viernes, 10 de septiembre de 2021

Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás y los trataremos con respeto

 


Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás y los trataremos con respeto

Timoteo 1, 1-2. 12-14; Sal 15; Lucas 6, 39-42

Aunque con facilidad decimos que la vida es un camino que tenemos que saber hacer juntos, y hasta nos queda bonito el decirlo porque damos la impresión que tenemos la cabeza muy bien amueblada como se dice ahora, sin embargo en la verdad de la vida ¿en qué queda todo esto tan bonito que decimos?

No sé si habremos tenido la experiencia de hacer un camino juntos, bueno no se trata de ir a la esquina de al lado, sino proponernos hacer un trayecto, un recorrido, llegar a una meta, subir una montaña, algo que nos exija mayor intensidad y dedicación. Fácilmente vemos los que van corriendo siempre adelantándose y poco menos que arrastrando con sus quejas a los que no son capaces de ir tan rápidos, como nos encontramos los cómodos que no se esfuerzan y que a cada paso que dan ya están pidiendo ayuda o detenerse porque aquello les parece poco menos que imposible; claro están los que necesitan mayor esfuerzo porque quizá no están preparados para el camino y necesitarán el acompañamiento y la ayuda de los que se sienten más capaces; el verdadero camino juntos es cuando en verdad sabemos acompasar los pasos de los unos a los otros, cuando nos tendemos una mano o sabemos esperarnos, cuando ponemos de nuestra parte todo el esfuerzo también para hacer agradable el camino de los demás.

Es el camino de la vida y ya no nos referimos a ese trayecto que por alguna razón nos habíamos programado, sino lo que cada día tenemos que caminar conscientes de que estamos haciendo ese camino junto con los que están a nuestro lado. Y ahí nos tendemos la mano, nos ayudamos a levantarnos y nos proponemos juntos metas por alcanzar; es ahí donde sabemos contar también con nuestra debilidad como la debilidad de los demás y también aprendemos a dejarnos conducir por quien puede ser en verdad ese guía de nuestra vida.

Y estamos hablando de nuestra vida cristiana, del camino de nuestro seguimiento de Jesús, del camino en el que tenemos como meta el vivir el evangelio de Jesús en la mayor intensidad posible, y es el camino también que como iglesia estamos haciendo. Es el camino de los que se sienten hermanos porque se aman y entonces tratamos de ser estímulo los unos para los otros. Es el camino en el que nunca queremos pisar a nadie, de ahí la delicadeza con que nos tratamos y nos acercamos los unos a los otros. Es el camino que con humildad vamos realizando queriendo darnos cuenta de esas cosas que se nos atraviesan en la vida y tantas veces nos ciegan y que podrían ponernos en situación de poder tener una mirada turbia para con los demás.

Hoy nos habla Jesús del peligro y tentación en que podemos caer, porque tengamos turbia la visión y de alguna manera nos ceguemos a nosotros mismos en nuestro orgullo para no saber reconocer las debilidades que podamos tener en nuestra vida. Nos habla de la pajuela que intentamos muchas veces quitar del ojo del hermano, sin darnos cuenta de la viga que está atravesada en el nuestro que nos ciega de verdad. Nos está hablando del espíritu de humildad con que hemos de caminar en la vida, porque bien sabemos que nuestro orgullo y autosuficiencia hace mucho daño no solo a nosotros mismos sino también a los demás.

Cuando somos verdaderamente humildes delante de Dios nuestra vida se vuelve más amable en relación con los demás. Porque el que es humildad porque reconoce con sinceridad sus debilidades tiene ya de antemano una capacidad de comprensión en su corazón para mirar las posibles debilidades de los demás. Quien ha experimentado en su vida la misericordia y ha sido capaz de reconocerlo, ha aprendido a ser también misericordioso y compasivo con los otros. Sabrá hacer camino con los demás para juntos alcanzar la meta, como decíamos antes.

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