. Pero todos estamos celebrando el cumpleaños de María, la fiesta de la Madre.

Igual que decíamos antes que en la fiesta de un cumpleaños de una persona cercana a nosotros hacemos memoria de esos distintos momentos vividos junto a esa persona, así queremos hacerlo con María recordando y celebrando esos momentos de la vida de María que tan transcendentales fueron en la historia de la salvación. Es cierto que si quisiéramos hacer una biografía de María, nos vemos cortados por tan pocos datos que nos ofrece el evangelio de la vida de María; cuando nos salimos de lo que nos dicen los evangelios y queremos rememorar otros momentos de la vida de la Virgen, muchas veces nos llenamos de imaginación o utilizaremos aquellos datos que nos ofrecen los evangelios apócrifos, que son escritos antiguos, pero que nunca entraron en el canon de la Iglesia reconociéndolos como Palabra de Dios.

Desde esos evangelios apócrifos y desde diversas tradiciones se suele situar el lugar del nacimiento de María en las cercanías de donde estuvo levantado el templo de Jerusalén y donde una hermosa basílica nos recuerda el lugar del nacimiento de María, muy cercana también a la piscina probática mencionada en el evangelio. Esa cercanía del templo nos da pie para entender la profundidad de la fe de María pues en sus aledaños seguramente fue educada, aunque luego el evangelio de san Lucas nos la sitúe siendo aún muy joven en Nazaret, una pequeña aldea de Galilea, donde se realizaría el misterio de la Encarnación de Dios en sus entrañas.

Pero creo que más que tratar de bucear en tradiciones o llenarnos de imaginación en torno a la figura de María, hoy es un momento para la acción de gracias a Dios. Ella supo reconocer que el Señor había realizado obras grandes en su pequeñez y en su humildad, por eso nosotros queremos cantar hoy las alabanzas al Señor dando gracias porque nos ha dado a María; damos gracias por María y por su fe, por la disponibilidad de su vida y por la generosidad de su amor; damos gracias por María porque ella se convierte para nosotros en un canto de esperanza, porque su nacimiento lo vislumbramos como la aurora de la salvación como dice la liturgia, y porque de Maria aprendemos nosotros a abrirnos a Dios. Y damos gracias a Dios porque así Jesús quiso regalárnosla como Madre y junto a nosotros sentimos su presencia maternal para caminar a nuestro lado enseñándonos a caminar los caminos de Jesús.

Felicidades María en tu cumpleaños; felicidades María por tu fidelidad y por tu amor; felicidades María – y queremos cantarte con todas las generaciones – porque el Todopoderoso ha hecho obras grandes en ti; felicidades Madre y nos felicitamos nosotros por tenerte siempre a nuestro lado con tu amor y protección maternal.

martes, 7 de septiembre de 2021

Cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento y trata de saciar el hambre de Dios que hay en el corazón del hombre, ¿daremos nosotros señales de esa cercanía del Reino de Dios?

 


Cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento y trata de saciar el hambre de Dios que hay en el corazón del hombre, ¿daremos nosotros señales de esa cercanía del Reino de Dios?

Colosenses 2, 6-15; Sal 144; Lucas 6, 12-19

‘Bajó Jesús a la llanura y se encontró con un grupo de gente grande de discípulos y una muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón’. Muchos con los que vienen al encuentro con Jesús, llamados por las noticias que les llegan y les hablan de la Buena Nueva de Jesús, de su acogida y cómo cura de toda clase de enfermedades, ‘porque salía de El una fuerza que los curaba a todos’.

Pero no todos pueden llegar hasta Jesús; muchos serán las enfermos que serán portados por sus familiares como muchos vienen por su cuenta, pero como siempre habrá tantos que se sienten desplazados y marginados porque no tienen la posibilidad de llegar hasta Jesús; como aquel paralítico de la piscina de Jerusalén que cuando por sí mismo llega al agua recién removida otros se le han adelantado. Por eso contemplaremos a Jesús siempre itinerante de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, recorriendo los caminos de Galilea y también hasta Jerusalén y Judea atravesando incluso tierra de samaritanos, o llegando más allá hasta los territorios de Fenicia, en las cercanías de Tiro y de Sidón.

Pero el evangelio de hoy nos ha ofrecido algo más. Jesús se había pasado la noche en la montaña en oración, como tantas veces le veremos hacer, y a la mañana llamó a doce entre todos sus discípulos a los que constituyó apóstoles, sus enviados. Con su misión habían ellos de llegar a todos para hacer el anuncio de la buena nueva del Evangelio. Los veremos cerca de Jesús escuchando de El de manera especial sus enseñanzas e instruyéndoles en todo lo referente al Reino. Muchas veces les veremos incluso que les costará aceptar y comprender las enseñanzas de Jesús, pero formaba parte de esa instrucción especial para la misión que un día habían de recibir.  

Hoy con el mensaje del evangelio nos quedaremos con estos dos aspectos que de alguna manera mantienen una unidad. La cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento, la cercanía de Jesús que trata de saciar esa hambre de Dios que lleva todo hombre en su corazón, aunque no siempre lo quiera manifestar. Se detiene en la llanura ante aquella multitud que se encuentra; se detiene y se interesa por ellos; se detiene y palpa su necesidad y sus angustias; como le veremos en otros momentos ponerse en camino, porque a otros también tiene que anunciar el Reino de Dios. Es lo importante, ese anuncio que hace con su palabra, pero también con sus gestos y con sus signos, para significar ese mundo nuevo que ha de nacer, que hay que construir.

Pero unido a ello está la elección y el envío. Donde nosotros tenemos que sentirnos mencionados. Es la llamada y la vocación especial de los Doce a quienes constituye Apóstoles, pero es también la llamada que nos está haciendo. Escuchar el anuncio de la llegada del Reino nos tiene que interpelar de tal forma que al mismo tiempo nos sentimos llamados, nos sentimos comprometidos. También hemos de dar las señales del Reino, de que el Reino de Dios ha llegado en lo que manifestamos con nuestra vida.

Escuchamos y aprendemos a detenernos como Jesús en la llanura o allá al borde de los caminos por los que transitemos. Porque cuando escuchamos esa llamada que nos invita a mirar nos tenemos que dar cuenta de todo el sufrimiento que hay a nuestro alrededor, como también del hambre de Dios que hay en el corazón de los hombres aunque no siempre lo quieran reconocer. Y es entonces cuando tenemos que dar las señales, es cuando tenemos que ser signos para los demás de la llegada del Reino. Será nuestro amor y nuestra compasión, serán nuestras manos tendidas o será nuestra cercanía al corazón que sufre nuestro lado quizá calladamente pero que tenemos que saber descubrir.

Como signo y señal de la llegada del Reino Jesús los curaba a todos con esa fuerza que salía de El. ¿Y nosotros? ¿Daremos señales? ¿Saldrá de nosotros esa fuerza para curar a los demás? ¿Tendremos los ojos y el corazón abiertos para que salga de nosotros ese torrente de gracia con nuestro amor y generosidad para curar a tantos que sufren a nuestro lado?

lunes, 6 de septiembre de 2021

Tendremos que aprender a poner en medio a tantos que antes hemos desplazado y dejado a un lado en la vida

 


Tendremos que aprender a poner en medio a tantos que antes hemos desplazado y dejado a un lado en la vida

Colosenses, 1,24-2,3; Sal 61; Lucas 6,6-11

Cuántas veces nos sucede que hay personas en nuestro entorno que nos pasan desapercibidas; estamos en una reunión, hay muchas personas que aportan sus ideas, participan en el diálogo y discusión de los temas que tratamos, pero quizás allá por algún rincón hay alguien callado, que quizá no se atreve a hablar apabullado por la palabrería de los que mucho hablan, y casi no nos enteramos de su presencia. Gentes quizá que se autoexcluyen de la participación, gente que se siente poca cosa y cree que poco tiene que aportar, gente que quizá anulamos y no tenemos en cuenta y de alguna manera vamos dejando a un lado.

Pero hay otro aspecto también por el que anulamos a las personas; las vemos quizás con alguna limitación o deficiencia física o discapacidad de algún tipo y siempre nos encontraremos razones para no tenerlos en cuenta; ¿lo hacemos conscientemente? Casi nos hemos acostumbrado a tener a esas personas al margen porque nos podemos creer que son una carga para nosotros, porque para que puedan hacer algo siempre tendríamos que estarle prestando nuestra ayuda y eso, pensamos, nos restaría posibilidades de todo lo que quisiéramos hacer. Es cierto que la sociedad de alguna manera se ha despertado y personas así han comenzado a creer en sí mismas y reclaman su participación más activa y viva en la sociedad, y también en la Iglesia.

Me ha dado pie para toda esta reflexión que me voy haciendo algo que nos dice el evangelio y que también casi nos puede pasar desapercibido. Cuando comentamos este pasaje del evangelio normalmente nos fijamos en algo que puede ser, es cierto, mensaje principal, que es toda la relacion con el día del sábado y de su descanso. Por ahí arranca el texto cuando los fariseos y los escribas estaban al acecho de lo que iba a hacer Jesús, puesto que era sábado cuando habían ido a la sinagoga.

El evangelista, sin embargo, nos dice que Jesús fijándose en un hombre que estaba allí en cualquier rincón y tenía una mano paralizada, lo llamó y lo puso en medio. Viene, algo así, Jesús a convertirlo en protagonista del momento, cuando aquel hombre quizá lo que quería era pasar desapercibido. Bien sabemos el concepto que se tenía entonces de que una enfermedad o cualquier limitación que hubiera en la vida era un castigo de Dios por algún pecado. Justo podría parecer que tratara de ocultarse para no verse denunciado por su pecado. Recordamos aquella pregunta que se hacían los discípulos cuando lo del ciego de las calles de Jerusalén, ‘¿Quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?’

Pero Jesús quiso ponerlo allí en medio. Es un desafío de Jesús frente a todos aquellos que estaban al acecho. Allí estaba la pregunta de Jesús sobre qué es lo que se puede hacer el sábado. ¿Qué es lo que habría de prevalecer, la misericordia y la compasión o el estricto cumplimiento de la ley? ¿Importaba de verdad la persona o a la persona se le tenía que dejar en su sufrimiento?

Jesús lo puso allí en medio para que aprendamos a valorar a la persona, tenerla en cuenta, dejarle su protagonismo, hacer relucir y destacar sus valores que estarán siempre por encima de sus limitaciones. La curación que realizó Jesús va mucho más allá de que recobrara el movimiento de su mano, porque lo que Jesús en verdad le estaba haciendo recobrar era su dignidad.

Curar es arrancar a la persona de todo modo de vida indigna, es arrancar a la persona de la marginación y el desprecio, de ese hundimiento en el que vive cuando se cree que nada vale o que nada puede aportar; curar es hacerle creer en sí misma, hacerle descubrir sus posibilidades y sus valores, es comenzar a tenerla en cuenta y escucharle y darle su lugar que le corresponde en la sociedad en la que vivimos. Curar no es hacer nosotros las cosas en su lugar movidos por una compasión mal entendida – con nuestras prisas y carreras siempre queremos acabar pronto y preferimos hacerlo nosotros para terminar antes -, sino estimularle para que sea capaz de poner su mano, de su poner su esfuerzo, de decir su palabra, de prestar su aportación, porque eso le hace recobrar su dignidad.

Jesús lo puso allí en medio, ¿a cuántos tendremos nosotros que comenzar a poner también en medio?

domingo, 5 de septiembre de 2021

Andamos con demasiados miedos y desconfianzas en la vida pero hemos de saber dar más señales de humanidad para poder hacer una humanidad mejor

 


Andamos con demasiados miedos y desconfianzas en la vida pero hemos de saber dar más señales de humanidad para poder hacer una humanidad mejor

Isaías 35, 4-7ª; Sal. 145;  Santiago 2, 1-5;  Marcos 7, 31-37

El mundo está necesitando de gestos proféticos; no son grandes palabras, grandes discursos lo que necesitamos porque a eso nos acostumbramos y al final no las oímos; gestos que nos despierten, gestos que nos hagan ver otras posibilidades, que nos inquieten pero que también en medio de las sombras nos hagan ver la luz. Un golpe dado sobre la mesa de manera contundente nos hace prestar más atención quizás que las palabras bonitas y persuasivas que nos puedan estar diciendo por los altavoces. Algo tiene que llamarnos la atención y hacer que nos despertemos de esa vida amorfa y anodina que estamos viviendo cada día. Aunque antes dije un golpe, quizá un pequeño detalle, un gesto sencillo nos puede hacer mejor pensar y despertar.

El mundo se nos vuelve convulso con nuestras prisas y con nuestros agobios, nos suceden cosas que nos inquietan y nos hacen perder el rumbo como toda esta situación que últimamente hemos ido viviendo, pero es que tampoco el estilo de vivir que teníamos era mejor, porque parecía que cada uno solo miraba por sí mismo y se desentendía de los demás, quizás no estábamos preparados para lo que se nos vino encima y no sabemos cómo salir adelante; vamos como ciegos y sordos por los caminos de la vida buscando algo y no terminamos quizá de encontrarlo.

Hoy nos ha dicho el profeta: ‘Decid a los inquietos: Sed fuertes, no temáis. ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará’. Y hablaba de unas señales, los ciegos que recobran la vista, los oídos de los sordos que se abren, la lengua del mudo que comienza a cantar y los cojos que saltan como los ciervos. ¿Cuáles son esas señales, esos signos hoy?

El Evangelio que escuchamos nos viene a dar esa señal. Jesús caminaba por tierra de gentiles, venía de Fenicia, Tiro y Sidón y va atravesando la Decápolis. Y es allí donde le presentan un sordomudo para que lo cure. Y aquí vienen los signos y los gestos de Jesús.

En esta ocasión Jesús se ha detenido junto a aquel hombre, incluso lo toma de la mano y lo lleva a un lugar más apartado; no importa que no sea judío, están en tierra de gentiles, pero allí hay un hombre que sufre porque no oye y apenas puede hablar. Y Jesús sencillamente va a poner su mano sobre él tocando sus oídos y su lengua. Ya hemos escuchado muchas veces como entre los judíos evitaban tocar todo aquello que les pudiera volver impuros, pero Jesús no teme tocar los oídos y los labios de este hombre incluso con su saliva. Y será su palabra ‘¡Effetá!’ (Ábrete) lo que liberará a aquel hombre para que pueda oír, para que pueda hablar. Todo el episodio tiene el valor de un gesto profético que nos anuncia un mundo nuevo, un nuevo sentido de vivir.

Decíamos al principio que el mundo necesita gestos y señales proféticas que nos despierten para algo nuevo y distinto. Quienes nos dejamos iluminar por la luz del evangelio tenemos una responsabilidad muy grande. Primero porque hemos de dejarnos sorprender por esas señales que Dios va poniendo en nuestro camino; Jesús nos sale al paso de muchas maneras en la vida, estemos donde estemos, sea la que sea la situación que vivamos. Hemos de estar atentos a esas señales, porque podemos encontrar muchas cosas hermosas y enriquecedoras en las personas que están a nuestro lado o con las que nos cruzamos en los caminos de la vida; no siempre sabemos descubrir lo bello y lo positivo que los demás pueden ofrecernos y hemos, pues, de saber estar atentos.

Pero es que también nosotros podemos ser signos para los demás, tenemos que ser signos para los demás. No necesitamos quizá hacer grandes cosas sino sencillamente sabernos detener junto al que está al borde del camino y tender nuestra mano, como vemos que hizo Jesús en este texto del evangelio que estamos comentando.

¿Qué sabes del sufrimiento o de las alegrías de las personas que están cerca de ti? Vivimos muchas veces unos al lado de los otros, pero no nos enteramos; quizá nos extrañe una reacción determinada en algún momento, pero no sabemos cual es la situación por la que está pasando. Nos detenemos a hablar de cosas insulsas o siempre quejándonos de lo mal que anda nuestro mundo, pero no prestamos atención al que está al lado de nosotros. Ese detenerse de Jesús junto a aquel hombre e incluso llevárselo aparte para estar con él puede ser un buen signo que nosotros tengamos que aprender a realizar. Y así podíamos pensar en muchas más cosas.

Andamos con demasiados miedos y desconfianzas en la vida; ahora con la disculpa de los contagios quizás nos hemos encerrado más y hasta nos hemos vuelto más inhumanos. Pues hay que dar señales de humanidad para que podamos hacer una humanidad mejor. ‘¡Effetá!’ nos está diciendo Jesús, para abrir nuestros oídos y nuestro corazón para ayudar a que también los demás puedan escuchar esa palabra de Jesús. Y, no lo olvidemos, nosotros tenemos que ser esas señales que el mundo está necesitando.