sábado, 16 de enero de 2021

Como Jesús hemos de aprender a mirar para saber llegar al fondo del alma y comenzar a creer en los otros, perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas

 


Como Jesús hemos de aprender a mirar para saber llegar al fondo del alma y comenzar a creer en los otros, perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas

 Hebreos 4,12-16; Sal 18;  Marcos 2,13-17

Vamos de paso o vamos de paseo, pero  no terminamos de ver, no miramos ni contemplamos. Y se nos pueden pasar las cosas desapercibidas. Pero quizá lo de menos sea que se nos pasen las cosas desapercibidas aunque tendríamos que tener espíritu contemplativo para observan tantas maravillas con las que nos podemos ir encontrando. Lo más grave quizás sea que pasemos de largo y no veamos a las personas, nos pasen desapercibidas.

Pero nuestra mirada no puede ser superficial ni solamente externa; tendríamos que ahondar más, se capaces de mirar a los ojos y a través de los ojos llegar al alma, llegar a contemplar y comprender lo que hay en el corazón de cada persona con la que nos vamos cruzando. Es difícil pero nos llevaríamos grandes sorpresas, porque podríamos encontrar cosas bellas, podríamos encontrarnos maravillosos valores en esas personas, que sí se nos han pasado desapercibidos.

Hoy el evangelio nos habla de que Jesús iba de paso para la orilla del lago; allí se detuvo a charlar con la gente, a hacer el anuncio del Reino; era su constante en aquellos momentos, pues aún estaba haciendo el primer anuncio invitando a seguirle, invitando a convertirse, a cambiar los corazones, que exigiría quizá también otros cambios más profundos en la vida de las personas.

Pero Jesús estaba atento a todo; El no pasaba simplemente de largo. Por eso nos dice el evangelista que al pasar se fijo en Leví, el recaudador de impuestos, que estaría allí en su garita o detrás de su mesa, o sentado en un banco de la plaza, pero que estaba en su oficio. Pero Jesús se fijó en él y lo invitó a seguirle. Era una interpelación directa que pareciera que no permitía ninguna otra respuesta. ‘Sígueme’, y aquel hombre lo siguió, se levantó y se fue con Jesús y llevó a Jesús a su casa.

Son esas miradas de Jesús y esas palabras que interpelan y que parece que exigen pero que son una invitación al amor, a ser capaces de despojarse de muchas cosas. Leví estaba en su oficio, en su negocio; porque la tarea de recaudador de impuestos era un negocio, tenía sus ganancias, porque probablemente el hecho de manejar muchos dineros hiciera que también se convirtiera en prestamista; lo podemos deducir de otros momentos del evangelio. Tenía su negocio montado y su vida asegurada.

Y ahora Jesús le invita a algo nuevo que es una incertidumbre porque no sabemos a qué derroteros nos puede llevar el seguimiento de Jesús. Pero con en un buen negocio, aunque se desprendiera de todo, él se arriesgó y se fue con Jesús. Y vaya si acertó. Se le veía contento porque ofreció un banquete a Jesús y sus discípulos y también a sus amigos de profesión. Jesús había mirado el corazón de Leví y en contra de todo lo que otros pudieran pensar sabía cuales eran sus valores y a lo que estaba dispuesto.

¿Seríamos nosotros capaces de poner nuestra vida en un riesgo ante una invitación semejante a la que recibió Leví en aquella mañana? Claro que tendríamos que dejarnos mirar por Jesús y El llegue al fondo de nuestro corazón. Como nosotros tenemos que aprender a mirar a los demás para saber llegar al fondo del alma de los demás y comenzar a creer en los otros. Perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas. No nos atrevemos muchas veces a mirar porque vamos ya llenos de prejuicios, nos hacemos nuestra idea y no confiamos en los demás. Por eso no miramos, pero tampoco nos dejamos mirar. Nos contentamos con ir de paso pero sin contemplar las grandezas del alma de todos aquellos con los que nos vamos encontrando.

En aquella ocasión había algunos que desconfiaban. Por allá andaban diciendo los fariseos y los letrados cómo se atrevía Jesús a comer con aquella gente si eran unos pecadores. Habían hecho su juicio y su condena de antemano. Cosa que Jesús nunca hará, porque siempre está presente la misericordia del Señor y aunque haya enfermedad, aunque haya pecado, siempre se puede alcanzar la curación porque siempre se puede alcanzar el perdón. Jesús es el médico que viene a curar y viene a salvar.

viernes, 15 de enero de 2021

Cuando comencemos a ser capaces de perdonar estaremos pareciéndonos de la mejor de las maneras a Dios que es compasivo y misericordioso

 


Cuando comencemos a ser capaces de perdonar estaremos pareciéndonos de la mejor de las maneras a Dios que es compasivo y misericordioso

Hebreos 4,1-5.11; Sal 77; Marcos 2,1-12

¿Os habéis detenido a pensar alguna vez cómo hemos llenado la vida de barreras? Y no estoy pensando en las fronteras que separan las naciones y los estados cuando pensábamos que algunas se habían superado pero otras han vuelto a reaparecer; no pienso solo en la vallas que dividen los territorios y separan las propiedades donde ya no podemos decir que ancho y libre es el campo; no quiero pensar solo en las prohibiciones de todo tipo de nuestras leyes, de los decretos que acompañan y que también de alguna manera merman las libertades de las personas. Y así podríamos seguir poniendo muchos ejemplos, porque son muchas y bien diversas las barreras que dividen nuestro mundo.

Hay otras barreras que nos imponemos los unos a los otros en nuestras relaciones cuando no somos capaces de aceptarnos y de respetarnos, cuando aparecen tantas discriminaciones desde diferentes latitudes vamos a decirlo así por hacerlo de una manera suave, cuando de alguna manera ponemos impedimentos para nuestros encuentros, porque terminamos por no dejar entrar en nuestro corazón a muchas personas ni nosotros podemos traspasar ciertas fronteras que se han levantado para poder entrar en el corazón de los otros.

Ya mencionábamos la aceptación mutua y el respeto, pero que nos tiene que hacer pensar en esos candados que ponemos en nuestro corazón para impedir que entre la comprensión en nuestro corazón y seamos al final ser compasivos los unos con los otros. Un candado terrible que ponemos en el corazón es la incapacidad de perdonar de la que algunas veces nos dotamos. Es una de las peores exclusiones que hacemos de los demás, pero que en el mundo en que vivimos vemos como tan normal los resentimientos y los rencores que hasta nos puede parecer una gloria el mantener esa dureza de corazón para no perdonar a los demás.

Me ha hecho pensar en todo esto el evangelio que hoy se nos propone. Aquellos hombres que traen un paralítico para llevarlo a los pies de Jesús y todo son trabas para que pueda llegar hasta El. La misma gente que buscaba a Jesús y quería estar cerca de El se lo impedía. No podían entrar por la puerta por la gente que se agolpaba y no los dejaban pasar. Pero hay gente valiente que se quiere saltar las barreras y aquellos hombres son capaces de abrir un boquete en el techo de la casa para descolgar por allí al paralítico hasta los pies de Jesús.

Pero es que allí se va a encontrar también otras barreras. Cuando Jesús quiere ofrecerle la sanación más profunda que no solo será curar sus miembros paralizados, sino ofrecerle el regalo del perdón de los pecados, aparecen los fariseos y escribas que están al acecho y dicen que eso no se puede hacer, que Jesús está blasfemando porque se está atribuyendo un poder de Dios. Barreras como las que nos seguimos poniendo nosotros en la vida con nuestros corazones llenos de candados para mantener por tiempo sin fin rencores y resentimientos. Qué duros somos de corazón.

¿Seremos capaces de romper algún día esas barreras que nos estamos interponiendo los unos contra los otros? ¿Llegaremos a tener un corazón compasivo y misericordioso como tantas veces nos enseña Jesús en el evangelio para abrir nuestros corazones al perdón y ser nosotros los primeros que sintamos la verdadera paz en nuestro corazón? ¿Se nos habrá ocurrido pensar que cuando somos capaces de perdonar estamos pareciéndonos de la mejor de las maneras a Dios que es compasivo y misericordioso?

Si fuéramos capaces de romper esta barrera para abrirnos al perdón seguro que otras muchas barreras que nos hemos interpuesto en la vida, como hacíamos mención al principio, también irán desapareciendo de nosotros y de nuestra sociedad. Seguro que esa acritud con que se está hoy viviendo la vida y las mutuas relaciones a todos los niveles desaparecerá y comenzaremos a tener un mundo de mucha paz.

jueves, 14 de enero de 2021

Nos postramos ante Jesús en nombre de todos los que sufren y también desde las angustias y preocupaciones del momento que vivimos para decirle ‘si quieres, puedes limpiarnos’

 


Nos postramos ante Jesús en nombre de todos los que sufren y también desde las angustias y preocupaciones del momento que vivimos para decirle ‘si quieres, puedes limpiarnos’

Hebreos 3,7-14; Sal 94; Marcos 1,40-45

El evangelio que hoy se nos propone evoca una situación que en estos momentos estamos viviendo. Estos momentos de pandemia que estamos viviendo nos obligan a mantener unos distanciamientos por miedo a los contagios que muchas veces se nos hacen cuesta arriba. No poder mantener ese contacto físico con aquellos que queremos, mantener esa distancia siempre con los miedos a un contagio de un virus que calladamente nos va contagiando y creando al mismo tiempo tantos dramas sociales y familiares como ahora se están provocando por todas partes.

Los seres humanos estamos creados para el encuentro, para la comunicación cercana y ahora se nos hace doloroso lo que se nos impone por miedo a la propagación de esa pandemia. Es cierto que está el peligro del contagio y tenemos que ponerle puertas al campo para que no nos llegue, pero está el peligro y la tentación de que ese distanciamiento no sea solo el físico que se nos impone, sino que vayamos creando otros distanciamientos que pueden aflorar fácilmente desde esos egoísmos e insolidaridades que se nos meten en el alma. Hemos de reconocer que son momentos difíciles, por esa tendencia que tenemos también en nuestro interior de comenzar a preocuparnos solo de nosotros mismos y nos vayamos encerrando en unos círculos que humanamente nos aíslen de los demás.

La situación que estamos pasando si intentamos vivirla con una madurez humana y también cristiana nos tendría que servir para pensar y reflexionar sobre muchas cosas. Por ejemplo para que comprendamos la situación que vivían los leprosos a los que se aislaba y separaba totalmente de la comunidad de manera que ni con su familia podían relacionarse. Lo vemos muchas veces como cosas del pasado que pensábamos que no volverían a repetirse, pero pienso en los dramas de los familiares de los que están muriendo en total soledad en los hospitales sin poder estar en esos momentos en la cercanía de sus seres queridos, que luego se prolongan a la hora del sepelio sin la compañía ni de seres queridos ni de otras personas que nos aprecian.

¿Qué podemos hacer? Reconozco que la respuesta no es fácil, porque tenemos que someternos a unos protocolos que se nos imponen para evitar la propagación del contagio. Las soledades a las que nos vemos obligados tendrían que ayudarnos a madurar como personas pero también a saber discernir de qué otras manera podemos hacer sentir nuestra cercanía y se mantenga viva la apertura de nuestros corazones en disponibilidad siempre para lo mejor.

Toda esta reflexión que nos vamos haciendo ha partido del hecho de que hoy el evangelio nos habla de un leproso que se acerca a Jesús pidiéndole que le cure. En este caso que nos relata el evangelio el leproso se  ha saltado todos los confinamientos a los que se veía sometido, pues ha llegado hasta los pies de Jesús, metiéndose incluso entre la gente. Breve ha sido el diálogo con Jesús con la total confianza de que Jesús podía y quería en verdad curarle. ‘Si quieres, puedes limpiarme’. No es una duda, es una manera de expresar su convicción de que Jesús puede en verdad curarle y lo va a hacer. Y ahí está el gesto de Jesús que tiende su mano, le toca y le cura.

Sí, también nosotros tenemos que querer tender la mano, como Jesús, para curar. Tendemos la mano, primero, desde ese respeto a las normas y protocolos que se nos han impuesto, porque lo primero que tenemos que hacer es que no se siga propagando el virus. Físicamente en estos momentos no lo podemos hacer, pero cuando hemos llenado de amor nuestro corazón sabremos tener la inventiva y la iniciativa para buscar formas de tender la mano, de estar cercanos a los que sufren, en cualquiera que sean las situaciones, porque no se trata solamente en lo que ahora en especial vivimos.

Porque la cercanía que nosotros mostremos desde nuestro corazón, las muestras y gestos de cariño, de cercanía, de amistad, de ternura que podamos tener hacia los demás tendrá siempre forma de manifestarse. Hay una delicadeza que siempre podemos mostrar, hay una sonrisa que podemos enviar incluso por encima de la mascarilla que llevamos puesta, hay una preocupación que podemos manifestar en una bonita palabra de interés y de compañía, una ayuda que prestar o unos momentos de nuestra vida que podemos compartir.

Seguro que el amor y la ternura que llevamos en el corazón nos hará inventar gestos y señales de nuestra cercanía a los demás. Pero no olvidemos una cosa, también nosotros podemos postrarnos ante Jesús en nombre de todos los que sufren y también desde nuestras propias angustias y preocupaciones para decirle ‘si quieres, puedes limpiarnos’, en tus manos, Señor, podemos toda esta situación difícil que estamos viviendo, si quieres, Señor, puedes hacer que todo esto termine.

miércoles, 13 de enero de 2021

Le llevaban a Jesús a los enfermos y nosotros llevamos los sufrimientos de nuestros hermanos y de nuestro mundo que está enfermo y que no siempre quiere conocer a Jesús

 


Le llevaban a Jesús a los enfermos y nosotros llevamos los sufrimientos de nuestros hermanos y de nuestro mundo que está enfermo y que no siempre quiere conocer a Jesús

Hebreos 2,14-18; Sal 104; Marcos 1,29-39

Hablar de los demás es fácil; aunque intentamos en la vida respeto y discreción sabemos bien cómo en nuestras conversaciones algo que nos es fácil que nos surja es el hablar de los otros; esas comidillas donde comentamos de todo, pero donde caemos también tan fácilmente en la murmuración, la crítica y la condena, el sembrar sospechas y desconfianzas.

Así somos los humanos y es la piedra en la que fácilmente tropezamos. Nos es más fácil comentar lo que hizo o lo que no hizo, lo que me desagrada o lo que pueda llevar a una condena, que sentir una verdadera preocupación por la otra persona y con todo el respeto del mundo, por ejemplo, estar atento a sus necesidades o a sus problemas para prestar alguna ayuda.

Si algo se nos permitiera como correcto sería el buscar el apoyo de los otros para ayudar a salir de unos problemas o necesidades, o el saber acudir a quien de verdad pueda prestar una ayuda a la persona para que pueda salir adelante. Ese interés en el buen sentido por los otros es algo que quizá no siempre entra en nuestros planes porque quizá tememos hasta donde nos puede llevar el compromiso.

Respetamos a la persona y el camino que haya querido escoger para su vida, pero con todo el respeto del mundo muchas veces esa persona necesita una mano que le ayude a levantarse, a encontrar nuevo camino, a llegar a una luz que dé sentido y orientación a sus problemas.

Hoy he querido fijarme este aspecto positivo que debiéramos tener en nuestra preocupación por los demás y lo hago al hilo del evangelio que se nos propone. Jesús ha salido de la sinagoga y va a casa de Simón Pedro y Andrés. A continuación el evangelista nos relata cómo cura a la suegra de Pedro que está en cama con fiebre, y a una multitud que se agolpa a su puerta en la que traen a muchos enfermos con todo tipo de dolencias. A la mañana siguiente, cuando Jesús se ha retirado en la madrugada a la soledad y silencio del amanecer para la oración, vienen diciéndole que hay mucha gente que le busca y que le espera.

Nos fijamos siempre en la solicitud de Jesús por los demás y en especial por los enfermos, como un signo que va realizando de ese Reino de Dios que está anunciando y que ahora quiere llevar su anuncio a otras aldeas y lugares. Nos fijamos en ese corazón misericordioso y compasivo de Jesús siempre atento al sufrimiento de los demás, a nuestro sufrimiento del que nos quiere sanar.

Pero hay un aspecto en el que quiero fijarme y que viene a ser ya en aquellos que comienzan a seguirle como un signo de que ellos están acogiendo también ese reino de Dios y están ya mostrando señales en su vida. Fijémonos en la mediación que hay en todos estos casos de los que hoy nos habla en el evangelio de personas que muestran interés por los que sufren y cómo se convierten en cierto modo en intercesores ante Jesús. Cuando llegan a casa de Simón Pedro y Andrés ‘le dicen’ que la suegra de Pedro está enferma; aquellos enfermos que se agolpan a la puerta de la casa ‘han sido traídos’, y el final será Pedro quien ‘va a decirle que hay mucha gente que le busca’.

Gente que habla de los demás y se preocupa de los demás, pero que van a decírselo a Jesús. Preocupación por los otros para ayudarles a salir de sus problemas e intercesión a quien en verdad puede sanarlos y darles nueva vida. Y es aquí donde me pregunto por esa preocupación que yo pueda sentir por los demás. Es cierto que rogamos al Señor por los nuestros, por nuestros familiares y los que están cercanos a nuestra vida; pienso que siempre estarán presentes en nuestra oración. Pero ¿nuestra preocupación y nuestra oración se sale de ese círculo de los más cercanos haciendo una oración más universal para presentarle al Señor nuestra súplica por los problemas del mundo?

Creo que aquí tendríamos que hacernos muchas consideraciones en este sentido, de cual es nuestra oración. Serán cuantos sufren en nuestro mundo de una forma o de otra, serán quienes se ven atenazados por tantas cosas que les esclavizan y les dominan, serán los problemas concretos de esa sociedad en la que vivimos y los derroteros que se van tomando, será la preocupación por los que tienen responsabilidades en nuestra sociedad por los que tendríamos que rezar aunque quizá no piensen como nosotros ni actúen según nuestros principios pero para quienes tendríamos que pedir también esa luz de lo alto que les lleve a actuar en justicia y por el bien de todos, será nuestra oración por la Iglesia y las situaciones difíciles que vive la Iglesia en el mundo de hoy y los problemas que tienen muchos cristianos para testimoniar su fe.

La suegra de Simón está enferma, nuestra sociedad está también enferma; le llevaban a Jesús los enfermos y nosotros llevamos a Jesús esos sufrimientos de nuestros hermanos; todo el mundo buscaba a Jesús y quería estar con El, ahora habrá muchos que no lo buscan o que quieran quizás desterrar el nombre de Jesús, pero por ellos también tenemos que pedir para que un día sean capaces de reconocer la luz.

martes, 12 de enero de 2021

Con qué autoridad hacemos el anuncio del evangelio en cuanto nos sentimos liberados por la Palabra de Jesús y somos signo de liberación para los demás

 


Con qué autoridad hacemos el anuncio del evangelio en cuanto nos sentimos liberados por la Palabra de Jesús y somos signo de liberación para los demás

Hebreos 2,5-12; Sal 8; Marcos 1,21-28

Es cierto aquello de que una imagen vale más que mil palabras, pero bien sabemos que vivimos en un mundo de palabras. Es la manera de expresarnos y de comunicarnos; lo que son nuestros pensamientos, lo que llevamos dentro, incluso aquello que queremos hacer tenemos que transformarnos en palabras con las que nos comuniquemos mutuamente esos deseos, esas ideas, esos proyectos. Es cierto que empleamos el lenguaje de los signos y de las imágenes y con ellas también hablamos  y nos expresamos, pero al final en nuestra conversación terminamos por transformarlo en palabras, para dialogarlo y discutirlo, para poder realizarlo sobre todo cuando es una tarea – como lo es la vida misma – que realizamos en común o en comunión.

Nos habla todo aquel que tiene algo que decirnos, nos habla el que quiere instruirnos y enseñarnos porque incluso con las palabras nos hará comprender aquello que ha llegado a nosotros por signos e imágenes, nos habla el maestro o el poeta, pero nos habla también quien tiene proyectos para la vida y la sociedad en la que vivimos, ya sea el filósofo o ya sea el político.

Pero nos cansamos a veces de las palabras, porque nos suenan huecas y vacías, porque realmente no nos trasmiten un contenido que nos entusiasme, o porque tras esas palabras descubrimos la mentira, la falsedad, la apariencia, la hipocresía o la búsqueda de unos intereses previamente creados y valga la redundancia excesivamente interesados. Algunas veces quisiéramos hacernos oídos sordos a esas palabras vacías, pero son tales los gritos y violencias con que quieren trasmitírnoslas que no nos queda más remedio que oírlas, pero quizás no escucharlas.

Pero no pensemos que esto es cosa solo de nuestro tiempo. En todo momento de  la historia ha habido charlatanes, personas que juegan con las palabras y nos pueden presentar la imagen de cosas maravillosas pero que han sido discursos sin contenido y sin fundamento y se quedan igualmente en el vacío. Todos nos podemos engañar, todos nos podemos dejar seducir por esas banalidades de la vida que se nos quieren presentar profundas pero que sabemos bien que no tienen ningún contenido. Son palabras sin autoridad, porque no van acompañadas de la vida de quien las pronuncia quedándose entonces sin ninguna autoridad.

‘Este sí que habla con autoridad, no como los escribas y maestros de la ley’, exclaman en la Sinagoga de Cafarnaún cuando aquel día les ha enseñado. ¿De qué les hablaría Jesús? porque el evangelista en esta ocasión no hace ninguna mención. Pero contemplando lo que fue el inicio de su predicación y lo que sería la constante de su enseñanza, tuvo que hablarles de la llegada del Reino de Dios. Había que convertirse y creer en él, había que dejarse transformar para convertir a Dios en el único Señor de la vida, había que creer aquella Palabra de Jesús porque allí no estaba la palabra de un hombre cualquiera, sino del que era en verdad la Palabra de Dios venida a este mundo para ser luz y para ser salvación.

La reacción no se hace esperar por parte de aquellos que están reacios a aceptar ese Reinado de Dios; a cuántos les cuesta aceptar esa palabra nueva y esa palabra de vida que nos invita a dejarnos transformar para ser unos hombres nuevos. Nos viene bien y cómodo quizá quedarnos como estamos. La reacción en aquella ocasión vino de un hombre poseído por un espíritu inmundo. ‘¿Qué quieres de nosotros? ¿Quieres acabar con nosotros? Sé quien eres: el santo de Dios’.

El espíritu del mal que se había adueñado del corazón del hombre no podía permitir ser arrojado fuera, para que Dios fuera el único Señor del hombre y de la historia. Es normal esa reacción de los endemoniados, como dice el evangelio, de los que están poseídos por el espíritu del mal. ¿No lo seguiremos viendo en el hoy de nuestra vida? Todo son dificultades y oposición a aquel que quiere llevar adelante una obra buena, una obra en la que muchos se verán liberados de muchas esclavitudes.

Porque seguimos encadenados a muchas cosas, son muchos los apegos del corazón y de la vida, son muchos los vicios que contaminan nuestro espíritu y qué difícil se nos hace liberarnos de ello, son muchos los intereses creados en algunas personas que quieren tener un cierto poder de manipulación sobre los otros en su afán de dominio o de ganancias que cuando alguien quiere liberarse de esas esclavitudes va a encontrar muchas cosas o personas que quieren influir sobre él y arrastrarle a ese mismo camino de perdición.

Jesús hablaba con autoridad porque liberó a aquel hombre de su mal, de la esclavitud que le oprimía. La gente estaba asombrada. A Jesús bien merecía la pena escucharle porque sus palabras eran palabras de vida y daban vida. Le veremos luego curando a tantos enfermos, como un signo de esa liberación que quiere realizar en nosotros.

Claro que en nuestra reflexión nos queda una pregunta sobre la autoridad con que nos presentamos nosotros haciendo el anuncio del mensaje de Jesús, o la autoridad de la misma Iglesia. Puede parecer fuerte. Pero seriamente tenemos que ver en qué medida nos sentimos liberados desde la Palabra de Jesús y en qué medida somos nosotros liberación para los demás. Porque esas señales tenemos que darlas y de una manera clara. El evangelio seguirá ayudándonos a comprenderlo y a realizarlo.

lunes, 11 de enero de 2021

Y se fueron con Jesús con la promesa de hacerlos pescadores de hombres, ¿daríamos nosotros un paso así?

 


Y se fueron con Jesús con la promesa de hacerlos pescadores de hombres, ¿daríamos nosotros un paso así?

Hebreos 1,1-6; Sal 96; Marcos 1,14-20

En el amor lo llaman flechazo, el amor a primera vista, pero bien sabemos que esas cosas suceden no solo hablando de enamoramientos en ese sentido, sino que en la vida nos podemos sentir atraídos o cautivados por una persona, por unos valores, por unos proyectos en los que podemos descubrir algo estable para el futuro, una amistad verdadera de alguien que queremos que nos acompañe en los caminos de la vida, de esa realización ideal que podemos ver como una gran obra.

De muchas maneras, en muchas cosas y vamos a pensar solo en lo bueno y positivo podemos sentirnos así cautivados en la vida. Es una respuesta a inquietudes que llevamos dentro, es coincidencia de principios y valores en los que creemos y por los que queremos comprometernos, son sueños de los que nos despertamos y vemos una realidad que hará posible esos sueños, esperanzas que vemos realizables, muchas cosas.

Y llegará el momento de dar el paso adelante y no hay quien nos detenga. Aunque permanezcan algunos miedos en el corazón nos sentimos impulsados y decididos en ese momento, aunque vislumbremos que muchas cosas tendrán que cambiar en nuestra vida aun sin saber claramente hasta dónde nos va a llevar el compromiso. Como se suele decir, nos liamos la manta a la cabeza y nos ponemos en camino y no hay quien nos detenga. Son los flechazos importantes que recibimos en la vida y nos hacen poner rumbo a nuevas metas y a altos ideales.

Es lo que sucedió en aquella mañana o aquella tarde, da igual la hora, en que Jesús al pasar por la orilla del lago va recolectando pescadores para una nueva pesca. Había vuelto a Galilea, nos dice el evangelista, después que arrestaron a Juan, no se había ido a Nazaret que era su pueblo sino que se había venido a Cafarnaún. Era un lugar de cierta importancia en los alrededores del lago y en cierto modo punto de partida también de muchos que se dedicaban a la pesca en el lago; una ciudad en cierto modo comercial porque era cruce de caminos de los que venían de Siria para adentrarse en palestina o para dirigirse a través de la alta Galilea hacia la tierra de los fenicios.

Allí se había establecido Jesús, su sinagoga comenzaba a frecuentarla y a hablar a la gente en ella anunciando la llegada del Reino de Dios y pidiendo conversión; será punto de partida para recorrer los caminos de las aldeas circundantes haciendo el mismo anuncio. Sus palabras comenzaban a ser escuchadas y conocidas, algo nuevo se estaba emprendiendo. Y es cuando Jesús caminando por el lago va a recolectar a esos primeros que le van a seguir de cerca y con toda fidelidad para esa pesca nueva que El les ofrece.

‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Primero serán Simón Pedro y Andrés que allá estaban en su barca en las tareas propias después de una noche de pesca; más adelante serán otros dos hermanos que están con su padre y demás pescadores también en tareas semejantes a los que invita Jesús. Y lo dejaron todo, y se fueron con El. Así de una forma radical, a primera oída, podríamos decir. Seguro que lo que ya habían oído de Jesús o lo que le habían escuchado a Jesús mismo comenzaría a despertar esperanzas en sus corazones. Caldeados estaban probablemente por los ecos de la predicación del Bautista, que río abajo en el Jordán anunciaba la pronta venida del Mesías.

Y ahora aparece por aquí Jesús anunciando el Reino de Dios, despertando las esperanzas del pueblo en la liberación que el Mesías realizará con ellos. Se van con Jesús. Se sintieron cautivados. Sus palabras habían llegado al corazón. Ahora la invitación era formal para ellos y no había que esperar más para dar respuesta. Había que estar cerca de Jesús para comprender ahora todo lo nuevo que anunciaba.

Era algo más que una amistad lo que se anunciaba, aunque un día Jesús dirá que son sus amigos porque les ha revelado todo lo que ha recibido del Padre. Pero sí había un proyecto de algo nuevo y algo grande que Jesús prometía. Había unas exigencias fuertes pues se pedía un cambio total de vida y de mentalidad, pero parecía que aquello que se anunciaba bien lo merecía.

Y se fueron con Jesús con la promesa de hacerlos pescadores de hombres. ¿Daríamos nosotros un paso así?

domingo, 10 de enero de 2021

Hoy se nos ha manifestado la gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo, pero nos llena de gozo porque así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo

 


Hoy se nos ha manifestado la gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo, pero nos llena de gozo porque así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11

 ‘Tú, ¿Quién eres?’ interrogaba a Juan la embajada venida de Jerusalén. ‘¿Por qué bautizas?’, querían indagar. Había surgido aquel profeta allá en las orillas del Jordán y aquello había inquietado a los judíos de Jerusalén, sobre todos los principales entre ellos, sumos sacerdotes, ancianos, fariseos, escribas. Por eso envían emisarios y preguntan. Y Juan les dice, como hemos escuchado en otras ocasiones, que ni es el Profeta, ni es el Mesías, que solo es una voz que grita en el desierto –y bien se puede entender lo de gritar en el desierto para el caso que le hacían algunos – porque había que preparar los caminos del Señor. ‘Yo bautizo con agua pero el que viene bautiza con Espíritu Santo’ les dice. Su bautismo solo era un signo de que querían arrepentirse y lavarse de sus pecados para recibir dignamente al Mesías que llegaba, no tenía otro sentido.

Ya les dirá en otro momento que el que le había enviado a bautizar le había dicho que cuando viera bajar al Espíritu Santo, ése era el que bautizaría en Espíritu Santo y fuego porque sería el que estaba lleno del Espíritu de Dios. Y es lo que ahora contempla. En una fila de los que venían a ser bautizados venía Jesús. Por otro evangelista conocemos de la resistencia de Juan a bautizarlo, porque como decía era él quien había de ser bautizado por Jesús, pero Jesús había insistido en que hiciera lo que tenia que hacer. Y tras la inmersión en las aguas del Jordán se hizo presente en aquel lugar la gloria del Señor. El cielo se había abierto sobre El y el Espíritu Santo bajaba en forma de paloma mientras se oía la voz del cielo.

‘Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’. Así escuetamente nos lo narra el evangelista Marcos. Y es lo que hoy también nosotros contemplamos y celebramos, el Bautismo de Jesús.

Siempre nos preguntamos ¿es que Jesús necesitaba de aquel bautismo? No necesitaba un bautismo penitencial porque ningún pecado había en El. No necesitaba un bautismo en el Espíritu porque por naturaleza era el Hijo de Dios, como nosotros necesitamos de un bautismo que borre nuestros pecados y nos haga participes de la filiación divina. Aquel bautismo sí viene a ser como la inauguración de un nuevo Bautismo en el que quienes creyéramos en Jesús por la fuerza del Espíritu en el agua del bautismo vamos a nacer de nuevo para hacernos participes de la vida divina, Dios nos participes de la pascua de Cristo para adoptarnos y hacernos hijos suyos.

Hay que nacer de nuevo, le decía Jesús a Nicodemo, para entrar en el Reino de Dios para hacernos partícipes del Reino de Dios; hay que nacer de nuevo por el agua y el Espíritu le insiste y le explica Jesús a Nicodemo que no acaba de entender las palabras de Jesús haciendo una referencia clara a lo que es el bautismo que nosotros hemos recibido.

Una oportunidad tenemos en esta fiesta del Bautismo del Señor para considerar lo que significa el bautismo que nosotros hemos recibido y de alguna manera renovar esa gracia entonces recibida. Es momento de considerar la grandeza del bautismo y la maravilla de la gracia que en él hemos recibido. En el Espíritu hemos sido bautizados y así nos hacemos participes de la gracia redentora de Cristo. También sobre nosotros se abrió el cielo porque el Espíritu de Dios venía sobre nosotros para hacernos hijos; también nosotros hemos escuchado la voz del cielo que nos señalaba como hijos amados de Dios.

Hoy es un día de gozo y alegría porque también sobre nosotros resplandece la gloria de Dios. Es algo que hemos venido repitiendo a lo largo de este tiempo de Navidad, porque así brilló la gloria de Dios en la noche de Belén cuando los ángeles se manifestaron a los pastores para hacerles el anuncio del nacimiento del Salvador.

Y hemos ido repitiendo en cada uno de los momentos de lo que hemos venido celebrando estos días cómo se manifestaba la gloria del Señor. La estrella que brillaba en lo alto y guió a los magos de Oriente nos señalaba esa gloria del Señor y como los magos nosotros queríamos ir también en su búsqueda. Hoy se nos ha manifestado esa gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo en esa maravillosa teofanía, pero nos llena de gozo el saber que así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo.

Y ahora nos queda una cosa, y es cómo nosotros hemos de manifestar esa gloria del Señor al mundo, a los que están a nuestro lado, como la iglesia ha de hacer visible en medio del mundo esa gloria del Señor. ¿Será el nuevo anuncio del evangelio – nueva evangelización – que tenemos que hacer? ¿Será el testimonio de nuestra fe desde la alegría y esperanza con que la vivimos y la manifestamos? ¿Será el testimonio de nuestra vida y de nuestras obras de amor con lo que vamos transformando nuestro mundo? ¿Cómo los cristianos tenemos que ser estrellas que brillen y que atraigan, que señalen caminos y que lleven a Jesús, que iluminen un mundo nuevo que llamamos Reino de Dios en esta tierra en la que vivimos?