jueves, 5 de noviembre de 2020

Como el pastor que busca la oveja perdida porque para él tiene su valor e importancia, buscamos y nos preocupamos del valor y de la dignidad de toda vida y toda persona

 


Como el pastor que busca la oveja perdida porque para él tiene su valor e importancia, buscamos y nos preocupamos del valor y de la dignidad de toda vida y toda persona

Filipenses 3, 3-8ª; Sal 104; Lucas 15, 1-10

Quizás en una civilización más urbana como la que estamos viviendo algunos no terminen de entender toda la hondura que quieren expresar algunas parábolas de Jesús como las que hoy nos propone nacidas más en un contexto rural y agrario, de trashumancia de ganados y del cuidado de aquellos animales que les servían para su sustento, pero que significaban mucho más en sus vidas. Hoy un poco lo vamos sustituyendo en nuestras ciudades y hasta en nuestros campos con las mascotas que adquirimos como animales que nos acompañan y que quienes los tienen saben de la relación entrañable que se puede establecer entre los humanos y sus animales de compañía.

Para algunos escuchar esta parábola que nos habla del pastor que hace lo imposible por encontrar a la oveja perdida quizás les pueda decir poco desde ese sentido urbano del que hemos hablado y una pérdida para alguno pueda significar un daño colateral a otras circunstancias que se puedan vivir y entonces no se le dé importancia. Son cosas que pasan dirán algunos. Pero Jesús nos está diciendo que para aquel pastor sí tiene importancia, como importancia tiene la moneda extraviada en la casa y que la mujer busca con tanto ahínco. ¿Una joya? ¿un recuerdo familiar? ¿el significado de un primer salario? ¿una herencia de antepasados que nos trae recuerdos e historias familiares vividas? Para aquella mujer no era una simple moneda. Tanto uno como otro al encontrar lo perdido o lo extraviado invitarán a sus amigos a unirse a la alegría y a la fiesta por haberlo recuperado.

Jesús ha propuesto la parábola en un entorno concreto; El buscaba a los pecadores y a los publicanos y no le importaba mezclarse con quien fuera con tal de ganar a alguno. Pensamos fácilmente en la salvación que Jesús nos está ofreciendo cuando a todos ofrece su perdón, a todos llama y a ninguno rechaza, cosa que no entenderán los escribas y los fariseos tan preocupados por sus purezas legales. ¿Cómo Jesús iba a sentar a su mesa a aquellos pecadores? ¿Pero Jesús no se había sentado también a la mesa del fariseo cuando tantas veces había denunciado su obstinación y su pecado?


Pero Jesús nos está hablando de algo todavía, podíamos decir, más profundo e importante. Nos está enseñando el valor de toda persona. Será algo que veremos repetido en el evangelio. Da igual la etiqueta de dignidad que nosotros les pongamos a los demás, porque ya sabemos cómo andamos con nuestras discriminaciones, nuestros separatismos, nuestros racismos… Todo ser humano tiene su dignidad y su grandeza, es una persona y en nuestro humanismo y antropología cristiana decimos más, porque decimos que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Por eso toda persona merece nuestro respeto, nuestra atención, nuestro cuidado.

Por eso cuidamos la vida, toda vida, aunque algunos hoy que se tienen por muy avanzados nos digan que hay vidas que no merecen existir por sus deficiencias, por sus enfermedades, por sus limitaciones y no sé cuantas cosas más que nos decimos. Importa poco hoy eliminar una vida que se está gestando en el seno de su madre, y lo mismo buscamos la eutanasia para eliminar a aquellos que ya consideramos inservibles para la sociedad. Pueden parecer fuertes estas palabras pero es en realidad lo que se está haciendo o se quiere hacer en nuestra sociedad.

Por eso buscamos, cuidamos, valoramos, nos preocupamos de todo ser humano; no los podemos dejar a su suerte; hemos de preocuparnos de su dignidad y de su grandeza como personas y así hemos de tratarlos; y queremos la mayor dignidad para toda persona, como también nos preocupamos de su salvación, de arrancarlos de esos pozos hondos en los que algunos quieren hundirse destrozando sus vidas y ya sabemos de cuántas maneras hoy nos podemos destrozar la vida.

Tenemos que sentir esa inquietud en el corazón, tenemos que saber poner manos a la obra, ponernos en camino para ir siempre al encuentro del otro al que siempre podemos ofrecerle vida, luz, sentido, valor para su existencia. Está en nuestras manos hacerlo. Nos lo está pidiendo hoy Jesús en el evangelio. Que sintamos también la alegría cuando ayudamos a recuperar la dignidad de alguien que se encontraba hundido en las miserias de la vida.

 

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