domingo, 10 de enero de 2021

Hoy se nos ha manifestado la gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo, pero nos llena de gozo porque así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo

 


Hoy se nos ha manifestado la gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo, pero nos llena de gozo porque así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11

 ‘Tú, ¿Quién eres?’ interrogaba a Juan la embajada venida de Jerusalén. ‘¿Por qué bautizas?’, querían indagar. Había surgido aquel profeta allá en las orillas del Jordán y aquello había inquietado a los judíos de Jerusalén, sobre todos los principales entre ellos, sumos sacerdotes, ancianos, fariseos, escribas. Por eso envían emisarios y preguntan. Y Juan les dice, como hemos escuchado en otras ocasiones, que ni es el Profeta, ni es el Mesías, que solo es una voz que grita en el desierto –y bien se puede entender lo de gritar en el desierto para el caso que le hacían algunos – porque había que preparar los caminos del Señor. ‘Yo bautizo con agua pero el que viene bautiza con Espíritu Santo’ les dice. Su bautismo solo era un signo de que querían arrepentirse y lavarse de sus pecados para recibir dignamente al Mesías que llegaba, no tenía otro sentido.

Ya les dirá en otro momento que el que le había enviado a bautizar le había dicho que cuando viera bajar al Espíritu Santo, ése era el que bautizaría en Espíritu Santo y fuego porque sería el que estaba lleno del Espíritu de Dios. Y es lo que ahora contempla. En una fila de los que venían a ser bautizados venía Jesús. Por otro evangelista conocemos de la resistencia de Juan a bautizarlo, porque como decía era él quien había de ser bautizado por Jesús, pero Jesús había insistido en que hiciera lo que tenia que hacer. Y tras la inmersión en las aguas del Jordán se hizo presente en aquel lugar la gloria del Señor. El cielo se había abierto sobre El y el Espíritu Santo bajaba en forma de paloma mientras se oía la voz del cielo.

‘Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’. Así escuetamente nos lo narra el evangelista Marcos. Y es lo que hoy también nosotros contemplamos y celebramos, el Bautismo de Jesús.

Siempre nos preguntamos ¿es que Jesús necesitaba de aquel bautismo? No necesitaba un bautismo penitencial porque ningún pecado había en El. No necesitaba un bautismo en el Espíritu porque por naturaleza era el Hijo de Dios, como nosotros necesitamos de un bautismo que borre nuestros pecados y nos haga participes de la filiación divina. Aquel bautismo sí viene a ser como la inauguración de un nuevo Bautismo en el que quienes creyéramos en Jesús por la fuerza del Espíritu en el agua del bautismo vamos a nacer de nuevo para hacernos participes de la vida divina, Dios nos participes de la pascua de Cristo para adoptarnos y hacernos hijos suyos.

Hay que nacer de nuevo, le decía Jesús a Nicodemo, para entrar en el Reino de Dios para hacernos partícipes del Reino de Dios; hay que nacer de nuevo por el agua y el Espíritu le insiste y le explica Jesús a Nicodemo que no acaba de entender las palabras de Jesús haciendo una referencia clara a lo que es el bautismo que nosotros hemos recibido.

Una oportunidad tenemos en esta fiesta del Bautismo del Señor para considerar lo que significa el bautismo que nosotros hemos recibido y de alguna manera renovar esa gracia entonces recibida. Es momento de considerar la grandeza del bautismo y la maravilla de la gracia que en él hemos recibido. En el Espíritu hemos sido bautizados y así nos hacemos participes de la gracia redentora de Cristo. También sobre nosotros se abrió el cielo porque el Espíritu de Dios venía sobre nosotros para hacernos hijos; también nosotros hemos escuchado la voz del cielo que nos señalaba como hijos amados de Dios.

Hoy es un día de gozo y alegría porque también sobre nosotros resplandece la gloria de Dios. Es algo que hemos venido repitiendo a lo largo de este tiempo de Navidad, porque así brilló la gloria de Dios en la noche de Belén cuando los ángeles se manifestaron a los pastores para hacerles el anuncio del nacimiento del Salvador.

Y hemos ido repitiendo en cada uno de los momentos de lo que hemos venido celebrando estos días cómo se manifestaba la gloria del Señor. La estrella que brillaba en lo alto y guió a los magos de Oriente nos señalaba esa gloria del Señor y como los magos nosotros queríamos ir también en su búsqueda. Hoy se nos ha manifestado esa gloria del Señor sobre Jesús en el momento del Bautismo en esa maravillosa teofanía, pero nos llena de gozo el saber que así se manifestó también sobre nosotros en nuestro Bautismo.

Y ahora nos queda una cosa, y es cómo nosotros hemos de manifestar esa gloria del Señor al mundo, a los que están a nuestro lado, como la iglesia ha de hacer visible en medio del mundo esa gloria del Señor. ¿Será el nuevo anuncio del evangelio – nueva evangelización – que tenemos que hacer? ¿Será el testimonio de nuestra fe desde la alegría y esperanza con que la vivimos y la manifestamos? ¿Será el testimonio de nuestra vida y de nuestras obras de amor con lo que vamos transformando nuestro mundo? ¿Cómo los cristianos tenemos que ser estrellas que brillen y que atraigan, que señalen caminos y que lleven a Jesús, que iluminen un mundo nuevo que llamamos Reino de Dios en esta tierra en la que vivimos?

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