sábado, 16 de enero de 2021

Como Jesús hemos de aprender a mirar para saber llegar al fondo del alma y comenzar a creer en los otros, perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas

 


Como Jesús hemos de aprender a mirar para saber llegar al fondo del alma y comenzar a creer en los otros, perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas

 Hebreos 4,12-16; Sal 18;  Marcos 2,13-17

Vamos de paso o vamos de paseo, pero  no terminamos de ver, no miramos ni contemplamos. Y se nos pueden pasar las cosas desapercibidas. Pero quizá lo de menos sea que se nos pasen las cosas desapercibidas aunque tendríamos que tener espíritu contemplativo para observan tantas maravillas con las que nos podemos ir encontrando. Lo más grave quizás sea que pasemos de largo y no veamos a las personas, nos pasen desapercibidas.

Pero nuestra mirada no puede ser superficial ni solamente externa; tendríamos que ahondar más, se capaces de mirar a los ojos y a través de los ojos llegar al alma, llegar a contemplar y comprender lo que hay en el corazón de cada persona con la que nos vamos cruzando. Es difícil pero nos llevaríamos grandes sorpresas, porque podríamos encontrar cosas bellas, podríamos encontrarnos maravillosos valores en esas personas, que sí se nos han pasado desapercibidos.

Hoy el evangelio nos habla de que Jesús iba de paso para la orilla del lago; allí se detuvo a charlar con la gente, a hacer el anuncio del Reino; era su constante en aquellos momentos, pues aún estaba haciendo el primer anuncio invitando a seguirle, invitando a convertirse, a cambiar los corazones, que exigiría quizá también otros cambios más profundos en la vida de las personas.

Pero Jesús estaba atento a todo; El no pasaba simplemente de largo. Por eso nos dice el evangelista que al pasar se fijo en Leví, el recaudador de impuestos, que estaría allí en su garita o detrás de su mesa, o sentado en un banco de la plaza, pero que estaba en su oficio. Pero Jesús se fijó en él y lo invitó a seguirle. Era una interpelación directa que pareciera que no permitía ninguna otra respuesta. ‘Sígueme’, y aquel hombre lo siguió, se levantó y se fue con Jesús y llevó a Jesús a su casa.

Son esas miradas de Jesús y esas palabras que interpelan y que parece que exigen pero que son una invitación al amor, a ser capaces de despojarse de muchas cosas. Leví estaba en su oficio, en su negocio; porque la tarea de recaudador de impuestos era un negocio, tenía sus ganancias, porque probablemente el hecho de manejar muchos dineros hiciera que también se convirtiera en prestamista; lo podemos deducir de otros momentos del evangelio. Tenía su negocio montado y su vida asegurada.

Y ahora Jesús le invita a algo nuevo que es una incertidumbre porque no sabemos a qué derroteros nos puede llevar el seguimiento de Jesús. Pero con en un buen negocio, aunque se desprendiera de todo, él se arriesgó y se fue con Jesús. Y vaya si acertó. Se le veía contento porque ofreció un banquete a Jesús y sus discípulos y también a sus amigos de profesión. Jesús había mirado el corazón de Leví y en contra de todo lo que otros pudieran pensar sabía cuales eran sus valores y a lo que estaba dispuesto.

¿Seríamos nosotros capaces de poner nuestra vida en un riesgo ante una invitación semejante a la que recibió Leví en aquella mañana? Claro que tendríamos que dejarnos mirar por Jesús y El llegue al fondo de nuestro corazón. Como nosotros tenemos que aprender a mirar a los demás para saber llegar al fondo del alma de los demás y comenzar a creer en los otros. Perder los miedos a mirar y hacer desaparecer las desconfianzas. No nos atrevemos muchas veces a mirar porque vamos ya llenos de prejuicios, nos hacemos nuestra idea y no confiamos en los demás. Por eso no miramos, pero tampoco nos dejamos mirar. Nos contentamos con ir de paso pero sin contemplar las grandezas del alma de todos aquellos con los que nos vamos encontrando.

En aquella ocasión había algunos que desconfiaban. Por allá andaban diciendo los fariseos y los letrados cómo se atrevía Jesús a comer con aquella gente si eran unos pecadores. Habían hecho su juicio y su condena de antemano. Cosa que Jesús nunca hará, porque siempre está presente la misericordia del Señor y aunque haya enfermedad, aunque haya pecado, siempre se puede alcanzar la curación porque siempre se puede alcanzar el perdón. Jesús es el médico que viene a curar y viene a salvar.

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