sábado, 7 de noviembre de 2020

Trabajemos ese tejido precioso de la vida en la que resplandezcan las cosas más bellas, pero siempre brille la rectitud con que nos tomamos todos los aspectos de la vida

 


Trabajemos ese tejido precioso de la vida en la que resplandezcan las cosas más bellas, pero siempre brille la rectitud con que nos tomamos todos los aspectos de la vida

 Filipenses 4, 10-19; Sal 111;  Lucas 16, 9-15

La parábola que ayer nos ofrecía Jesús en el evangelio quizás dejó desconcertados a muchos, desconcierto que se produce cuando no llegamos a entender su sentido y no es que Jesús quiera ofrecernos como modelo la manera de actuar de aquel administrador que no solo había administrado mal los bienes que se le habían confiado sino que ahora para remediar sus problemas personales a los que tendrá que enfrentarse actuará también de una forma fraudulenta e injusta. Lo que nos quería decir Jesús era que nos fijáramos en la astucia de aquel hombre, astucia que nos falta muchas veces a nosotros en nuestro actuar y en nuestro compromiso.

En nuestras manos están cosas de más valor y cosas que nos pueden parecer de importancia secundaria. Quisiéramos quizá que todo aquello que tuviéramos que hacer fuera de una gran trascendencia, pero tenemos que ocuparnos de las menudencias de la vida; en no todas las cosas encontramos un sentido espiritual y un valor superior, sino que también en el ritmo de la vida tenemos que meternos en los negocios de este mundo, por así decirlo. ¿Y qué nos está queriendo decir Jesús con lo que hoy continúa diciéndonos en el evangelio? Que sea cual sea la ocupación a la que nos dediquemos, sean cuales sean las cosas que nos traemos entre manos muchas veces demasiado en un orden material o incluso económico, siempre tenemos que actuar con toda rectitud, con toda fidelidad, y la misma seriedad tendríamos que darle a todo lo que hacemos o a todo lo que se nos ha confiado.

Nos dice tajantemente, ‘el que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?’

A mí me gustaría dedicarme a otra cosa, pensamos en ocasiones; no nos satisface el que muchas veces estemos tan absorbidos por las cosas materiales, por los negocios de la vida, por los dineros o la administración de esos bienes que poseemos o que se nos han confiado en nuestra tareas. Pero son tareas que hay que realizar, cosas en las que hemos de manifestarnos con toda honradez y con toda rectitud, materias que tenemos que trabajar, tener en nuestras manos pero que pueden ser golosas a nuestros apetitos que muchas veces se nos desbordan, pero podemos dejar que el corazón se apegue a esas cosas pero al mismo tiempo tenemos que saber obrar con toda rectitud.

Son cosas golosas, como decíamos, a las que se nos puede apegar nuestro corazón y se nos despierte la avaricia o el afán desmedido simplemente de ganancias materiales o de riquezas se nos puede despertar y al final siempre queremos tener más y terminamos buscándolo sin discernir si lo estamos haciendo con la rectitud que deberíamos hacerlo.

Ya nos habla Jesús en otros momentos del evangelio del desprendimiento con hemos de saber tener esas cosas materiales para que acumulemos tesoros no aquí en la tierra sino en el cielo desde ese saber compartir y desde generosidad que tiene que brillar en nuestro corazón, pero también nos habla en otro momento de la seriedad con hemos de tomarnos el administrar aquellos talentos que se nos han confiado para sacarle las provechosas ganancias que con responsabilidad hemos de saber negociar. A quien no fue capaz de hacerlo, Jesús se lo recrimina, como escuchamos en esas otras parábolas que Jesús nos propone.

Podíamos decir que es un hilo muy fino con el que hemos de hilar para saber sacarle a la vida toda la belleza que tiene y hacer que entonces resplandezcan los verdaderos valores. No siempre es fácil; es tan delicado ese hilo que con el hilamos que se puede romper y romper significan los apegos que se nos pueden meter en nuestro corazón y dejar entonces de actuar con la debida rectitud.

Ojalá sepamos trabajar ese tejido precioso de la vida en la que resplandezcan las cosas más bellas, pero siempre brille en nosotros la rectitud y seriedad con que nos tomamos la vida.

viernes, 6 de noviembre de 2020

Tenemos un ascua, una llama fuerte y viva que no solo nos da calor sino que nos da vida, que es el fuego del Espíritu, encendámonos en el fuego de su amor

 


Tenemos un ascua, una llama fuerte y viva que no solo nos da calor sino que nos da vida, que es el fuego del Espíritu, encendámonos en el fuego de su amor

Filipenses 3, 17 – 4,1; Sal 121; Lucas 16, 1-8

‘Cada uno arrima el ascua a su sardina’. Es un dicho que habremos escuchado más de una vez. Desde la experiencia de un asado de sardinas en común donde cada uno quiere que la sardina que se va a comer esté en su punto y si puede la arrima a la brasa que mejor pueda cocinarla, estamos diciendo como en la vida cada uno vela por sus intereses. Y de qué manera, tendríamos que decir; de ahí surgen todas las astucias, todos los planes para obtener las mejores ganancias, los mayores beneficios, muchas veces sin importarnos lo que le pase a los demás o incluso el daño que les podamos hacer, porque lo que nos importa es nuestro interés. Es la astucia en nuestros negocios y ganancias, en los trabajos que realizamos, pero que, tenemos que reconocerlo, tenemos también el peligro de actuar de forma injusta se acoge a las leyes del mercado o se salta toda ley o todo principio ético.

Es la conclusión que Jesús nos está sacando de la parábola que nos propone, como hemos escuchado hoy, del administrador que se vale de sus mañas, pero que cuando se vea despojado del trabajo por su mala administración, tenga quien le acoja porque antes había tenido sus arreglos con él. Pero ¿nos está diciendo Jesús que tenemos que actuar de esa manera? Es quizás lo que muchas veces nos ha escandalizado de la parábola porque en una reflexión superficial nos quedamos en la injusticia de aquel  hombre que nos pareciera que se nos está poniendo por modelo.

Pero, no es esa la intención de Jesús cuando nos propone la parábola, sino decirnos que si los hijos de este mundo andan así con sus astucias, nosotros para el bien que tenemos que realizar ¿pondremos tanto empeño? No vamos a responder con maldad o con injusticia al mal que nosotros podamos recibir, pero sí tenemos que despertar porque no nos podemos quedar adormilados en la tarea que tenemos que realizar para hacer que nuestro mundo sea mejor.

En el mundo tan plural como vivimos, con tan diversas opiniones, maneras de pensar, ideologías con las que se mueve la gente de nuestro entorno, pareciera algunas veces que nosotros no nos sentimos tan seguros de nuestra fe, de nuestros principios, de los valores que aprendemos del evangelio, y vamos por la vida como timoratos, temiendo expresar nuestra opinión, nuestro sentido de la vida, en una palabra nuestra fe. No podemos acobardarnos, no podemos encerrarnos en nuestros círculos porque ahí no vamos a encontrar oposición y todo lo podemos vivir con mucha tranquilidad y mucha paz.

¿Dónde se queda entonces aquel mandato de Jesús de ir por el mundo anunciando la buena nueva del evangelio y del Reino de Dios? Pareciera que nos sentimos inseguros y acobardados, no terminamos de creernos las palabras de Jesús que nos prometió que no tuviéramos miedo de presentarnos ante los tribunales o ante cualquiera porque el Espíritu del Señor pondría palabras en nuestros labios y fortaleza en nuestro corazón.

Y el mundo necesita escuchar una palabra de vida y de salvación. Por mucho que cacareen a nuestro alrededor con sus ideas y tantas veces traten de cerrarnos la boca y de callarnos, sin embargo nos encontramos como se encuentran vacíos, les falta alto que les eleve el espíritu, que les haga trascender del día a día de las cosas o del materialismo en que se vive que no les da la auténtica felicidad. Y nosotros tenemos una palabra que decir, nosotros tenemos un mensaje que ofrecer, nosotros tenemos una vida que queremos vivir y con la que hemos de contagiar a nuestro mundo para que encuentre la verdadera salvación. Nos falta astucia, nos falta valentía, nos falta arrojo para lanzarnos con ímpetu en ese anuncio que tenemos que proclamar.

Utilicemos todos los medios que están a nuestro alcance para hacerlo; no dejemos que otros se nos coman esos medios de los que hoy podemos disponer en nuestra sociedad, y todas esas redes sociales, todos esos medios modernos hoy de comunicación hemos de saber utilizarlos para que sean también altavoces de la Palabra de Dios, valiéndonos también de todas las mejores técnicas y técnicos que estén a nuestro alcance para hacerlo de la mejor forma posible. se nos están yendo de las manos o dejamos que sean solo otros los que los utilicen porque muchas veces nosotros por nuestros miedos y cobardías llegamos tarde. Hay tantas posibilidades hoy de ser portavoces del evangelio para que llegue a todos. Que llegue esta reflexión a tus manos por estos medios - la semilla de cada día - es un intento por mi parte quizá muy atrevido pero que considero necesario.

Tenemos un ascua, una llama fuerte y viva que no solo nos da calor sino que nos da vida, que es el fuego del Espíritu. Encendámonos en el fuego de su amor.


jueves, 5 de noviembre de 2020

Como el pastor que busca la oveja perdida porque para él tiene su valor e importancia, buscamos y nos preocupamos del valor y de la dignidad de toda vida y toda persona

 


Como el pastor que busca la oveja perdida porque para él tiene su valor e importancia, buscamos y nos preocupamos del valor y de la dignidad de toda vida y toda persona

Filipenses 3, 3-8ª; Sal 104; Lucas 15, 1-10

Quizás en una civilización más urbana como la que estamos viviendo algunos no terminen de entender toda la hondura que quieren expresar algunas parábolas de Jesús como las que hoy nos propone nacidas más en un contexto rural y agrario, de trashumancia de ganados y del cuidado de aquellos animales que les servían para su sustento, pero que significaban mucho más en sus vidas. Hoy un poco lo vamos sustituyendo en nuestras ciudades y hasta en nuestros campos con las mascotas que adquirimos como animales que nos acompañan y que quienes los tienen saben de la relación entrañable que se puede establecer entre los humanos y sus animales de compañía.

Para algunos escuchar esta parábola que nos habla del pastor que hace lo imposible por encontrar a la oveja perdida quizás les pueda decir poco desde ese sentido urbano del que hemos hablado y una pérdida para alguno pueda significar un daño colateral a otras circunstancias que se puedan vivir y entonces no se le dé importancia. Son cosas que pasan dirán algunos. Pero Jesús nos está diciendo que para aquel pastor sí tiene importancia, como importancia tiene la moneda extraviada en la casa y que la mujer busca con tanto ahínco. ¿Una joya? ¿un recuerdo familiar? ¿el significado de un primer salario? ¿una herencia de antepasados que nos trae recuerdos e historias familiares vividas? Para aquella mujer no era una simple moneda. Tanto uno como otro al encontrar lo perdido o lo extraviado invitarán a sus amigos a unirse a la alegría y a la fiesta por haberlo recuperado.

Jesús ha propuesto la parábola en un entorno concreto; El buscaba a los pecadores y a los publicanos y no le importaba mezclarse con quien fuera con tal de ganar a alguno. Pensamos fácilmente en la salvación que Jesús nos está ofreciendo cuando a todos ofrece su perdón, a todos llama y a ninguno rechaza, cosa que no entenderán los escribas y los fariseos tan preocupados por sus purezas legales. ¿Cómo Jesús iba a sentar a su mesa a aquellos pecadores? ¿Pero Jesús no se había sentado también a la mesa del fariseo cuando tantas veces había denunciado su obstinación y su pecado?


Pero Jesús nos está hablando de algo todavía, podíamos decir, más profundo e importante. Nos está enseñando el valor de toda persona. Será algo que veremos repetido en el evangelio. Da igual la etiqueta de dignidad que nosotros les pongamos a los demás, porque ya sabemos cómo andamos con nuestras discriminaciones, nuestros separatismos, nuestros racismos… Todo ser humano tiene su dignidad y su grandeza, es una persona y en nuestro humanismo y antropología cristiana decimos más, porque decimos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso toda persona merece nuestro respeto, nuestra atención, nuestro cuidado.

Por eso cuidamos la vida, toda vida, aunque algunos hoy que se tienen por muy avanzados nos digan que hay vidas que no merecen existir por sus deficiencias, por sus enfermedades, por sus limitaciones y no sé cuantas cosas más que nos decimos. Importa poco hoy eliminar una vida que se está gestando en el seno de su madre, y lo mismo buscamos la eutanasia para eliminar a aquellos que ya consideramos inservibles para la sociedad. Pueden parecer fuertes estas palabras pero es en realidad lo que se está haciendo o se quiere hacer en nuestra sociedad.

Por eso buscamos, cuidamos, valoramos, nos preocupamos de todo ser humano; no los podemos dejar a su suerte; hemos de preocuparnos de su dignidad y de su grandeza como personas y así hemos de tratarlos; y queremos la mayor dignidad para toda persona, como también nos preocupamos de su salvación, de arrancarlos de esos pozos hondos en los que algunos quieren hundirse destrozando sus vidas y ya sabemos de cuántas maneras hoy nos podemos destrozar la vida.

Tenemos que sentir esa inquietud en el corazón, tenemos que saber poner manos a la obra, ponernos en camino para ir siempre al encuentro del otro al que siempre podemos ofrecerle vida, luz, sentido, valor para su existencia. Está en nuestras manos hacerlo. Nos lo está pidiendo hoy Jesús en el evangelio. Que sintamos también la alegría cuando ayudamos a recuperar la dignidad de alguien que se encontraba hundido en las miserias de la vida.

 

miércoles, 4 de noviembre de 2020

El camino de Jesús es un camino exigente pero de maduración y de crecimiento, en ocasiones con sacrificios pero que nos da la más profunda felicidad con el corazón liberado de ataduras

 


El camino de Jesús es un camino exigente pero de maduración y de crecimiento, en ocasiones con sacrificios pero que nos da la más profunda felicidad con el corazón liberado de ataduras

Filipenses 2, 12-18; Sal 26; Lucas 14, 25-33

No es cuestión de que en todo en la vida andemos siempre como en negociación pero sí sabemos que cuando queremos llegar a algo importante tenemos que eliminar o dejar a un lado de nuestro camino cosas que quizás nos habrían podido parecer importantes, pero que vemos que sin embargo pueden ser un estorbo para alcanzar aquellas metas a las que aspiramos. Recuerdo escuchar alguna vez aquello de que lo bueno es enemigo de lo mejor, porque nos quedamos simplemente en esto que nos parece bueno pero no llegamos a alcanzar aquello que es mejor.

Disfrutemos, sí, por qué no, del camino pero no nos quedemos en el camino, lo importante es la meta y habrá que renunciar a cosas que hasta pudieran ser buenas en sí, porque lo que buscamos es lo superior. Claro que para eso hay que tener espíritu de superación, de deseos de más, de arrancarnos de conformismos y rutinas, de ser capaces de ponernos por encima de los cansancios que puedan significar los esfuerzos; solo a lo cómodo no llegamos a ninguna parte, y para quedarnos en lo mismo no nos pongamos en camino; ponerse en camino significa buscar, incluso arriesgarse, desear lo mejor y poner nuestro esfuerzo, nuestro talento y nuestro talante, nuestros deseos que nos llevan quizá a una radicalidad en lo que pretendemos conseguir.

Pero quizá muchas veces los cristianos somos excesivamente conformistas, parece que ya vamos cansados en la vida y no tenemos ganas de luchar para avanzar, nos quedamos en aquello de que esto siempre se ha hecho así pero no somos capaces de ver la posibilidad de que podemos alcanzar algo mejor. Por eso algunas veces nos asustan las palabras del evangelio cuando nos plantean exigencias e incluso renuncias. Eso será para otros, pensamos, con tal de nosotros no implicarnos ni complicarnos.

Pero Jesús hoy nos está diciendo que nos paremos un poco para ver qué es lo que queremos, a qué aspiramos, si estamos dispuestos a llegar a las alturas de lo que nos propone el evangelio. Esas dos como parábolas que nos propone Jesús al final, del hombre que quiere realizar una construcción o del rey que quiere hacer una guerra, son planteamientos serios que nos está haciendo Jesús para que nos tomemos en serio lo de ser cristianos, lo de ser sus discípulos y seguidores. Claro que eso de ponerse a pensar y a planificar ya nos resulta costoso porque lo queremos todo de inmediato. Las prisas con que vivimos la vida que nos hace tan superficiales. Y los superficiales no llegarán nunca a ninguna parte.

Hoy Jesús en el evangelio nos habla de negarnos a nosotros mismos, de posponer muchas cosas para quedarnos con lo principal aunque las cosas que dejemos a un lado sean buenas como puede ser la familia, como pueden ser incluso aquello que poseemos que nos hayamos ganado con nuestro esfuerzo, nos habla de tomar la cruz. Creo que con la reflexión que nos venimos haciendo nos damos cuenta del sentido de las palabras de Jesús. No es renunciar por renunciar, no es un masoquismo donde lo que queramos hacer es machacarnos y hundirnos; eso nunca el Señor nos lo pedirá, pero sí la exigencia de seguir adelante, de mirar a lo alto de buscar lo mejor, aunque cueste sacrificio, aunque cueste cruz.

Algunas veces no lo hemos terminado de entender y rehuimos o rechazamos incluso las palabras de Jesús. Tenemos que entender su hondo sentido con todas sus consecuencias y con todas sus exigencias. Es un camino exigente pero de maduración y de crecimiento; es un camino en ocasiones con sacrificios pero que nos da la más profunda felicidad. Tenemos que entusiasmarnos por el Señor, por Jesús, por su evangelio, y veremos lo felices que vamos a ser con el corazón liberado de tantas ataduras que nos impedirían volar.


martes, 3 de noviembre de 2020

Con nuestra aceptación y acogida hasta de lo más sencillo que nos ofrezcan hacemos felices a los que nos regalan

 


Con nuestra aceptación y acogida hasta de lo más sencillo que nos ofrezcan hacemos felices a los que nos regalan

Filipenses 2, 5-11; Sal 21; Lucas 14, 15-24

Alguna puede habernos pasado en un sentido o en otro; alguien nos hizo un regalo con mucha ilusión, pero cuando lo recibimos lo hicimos de manera fría, porque quizá no era lo que nosotros esperábamos, nos pareció poco o inútil y por mucho que lo tratamos de disimular se notó el desencanto en nuestra expresión, pero mayor fue el desencanto de quien nos hizo el regalo por la fría acogida con que lo recibimos. O nos habrá podido pasar al revés, fuimos nosotros lo que hicimos el regalo, pero quien lo recibió no lo tuvo en cuenta, casi ni lo miró, se fue a entretener con otras cosas dejando lo que le regalamos allá olvidado en cualquier rincón.

No es que tengamos que ser hipócritas si no nos gusta lo que nos ofrecen, pero si hemos de saber valorar lo que nos hayan ofrecido por más pequeño que nos pueda parecer. No podemos ir de sobrados creyendo que nos lo merecemos todo y siempre nos parecerá poco lo que nos puedan ofrecer o regalar. Ya sea en referencia a lo que recibimos de los demás o a la vida misma que vivimos, quizás siempre estemos descontentos y añorando otras circunstancias, otros momentos u otra cosas que acaso nos pudiera ofrecer la vida. Son otros nuestros sueños, nuestras aspiraciones, o incluso nuestros valores. Sepamos valorar, sepamos acoger, sepamos aceptar, seamos capaces de reconocer el amor que han puesto en lo que nos regalan y hasta el esfuerzo que haya podido significar para las otras personas lo que nos ha regalado.

Según nos ha venido diciendo el evangelio Jesús estaba invitado a comer en casa de unos fariseos. Quizás por lo que Jesús iba diciendo o quizá la abundancia del banquete en que estaban participando, a uno se le ocurre decir que serán dichosos los que coman en el banquete del Reino de Dios. ¿Un entusiasmo ante las palabras de Jesús? ¿Un entusiasmo por aquel banquete que le hace soñar aun en cosas mejores? ¿Quizás imaginaba que el Reino de Dios era como una buena mesa y un buen banquete como del que ahora estaba participando?

Pero Jesús querrá decirle algo importante. No nos pongamos a soñar ni a imaginar, sino sepamos aceptar lo que nos ofrecen, porque en ese saber aceptar y acoger se van a dar precisamente las señales del Reino de Dios. Aquellos invitados al banquete de bodas de la parábola no supieron aceptar aquella invitación que les estaban haciendo y preferían otras cosas, que si sus campos, que si lo que tenían o lo que habían comprado, que si su propia boda, que si sus intereses particulares que tenían que cuidar, pero descuidaron la invitación, no supieron valorar la invitación que les hacían. Quedarían fuera del banquete y el banquete sería para otros que sí supieron aceptarlo. Ya conocemos el desarrollo de la parábola.

¿Y nosotros qué somos capaces de aceptar? ¿Cuál es la acogida que hacemos desde el fondo del corazón a la invitación al amor que nos está haciendo el Señor? ¿Tendremos también otros intereses? ¿También habrá otras cosas que nos entretengan más? ¿Valoramos la riqueza de gracia que quizás desde lo más humilde puedan ofrecernos? ¿Con nuestra aceptación y acogida hasta de lo más sencillo que nos ofrezcan hacemos felices a los que nos regalan?

Me viene a la memoria un hecho, una anécdota como queráis llamarlo, de algo que me sucedió en una ocasión hace años. Había ido a visitar a una anciana enferma, que en aquellos momentos y en aquellos lugares en medio del monte nunca habría recibido quizá la visita de un sacerdote.

Me senté con ella a los pies de su cama en la pobreza de aquel hogar, escuché sus suspiros y sus lágrimas, pasé sencillamente un rato con aquella persona a la que simplemente había dado mi tiempo y mi presencia, pero cuando me iba a marchar desde su pobreza quería ofrecerme algo. Rebuscó hasta encontrar una bolsa donde ponerme unos higos pasados que tenía allí guardados en un cajón quizá para su sustento, y había que ver con qué entusiasmo ella me hacía aquel paquete, pero qué alegría sentía también porque yo se los aceptaba. Hice feliz a aquella persona acogiendo aquello que en su pobreza me ofrecía con tanto cariño y agradecimiento. Algo tan sencillo que puede hacer felices a los demás, y yo me sentí feliz, no tanto por los higos que me ofrecía, sino por el cariño que aquella persona estaba poniendo y que la hacía tan feliz.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Aunque sienta abatimiento por lo vacío que me veo con mis miserias, en Dios me lleno de esperanza porque comprendo lo grande que es la misericordia del Señor que nunca se termina

 


Aunque sienta abatimiento por lo vacío que me veo con mis miserias, en Dios me lleno de esperanza porque comprendo lo grande que es la misericordia del Señor que nunca se termina

Lamentaciones 3, 17-26; Salmo 129; Juan 14, 1-6

Si ayer celebramos la fiesta de todos los santos con lo que queríamos recordar a todos los que participan ya de la gloria del Señor en el cielo, en la visión de Dios porque fueron marcados con la señal del Cordero y en su sangre lavaron y blanquearon sus mantos para poder participar con todo resplandor en la liturgia del cielo, hoy queremos recordar y convertirlo en celebración de fe y esperanza a todos los que han muerto en la esperanza de la resurrección y de la vida eterna. Hoy es la conmemoración de los difuntos en la que cada uno recuerda a sus seres queridos difuntos y reza por ellos para que un día puedan ser partícipes de esa gloria del cielo.

Si la celebración de ayer tenía mucho de triunfo y de gozo al contemplar la gloria del cielo y aquella multitud innumerable que unida a los coros de los Ángeles y arcángeles cantaban la gloria del Señor, hoy nuestra celebración tiene el peligro y tentación de verse envuelta en los nubarrones de la tristeza y los lúgubres sombras de la tristeza por la separación de los seres queridos. Aunque sintamos esa pena, por otro lado muy humana del duelo de la separación, sin embargo como toda celebración cristiana tiene que estar envuelta en la esperanza porque todos siempre miramos a la meta, pero sobre todo nos confiamos en la misericordia y en la bondad del Señor.

Ya el texto de las lamentaciones escuchado en la primera lectura quizá comenzaba con esos sones de angustia o de tristeza pero terminaba dejándonos un mensaje de esperanza y donde hay verdadera esperanza no faltará la paz del corazón. ‘Aunque me invade el abatimiento, nos dice, apenas me acuerdo de ti me lleno de esperanza porque sé que la misericordia del Señor nunca termina y no se acaba su compasión’. 

Y Jesús nos invita en el evangelio a no perder la calma, a poner toda nuestra fe y nuestra confianza en Dios, a creer en El. Y nos dice que nos va a preparar sitio, que volverá por nosotros y nos llevará consigo porque donde está El quiere que estemos también nosotros. Aquí se ven colmadas todas nuestras esperanzas, aquí se ve más que colmada la inquietud y ansias de vida y de vida para siempre que todos llevamos en el corazón. Sí, todos queremos vivir, queremos vivir para siempre, que no se acaba nunca la vida.

¿No significará eso de algún modo el por qué del miedo que le tenemos a la muerte? No queremos morir, queremos vivir y aunque nuestra vida terrena no siempre nos da todas las satisfacciones que anhelamos y en la medida en que lo deseamos, no queremos desprendernos de nuestra vida. Claro que toda esa angustia que se nos mete en el alma ante el hecho de la muerte es porque no hemos sabido encontrar todavía todo el sentido de trascendencia que hemos de darle a nuestra vida. Y vivimos el momento presente como si fuera único y no hubiera nada más; nos falta esa fe verdadera en las palabras de Jesús, nos falta esa esperanza que siempre tiene que animar al cristiano, al que ha puesto su fe en Jesús. Y no pensamos entonces en ese salto a la vida verdadera, a la vida para siempre que solo en Dios podemos encontrar. Porque por mucho que nosotros queramos por nosotros mismos no nos podemos construir una vida que no tenga fin, eso es solo un don de Dios, un regalo de Dios que nos hace partícipes de su vida.

Si nos pensamos bien todo eso, no tenemos porque sentir esa angustia y ese miedo a la muerte, a que un día esta vida terrena se nos acabe, ni podemos quedarnos angustiados y llenos de dolor cuando llega la hora de la muerte de un ser querido. Pensamos en una vida sin fin, en una vida en plenitud, en una vida para siempre en Dios, luego el que muere se abre a la vida verdadera a la que le va a dar mayor plenitud, ¿Por qué ponernos tristes?

Es cierto que cuando nos llega esa hora de la verdad quizá nos damos cuenta cómo hemos perdido la vida porque mientras caminamos en este mundo no supimos darle un verdadero sentido y un sentido de plenitud y trascendencia en todo aquello que realizábamos. Nos sentimos apenados quizá en ver la pobreza de nuestra vida, quizá llena de las miserias del pecado. Pero aunque sienta abatimiento, como nos decía el profeta, cuando pienso en Dios mi vida se llena de esperanza porque comprendo lo grande que es la misericordia del Señor que nunca se termina, lo hermosa que es su compasión que siempre nos estará regalando con su amor.

Qué sentido más bonito ha de tener esta conmemoración que hoy hacemos; con qué profundidad hemos de vivirla; qué interrogantes nos plantea para nuestra vida de hoy; qué propósitos han de surgir para que aprendamos a llenar de trascendencia nuestra vida; qué paz tenemos que sentir en el corazón desde esa esperanza que anima nuestra vida y motiva nuestra oración.

domingo, 1 de noviembre de 2020

Celebramos y nos unimos a la celebración celestial de todos los santos que viven y ahora alaban eternamente a Dios sintiéndonos partícipes porque somos amados de Dios

 


Celebramos y nos unimos a la celebración celestial de todos los santos que viven y ahora alaban eternamente a Dios sintiéndonos partícipes porque somos amados de Dios

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Sal 23; 1Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a

Celebramos la fiesta de todos los santos. No sé si siempre los cristianos alcanzamos a saborear el sentido de esta fiesta o si la palabra santidad sigue diciéndonos algo hoy. Para muchos, para el conjunto de nuestra sociedad se ha quedado obsoleta, no porque su significado sea algo viejo y sin sentido ni valor, sino porque no hemos llegado a comprenderlo de verdad. Por eso nuestra fiesta de Todos los Santos queda desdibujada con el día de Difuntos y un poco en eso se nos queda, y terminamos porque toda la celebración que hagamos sea la visita a las tumbas de nuestros difuntos en el cementerio.

De entrada decir que la santidad es una característica divina porque solo Dios es santo en si mismo. Pero es algo de lo que nos hace partícipes Dios. Por decirlo con pocas palabras es decir que somos inundados por el amor de Dios que nos hace sus hijos. Y esa es la santidad en su sentido más profundo. Estamos marcados por el amor de Dios que no solo nos creó y nos dio la vida, sino que nos hace partícipes de su vida divina. Es por eso por lo que nos sentimos sus hijos, somos sus hijos, podemos llamarle Padre, como nos dice hoy san Juan en el texto de su carta.

La lectura del Apocalipsis que hoy se nos ofrece nos habla de los que han sido marcados con la Sangre del Cordero, y nos habla de cantidades innumerables, nadie las puede contar, aunque primeramente nos habla de los ciento cuarenta y cuatro mil, en una clara referencia al Antiguo Testamento, al número de doce tan significativo por aquello de las doce tribus de Israel; pero a continuación nos hablará de esa multitud innumerable que viene todas partes y que han sido marcados.

La marca es una señal de pertenencia; han sido marcados con la sangre del Cordero, han sido marcados y separados para formar un nuevo pueblo con una clara referencia a la consagración de algo que es marcado, señalado, separado para ser algo distinto, y la palabra santo precisamente de ahí tiene tu derivación.

Hemos sido marcados para ser esa pertenencia de Dios, para ser los consagrados del Señor, para ser los santos, tendríamos que decir en una palabra. Recordemos nuestro bautismo con su significado más hondo y más profundo, no solo hemos sido marcados y señalados con la señal de la cruz, sino que luego hemos sido ungidos para ser consagrados. ¿Qué significa esa señal de la cruz y qué significa esa unción? Hemos sido consagrados por el amor de Dios, nos sentimos inundados por el amor de Dios que nos hace sus hijos, por eso tenemos que sentirnos ya los santos.

Ahora nos toca vivirlo. Vivir como quien se siente en verdad amado de Dios. ¿Cómo no nos vamos a sentir amados si nos ha llenado de su vida divina para hacernos sus hijos? Y no tenemos que hacer otra cosa que mirar a Jesús para comprender toda la maravilla de lo que es el amor que Dios derrama sobre nosotros y escuchar a Jesús paras vivir con ese sentido nuevo de los que están llenos del amor de Dios y por eso ya somos santos.

Por eso hoy Jesús nos dice en el evangelio que somos dichosos, que somos felices. ¿Cómo no lo vamos a ser con ese amor de Dios que se derrocha sobre nosotros? y cuando sentimos así su amor en nosotros no necesitamos ni riquezas ni grandezas humanas, estaremos por encima de los sufrimientos que nos pueda tocar sufrir en las luchas de la vida, pero es que necesariamente tendremos que comenzar a amar con un amor igual.

Somos dichosos y felices porque somos hijos; somos dichosos y felices con ese desprendimiento que hacemos de nosotros mismos para darnos en humildad y para darnos en amor por los demás; no nos importan las posesiones que tengamos sino el amor con que nos repartimos por los demás.

Somos dichosos y felices y nuestro corazón está lleno de mansedumbre, de humildad, de ternura y de misericordia para los demás; somos dichosos y felices aunque tengamos que llorar con las lágrimas de los demás porque así compartimos su vida, pero porque así compartimos todo lo que hay en nuestro corazón con los que sufren a nuestro lado.

Somos dichosos y felices porque ansiamos y buscamos siempre lo bueno, la verdad y la justicia porque trabajamos con ahínco por la paz, porque hemos arrancado de nuestro corazón todo tipo de malicia porque quien está lleno de Dios no puede sino actuar de esa manera; no caben en nosotros las sospechas ni las reticencias que nos dividen y nos enfrentan, no caben en nosotros orgullos mal curados sino que todo será buscar lo bueno y al ofrecer lo mejor de nosotros mismos estará siempre presente el perdón que nos lleva a la paz con nosotros mismos y a la paz con los demás.

Somos dichosos y felices porque sintiéndonos llenos de Dios por su amor en verdad sentimos que Dios es el único Señor de nuestra vida con lo que alcanzamos la más hermosa libertad; bien sabemos que cuando dejamos que otras cosas se enseñoreen de nuestras vidas terminaremos siendo siempre esclavos que nos quitan lo más preciado de nuestra dignidad.

Y eso es lo que en verdad hoy celebramos. Y celebramos y nos unimos a la celebración celestial de todos los santos que antes que nosotros han recorrido el camino y ahora alaban eternamente a Dios en el cielo y celebramos que nosotros estamos queriendo hacer ese camino de santidad con lo que siempre nos sentiremos dichosos y felices como nos proclama Jesús en las bienaventuranzas. No es, pues, recordar y celebrar a los difuntos, porque estamos celebrando a los que viven, a los que estamos queriendo vivir esa santidad en el amor que Dios nos tiene.