sábado, 5 de septiembre de 2020

Una mejor relación de amor con Dios es camino también para unas relaciones más humanas entre los diversos estamentos de la sociedad



Una mejor relación de amor con Dios es camino también para unas relaciones más humanas entre los diversos estamentos de la sociedad

1Corintios 4, 6b-15; Sal 144; Lucas 6, 1-5

Ha habido épocas, y quizás no tan lejanas en el tiempo, en que las relaciones entre unos y otros, incluso hasta en el ámbito de la familia, estaban excesivamente basadas en el temor. Se hablaba de respeto, pero realmente se creaba una confusión muy grande en la mente y en los sentimientos de las personas que el respeto se confundía con el temor.

No era raro que los hijos más que respetaran, desde un respeto en el amor, lo que tenían era un cierto temor a los padres; pero eso sucedía en todo cuanto significara autoridad, que muchas veces se manifestaba y se imponía desde la fuerza; y no hablamos solamente desde regímenes dictatoriales, sino que si nos fijamos bien aún quedan resabios de esos estilos en muchos que ostentan la autoridad y que tratan de imponer por la fuerza sus ideas o su manera de concebir la sociedad; no siempre es una oferta sino que muchas veces se convierte en una imposición.

¿Hijos de otros tiempos? Algunas veces lo queremos justificar desde esos baremos. ¿Estilos de vivir y de conformar la sociedad donde aún no se habían desarrollado debidamente las libertades de las personas?  Pero aún con la libertad que decimos que hemos conquistado sin embargo sigue habiendo temores y miedos ante los que se manifiestan como poderosos. ¿Falta de un progreso cultural? Todo es posible, pero también se nos quieren imponer nuevas culturas que no son siempre un auténtico desarrollo de la persona y en lo que todos no están totalmente de acuerdo o con deseo de que sea así.

Esos estilos y esas maneras pesaban en todos los aspectos de la vida, de nuestras relaciones de los unos con los otros y ¿por qué no decirlo?, también en nuestra relación con Dios. Demasiado se nos inculcó quizá una religión desde el temor. Siempre ante el misterio de lo desconocido nos sentimos como con temor porque no sabemos qué hay detrás de ese velo que cubre ese misterio. Y ante la inmensidad y el poder de Dios de alguna casi como de forma espontánea surgía también el temor en nuestra relación con la divinidad. En cierto modo las cosas extraordinarias nos asustan y crean temores en el corazón. Desde una religiosidad natural se veía incluso en esos hechos extraordinarios de la naturaleza una como imagen de lo sobrenatural que podía crear esos temores en el corazón humano.

Sin embargo el Dios que se nos revela no es un Dios para el temor, sino para el amor. Una lectura atenta de todo lo que llamamos la historia de la salvación nos hace descubrir un camino de amor por el que Dios se preocupa por el hombre y para él quiere lo mejor manifestando así incluso su poder. Decimos con demasiada facilidad que el Dios del Antiguo Testamento es el Dios del temor porque, repito, no siempre hemos sabido hacer una buena lectura de toda esa historia de la salvación.

Pero tenemos que reconocer que el Dios del Antiguo Testamento es el Dios que se nos reveló en Jesús, rostro del amor y de la misericordia de Dios, al que nos enseña Jesús que llamemos Padre. Y lo que Jesús nos va proponiendo en el evangelio como los parámetros del Reino de Dios que anuncia y que viene a constituir es precisamente esa nueva forma de relación con Dios que no puede ser nunca desde el temor, sino siempre desde el amor.

Es lo que les cuesta entender a tantos judíos de la época de Jesús; es lo que les cuesta entender a los fariseos y a los maestros de la ley de su tiempo. Habían fundamentado su relación con Dios en el cumplimiento de unos mandamientos y de una serie de normas y preceptos que los acompañaban, que quien no cumpliera esas normas y preceptos se veía abocado al castigo divino. Por eso eran tan celosos de sus preceptos, por eso les costaba entender esa nueva forma de relación con Dios en la libertad y en el amor. Por eso vienen con sus quejas y sus condenas porque los discípulos de Jesús no cumplen los preceptos del ayuno. No entienden lo nuevo que Jesús les presenta, no entienden esa relación con Dios desde el amor, desde una ofrenda de amor, desde una obediencia en la fe y en el amor.

Pero no juzguemos a los judíos de aquella época sino mirémonos a nosotros mismos que después de veinte siglos de cristianismo aún seguimos tan pendientes del cumplimiento para evitar el castigo. Seguimos en una religión del temor en lugar de una religión del amor, una religión de cumplimientos para quedar todos tranquilos, pero no una ofrenda de amor y una relación de amor con el Dios al que Jesús nos ha enseñado a llamar Padre.

Mucho quizá tendríamos que revisar en nuestra vida, en nuestras actitudes, en nuestros cumplimientos, en lo que hemos enseñado y gastado quizá tanto esfuerzo. Pero ¿hay de verdad una apertura a Dios desde el fondo de nuestro corazón? ¿Hay en verdad un saborear el amor que Dios nos tiene para así aprender a dar esa respuesta de amor? ¿Hay de verdad una oración que sea encuentro de amor, o nos hemos quedado en una oración ritual donde repetimos unas palabras y con ello ya pensamos que hemos hablado a Dios? Cuánto nos cuesta salirnos de nuestras rutinas, cuánto nos cuesta vivir de verdad todos los valores del Reino de Dios.

Aquello que decíamos de esa sociedad de poderes y autoridades, de temores y de cumplimientos lo hemos trasladado demasiado al pie de la letra también a nuestro estilo de relación con Dios. Y quizá fundamentándonos demasiado en esa religión del temor hemos convertido nuestras relaciones personales en unas relaciones frías y poco humanas por tantas barreras de distanciamientos que nos hemos puesto entre unos y otros y siguen con sus autoritarismos de imposición quienes tienen la misión del servicio a la comunidad.

viernes, 4 de septiembre de 2020

No son componendas de ritualidades sino un camino radical para beber y vivir el vino nuevo del Reino de Dios

 


No son componendas de ritualidades sino un camino radical para beber y vivir el vino nuevo del Reino de Dios

1Corintios 4, 1-5; Sal 36;  Lucas 5, 33-39

Somos muy fáciles para echar en cara a los demás aquellas cosas que no nos gustan, para estar fijándonos con un filtro muy fino cuanto hacen los demás pero ver por donde los podemos coger, los podemos atacar o echarle en cara aquello que consideramos que hacen mal. No digo que sea consecuencia de esa manera de actuar que tenemos en la política, que parece que siempre estamos en tensión, en que no somos capaces de admitir o aceptar lo bueno que puedan realizar los contrincantes, pero si hemos de reconocer que existe demasiado en nuestras relaciones esa forma de actuar. Al que no hace las cosas como a mí me parece que tendrían que ser buscamos la manera de destruirlo, estamos siempre atacando y queriendo desprestigiar.

Como decíamos eso se vive de una forma muy tensa en la sociedad y en la vida política, pero nos afecta a la paz y a la serenidad que tendríamos que llevar en el corazón para ayudarnos en verdad los unos a los otros a ser más felices y a hacer un mundo mejor. Eso puede afectar también a nuestras comunidades cristianas en que fácilmente nos contagiamos de los estilos del mundo que nos rodea, y donde incluso en esos aspectos de la vida religiosa muchas veces terminamos politizándolo todo, o haciéndolo a la manera de la política.

Eso se vivió en el entorno de Jesús. Por allá andaban siempre los fariseos y los maestros de la ley con ojo avizor atentos no solo a las palabras de Jesús, sino a su forma de actuar, pero terminaban también de alguna manera acosando a los que querían seguir el camino de Jesús. Y es que no habían terminado de entender, o no habían querido entender el mensaje de Jesús con toda la renovación profunda que Jesús nos pedía en el anuncio de la Buena Nueva del Reino de Dios.  Si nos anunciaba el Reino de Dios que habíamos de constituir justo era que todos los vestigios del reino viejo del pecado tendrían que desaparecer. Signo de ello eran los milagros que Jesús realizaba, pero era también esa nueva forma de vivir donde tendría que brillar esa paz del espíritu.

De muchas cosas rituales habían llenado sus vidas convirtiéndolas en cosas esenciales en la relación con Dios, pero que era de lo que había que desprenderse para vivir ese nuevo sentido de vida que Jesús nos ofrecía cuando nos liberaba de todo cuanto nos pudiera atar y esclavizar. Y muchas veces esos ritos se convertían en cosas esclavizantes que impedían vivir esa paz y esa alegría del corazón. Claro que tenemos que preguntarnos si acaso nosotros que nos decimos seguidores de Jesús también nos habremos llenado de muchas ataduras en ritualidades vacías de contenido que hacemos sin un profundo sentido de Cristo en el estilo del evangelio.

Lo que le plantean hoy a Jesús es por qué sus discípulos no ayunan como los discípulos de Juan o los discípulos de los fariseos. ¿Era en verdad para ellos el ayuno un signo purificador de sus vidas y de sus corazones o simplemente un rito que había que realizar vaciándolo de su verdadero sentido?

Jesús pide una renovación total de la vida. Y por eso nos habla de que no nos valen los remiendos, porque lo nuevo tira de lo viejo y hace un roto peor, nos dice. O nos habla de los odres nuevos para el vino nuevo. Dos imágenes de profundo significado. Ya Jesús nos había dejado el signo del vino nuevo en aquel milagro de las bodas de Caná de Galilea. El vino que Jesús ofrecía era un vino mejor que habría que aprender a saborear. Es el vino nuevo del evangelio que Jesús nos ofrece pero que necesita unos odres nuevos. Es esa vida nueva que hemos de vivir cuando en verdad optamos por el camino de Jesús. Es la radicalidad con que hemos de seguir a Jesús.

Recordamos aquel otro pasaje del evangelio en que alguien se ofrece para seguir a Jesús o Jesús le invita a seguirle. Como nos dice entonces no vale poner la mano en el arado y volver la vista atrás. Para seguir la línea recta de la arada hay que ir con la vista bien hacia delante en el punto a donde queremos llegar, si nos distraemos porque volvemos la vista a otro lado o queremos mirar para detrás la arada no seguirá esa línea recta sino que se desviará.

Es lo que nos pasa tantas veces en el camino del seguimiento de Jesús; parece que nos cuesta mirar hacia delante, parece que estamos añorando tiempos pasados o cosas del pasado que tendríamos que haber dejado totalmente de lado; así vamos caminando con nuestras tibiezas, nuestra falta de compromiso, nuestra poca radicalidad en el seguimiento de Jesús. No vamos atentos a lo principal sino que iremos distrayéndonos en ese camino y es cuando comenzamos al mismo tiempo a tener actitudes no muy positivas con aquellos que van a nuestro lado haciendo también el camino, como decíamos al principio de esta reflexión.

jueves, 3 de septiembre de 2020

Nuevos retos, nuevos horizontes, nuevos caminos se abren ante nosotros porque Jesús pone unas nuevas redes en nuestras manos para ser pescadores de hombres

 


Nuevos retos, nuevos horizontes, nuevos caminos se abren ante nosotros porque Jesús pone unas nuevas redes en nuestras manos para ser pescadores de hombres

1Corintios 3, 18-23; Sal 23; Lucas 5, 1-11

No creía que de ahí se podría obtener ese resultado, pensaba que nada se podía hacer, algo así decimos cuando nos sorprendemos de algo que se consiguió de donde nosotros pensábamos que no se podía sacar nada; lo habíamos dado por imposible. Será el fruto de un trabajo –cuantas veces nos pasa algo así en nuestras cosechas del campo -, será algo que se emprendió cuando nosotros lo dábamos por imposible, pero que llegó alguien capaz de iniciativas ilusionantes, con mucho empeño, y se propuso llevar adelante aquel proyecto y al final fueron buenos los resultados.

Quizá haga falta alguien que anime, alguien que sea de verdad emprendedor, que ponga ilusión en lo que hace y despierte en nosotros deseos de esforzarnos para obtener el resultado. Cuántas veces cuando se abren ante nosotros nuevas expectativas nos llenamos de miedo, no nos atrevemos a emprender, nos encerramos en lo que siempre se ha hecho y como se ha hecho siempre, parece que estamos como muertos que necesitamos que alguien nos despierte, nos resucite.

Jesús viene a decirnos que es posible un mundo nuevo, frente a tantos pesimismos con los que nos envolvemos; las rutinas nos pueden y nos vencen y no somos capaces de lanzarnos a algo nuevo, a hacer de verdad nuevo y mejor ese mundo del que no estamos tan contentos. Quizá alguna vez lo intentamos, pero costaba mucho, no hallábamos la forma ni la respuesta a esa inquietud que podía haber habido en nosotros y esa inquietud se murió. Es que lo intenté, es que tantas veces he querido hacer las cosas distintas, pero no he podido, he vuelto a las andadas.

¿No nos pareceremos en parte a Pedro que cuando Jesús le dice que reme mar adentro para echar las redes lo primero que hace es decir que estuvo toda la noche intentándolo y no consiguió nada? Es la respuesta que damos tantas veces. Nos falta esperanza, nos falta fe. Sin embargo en aquella ocasión a pesar de los pesimismos Pedro confió y echó la red. Porque Tú lo dices, ‘en tu nombre echará las redes’.

Y vaya que sí hubo pesca aquella mañana. Las redes reventaban  y hubo que llamar a otros pescadores que echaran una mano. Y el temor se apoderó de su corazón sorprendidos por lo que estaba sucediendo que parecía que no terminaban de creérselo. ‘Apártate de mi que soy un hombre pecador’, fue la reacción de Pedro y en cierto modo también de los otros pescadores que vinieron a ayudar. Pero ahí no se iba a terminar la cosa. ‘No temáis, desde ahora seréis pescadores de hombres’.

Un reto nuevo se abría ante ellos, los horizontes se ampliaban, había que emprender otros caminos y otras pescas. Ya sabemos que eso cuesta, porque tantas veces somos tan pesimistas, tan derrotistas. Pero aquellos pescadores se atrevieron a emprender la ‘aventura’ a la que Jesús les invitaba, porque allí dejaron las redes y las barcas y se fueron con Jesús.

Creo que es un buen toque de atención para nosotros que vivimos tan anquilosados, tanto siempre en lo mismo, tan encerrados en nuestras cositas de siempre, tan acobardados porque la tarea nos parece inmensa y que nos supera. Pero Jesús nos está llamando. Es ese mundo al que tenemos que ir a pescar, a anunciar el evangelio, que parece que ya viene de vuelta porque se creen sabérselo todo; a ese mundo y a esa iglesia nuestra, a esos cristianos de siempre que piensan que ya nada les puede sorprender, que nada nuevo pueden encontrar, que ya se dicen cristianos porque han realizado algunas prácticas religiosas pero que de ahí no pasan.

Son los mares en los que tenemos que ir a pescar, aunque la tarea nos parezca tan difícil, aunque digamos que ya lo intentamos pero no se logra nada; pero sí hay peces que pescar, sí hay personas a las que anunciar, sí hay gente que en el fondo está ansiosa de algo nuevo y parece que están esperando a que nosotros anunciemos, emprendamos algo nuevo. Nos sentimos pequeños, nos sentimos pecadores e inútiles, pero Jesús está poniendo esas nuevas redes en nuestras manos y ¿qué vamos a hacer? ¿Nos vamos a quedar remando por los mares de siempre o nos lanzaremos a la aventura a la que nos llama el Señor?

miércoles, 2 de septiembre de 2020

Sepamos encontrar esa señal de Jesús que nos acoge y despierta nuestra esperanza, pero con nuestra acogida seamos signo de Jesús para los que nos rodean

 


Sepamos encontrar esa señal de Jesús que nos acoge y despierta nuestra esperanza, pero con nuestra acogida seamos signo de Jesús para los que nos rodean

1Corintios 3, 1-9; Sal 32; Lucas 4, 38-44

Cuando encontramos a alguien en la vida con el que nos es fácil sintonizar no nos gustaría separarnos de él; nos sentimos escuchados, aunque algunas veces casi no pronunciemos palabra, pero es que en las actitudes, en los gestos o las palabras que esa persona tiene con nosotros nos damos cuenta que hay una sintonía especial; es la forma de acogernos, son las palabras que nos dice que nos llegan al corazón como respuestas a las inquietudes que llevamos dentro, podemos acercarnos a su lado sin ningún tipo de temor y aunque nos parece como un ser superior a nosotros le vemos tan cercano que es como si fuera nuestro amigo o familiar querido de toda la vida.

Nos sucede en los caminos de la amistad  en esos encuentros maravillosos que tenemos cuando hay alguien que sabe detenerse a nuestro lado. Y es que en el fondo estamos ansiosos por encontrar esa persona que nos escuche, no todo lo que llevamos dentro somos capaces de hablarlo con cualquiera, y algunas veces pasamos soledades interiores que son muy horribles cuando no tenemos o no podemos compartir lo que llevamos en el corazón.

Si en la vida fuéramos capaces de deternernos un poco más a la orilla del camino con los ojos y los oídos bien abiertos nos vamos a encontrar con muchos que viven en esas soledades y están deseando encontrar con quien compartir las inquietudes o los pesos que llevan en el corazón. Vamos demasiado absortos en lo nuestro que no nos damos cuenta de esas sintonías que podríamos establecer con los que caminan a nuestro lado que serán como ondas que se quedan en el aire sin que nadie las escuche o pesos en el corazón que nadie ha sabido aliviar. Es difícil muchas veces y nos cuesta.

Estoy hablando de esas situaciones humanas en que nos encontramos nosotros mismos o que podemos encontrar en el mundo que nos rodea, pero estoy hablado de lo que sucedió con la presencia de Jesús en principio por aquellos caminos, ciudades y aldeas de Galilea. Es lo que estamos viendo en el evangelio de hoy. Poco nos ha dicho hasta ahora el evangelio de lo que Jesús hacia, nos ha hablado de su presencia en la sinagoga de Nazaret y ahora en la de Cafarnaún donde ha ido a enseñar el sábado y donde ha liberado aquel hombre del espíritu inmundo que lo poseía.

Pero inmediatamente llevan a Jesús a casa de Simón porque la suegra está en cama con fiebre e inmediatamente vemos como se agolpan a la puerta de la casa multitudes con sus enfermos de todo tipo que acuden a Jesús.  ¿Cuál había sido la apertura del corazón que Jesús había manifestado? Había entrado en la sintonía de aquellas gentes que se sentían con muchas angustias e inquietudes, con muchas ataduras y esclavitudes del corazón, con muchas esperanzas que parecía que se veían frustradas porque nunca llegaban a realizarse y con muchas oscuridades en sus vidas para las que no veían una salida o un sentido a cuantos eran sus sufrimientos.

Pero allí está quien los escucha. Allí está con quien pueden sintonizar porque en El se vislumbran las respuestas y se abren de nuevo las esperanzas. Justo es que se agolpen con todas sus penas a la puerta o que no quieran dejarlo marchar a otros lugares. Quieren que Jesús se quede para siempre con ellos. ‘Todo el mundo te busca’, le dicen los más cercanos a Jesús.

¿Se despertará así nuestra esperanza con las palabras y la presencia de Jesús? También nosotros llevamos unas inquietudes en el corazón, también hay unas penas y unas frustraciones zarandeados como estamos por todo cuanto sucede en nuestro entorno. Saquemos a flote eso que llevamos dentro y que nos duele y nos hace sufrir; tenemos quien nos escuche, quien esté a nuestro lado, nos diga una palabra de vida y de esperanza. Vayamos a Jesús y deseemos ardientemente estar con El, no separarnos de El. Es lo que en el fondo estamos buscando aunque algunas veces andemos confundidos y dé la impresión que no sabemos ni lo que queremos. Somos parte también de ese ‘todos te buscan’.

Pero no olvidemos también una cosa. Aprendamos a sintonizar con los que están a nuestro lado que también tienen sus inquietudes y sus frustraciones; podemos y tenemos que ser ese signo de Jesús que llega a ellos a través de nuestra acogida.

martes, 1 de septiembre de 2020

Poniéndonos en camino de sinceridad dejémonos sorprender por Jesús y la profunda liberación que quiere realizar en nuestra vida

 


Poniéndonos en camino de sinceridad dejémonos sorprender por Jesús y la profunda liberación que quiere realizar en nuestra vida

1Corintios 2, 10b-16; Sal 144; Lucas 4, 31-37

En la sinagoga de Nazaret había proclamado: ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor’. Y al terminar de proclamar el texto de Isaías todo su comentario había sido: ‘Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír’.

No lo entendieron en Nazaret porque otros habían sido los filtros que habían puesto en los ojos de su corazón y por eso al final hasta pretenden despeñarlo por un barranco en las afueras del pueblo. Ahora ha llegado a Cafarnaún y aquellas sus palabras finales se están dando cumplimiento en lo que sucede en la sinagoga de Cafarnaún. No era solo un anuncio sino que el signo de la liberación allí se estaba realizando en aquel hombre al que ha curado. La sorpresa y admiración que se produce se transforma en fe. Los interrogantes que se suscitan en el corazón de aquellas personas desembocan en la fe.

‘Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí: ¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen’. Fue la reacción de la gente ante lo sucedido en la sinagoga. Aunque parecía que había resistencia a la presencia y a la acción de Jesús aquel hombre fue liberado de su mal con la palabra de Jesús. Sí, es el cumplimiento de lo anunciado en la sinagoga de Nazaret. Allí se estaba cumpliendo la Escritura. Y la fama de Jesús se iba extendiendo por todas partes comentará el evangelista.

También en nosotros ha de provocar la fe, hacernos crecer en nuestra fe descubriendo la verdadera liberación que Jesús quiere realizar en nuestra vida. En este caso es un hombre poseído por un espíritu maligno, en otras ocasiones aparecerán las limitaciones que la enfermedad produce en la gente; paralíticos, ciegos, sordomudos, leprosos acudían a Jesús, pero no siempre era la enfermedad física la que creaba esas limitaciones en las personas.

Bien sabemos cuantas cosas nos paralizan cuando nos dejamos arrastrar por la insolidaridad y por el egoísmo, cuántas cegueras porque no queremos ver, porque nos molesta la luz de la verdad, y así podíamos pensar en tantas cosas. Cada uno, aunque muchas veces nos cueste reconocerlo, sabemos de nuestros apegos, de las cosas que nos cierran la mente y el corazón. Muchas veces también como aquel hombre de la sinagoga ponemos nuestras resistencias, cerramos nuestros oídos para no escuchar, nos vamos en huida de allí donde nos pueden hacer ver la verdad y la luz, o queremos vivir despreocupados como aquellas mujeres de la parábola que no fueron precavidas para tener suficiente aceite para mantener la luz encendida.

Pero hemos de dejar que Jesús llegue a nosotros, nos tienda la mano,  nos dirija su palabra de vida, nos levante de nuestras camillas donde al final muchas veces hasta nos sentimos cómodos. Dejémonos sorprender por Jesús y la liberación que nos ofrece; sintamos cual es la verdadera salvación que El quiere para nosotros. No nos vale una confesión rutinaria como tantas veces hacemos limitándonos a repetir siempre lo mismo, sino que con sinceridad seamos capaces de ver lo que dentro de nosotros nos está haciendo tanto daño y de lo que Jesús quiere liberarnos. Nos cuesta pero necesitamos esa sinceridad en nuestra vida para que haya un verdadero encuentro salvador con el Señor.

 

 

lunes, 31 de agosto de 2020

Aprendamos a rastrear las huellas que Dios va dejando a su paso a nuestro lado para que así nos podamos enriquecer con los dones de Dios

 


Aprendamos a rastrear las huellas que Dios va dejando a su paso a nuestro lado para que así nos podamos enriquecer con los dones de Dios

1Corintios 2, 1-5; Sal 118; Lucas 4, 16-30

Rastrear las huellas del paso de algo o de alguien a nuestro lado en la vida a los humanos algunas veces nos resulta tarea no fácil. Sin embargo observamos a nuestros animalitos de compañía o mascotas cómo olfatean por donde quiera que van buscando el rastro de otros animales que puedan ocupar su territorio, o como con su olfato son capaces ponerse ojo avizor ante cualquiera que pueda acercarse que no es de su agrado. Recuerdo también cuando era más joven utilizar dinámicas de rastreo para seguir con los adolescentes con los que trabajábamos una ruta determinada pero a través de una serie de huellas y mensajes ocultos para llegar a una meta, o como se trataba de aprender a distinguir en dinámicas realizadas en el campo o la montaña la huella de las pisadas que dejaba un animal diferenciando unos de otros.

¿A qué viene toda esta introducción? Es que los hombres tendríamos que aprender a descubrir y saber interpretar las huellas del paso de Dios que El nos va dejando en los caminos de la vida para que así aprendamos a encontrarnos con El. ¿Serán huellas imperceptibles y por eso nos es tan difícil reconocerlas? Lo que nos sucede es que quizá hemos perdido la sensibilidad para descubrir esa sintonía de Dios, que no es solo música sino que en los hechos que acontecen en nuestro entorno o en las personas con las que nos relacionamos o con las que nos vamos cruzando en la vida hemos de aprender a descubrir esas señales de Dios, esas huellas del actuar de Dios en nosotros y para nosotros.

y digo es necesario saber discernir esa sintonía, porque no es a lo que a nosotros nos parece, no es simplemente lo que nosotros deseamos o cómo nos lo imaginamos, sino que es la forma en que El se nos quiere manifestar que siempre será de mayor riqueza que todo lo que nosotros podamos imaginar. Buscamos, pero a nuestra manera; deseamos pero que sea a nuestro gusto; queremos encontrar a Dios pero lo queremos hacer a nuestra imagen y semejanza, como nosotros nos lo imaginamos, y Dios nos supera en todas esas cosas, pero lo hace de una forma maravillosa, pero mucho más sencilla de todas las complicaciones que nosotros muchas veces nos armamos en nuestra cabeza para conocer a Dios. Los filtros humanos que nosotros utilizamos no nos valen para descubrir a Dios, porque en nuestra imperfección podrían incluso desenfocar la imagen.

Es lo que les sucedió a las gentes de Nazaret. Allí estaba Dios en medio de ellos, pero no supieron sintonizar con esos pasos de Dios. Al principio se habían sorprendido y hasta llenado de orgullo patrio con las palabras de Jesús aquel sábado en la sinagoga, pero pronto comenzaron a poner sus filtros. Era el hijo del José el carpintero; si se había criado en el pueblo ¿de donde le venía toda aquella sabiduría?; sin tan poderoso era como decían que se manifestaba en Cafarnaún y otras aldeas de Galilea, ¿dónde estaban sus milagros que allí no realizaba ninguno? Y así fueron poniendo sus pegas, iban poniendo sus filtros para escuchar a Jesús y no llegaron a descubrir que allí estaba el paso de Dios en medio de ellos. Al final terminaron echándolo y pretendían arrojarlo por un precipicio.

Era lo que decía que nosotros necesitamos aprender a entrar en esa sintonía de Dios pero tal como Dios quiere manifestársenos y dejarnos sus señales. Tenemos que aprender a descubrir esas huellas de Dios que se nos manifiesta y que nos llama de tantas maneras. Pero no pongamos filtros, no pongamos condiciones, dejémonos sorprender por Dios, abramos los ojos de la fe y podremos ir viendo esa presencia de Dios hasta en esas cosas que algunas veces nos pueden resultar desagradables o dolorosas.

Pasan tantas personas a nuestro lado que nos tendrían que hacer percibir esa huella de Dios, ese olor de Dios, pero no sabemos olfatear, porque buscamos otros perfumes, pero no buscamos el perfume de Dios. Olfateemos y sepamos percibir lo que son los perfumes del amor, de la entrega, de la generosidad, de la solidaridad que podemos descubrir en tantos; sepamos percibir esos perfumes que nos hablan de la sinceridad de la vida de las personas, de la autenticidad que podemos descubrir en tantos, sepamos captar la verdad de cada persona y la fuerza con que luchan por hacer un mundo mejor, e iremos entonces descubriendo huellas de Dios.

Y es que el Espíritu del Señor se manifiesta de muchas maneras en cuanto sucede en nuestro entorno, en cuanto viven las personas que están a nuestro lado y será entonces cuando descubramos de verdad esas huellas de Dios. Y claro, pensemos también que nosotros podemos convertirnos en huellas de Dios para los que vienen a nuestro encuentro; que no los defraudemos, que pueda aspirar el buen olor de Cristo también en nuestras vidas.

domingo, 30 de agosto de 2020

Hemos de ponernos en camino de subida con Jesús a Jerusalén alejándonos de los criterios humanos y dejándonos iluminar por los valores del evangelio

 


Hemos de ponernos en camino de subida con Jesús a Jerusalén alejándonos de los criterios humanos y dejándonos iluminar por los valores del evangelio

Jeremías 20, 7-9; Sal 62; Romanos 12, 1-2; Mateo 16, 21-27

Ya quisiéramos nosotros que la vida transcurriera sin sobresaltos, vivida con toda serenidad, todo fluyera como una balsa de aceite. Queremos paz, queremos ser felices, queremos que todo marche bien. Pero cuando todo va marchando como sobre ruedas bien lubrificadas para seguir con la imagen del aceite, pero alguien nos recuerda que no siempre todo va a ser así, que tenemos que prepararnos porque pueden venir tiempos difíciles, no nos lo creemos, lo llamamos pájaro de mal agüero, y queremos quitarnos esos pensamientos de la cabeza. Pero siempre sinceros nos damos cuenta que la vida no está exenta de luchas y violencias, de contratiempos y de momentos en que todo se nos puede poner en contra.

Nos sucede en lo que es la vida de cada día con sus luchas y tormentas, aunque tengamos también muchos momentos de paz y de concordia, que todo hay que reconocerlo, pero nos sucede en nuestra vida espiritual, en nuestros buenos deseos de vivir una buena vida cristiana, y ya desearíamos tiempos como de cristiandad donde parecía que todo le marchaba bien a la Iglesia como si fuera de triunfo en triunfo. Algunas veces los mayores nos ponemos a añorar otros tiempos que nos parecía que las cosas eran más fáciles y en que creíamos que todos teníamos una fe igual, pero quizás subterráneamente las cosas no estaban marchando con esa imagen idílica que nos habíamos creado en nuestros sueños.

Y esto nos sucede, por ejemplo en este ámbito de la religión y de la Iglesia, porque quizá no hemos terminado de saber leer bien el evangelio teniendo muy presente todo lo que Jesús allí nos enseña. Hoy lo vemos en concreto en el texto que se nos ofrece en este domingo.

Parecía que todo era muy bonito; venían de allá casi a las afueras de palestina por el norte donde habían terminado por hacer una hermosa profesión de fe en Jesús. Quizá atravesando aquellas poblaciones de Galilea se encontraban con facilidad que la gente salía al paso de Jesús, quería seguirle y se reunían numerosos para escucharle. Parecían momentos de triunfo, aunque no están ocultos aquellos que comenzaban ya a tramar contra Jesús. Por eso Jesús comienza a hacerles los anuncios que les hace.

Van a subir a Jerusalén por la fiesta de la pascua y allí sabe Jesús que hay muchos de los principales del pueblo, fariseos, saduceos, maestros de la ley, sacerdotes y servidores del templo a los que no les gustan las palabras y los signos de Jesús. Jesús es fiel a su misión de anuncio del Reino de Dios y se sabe enviado del Padre con esa misión, pero van a atentar contra El. Es lo que les anuncia a los discípulos, la subida a Jerusalén no va a tener momentos fáciles sino todo lo contrario, porque terminarán entregándolo a manos de los gentiles para quitarlo de en medio, como lo están deseando. Pero los discípulos no entienden estas palabras de Jesús.

Como vemos Pedro se llevará aparte a Jesús para quitarle esas ideas de la cabeza, pero Jesús lo apartará poco menos que violentamente diciéndole que él no piensa como Dios sino como los hombres, que se quite de su vista porque está siendo una tentación para El que tanto le está costando también esa subida a Jerusalén. Tiene que descubrir cual es de verdad la visión de Dios, del Padre en quien Jesús se confía plenamente y para entender estas palabras de Jesús nuestra visión tiene que ser totalmente distinta.

Será difícil porque seguir a Jesús tiene sus exigencias. No es que Jesús quiera ponernos el camino duro, sino que tenemos que estar fortalecidos de verdad para esa dureza del camino que nos vamos a encontrar. Por eso hemos de tener fortaleza en nosotros mismos porque tenemos que saber negarnos, porque tenemos que saber asumir la cruz que tengamos que llevar, porque cuando nos entregamos en ese camino de Jesús que es camino de entrega y de amor, eso nos llevará a momentos dolorosos de saber negarnos a nosotros mismos porque lo que importa es esa entrega que estamos haciendo, ese bien que queremos para los demás y que queremos para nuestro mundo. Quizá tengamos que sacrificarnos en cosas que para nosotros parecerían buenas, pero lo hacemos con gusto porque amamos, como se sacrifica la madre por su hijo porque lo ama, se entrega el enamorado por su amada porque es el amor de su vida.

Pero pesa mucho en nosotros esa visión tan terrena de las cosas y de la vida. Tú piensas como los hombres, que le dice Jesús a Pedro. Seguimos muchas veces pensando con los criterios del mundo, y entonces tratamos de acomodarnos, de suavizar las cosas, de evitar lo que nos pudiera resultar duro, y así tenemos un amor descafeinado porque llegamos solamente hasta donde no tengamos que sacrificarnos mucho, hasta donde no perdamos nuestros poderes, hasta donde no tengamos que arrancarnos de nuestros apegos, hasta donde no tengamos que vaciarnos de nosotros mismos inclusive de aquellas cosas que poseemos. Cuando nos cuesta cambiar ese chip de nuestra mente, de nuestro corazón para tener el pensamiento y la mirada de Dios.

Y tenemos que reconocer que eso nos pasa en nuestro nivel personal, pero eso nos puede estar pasando como comunidad cristiana, nos puede estar pasando también en el ámbito de nuestra Iglesia. Siempre tenemos que estar en estado de conversión para que podamos ser en verdad esa iglesia verdaderamente misionera que vive y anuncia toda la radicalidad del evangelio de Jesús.