sábado, 5 de diciembre de 2020

Nadie a nuestro lado nunca ha de sentirse solo y desesperanzado porque nosotros sepamos hacernos presencia de esperanza y ser signo del Dios que les ama


 

Nadie a nuestro lado nunca ha de sentirse solo y desesperanzado porque nosotros sepamos hacernos presencia de esperanza y ser signo del Dios que les ama

Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

Es triste y angustioso verse solo en la vida sin nadie que esté a tu lado en momentos de dificultad, cuando los problemas nos abruman y nos envuelven, cuando se amontonan las necesidades y carencias sin ver fácilmente un camino por el que salir adelante. En un momento así cualquiera que llegue a nuestro lado y nos tienda la mano es como un ángel para nosotros; quizá no necesitamos que se nos resuelvan los problemas, que salgamos quizá inmediatamente de aquella necesidad, pero no sentirnos solos, sentir esa mano amiga que se nos tiende para darnos ánimo es quizás lo más que agradecemos en ese momento. Nos hace falta esa presencia, ese decirnos aunque sea sin palabras ‘aquí estoy’ es lo que nos daría ánimos y fuerzas para luchar, para encontrar caminos.

Podíamos decir que era lo que significaba la presencia de Jesús en medio de la gente, porque cuantos se sentían en dificultades, llenos de sufrimientos y dolor a El acudían, como escuchamos hoy en el evangelio. Era una presencia que llenaba de esperanza; no era solo que en aquel momento se vieran libres de una enfermedad o de una limitación sino que era el ánimo que sentían en sus corazones porque se despertaba la esperanza de un mundo nuevo en que todo fuera distinto. ¿Por qué buscaban a Jesús? Es cierto que iban con sus enfermedades y el evangelista insiste en esa descripción de todos lo que acudían a El con sus limitaciones, pero era mucho más lo que comenzaban a sentir en sus corazones.

¿Por qué buscamos a Jesús? Tendríamos quizá que preguntarnos. ¿Qué esperamos encontrar en Jesús? ¿Cuáles son los tormentos de nuestro espíritu que traemos cuando venimos a su presencia? ¿Se despiertan también en nosotros, en nuestro mundo las esperanzas de algo nuevo? ¿Cuál es realmente el cambio que en El buscamos? Muchas veces de una forma muy elemental solo nos podemos quedar en esos dolores físicos que padezcamos, en esas enfermedades que sufrimos, pero seguro que en el fondo sentimos que necesitamos algo más. Demasiado desesperanzados nos encontramos muchas veces en los caminos de la vida.

Es, sí, lo que buscamos en Jesús, pero también tendríamos que pensar lo que en nombre de Jesús nosotros podemos llevar a los demás. Esas luces nuevas que se van encendiendo en nuestro espíritu con esos interrogantes quizás que se nos plantean pueden ser también un rayo de luz que encendamos en los demás. Jesús quiere que los que creemos en El vayamos también al encuentro de los demás para ir encendiendo con esa luz nueva sus corazones.


Hay muchas oscuridades en nuestro entorno, hay muchas oscuridades en el corazón de los hombres y mujeres que nos rodean. Jesús les está diciendo a sus discípulos más cercanos que la mies es mucha y que los obreros son pocos. Y los envía al mismo tiempo que les enseña a rogar al Padre, al dueño de la mies, para que envíe más operarios para su mies. Esa mies que es ese mundo desesperanzado que nos rodea; esa mies que son tantas oscuridades como hay en los corazones de los hombres de hoy; esa mies que es ese mundo de sufrimiento, de incertidumbres, de dudas y de miedos en que muchas veces vivimos sumidos. ¿No estaremos pasando por una situación así?

Y los cristianos tenemos una palabra que decir, una presencia que hacer notar, una luz que encender, una esperanza que despertar, una mano tendida para dar ánimo, para ayudar a encontrar salidas y caminos. Cuando dice el evangelio que Jesús les dio poder a los discípulos y a los apóstoles para expulsar demonios y para curar enfermos, eso nos lo está diciendo a nosotros también. Esas desesperanzas y oscuridades son los demonios que tenemos que expulsar, las enfermedades que tenemos que curar. Sintamos que Jesús nos ha curado, quiere curarnos a nosotros pero para que vayamos y curemos a los demás.

Cuando decimos que queremos hacer un mundo nuevo es por ahí por donde tenemos que comenzar y entonces comenzará a florecer el amor y la solidaridad, y comenzaremos a saborear de verdad lo que es la paz, porque con esa presencia de Jesús de la que nosotros tenemos que ser signos y señales es todo eso lo que iremos provocando, esa es la verdadera revolución del Reino de Dios que tenemos que instaurar. Que nadie nunca a nuestro lado se sienta solo y abandonado, desesperanzado, porque nosotros sepamos hacernos presencia y así ser en verdad signo del Dios que les ama.

viernes, 4 de diciembre de 2020

Conforme sea nuestra fe el Señor va a ir actuando en nuestra vida y en nuestro mundo y en estas cosas concretas que estamos viviendo y que tanto nos están haciendo sufrir

 


Conforme sea nuestra fe el Señor va a ir actuando en nuestra vida y en nuestro mundo y en estas cosas concretas que estamos viviendo y que tanto nos están haciendo sufrir

Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31

No sé que experiencia habréis tenido de oscuridad. En la oscuridad se siente uno como oprimido; envuelto en las tinieblas se sientes como atado, no sabes a donde ir, no sabes que hacer, es algo más o algo distinto al miedo aunque también lo es. Cuando hablo de oscuridad no es que en un momento determinado nos falle la energía y nos quedemos a oscuras; eso sentimos que es algo momentáneo, que pronto se va a restablecer la luz o buscamos unos sustitutivos, porque encendemos una vela, nos valemos de baterías y podemos encender una linterna o algún punto de luz; es otra oscuridad a la que quiero referirme, es como hallarse en un túnel oscuro y largo donde no vemos el final, pero tampoco sabemos lo que podemos encontrar, caminamos a tientas queriendo seguir una orientación pero no se termina nunca la oscuridad, no se termina el túnel para ver un punto de luz aunque sea a lo lejos y al final. Es opresivo. ¿Habremos pensado alguna vez seriamente como se siente un ciego que no ha visto nunca la luz?


En la vida ¿no habrá situaciones en las que nos encontremos de alguna manera así? Los problemas nos abruman y no vemos salida, todo se nos vuelve un sin sentido y no sabemos que rumbo tomar. Más o menos los problemas ordinarios los vamos timoneando y vamos buscando salidas, pero hay cosas que nos pueden llegar de repente y no sabemos qué respuesta dar. Y alguna vez alguno de los problemas parece que coge el centro de todo y hasta nos olvidamos de otros problemas que podamos tener porque quizá todo lo centramos en aquella situación nueva que nos ha aparecido, pero todo sigue sin encontrar salida, sin encontrar solución.

¿No nos estará sucediendo ahora con la problemática que estamos viviendo en nuestro mundo con la pandemia? La repetición una y otra vez de las mismas noticias, el ver que no hay una pronta solución ya nos va agobiando y hasta quizás no queremos ni oír las noticias. Pero ¿no nos damos cuenta que hay otros muchos más problemas en el mundo y parece que hasta los hemos olvidado? Nos olvidamos de guerras o de hambre en el tercer mundo, nos olvidamos de niños soldados o de otras epidemias y hambrunas que hay en otros lugares del mundo, hasta los problemas mas cercanos que tengamos parece que los dejamos a un lado. ¿Es bueno eso? ¿Nos sentiremos acaso que esto no hay quien lo arregle, que no vamos a salir de estas situaciones en las que nos vemos envueltos?

¿A dónde o a quién gritamos? ¿A quién podemos buscar que nos ayude a salir de todo esto? ¿Pensamos acaso solo en remedios o soluciones humanas? ¿No estaremos como los ciegos del camino caminando sin saber a dónde acudir o a quién pedir ayuda? Decimos que somos creyentes, ¿y a Dios donde lo hemos metido en todo este fregado? Queremos darles explicaciones muy humanas y racionales a los milagros y terminamos por no creer en esa fuerza superior que nos puede venir de lo alto. ¿Tenemos miedo quizá de lo que nos puedan tachar los que no tienen fe porque nosotros creemos de verdad en el Dios que en verdad puede ser nuestra fuerza y nuestra luz?

Hoy nos habla el evangelio de dos ciegos que iban gritando detrás de Jesús y parecía que Jesús no les hiciera caso. Cuando llegaron a la casa ante la insistencia de los ciegos Jesús se pone a hablar con ellos. ‘¿Creeis en verdad que puedo hacerlo?’ Una prueba más para la fe de aquellos hombres, como si Jesús fuera el que dudara. Pero la fe de aquellos hombres no era ciega aunque ellos fueran ciegos, la fe de aquellos hombres se apoyaba en la certeza de que con la mano de Jesús ellos podían volver a ver, todo sería de nuevo luz para ellos. Fue la respuesta pronta y segura de aquellos hombres. Claro que creían que Jesús podía hacerlo. Y Jesús les dice ‘que suceda conforme a vuestra fe’.

Ante la oscuridad que estamos viviendo y que tanto nos oprime quizá lo primero que tendríamos que ver es si en verdad nosotros hemos orado al Señor, pero orado con verdadera confianza por la salida o la solución de esta situación. Seguimos poniendo en duda quizás la posibilidad de los milagros, pero lo que estamos poniendo en duda es nuestra fe. Voy a decir que no sé si la salida es un milagro portentoso que a todos nos deje atónitos, o ver la presencia y la mano del Señor que se va manifestando de mil maneras junto a nosotros en esta situación que estamos viviendo. Creo que la generosidad, la solidaridad, la responsabilidad que se ha despertado en tantos ya es un signo de esa presencia del Señor que es el que mueve los corazones y ha movido así a tantos y tantos.

Pensemos también como el Señor por la fuerza de su Espíritu inspira los corazones, nos inspira allá dentro en lo más hondo de nosotros mismos tantas cosas buenas como puede estar inspirando a quienes están trabajando para dar salida a estas situaciones. Pero hay que querer escuchar esa inspiración.

Pensemos en la llamada que puede estar haciéndonos el Señor a través de estos signos para que cambiemos los ritmos de nuestra vida, busquemos lo que verdaderamente es importante ahora que nos hemos visto con las manos tan vacías, y tantos castillos en el aire que nos habíamos creado se nos han venido abajo.

Conforme sea nuestra fe el Señor va a ir actuando en nuestra vida y en nuestro mundo, y en estas cosas concretas que estamos viviendo y que tanto nos están haciendo sufrir. Claro que sí podemos encontrar la luz, salir de esta opresión que nos agobia, llegar a vivir de una forma nueva, distinta y hasta más humana; claro que el Señor alienta también nuestra fe.

Oremos, pues, con toda confianza y con toda la intensidad de nuestro amor al Señor. En este tiempo de Adviento también esta puede ser una motivación para nuestra oración y vivir un auténtico Adviento.

jueves, 3 de diciembre de 2020

Tenemos que saber encontrar momentos de silencio, de oración, de reflexión personal y comunitaria de la Palabra como verdadero cimiento de la vida cristiana

 


Tenemos que saber encontrar momentos de silencio, de oración, de reflexión personal y comunitaria de la Palabra como verdadero cimiento de la vida cristiana

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27

Se estaba comenzando la obra, la construcción del edificio se las prometía por la belleza de sus formas y por el volumen de la construcción; se había despejado el terreno y se estaban abriendo lo que serían sus cimientos; y como siempre llegó el ‘entendido’ que siempre aparece con sus opiniones descabellados; mira tú, no era necesario hacer esos cimientos tan grandes, para qué enterrar tanto material, tanto hierro, tanto hormigón…  y todas esas cosas que solemos escuchar, como decía mi madre, de los abogados de secano; cuando alguien se daba de entendido y quería explicar a su manera la solución de todas las cosas, mi madre tenia esa expresión para referirse a ellos, permítanme esa libertad de recuerdo.

No soy el entendido en esas cosas, pero todos sabemos que para poder levantar un edificio hay que hacer la cimentación adecuada y los técnicos son los que están llamados a señalar lo que es necesario. Pero he querido tomar esta imagen – y en relacion precisamente a los ejemplos que nos pone Jesús en el evangelio a manera casi de parábola – porque demasiado en la vida vamos sin la debida fundamentación, sin la autentica profundidad.

Lo necesitamos en todos los aspectos de la vida, no podemos quedarnos en superficialidades, tenemos que darle hondura a nuestro pensamiento y buscar esos valores fuertes y profundos que nos sirvan de cimientos en la vida. Cuando hacemos las cosas tenemos que razonar debidamente en el por qué las hacemos y en el buscar lo que le de un mayor sentido y profundidad a todo lo que hacemos. No podemos hacer las cosas sin pensar, a lo que salga, tenemos que proyectar bien nuestra vida y encontrar lo que le de verdadero sentido y profundidad. Si es necesario valernos de quien nos ayude, pues tenemos que hacerlo reconociendo con humildad que no siempre sabemos hacer todo con esa profundidad que le de sentido y acudimos a quien nos pueda ayudar, a quien nos pueda aconsejar.

Y esto por supuesto en todo lo que hace referencia a nuestra vida cristiana. Muchas veces vivimos nuestra religiosidad de manera superficial sin darle toda la profundidad que nos pide el evangelio de Jesús. Pero sobre todo, hemos de reconocerlo, es por desconocimiento aunque nos creamos cristianos de toda la vida, porque no hay quien crea más que yo, que decimos tantas veces, o venimos de unas familias de recia tradición cristiana. No negamos los orígenes de nuestra fe fundamentados en los valores que hemos recibido de nuestra familia, pero todo eso tenemos que saberlo rumiar y hacerlo nuestro para vivirlo no en el contexto que quizá vivieron nuestros mayores, sino para vivirlo en el mundo que hoy nos ha tocado vivir.

Muchas veces toda nuestra formación catequética fue la que recibimos cuando niños, que si bien nos pudo valer en aquella etapa de nuestra vida – a pesar de muchas carencias que quizá también podríamos encontrar en la formación recibida – ahora que como personas hemos madurado así tenemos que hacer madurar nuestra fe.


No basta decir ‘Señor, Señor’, nos viene a decir hoy Jesús en el evangelio sino que escuchemos la Palabra de Dios y la plantemos en nuestro corazón. Ahí tenemos que encontrar ese fundamento, esa fuerza, esa verdadera cimentación de nuestra vida. pero esa Palabra de Dios escuchada en la profundidad del corazón, esa Palabra rumiada en silencio y hecha oración, esa Palabra de Dios reflexionada no solo por nosotros mismos sino en medio de la comunidad.

Son esos necesarios momentos de silencio, de oración silenciosa, de reflexión personal en nuestro interior, y también en el encuentro con otros hermanos en la comunidad. Tenemos que saber encontrar esos espacios en nuestra vida personal pero también en el caminar de la comunidad cristiana. No nos podemos contentar simplemente con que digamos que vamos a Misa el domingo y ya cumplimos como tantas veces decimos sino saber encontrar tiempo para ese silencio, esa reflexión, ese rumiar una y otra vez la Palabra del Señor que escuchamos.

Algunos piensan, bueno yo ya estoy comprometido haciendo muchas cosas buenas por los demás, y ya voy a Misa los domingos cuando puedo, pero tenemos que darnos cuenta que eso solo no nos basta que necesitamos algo más. El edificio que no son solo puertas y ventanas, paredes y cubiertas, sino que ha de tener sus cimientos allá en el silencio de la profundidad aunque no los veamos.

Es lo que necesitamos urgentemente y tendría que ser nuestro propósito de Adviento para vivir con intensidad nuestra fe y todo nuestro compromiso cristiano. De lo contrario vendrán los vientos y se llevarán todo lo que pensamos que habíamos edificado.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

Ojalá nos sentemos en esa mesa en común donde todo lo compartimos, donde todos nos encontramos, donde vivimos las señales del Reino de Dios también presente entre nosotros

 


Ojalá nos sentemos en esa mesa en común donde todo lo compartimos, donde todos nos encontramos, donde vivimos las señales del Reino de Dios también presente entre nosotros

Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Mateo 15, 29-37

Al escuchar los textos que nos ofrece hoy la Palabra de Dios que nos habla por una parte de ese festín de manjares suculentos preparado en el monte del Señor, del que nos habla el profeta, o de la multiplicación de aquellos siete panes y dos peces allá en el monte en los alrededores del lago de Tiberíades, me ha venido a la mente el recuerdo de algunas experiencias vividas en algunas comunidades por donde he estado.

Hay tradiciones, costumbres en los pueblos que algunas veces olvidamos pero que son fáciles de rescatar con un poco de entusiasmo como pueden ser esos días de fiesta en que se pone todo en común y se hace una comida con la participación de todos cada uno ofreciendo lo que buenamente puede y quiere. Son momentos hermosos en que lo de menos es lo mucho o lo bueno que comamos sino esa convivencia de sentirnos unidos como pueblo compartiendo entre todos lo que cada uno desde su sencillez y generosidad puede aportar. He de confesar que he vivido en ese sentido momentos muy hermosos, muchas veces casi surgidos desde la espontaneidad y generosidad de la gente.

Ya sé que hoy nos es más fácil encargar a un lugar que nos prepare la comida y llegamos allí y lo tenemos todo dispuesto; muchas veces quizá se hace así por determinadas circunstancias o quizá evitando el engorro de lo que hemos de preparar, pero la espontaneidad de lo que cada uno ofrece y todos compartimos tiene una enorme belleza y es señal de cosas hermosas que todos llevamos en el corazón pero que no siempre somos capaces de sacar a flote. ¿No pueden ser señales y signos del Reino de Dios a la manera de ese festín de manjares enjundiosos del que nos habla el profeta hoy?

Me podéis decir quizás que soy un iluso, pero sueño con comunidades que tengan esos gestos y esa capacidad de encontrarse, porque esa comunicación que entre todos se establece tiene una riqueza muy grande y esa cercanía que creamos entre unos y otros elimina diferencias, acerca los corazones, hace superar viejas cosas que podamos guardar en el corazón y que tanto daño nos hacen.

Ahora es cierto estamos viviendo unos momentos por la pandemia que sufrimos que tenemos que evitar contactos que nos puedan llevar a contagios, pero creo que todos anhelamos en el fondo de nuestro corazón el que podamos volver a tener contacto los unos con los otros y creemos una nueva cercanía que cree ese ambiente nuevo que necesitamos. La ausencia de cosas que incluso habíamos medio olvidado nos hace resucitar en el corazón buenos deseos de nuevas formas de encontrarnos, porque si de algo que tenemos que contagiarnos es de cercanía, cariño, amor fraternal y una nueva armonía que cree de verdad paz en los corazones para mejorar nuestro mundo.

Este tiempo de desierto que ahora estamos viviendo lo podemos convertir en verdadero Adviento de nuestra vida, un tiempo de deseos y de espera de algo nuevo, de algo mejor, que es a lo que nos tendría que llevar una reflexión seria y con el corazón lleno de paz en los momentos que vivimos. Ojalá aprendamos a sacar la lección y todo este tiempo como de silencio y en cierto modo alejamiento sea un gestar un tiempo nuevo, un estilo nuevo, una nueva forma de vivir.

Ahora vamos a hacer como aquellas gentes con las que se encontró Jesús cuando subió al monte, según el relato del evangelio que hemos escuchado. Allí le llevaron a Jesús toda clase de sufrimientos, y dice el evangelista que los ponían a los pies de Jesús. Así nos vamos a poner nosotros, sí, con nuestros sufrimientos, con esas cosas que nos duelen por dentro, con esos anhelos y con esas frustraciones que quizás tantas veces vivimos, con esos dolores y con esos miedos por los que pasamos cuando no sabemos como van a terminar las cosas, con esas actitudes que por ahí andan escondidas de tantas veces que quizá no quisimos unirnos a los demás, no quisimos compartir, nos aislamos y ahora cuando lo pensamos nos duele porque sabemos que no hicimos bien.


Vamos a sentir que Jesús llega hasta nosotros, pasa en medio de nuestros cuerpos doloridos pero también de nuestros espíritus muchas veces atormentados y El nos irá sanando, irá poniendo su mano sobre nosotros, nos ir ayudando a abrir el corazón para emprender nuevos caminos y nuevas tareas, va a ir despertando en nosotros actitudes nuevas que nos lleven a la solidaridad para ser capaces de poner esos siete panes, aunque nos parezcan que son poca cosa, a los pies de Jesús para que los transforme y los multiplique.

Es lo que tiene que ser este Adviento nuevo que estamos viviendo que nos va a llevar a un auténtico encuentro con el Señor en un nuevo estilo de vida que vamos a vivir en el estilo del evangelio. Nos sentaremos así en esa mesa en común donde todo lo compartimos, donde todos nos encontramos, donde vivimos las señales del Reino de Dios también presente entre nosotros.

martes, 1 de diciembre de 2020

Mantengamos firme nuestra esperanza y confianza en el Señor y podremos dar señales de ese mundo nuevo del Reino de Dios porque actuamos con la fuerza del Espíritu del Señor

 


Mantengamos firme nuestra esperanza y confianza en el Señor y podremos dar señales de ese mundo nuevo  del Reino de Dios porque actuamos con la fuerza del Espíritu del Señor

Isaías 11, 1-10; Sal 71; Lucas 10, 21-24

Estamos en un tiempo nuevo. Lo iniciamos el domingo, el Adviento con todo el amplio sentido de esperanza que contiene, aunque ayer hicimos un alto al celebrar la fiesta de san Andrés. Pero seguimos impregnándonos de su sentido.

Nos habla el profeta de un nuevo que surgirá de una raíz y de un tronco que parece reseco y que no podría brotar. Pero así son las maravillas de Dios, lo que nos parece imposible Dios lo puede realizar. Para Dios nada hay imposible le dirá el ángel a María cuando le anuncia que va a concebir un hijo, que será el Hijo del Altísimo, y cuando le anuncia que la anciana Isabel ha concebido un hijo y ya está de seis meses. Para Dios nada hay imposible.

Las imágenes que acompañan la profecía de Isaías que hoy hemos escuchado de ello nos están hablando también. Ese renuevo sobre el que reposa el Espíritu del Señor lo hará todo posible. Nos está hablando de tiempos nuevos en que todo ha de cambiar y nos propone imágenes que nos pueden parecer idílicas donde los animales salvajes no hacen daño sino que se apacientan junto a los animales domésticos por un niño que los pastorea a todos. Parece algo imposible, pero son los tiempos nuevos, los tiempos del Señor.

No nos quedamos en la literalidad de las imágenes sino en lo que estas imágenes significan de esos tiempos nuevos donde brillará la paz y la justicia, donde todo va a ser renovado y la esperanza volverá a florecer en el corazón de los hombres trabajando todos por una misma paz. ¿Será eso posible cuando vemos la realidad de nuestro mundo tan lleno de enfrentamientos, de malos entendimientos, de corazones llenos de maldad y de odio que parece que nunca saben respetar, de nuevas dictaduras no ya impuestas quizás desde la fuerza de las armas pero si de tantas manipulaciones que confunden, desorientan y terminan por llevarnos por esos caminos de división y enfrentamiento?

Sí, es dura la realidad de lo que vivimos con tanta manipulación y querer cada uno llevarse el agua a su molino para imponer sus ideas sin el mínimo respeto a los derechos y opiniones de los demás. Mucha confusión nos encontramos alrededor nuestro en todos los sentidos cuando pretenden tantos hacernos comulgar con ruedas de molino de sus ideas, de lo que ellos llaman libertad pero que es solo la imposición de su manera de pensar. ¿Podemos hacer que este mundo nuestro cambie?


Si no tuviéramos esperanza nos veríamos abocados a la desesperación y a la angustia. Pero tenemos la esperanza que de verdad podemos hacer un mundo nuevo y mejor. Hemos de saber tener paciencia porque la tarea no es fácil, pero tenemos la certeza de quien está con nosotros y que no nos falta la fuerza del Espíritu del Señor. Como decía el profeta de ese vástago que va a surgir ‘sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor…La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas’.

Quizá quienes nos escuchen no nos entenderán y nos podrán decir que son imaginaciones ilusorias que podemos tener en nuestra cabeza. Que no nosotros no entendemos lo que son los derroteros de nuestro mundo. No temamos ni cejemos en nuestras esperanzas y nuestra confianza en el Señor. Sabemos que solo con espíritu humilde, con corazón sencillo podemos comprender los misterios del amor de Dios. Es lo que nos señala Jesús hoy en el evangelio en su acción de gracias al Padre cuando regresan los discípulos de la misión que Jesús les había encomendado y vienen entusiasmados porque como decían hasta los espíritus inmundos se les sometían.

Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien’, es la oración de acción de gracias de Jesús lleno del Espíritu Santo como nos dice el evangelista. No temamos ser esos pequeños y al parecer poco entendidos porque a nosotros sí se nos manifiesta el Señor allá en lo hondo del corazón.

Mantengamos firme nuestra esperanza y nuestra confianza en el Señor y podremos dar señales de ese mundo nuevo que queremos construir. Para Dios nada hay imposible y nosotros actuamos con la fuerza del Espíritu del Señor.

lunes, 30 de noviembre de 2020

A la manera de Andrés tendríamos que ser capaces de decirle al que te encuentras en el camino ‘me he encontrado con Jesús que es mi Salvador’

 


A la manera de Andrés tendríamos que ser capaces de decirle al que te encuentras en el camino ‘me he encontrado con Jesús que es mi Salvador’

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

¡Oye! ¿No te has enterado? Viene alguien contándonos. Algún acontecimiento, algo que alguien hizo o que alguien dijo y que en su entorno llamó la atención. Las noticias vuelan, solemos decir. Por eso si nos encontramos con alguien que no se ha enterado, nos extraña. Pero puede suceder, o vive aislado, o vive en su mundo sin importarle demasiado lo que sucede a su alrededor, o aun no ha habido tiempo para que llegue alguien contando. Pero ha venido ese amigo, impresionado quizá por la cosa, y nos cuenta y nosotros nos convertimos también en vehículo que trasmite a los demás porque también nosotros contamos si nos parece la cosa interesante o importante.

Me hago esta primera reflexión en esta fiesta de san Andrés, apóstol, que hoy estamos celebrando. Aunque el evangelio nos habla de la llamada de Jesús en el lago y ya comentaremos algo también, sin embargo en el evangelio de Juan la vocación de Andrés aparece de otra manera. Formaba parte de aquellos Galileos que habían bajado hasta el Jordán para escuchar a Juan – aquí tendríamos que decir también, alguien le llevó la noticia del bautista – y de labios de Juan Bautista escucha como señala a Jesús que pasaba como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Le llamó la atención a él y a Juan el Zebedeo que con él estaba y se fueron tras Jesús. Yo hemos meditado quizá muchas veces en el diálogo de Jesús con aquellos dos jóvenes inquietos. ‘¿Qué buscáis? Maestro, ¿dónde vives? Venid y lo veréis…’ y se fueron con Jesús. No sabemos más, lo único es que a la mañana siguiente – es la forma de narrarnos las cosas el evangelista, lo de la mañana siguiente – Andrés se encuentra con su hermano Simón y ya le está anunciando que han encontrado al Mesías, y lo llevaron con Jesús. Como decíamos antes, las noticias corren, las noticias vuelan, aquí vemos su transmisión en este caso.


Creo que puede ser el mensaje importante que hoy escuchemos en esta Palabra de Dios que se nos proclama en la fiesta de san Andrés y de la misma figura de Andrés. No podemos callar ni ocultar aquello que hemos encontrado. Lo que son buenas noticias tenemos que transmitirlas y más en este mundo nuestro que necesita tanto de buenas noticias cansados como estamos de negruras y cosas negativas. Esa fe que vivimos y que da sentido a nuestras vidas no nos la podemos guardar para nosotros solos. Como aquellos primeros discípulos que estaban dispuestos a todo. Buscando se fueron tras Jesús porque el Bautista se los señalaba; querían conocer a Jesús, dónde vivía, cuál era su vida, querían estar con El. Pero no se guardaron lo que encontraron.

Si allá en la orilla del lago mientras están echando las redes Jesús pasa y les invita a seguirle para ser pescadores de algo más que de unos peces del lago, es porque a ellos había llegado la noticia de Jesús, se la habían transmitido unos a otros y ahora están prontos, están dispuestos a todo por seguir Jesús. ‘Dejaron todo y lo siguieron’, que dice el evangelista. En otro momento veremos también que unos griegos, unos gentiles se acercan a Felipe y a Andrés porque quieren conocer a Jesús, y ellos prontamente los llevan hasta Jesús. Es un apóstol, no solo porque Jesús lo ha escogido para enviarlo en su nombre, sino porque ya él desde el primer conocimiento que tiene de Jesús está hablando de El, está transmitiendo ese mensaje a los demás.

Creo que esto tiene que hacer que nos hagamos muchas preguntas en nuestro interior. ¿Hasta dónde estaremos dispuestos a hacer como Andrés? O simplemente te pregunto, para que te respondas en la sinceridad de tu corazón, ¿a cuántas personas has hablado de lo que ayer domingo cuando fuiste a Misa escuchaste en el evangelio y de la reflexión que surgió en tu interior? ¿Cuántas veces le hablas de Jesús, de Dios, de la Iglesia, del Evangelio a aquellos que te rodean, con los que te encuentras todos los días? O seamos sinceros ¿quizá no fue buena noticia para ti el evangelio que escuchaste por la poca atención que le prestaste?

Muchas veces nos ponemos negativos y nos quejamos del rumbo de nuestro mundo, de la indiferencia con que viven los demás a todo lo que sea religioso o cristiano, de la pendiente de maldad y corrupción por la que vamos cayendo, pero quizá tendríamos que preguntarnos ¿qué de positivo estamos haciendo en nuestra vida de cada día para que el mundo sea mejor? ¿Qué transmisión estamos haciendo de nuestra fe, del evangelio que decimos que queremos vivir? ¿Cuántas veces a la manera de Andrés le hemos dicho a alguien ‘me he encontrado con Jesús que es mi salvador’?

Tendríamos que recordar lo que nos decía el apóstol; ‘Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿cómo anunciarán si no los envían?’

domingo, 29 de noviembre de 2020

Sepamos encontrar el verdadero sentido del Adviento cuando nos demos cuenta que como creyentes somos alguien que está en espera del encuentro definitivo con el Señor

 


Sepamos encontrar el verdadero sentido del Adviento cuando nos demos cuenta que como creyentes somos alguien que está en espera del encuentro definitivo con el Señor

Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7; Sal 79; 1Corintios 1, 3-9; Marcos 13, 33-37

La vida del creyente, y sobre todo la vida del creyente cristiano es una vida que está en espera. Y son importantes estas dos palabras ‘está’ y ‘esperanza’. Y decimos está porque vivimos el momento presente, el hoy y el aquí, en toda su cruda y al mismo tiempo dichosa realidad. Y decimos en esperanza, porque siempre estamos esperando, pero ¿qué esperamos? ¿Qué este momento presente cambie y mejore? También. ¿Qué en este momento presente sintamos la presencia del Señor? Por supuesto. ¿Porque se espera la venida del Señor? Es importantísimo aunque algunas veces parece que lo olvidamos, se nos diluye demasiado este aspecto.

El creyente del Antiguo Testamento esperaba la venida del Señor, la venida del Mesías Salvador. Ese era su camino. Era el aliento de los profetas que querían preparar al pueblo, que querían tener un pueblo bien dispuesto; fue la tarea finalmente de la inminente venida del Mesías que realizaría Juan el Bautista allá en el desierto junto al Jordán. Nosotros seguimos viviendo en esperanza de algo inminente pero que no sabemos cuando. Sí. Esperamos la segunda venida del Señor. Como decimos en la liturgia ‘mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo’. Y vivimos en el presente con nuestras luchas, con nuestras debilidades y con nuestras tentaciones, con los momentos de inquietud y con algunos momentos de serena paz por eso rezamos y pedimos vernos preservados de todo peligro y de toda tentación. También es nuestro grito como en el final del Apocalipsis ¡Ven, Señor Jesús!

Pero fijémonos que esta actitud de espera en la venida del Señor está muy presente en la liturgia y así tendría que estar presente en nuestra vida. Pero hemos de reconocer que muchas veces decimos palabras en la liturgia que no están reflejando de verdad lo que nosotros llevamos en el corazón, o nosotros no vivimos lo que queremos expresar en la liturgia. Vivimos como absortos en el hoy, en nuestras preocupaciones de cada día y en nuestras luchas y nos falta con demasiada frecuencia esa trascendencia de nuestra vida, ese ser conscientes de que un día llegará un final de nuestra historia y nuestra vida y viene el Señor a nuestro encuentro.

Nos decimos creyentes, decimos que creemos mucho, lo expresamos quizá en mil devociones pero no tenemos en cuenta ese aspecto de esa venida final del Señor, de ese encuentro definitivo que un día tendremos con El. Pensemos en el sentido que le damos, por ejemplo, a la muerte como un final que se convierte en amargo por lo que dejamos atrás, pero no pensamos en lo que vamos a encontrar, con quien nos vamos a encontrar.

Y ni estamos atentos a ese momento ni nos preparamos para ese encuentro; pensemos, por ejemplo, cómo lo queremos ocultar a aquellos que se encuentran en el trance de la muerte y no les damos la oportunidad de prepararse. A lo sumo la preparación la convertimos en un rito, pero que pase de alguna manera desapercibida para quien ha de tener más importancia, para aquel que va a encontrarse definitivamente con el Señor. Cuántos problemas a la hora que la familia ayude a bien morir a una persona, y digo bien morir preparándose para la vida, para la vida eterna; luego quizá muchos llantos, muchos rezos, muchas misas, pero en vida no le dejamos prepararse, no nos preparamos. Algo puede estar fallándonos en nuestra auténtica fe y en la verdadera esperanza que tiene que animar nuestra vida.

El tiempo de Adviento que hoy estamos iniciando tendría que ayudarnos en este sentido si llegamos a comprender todo el sentido del Adviento. El Adviento, podíamos decir, tiene como dos partes; normalmente hacemos mucha incidencia en lo que es la preparación para la celebración de la navidad, pero nos olvidamos de esta parte que tiene el Adviento como preparación para esa segunda venida del Señor. Como nos recordaba hoy san Pablo ‘mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo’. Los dos primeros domingos inciden especialmente en ello.

¿No decíamos al principio que el creyente y el creyente cristiano es el que está en espera? Es lo que ahora queremos expresar, esa espera de la venida del Señor, la segunda venida del Señor en gloria. Luego nos preparamos también para celebrar su primera venida en su nacimiento en Belén, lo que es la Navidad, que tampoco se puede quedar en un recuerdo emocionado.

Celebraremos su primera venida pero siendo conscientes de que el Señor viene, el Señor sigue viniendo a nuestra vida, haciéndose presente en medio de nosotros. Esa misma celebración de la navidad que entonces tendremos tiene que ser señal de que el Señor viene y nos preparamos entonces para ese encuentro que en el día a día de nuestra vida podemos y tenemos que tener con el Señor que llega a nosotros. Nos ha dejado muchas señales de su presencia, en la vivencia intensa del amor y en la celebración de los sacramentos.

Pero eso todo este tiempo será una invitación a estar atentos, a estar preparados, a no dejarnos adormilar sino tener los ojos bien abiertos para sentir y vivir esa presencia del Señor. ‘Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento’, nos decía Jesús hoy en el evangelio. Siempre presente en nuestra vida esa conciencia de que un día nos encontraremos definitivamente con el Señor y para lo que hemos de estar preparados. Qué sentido más bonito y profundo tendría este tiempo de Adviento si llegamos a descubrir toda su riqueza, pero quizá haya tantas cosas que nos distraigan aún cuando decimos que todo lo queremos hacer para celebrar la Navidad del Señor.

Ojalá este año en que vemos mermadas muchas de esas fiestas de las que hemos rodeado la navidad y que algunas veces la diluyen nos ayude a descubrir su verdadero sentido y ya desde ahora vivamos un Adviento con verdadero sentido.