sábado, 13 de marzo de 2021

Seamos sinceros ante Dios siendo sinceros ante nosotros mismos y humildes para reconocer la obra del Señor seremos capaces de mostrarnos con sinceridad delante de los demás

 


Seamos sinceros ante Dios siendo sinceros ante nosotros mismos y humildes para reconocer la obra del Señor seremos capaces de mostrarnos con sinceridad delante de los demás

 Oseas 6, 1-6; Sal 50; Lucas 18, 9-14

Qué difícil se nos hace ser sinceros, pero quiero decirlo de una forma más concreta, ser sinceros con nosotros mismos. Siempre encontraremos una bonita cosa para nuestra justificación; siempre tenemos una explicación de aquello que hacemos para sacarle la mejor partida pero a favor nuestro; siempre encontraremos una razón o un por qué para quedarnos bien, para acallar la conciencia, para aparecer como buenos, porque encima, decimos, hacemos tantas cosas buenas.

Pero cuidado que esa lista de cosas buenas que hacemos son una tapadera; lo de menos que buscamos es la gloria del Señor, lo que estamos buscando es tener en mano una lista de todas esas cosas buenas que hacemos que las ponemos como rédito para buscar unos merecimientos, unos méritos que nos justifiquen o que, como decíamos, nos sirvan de tapadera.

Solo por un camino de sinceridad emprenderemos la senda que nos lleva a la autenticidad de nuestra vida y nos conducirá a la humildad del reconocimiento de lo que somos y de lo que son nuestras debilidades. Solo en ese camino de humildad terminaremos reconociendo de verdad la grandeza y la maravilla de lo que es el amor del Señor.

Pero como decíamos nos cuesta ser sinceros incluso con nosotros mismos. Y es que es por ahí por donde tenemos que empezar, reconocer la verdad de nuestra vida, que no es tan santa, que no es tan generosa y altruista como queremos aparentar, que tiene mucho de vanidad para buscar nuestra propia gloria, que en el fondo nos hará sentir un vacío de nosotros mismos que no sabremos cómo llenar, por la superficialidad en que siempre hemos vivido.

Y es que nos vamos creando una imagen de la que no queremos desprendernos; una imagen de nosotros mismos de bondad, de generosidad, de altruismo, cuando todo lo hacíamos superficialmente, cuando no estamos buscando sino nuestras glorias y reconocimientos; ahora nos cuesta bajarnos de esos pedestales, desprendernos de esos ropajes falsos con que nos hemos vestido, y no nos gusta que nos vean débiles, pecadores, porque eso sería un desprestigio para nosotros.

Vayamos mirando con sinceridad lo que hemos hecho de nuestra vida; esos oropeles de los que nos hemos rodeado pero que todo son falsedad, vanidad, mentira; seamos capaces de ir dando esos necesarios pasos de humildad que serán los que nos llevarán a la verdadera grandeza, porque de lo contrario siempre estaremos viviendo en esa falsedad. ¿Cómo se nos han pegado a la piel del alma esos afeites de vanidad y de mentira, que cuando los queremos arrancar se nos desgaja el alma?

Habremos visto en la realidad de la vida quizá a una persona que siempre iba muy bien maquillada y adornada con miles de afeites, pero que un día la sorprendimos al saltar de la cama cuado se habían borrado de su cara todos esos maquillajes, lo vieja que nos pareció esa persona, lo estropeada que estaba en su piel. Pues así estamos nosotros, pero nos ocultamos para que no nos vean y nos seguimos poniendo caretas una sobre otra para mantener esas apariencias.

Seamos sinceros ante Dios porque seamos sinceros ante nosotros mismos; seamos humildes para reconocer la obra del Señor en nuestra vida y ya no sentiremos miedo de mostrarnos con la sinceridad de nuestra vida delante de los demás. Como nos dice el final de la parábola de los que fueron al templo a orar, el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

viernes, 12 de marzo de 2021

Ante las inquietudes e inseguridades que nos surgen en nuestro interior nos seguimos preguntando dónde está la principal que da sentido a nuestra vida

 


Ante las inquietudes e inseguridades que nos surgen en nuestro interior nos seguimos preguntando dónde está la principal que da sentido a nuestra vida

Oseas 14, 2-10; Sal 80; Marcos 12, 28b-34

Nos creemos que nos las sabemos todas y hasta pretendemos juzgar a los demás por las preguntas que hacen. Cuántas veces en esa nuestra autosuficiencia – que luego no se nota en la práctica que nos sabemos las cosas porque no las hacemos –digo que en nuestra autosuficiencia nos hemos atrevido a jugar a aquel  ‘escriba se acercó a Jesús y le preguntó: Maestro ¿cuál mandamiento es el primero de todos?’


Nos decimos que si lo hizo para poner a prueba a Jesús, que si iba de autosuficiente queriendo juzgar y condenar a Jesús según la respuesta que diera, que si era algo que todo buen judío tenia que saber de memoria, porque incluso había de repetirlo muchas veces al día… pero pienso que en aquella pregunta pudiera haber también reflejada una sed del corazón.

Quizá no siempre nos sentimos tan seguros como queremos aparentar; no nos sentimos satisfechos y pensamos si acaso no nos estaremos equivocando, que tendrían que ser otros los caminos, que quizás aún no hemos hallado la respuesta a lo fundamental, que podríamos estarnos quedando en cosas superficiales a las que les falta profundidad. Seguimos buscando la respuesta que nos ayude a encontrar lo que de verdadero sentido a nuestra vida. Por eso nos preguntamos y preguntamos, nos sentimos inquietos y si tenemos a alguien al alcance de nuestra mano que nos pudiera responder tampoco lo dejaríamos tranquilos. Claro que todo esto hay que hacerlo con sinceridad, con humildad, con apertura de espíritu, de nuestro espíritu, pero apertura al Espíritu, al Espíritu Santo que es el que en verdad nos puede guiar.

Pienso madres y padres en vuestra tarea educadora en la que tenéis que estar siempre dando respuestas, con vuestras palabras, con vuestro testimonio, con vuestra acogida, con vuestro saber poneros a la altura del hijo que hace preguntas para poder discernir bien su inquietud. Y pienso, por supuesto, en todos los que tienen esa misión y esa tarea de ser educadores, con paciencia, con humildad, con empatía, con comprensión, para saber caminar al lado pero para saber esperar a que el que pregunta vaya encontrando la respuesta, que no van a ser solo las palabras que nosotros le digamos.

Y ahí está la tarea de nuestros sacerdotes y de todos los que se sienten implicados en la tarea pastoral de la Iglesia; pienso en la labor maravillosa que pueden realizar y de hecho realizan muchas veces con pocos medios y con pocas ayudas para su preparación y propia formación los catequistas de niños y jóvenes de nuestras parroquias.

Jesús con aquel hombre que a nosotros tantas veces nos ha parecido impertinente con sus preguntas sin embargo mantuvo un diálogo muy hermoso, para que aquel hombre encontrara su respuesta, la repuesta que necesitaba a su inquietud y a su interrogante. Al final Jesús le dirá incluso que no estaba lejos del Reino de Dios.

Busquemos, preguntemos, interroguémonos por dentro, analicemos bien lo que vamos haciendo, tengamos, como decíamos antes, ese espíritu abierto, dejemos que se abran delante de nuestros ojos nuevos horizontes. Ayudemos igualmente a los que caminan a nuestro lado también con esos interrogantes; nuestro testimonio, nuestra palabra puede y tiene que ser luz para ellos también, pero sepamos acompasarnos al paso de los otros como lo hizo Jesús, como nosotros lo necesitamos en la vida, como tiene necesidad ese mundo que nos rodea envuelto muchas veces en tantas tinieblas pero que nosotros tendríamos que conducirles a la luz.

Una tarea hermosa tenemos por delante. Es la nueva evangelización, el nuevo anuncio del Evangelio que necesitamos y que necesita nuestra sociedad.

 

jueves, 11 de marzo de 2021

Decir que Dios es el Señor de nuestra vida significa que la construimos desde unos valores que nos trasmite el evangelio que llamamos el sentido cristiano de la vida

 


Decir que Dios es el Señor de nuestra vida significa que la construimos desde unos valores que nos trasmite el evangelio que llamamos el sentido cristiano de la vida

Jeremías 7,23-28, Sal 94, Lucas 11,14-23

En la vida social y política de un pueblo nos vamos encontrando con diversas manifestaciones u opiniones de cual es el concepto que nosotros tenemos de sociedad y conforme a ello cual sería el sentido que le quisiéramos dar a esa sociedad. Queremos crear una asociación, por ejemplo, y hemos de tener claro que es lo que pretendemos, cuales son sus fines y sus objetivos, que queremos aportar con esa asociación a la sociedad en la que vivimos y nos sentimos integrados; y quienes pertenecen a esa asociación tienen que estar bien imbuidos en esos principios con que la hemos constituido.

Decimos de una asociación, como decimos de la sociedad en su conjunto, y vienen las ideas, las proposiciones cada uno según aquello desde lo que cree que se debe constituir la sociedad; movimientos de opinión, partidos políticos que desde sus principios tienen una idea del estado, opiniones desde la vida cultural, o cada uno según sus propias ideas. Y es bueno que tengamos claras las ideas en este sentido, aunque nos parezca que estamos hablando de política, pero estamos hablando mejor de lo que consideramos lo mejor para nuestra sociedad.

Pero esta previa reflexión que quizá se necesitaría ahondar en muchas cosas muy concretas, sin embargo la expreso ahora casi como un ejemplo para que lleguemos a entender bien lo que ha de significar el evangelio para el cristiano. Hablamos mucho de evangelio, de valores evangélicos, del Reino de Dios y no sé si siempre los cristianos lo tenemos claro. Al hablar del Reino de Dios no sé cual es la idea que podamos tener en la cabeza, porque se nos puede quedar como en una institución o una idea que poco tiene que ver luego con lo que es la vida nuestra de cada día. Y de ello nos está hablando Jesús continuamente en el evangelio.

¿Qué significará decir Reino de Dios? ¿Qué significará nuestra pertenencia al Reino de Dios? ¿Algo así como a una asociación a la que nos apuntamos como podemos apuntarnos a otras cosas? En cuantas cosas nos apuntamos simplemente para figurar en una lista pero sin ninguna repercusión en la vida. Pues hablar del Reino de Dios no lo podemos mirar así, una lista a la que nos apuntamos y que acaso nos obligue a asistir en alguna ocasión a algún acto. De ninguna manera, podemos pensar así.

La palabra misma nos lo dice, Reino de Dios. ¿Qué significa? ¿Tendrá que ser un reconocimiento de que Dios es el único Señor de nuestra vida? aquí hay algo muy importante que tenemos que tener muy claro.

Hoy Jesús en el evangelio curó a un hombre que era mudo, y en la expresión muy propia del evangelio de aquellos tiempos, nos habla de la expulsión de un demonio de un hombre que era mudo. Era como decir que el maligno se había apoderado de aquel hombre y el mal se estaba manifestando en que no podía hablar, en la limitación de no poder hablar, de ser mudo. Y Jesús lo libera de aquel mal.

Ya decimos muchas veces que los milagros de Jesús son signos, signos de la liberación profunda que quiere realizar en nosotros y no es solo el mal de una limitación física o una enfermedad lo que Jesús quiere realizar en nosotros sino una transformación total de nuestra vida viéndonos liberados del mal más profundo que puede afectar a la persona.

Al escuchar el evangelio vemos que se originó una controversia con aquellos que no reconocían el poder de Jesús y que le achacan lo que hace al poder del príncipe de los demonios. No entramos demasiado en ello ahora en estos momentos. Pero Jesús termina aclarándonos que sin con dedo de Dios, el poder de Dios El está liberándonos del maligno, es señal de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros.

Queremos vivir el Reino de Dios, queremos vernos liberados del mal, queremos que el mal nunca se enseñoree de nuestra vida; de cuantas cosas nos sentimos atados, cuantas cosas nos oprimen y nos quitan la libertad, cuantas cosas dejamos meter en nuestra vida enseñoreándose de nosotros y no dejando que sea Dios en verdad el único Señor de nuestra vida.

Pero cuando decimos que Dios es el Señor de nuestra vida significa que esa vida que vamos construyendo la hacemos desde un sentido, desde unos valores; es lo que decimos que nos trasmite el evangelio, es lo que llamamos el sentido cristiano de nuestra vida, porque es el sentido de Cristo, el sentido de Jesús. Significará entonces cómo tenemos que parecernos a Jesús, hacer las cosas según su sentido y su estilo, dejarnos impregnar de su amor.

Era lo que tanto les costaba a los discípulos cuando seguían obsesionados en los primeros puestos, cuando no habían entendido el sentido del servicio en la vida, cuando les era tan difícil aceptar aquella entrega de amor que Jesús les anunciaba que iba a realizar con su subida a Jerusalén. Si somos seguidores de Jesús no son otros los valores que tengamos que vivir, si nos decimos miembros del Reino de Dios es el sentido que hemos de darle a nuestra vida. Ojala escuchemos la voz del Señor.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Sería bochornoso que no fuéramos capaces de vivir con alegría, con entusiasmo, con valentía, con orgullo nuestra fe y así manifestémoslo ante cuantos nos rodean

 


Sería bochornoso que no fuéramos capaces de vivir con alegría, con entusiasmo, con valentía, con orgullo nuestra fe y así manifestémoslo ante cuantos nos rodean

Deuteronomio 4, 1. 5-9; Sal 147;  Mateo 5, 17-19

Quiero reflexionar hoy, y voy directamente al grano, sobre algo que considero bochornoso que nos suceda a nosotros los cristianos. Y os lo digo así, claramente, damos la impresión que no nos sentimos orgullosos de nuestra fe, de ser cristianos, de tener unos mandamientos que cumplir, de querer seguir la ley del Señor.

Puede parecer fuerte lo que estoy diciendo pero es la realidad, damos la impresión que nos avergonzamos de ser cristianos. A veces me pregunto que si nos vinieran tiempos de persecución cruenta, como ha sucedido en tantos momentos de la historia y en España no lo tenemos tan lejano, ¿cómo reaccionaríamos? ¿Seríamos capaces de llegar a dar la cara, incluso la vida, por nuestra fe? Y mira que son cosas que nos pueden pasar, no estamos tan lejanos, y no quiero andar con pesimismos, porque quienes siguen mis reflexiones saben bien que quiero ser optimista y es lo que intento transmitir con mis palabras y mis reflexiones.

En la sociedad en la que vivimos nos están comiendo el terreno; todo son dificultades y trabas para que podamos vivir nuestra fe públicamente, para que podamos participar en nuestras celebraciones con total libertad y sin complejos, en los medios de comunicación lo que más se insiste en publicar es todo lo que pueda dañar a la Iglesia y la fe de los cristianos, se hace burla sin miramiento alguno de nuestras expresiones religiosas, se quiere dar la impresión que somos un obstáculo para que la gente viva de forma moderna y si pudieran nos quitaban de en medio. ¿Y cuáles son nuestras respuestas? ¿Cómo reaccionamos ante todo eso? Tenemos que reconocer que nos falta valentía.

Es hora que nos despertemos, que vivamos con orgullo y alegría nuestra fe y de ninguna manera nos escondamos; que hagamos frente a todo esa reacción que tiene la sociedad ante el hecho religioso y cristiano, pues manifestando con total libertad y claridad la fe que vivimos y seamos capaces de sacar a flote para que sean conocidos también tantos testimonios hermosos de los que nos podemos sentir orgullosos de tantos cristianos que en nombre de su fe viven su compromiso en todos los aspectos de la vida. Nadie tiene por qué quitarnos la palabra, esa palabra clara y valiente que tenemos que ser capaces de decir y que tantas veces callamos. Hacen falta también hombres públicos  con influencia en la sociedad que se manifiesten creyentes y den testimonio público de su fe.

Nos han hablado tanto de humildades y de silencios que nos parece incompatible que podamos decir que nos sintamos orgullosos de nuestra fe. Sí, nos sentimos orgullosos de ser cristianos, de creer en Dios, de sentir la presencia de Dios en nuestra vida y de cómo contamos con El en lo que vamos haciendo, en el compromiso que vivimos también por los demás, en los compromisos con nuestra sociedad también; nos sentimos orgullosos de querer cumplir los mandamientos del Señor aunque nos cueste, porque sabemos que ahí tenemos nuestra sabiduría, el mejor sentido de nuestra vida y está la fuerza para todo lo bueno que queremos realizar. Jesús nos ha dicho hoy en el evangelio que no viene a borrar la ley sino a darle plenitud y que quien cumpla cualquiera de esos mandatos mínimos será grande en el Reino de los cielos.

Es hermoso lo que le decía también Moisés al pueblo para que aprendieran a apreciar la sabiduría de la ley del Señor. Tenían que sentirse orgullosos de su Dios que con ellos estaba, que con ellos caminaba en aquel largo peregrinar del desierto. Que ningún pueblo podía decir como ellos que tenían un Dios tan cercano y tan justo, tan lleno de amor.

‘Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos… Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?’

¿No es lo que nosotros tenemos que sentir cuando se manifiesta el amor tan grande que Dios nos tiene que nos entrega a su Hijo Jesús para nuestra salvación? Vivamos con alegría, con entusiasmo, con valentía, con orgullo nuestra fe y así manifestémoslo ante cuantos nos rodean. Sería, sí, bochornoso que no fuéramos capaces de hacerlo. Valoremos y destaquemos a tantos que a nuestro lado así lo hacen con valentía y alegría.

martes, 9 de marzo de 2021

La sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón y el sabor de la misericordia experimenta que nos hace abrir los ojos con mirada nueva

 


La sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón y el sabor de la misericordia experimenta que nos hace abrir los ojos con mirada nueva

Daniel 3, 25. 34-43; Sal 24; Mateo 18, 21-35

Qué difícil es aprender la lección. Se suele decir que aprendamos en cabeza ajena o que cuando veamos las barbas de nuestro vecino pelar, pongamos las nuestras a remojar, pero ni aun en cabeza propia muchas veces terminamos de aprender.

Nuestra propia debilidad tendría que hacernos ver la realidad de las cosas y cuando constatamos nuestros propios errores tendríamos que saber tener la sabiduría de la humildad para reconociendo nuestros propios errores y caídas ser capaces de ser comprensivos con los demás. La humildad a la que tendría que llevarnos nuestro propio pecado tendría que darnos la grandeza de la comprensión y del perdón. Pero ya vemos cómo sucede, nos endurecemos más.

Es la pregunta que le surge a Pedro, pero que no es solo la pregunta de Pedro, que es la actitud que nosotros tenemos ante los errores o los fallos de los demás. ¿Cuántas veces tengo que perdonar si mi hermano me ofende? Repito, que no es solo Pedro el que se hace esa pregunta, que nos la hemos hecho mil veces. ¿Pero es que soy yo el que tengo que seguir aguantándolo una y otra vez? Ya está bien de hacer el tonto, nos decimos, ya verá la próxima vez lo que yo voy a hacer.

Y claro, nos creemos con todos los derechos del mundo. Es lo que nos cuenta la parábola que propone Jesús y con lo que nos viene a dar respuesta. El hombre poderoso cuando al arreglar cuentas se encontró aquel siervo con todas aquellas deudas, quiso meterlo en la cárcel hasta que pagara, hacerle pagar a él o a su esposa o sus hijos toda la deuda contraída, pero al final se conmovió su corazón y perdonó todas las deudas.

 Ahora este siervo que ha sido perdonado que se encuentra con un compañero de trabajo que le debe unas pocas pesetas, pretende hacer lo mismo que su amo había intentado con él, aunque luego arrepentido le perdonara. Pero este ahora va a saber, yo no perdono, tú tienes que pagarme hasta el último real y metió en la cárcel a su compañero. ¿Pero no has aprendido con tu amo a ser generoso y ser capaz de perdonar que vienes ahora a exigir a tu compañero de esa manera?

No terminamos de saborear el regalo de la misericordia y el perdón; no terminamos de tener la sabiduría de la humildad para reconocer que así como tú recibiste el perdón de tu deuda tendrías que ser comprensivo con tu compañero para poner misericordia también en tu corazón. Sí, la sabiduría de la humildad que llena de misericordia el corazón; o si queremos decirlo de otra manera, saboreemos la misericordia que nosotros recibimos y aprenderemos a tener un mirada de comprensión y misericordia con los demás. Es la actitud que pongamos en el corazón.

No seamos mezquinos frente a todo el amor que el Señor nos ofrece. En nuestra mezquindad nos cegamos y endurecemos el corazón y perdemos el sabor maravilloso de la misericordia cuando nos sentimos perdonados, cuando nos sentimos amados. Porque todo es cuestión de sentirse amado.

Que hermosa es la oración de Daniel. Cuando le parece sentirse abandonado de todo y de todos, porque nada tienen en tiempos de destierro y ni pueden ofrecerle un culto digno al Señor en un templo digno, simplemente le ofrecen un corazón contrito y un espíritu humilde al Señor con la confianza de que serán escuchados y el Señor nunca los abandonará.

‘Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde… Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos, y buscamos tu rostro…

¿Nos presentaremos así ante el Señor con corazón contrito y espíritu humilde?

lunes, 8 de marzo de 2021

No es solamente que el sonido de las palabras llegue a nuestros oídos sino ir de verdad confrontando nuestra vida con lo que cada día el Señor nos va pidiendo

 


No es solamente que el sonido de las palabras llegue a nuestros oídos sino ir de verdad confrontando nuestra vida con lo que cada día el Señor nos va pidiendo

2Reyes 5, 1-15ª; Sal 41; Lucas 4, 24-30

El orgullo de los pueblos que se creen merecedores de todo y que se creen los mejores. Y siempre que aparece el orgullo aparecen los desprecios, la poca valoración de los que creemos inferiores, y las exigencias de todo tipo, porque, como decíamos, nos creemos merecedores de todo. Quizá no puedan ofrecer otra cosa que uno de su pueblo alcanzó cotas altas, y porque de nuestro pueblo salió, vamos a decirlo así, una lumbrera, alguien que en algún campo de la vida destacó por algo, ahora yo todos nos creemos mecedores y hasta nos volvemos exigentes.

¿Qué pasaba en Nazaret? La fama de Jesús, el profeta que había surgido de aquel pueblo que antes apenas había tenido nombre, llegaba a todas partes y comenzaron a aparecer los orgullos. Pero bien sabemos que los orgullos van acompañados también de desconfianzas, porque ¿de dónde ha sacado El toda esa sabiduría y esos poderes? Y en esas desconfianzas comienzan las valoraciones que no siempre van a ser favorables para los cercanos al personaje. Si aquí están sus hermanos, sus parientes, su familia que en nada han destacado, porque su padre era simplemente el carpintero.

Es lo que podemos describir de Nazaret, que al principio cuando había salido Jesús a hacer la lectura en la sinagoga, todo eran alabanzas y orgullos patrios, pero pronto se volvieron en contra en desconfianzas y en desprecios de alguna manera. Por eso Jesús les dirá claramente que un profeta no es bien mirado en su pueblo, solo en su pueblo será despreciado. Y ahora le están pidiendo que haga allí lo que saben que ha hecho en otros lugares, aunque su fe en El no sea tan clara. Y ya sabemos que la exigencia primera para los milagros de Jesús es la fe los que piden la ayuda, los que piden el milagro, y en eso no están destacando precisamente en su pueblo de Nazaret.

Y Jesús les recuerda dos hechos o acontecimientos de los antiguos profetas, en este caso de Elías y Eliseo. En tiempos de Elías muchas viudas había en Israel pasando necesidad en aquellos tiempos de sequías y de hambres, y sin embargo fue enviado a una viuda de Sarepta de Sidón, un pueblo ya ajeno a Israel; pero grande había sido la generosidad de aquella mujer que nada tenía sino un puñado de harina y un poquito de aceite para hacer el último panecillo y esperar la muerte, pero sin embargo se había desprendido generosamente de ello para compartirlo con el profeta.

Muchos leprosos, les recuerda Jesús, había en Israel – era una enfermedad muy común en la antigüedad – y sin embargo el profeta Eliseo a quien curó fue a Naamán, el sirio. Había venido a Israel buscando la salud porque la fe de una esclava lo había recomendado.  Y la gente de Nazaret entendió el mensaje que Jesús les estaba dando, que había de despertar su fe, pero ellos seguían encerrados en sus orgullos, por eso se revuelcan y se vuelven contra Jesús, al que arrojan fuera del pueblo que incluso quieren despeñarlo por un barranco.

¿Por dónde anda el proceso de nuestra fe?, tendríamos quizá que preguntarnos en este momento. A eso tiene que llevarnos este evangelio que hoy estamos escuchando y precisamente en este camino de cuaresma que estamos haciendo. Bueno, nos hemos acostumbrado ya a que en este tiempo viene la Cuaresma, porque pronto se acerca la Semana Santa, pero quizá vamos pasando los días y no vemos ningún  progreso en nuestra vida. Escuchamos la Palabra que cada día se nos ofrece, bueno, no sé si realmente la escuchamos, porque para escuchar de verdad tenemos que abrir los oídos del corazón.

No es solamente que el sonido de las palabras llegue a nuestros oídos. Es ir de verdad confrontando nuestra vida con lo que cada día el Señor nos va pidiendo, ir saliendo de nuestras rutinas en que simplemente repetimos las cosas que siempre hacemos pero no siempre con el deseo de superación, de crecimiento espiritual. La gente de Nazaret oyó aquel día las palabras de Jesús y la lectura del profeta, pero no supo escuchar en su corazón. Es lo que nosotros necesitamos saber hacer.

 

domingo, 7 de marzo de 2021

Necesitamos gestos proféticos que nos despierten de nuestra atonía o que lo que realicemos con nuestra vida se convierta en un signo para los demás

 


Necesitamos gestos proféticos que nos despierten de nuestra atonía o que lo que realicemos con nuestra vida se convierta en un signo para los demás

Éxodo 20, 1-17; Sal 18; 1Corintios 1, 22-25; Juan 2, 13-25

Algunas veces necesitamos como que nos den un golpe fuerte, que nos despabile, porque parece que andamos medios adormilados, entontecidos con la rutina de las cosas que termina llevándonos a una modorra donde parece que nada nuevo nos puede llamar la atención. Y todos entendemos que no se trata de un golpe a la físico, como cuando mi perrito me ve medio adormilado y viene y me da un ladrido fuerte junto al oído – no le gusta verme adormilado -, pero ya digo no es algo físico lo que necesitamos, pero si algo que nos dé la sorpresa, nos llame la atención por lo distinto y atrevido, nos saque de esa modorra espiritual en la que caemos tan fácilmente. Como decíamos algo que nos sorprenda, algo que sea como una pregunta interior que no nos deje tranquilos, algo como aquellos gestos proféticos que nos encontramos tantas veces en la Biblia; los profetas hablaban más por gestos que por palabras.

Y es lo que significó aquel gesto profético de Jesús en el templo de Jerusalén de lo que nos habla hoy el evangelio. Todo el culto a Dios se había quedado en un ritual, y allí estaban aquellos sacrificios de todo tipo que se ofrecían continuamente en el templo de Jerusalén, aquellos rituales de los que habían llenado la vida que si bien en algún momento tuvieron su sentido como una ofrenda de gratitud a Dios y de reconocimiento de que todo viene de su mano, se había quedado en algo frío y ostentoso que mantenía lejos del Señor el corazón de los fieles.

Y Jesús expulsa del templo a los vendedores de todo tipo de animales para los sacrificios que habían convertido el templo en un mercado y en un negocio; por allá andaban los cambistas porque sólo en la moneda del templo de podían hacer las ofrendas, pero que lo había convertido todo en un negocio usurero con los préstamos que allí sea realizaban con fuertes cargas para quienes se vieran en la necesidad de acudir a aquellos usureros. Jesús busca el corazón de los hombres y que no hagamos las cosas solo por la apariencia y llenos de vanidad. Recordamos como un día había valorado el corazón de aquella anciana viuda que dio todo lo que tenia porque su vida era en verdad toda una ofrenda al Señor. Y ahora viene Jesús con este gesto profético.

¿No necesitaremos nosotros cosas así que nos despierten de nuestra atonía? Pero pudiera ser que estuviéramos en tal atonía que ya ni lo más discorde nos llama la atención. Entramos ya en un segundo año de dificultades, de pandemia con todo lo que eso habrá significado en nuestra vida, ¿terminaremos acostumbrándonos? ¿Cómo es que no terminamos de reaccionar? ¿No habremos terminado aún de buscar lo que verdaderamente es importante o todavía seguimos con nuestras vanidades y superficialidades y con nuestras ambiciones queriendo más lo externo que aquello que profundamente cambie nuestra vida?

De dos cosas más nos habla hoy la Palabra del Señor que tendrían que hacernos buscar lo que de verdad es importante en la vida. Y tendríamos que comenzar por aprender a valorar y a respetar a la persona, a toda persona y en eso fundamentáramos todas nuestras relaciones humanas. Cuando solo nos valoramos a nosotros mismos y a nuestras apetencias pronto olvidamos el valor de todo ser humano, pronto faltará el respeto a la dignidad de toda persona porque nos hemos querido convertir en dioses de nosotros mismos y pensamos que todos los demás están como para rendirnos pleitesía; de ahí la tentación a la manipulación de las personas porque en cuanto me sirvan para mis intereses me valen, cuando ya no puedo conseguir ese endiosarme en mis orgullos destruyo cuando encuentro a mi paso y no me importa destruir a los demás.

En la primera lectura hemos escuchado la ley del Señor que a través de Moisés Dios le dio a su pueblo, los mandamientos. Muchas veces lo hemos visto demasiado a lo negativo como si todo fueran prohibiciones y no hemos aprendido a descubrir que lo que buscan los mandamientos es el bien del hombre, el bien de la persona. Comenzamos reconociendo que no hay sino un solo a Dios y al único que tenemos que adorar; no podemos convertirnos nosotros en dioses de nosotros mismos ni en dioses de los demás. Pero tras eso lo que nos viene a decir que tenemos que respetar y valorar a toda persona, que no puede haber manipulación de ningún tipo por nuestra parte porque nadie es esclavo de nadie, ni en consecuencia puedo hacerles daño alguno. Y es que en Jesús encontramos la plenitud de ese mandamiento del Señor, que nos manda amar al prójimo, porque todo hombre es nuestro hermano, porque todo ser es también hijo de Dios.

Y el otro aspecto que hoy nos propone la Palabra de Dios es de lo que nos habla san Pablo en la segunda lectura, la teología de la cruz que es nuestra verdadera sabiduría y nuestro verdadero poder. Nosotros predicamos, dice Pablo, confesamos a Cristo crucificado, lo que puede parecer una locura y una tontería para judíos y para gentiles pero que para nosotros es la verdadera sabiduría. Porque en la cruz de Jesús descubrimos toda la grandeza del amor.

Es el signo de la entrega y del amor y para nosotros es el signo de la victoria, porque de la cruz de Jesús nos viene la salvación. Quien mira así a la cruz de Cristo, ¿cómo puede crucificar al hermano? ¿Cómo podemos permitir el sufrimiento? ¿Cómo no viviremos nosotros en una entrega semejante para ayudar a liberar a toda persona de todo mal? ¿Cómo podemos convertirla en un adorno y no sea en verdad el signo de nuestra entrega y amor?