martes, 7 de septiembre de 2021

Cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento y trata de saciar el hambre de Dios que hay en el corazón del hombre, ¿daremos nosotros señales de esa cercanía del Reino de Dios?

 


Cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento y trata de saciar el hambre de Dios que hay en el corazón del hombre, ¿daremos nosotros señales de esa cercanía del Reino de Dios?

Colosenses 2, 6-15; Sal 144; Lucas 6, 12-19

‘Bajó Jesús a la llanura y se encontró con un grupo de gente grande de discípulos y una muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón’. Muchos con los que vienen al encuentro con Jesús, llamados por las noticias que les llegan y les hablan de la Buena Nueva de Jesús, de su acogida y cómo cura de toda clase de enfermedades, ‘porque salía de El una fuerza que los curaba a todos’.

Pero no todos pueden llegar hasta Jesús; muchos serán las enfermos que serán portados por sus familiares como muchos vienen por su cuenta, pero como siempre habrá tantos que se sienten desplazados y marginados porque no tienen la posibilidad de llegar hasta Jesús; como aquel paralítico de la piscina de Jerusalén que cuando por sí mismo llega al agua recién removida otros se le han adelantado. Por eso contemplaremos a Jesús siempre itinerante de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, recorriendo los caminos de Galilea y también hasta Jerusalén y Judea atravesando incluso tierra de samaritanos, o llegando más allá hasta los territorios de Fenicia, en las cercanías de Tiro y de Sidón.

Pero el evangelio de hoy nos ha ofrecido algo más. Jesús se había pasado la noche en la montaña en oración, como tantas veces le veremos hacer, y a la mañana llamó a doce entre todos sus discípulos a los que constituyó apóstoles, sus enviados. Con su misión habían ellos de llegar a todos para hacer el anuncio de la buena nueva del Evangelio. Los veremos cerca de Jesús escuchando de El de manera especial sus enseñanzas e instruyéndoles en todo lo referente al Reino. Muchas veces les veremos incluso que les costará aceptar y comprender las enseñanzas de Jesús, pero formaba parte de esa instrucción especial para la misión que un día habían de recibir.  

Hoy con el mensaje del evangelio nos quedaremos con estos dos aspectos que de alguna manera mantienen una unidad. La cercanía de Jesús allí donde hay dolor y sufrimiento, la cercanía de Jesús que trata de saciar esa hambre de Dios que lleva todo hombre en su corazón, aunque no siempre lo quiera manifestar. Se detiene en la llanura ante aquella multitud que se encuentra; se detiene y se interesa por ellos; se detiene y palpa su necesidad y sus angustias; como le veremos en otros momentos ponerse en camino, porque a otros también tiene que anunciar el Reino de Dios. Es lo importante, ese anuncio que hace con su palabra, pero también con sus gestos y con sus signos, para significar ese mundo nuevo que ha de nacer, que hay que construir.

Pero unido a ello está la elección y el envío. Donde nosotros tenemos que sentirnos mencionados. Es la llamada y la vocación especial de los Doce a quienes constituye Apóstoles, pero es también la llamada que nos está haciendo. Escuchar el anuncio de la llegada del Reino nos tiene que interpelar de tal forma que al mismo tiempo nos sentimos llamados, nos sentimos comprometidos. También hemos de dar las señales del Reino, de que el Reino de Dios ha llegado en lo que manifestamos con nuestra vida.

Escuchamos y aprendemos a detenernos como Jesús en la llanura o allá al borde de los caminos por los que transitemos. Porque cuando escuchamos esa llamada que nos invita a mirar nos tenemos que dar cuenta de todo el sufrimiento que hay a nuestro alrededor, como también del hambre de Dios que hay en el corazón de los hombres aunque no siempre lo quieran reconocer. Y es entonces cuando tenemos que dar las señales, es cuando tenemos que ser signos para los demás de la llegada del Reino. Será nuestro amor y nuestra compasión, serán nuestras manos tendidas o será nuestra cercanía al corazón que sufre nuestro lado quizá calladamente pero que tenemos que saber descubrir.

Como signo y señal de la llegada del Reino Jesús los curaba a todos con esa fuerza que salía de El. ¿Y nosotros? ¿Daremos señales? ¿Saldrá de nosotros esa fuerza para curar a los demás? ¿Tendremos los ojos y el corazón abiertos para que salga de nosotros ese torrente de gracia con nuestro amor y generosidad para curar a tantos que sufren a nuestro lado?

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