lunes, 31 de agosto de 2020

Aprendamos a rastrear las huellas que Dios va dejando a su paso a nuestro lado para que así nos podamos enriquecer con los dones de Dios

 


Aprendamos a rastrear las huellas que Dios va dejando a su paso a nuestro lado para que así nos podamos enriquecer con los dones de Dios

1Corintios 2, 1-5; Sal 118; Lucas 4, 16-30

Rastrear las huellas del paso de algo o de alguien a nuestro lado en la vida a los humanos algunas veces nos resulta tarea no fácil. Sin embargo observamos a nuestros animalitos de compañía o mascotas cómo olfatean por donde quiera que van buscando el rastro de otros animales que puedan ocupar su territorio, o como con su olfato son capaces ponerse ojo avizor ante cualquiera que pueda acercarse que no es de su agrado. Recuerdo también cuando era más joven utilizar dinámicas de rastreo para seguir con los adolescentes con los que trabajábamos una ruta determinada pero a través de una serie de huellas y mensajes ocultos para llegar a una meta, o como se trataba de aprender a distinguir en dinámicas realizadas en el campo o la montaña la huella de las pisadas que dejaba un animal diferenciando unos de otros.

¿A qué viene toda esta introducción? Es que los hombres tendríamos que aprender a descubrir y saber interpretar las huellas del paso de Dios que El nos va dejando en los caminos de la vida para que así aprendamos a encontrarnos con El. ¿Serán huellas imperceptibles y por eso nos es tan difícil reconocerlas? Lo que nos sucede es que quizá hemos perdido la sensibilidad para descubrir esa sintonía de Dios, que no es solo música sino que en los hechos que acontecen en nuestro entorno o en las personas con las que nos relacionamos o con las que nos vamos cruzando en la vida hemos de aprender a descubrir esas señales de Dios, esas huellas del actuar de Dios en nosotros y para nosotros.

y digo es necesario saber discernir esa sintonía, porque no es a lo que a nosotros nos parece, no es simplemente lo que nosotros deseamos o cómo nos lo imaginamos, sino que es la forma en que El se nos quiere manifestar que siempre será de mayor riqueza que todo lo que nosotros podamos imaginar. Buscamos, pero a nuestra manera; deseamos pero que sea a nuestro gusto; queremos encontrar a Dios pero lo queremos hacer a nuestra imagen y semejanza, como nosotros nos lo imaginamos, y Dios nos supera en todas esas cosas, pero lo hace de una forma maravillosa, pero mucho más sencilla de todas las complicaciones que nosotros muchas veces nos armamos en nuestra cabeza para conocer a Dios. Los filtros humanos que nosotros utilizamos no nos valen para descubrir a Dios, porque en nuestra imperfección podrían incluso desenfocar la imagen.

Es lo que les sucedió a las gentes de Nazaret. Allí estaba Dios en medio de ellos, pero no supieron sintonizar con esos pasos de Dios. Al principio se habían sorprendido y hasta llenado de orgullo patrio con las palabras de Jesús aquel sábado en la sinagoga, pero pronto comenzaron a poner sus filtros. Era el hijo del José el carpintero; si se había criado en el pueblo ¿de donde le venía toda aquella sabiduría?; sin tan poderoso era como decían que se manifestaba en Cafarnaún y otras aldeas de Galilea, ¿dónde estaban sus milagros que allí no realizaba ninguno? Y así fueron poniendo sus pegas, iban poniendo sus filtros para escuchar a Jesús y no llegaron a descubrir que allí estaba el paso de Dios en medio de ellos. Al final terminaron echándolo y pretendían arrojarlo por un precipicio.

Era lo que decía que nosotros necesitamos aprender a entrar en esa sintonía de Dios pero tal como Dios quiere manifestársenos y dejarnos sus señales. Tenemos que aprender a descubrir esas huellas de Dios que se nos manifiesta y que nos llama de tantas maneras. Pero no pongamos filtros, no pongamos condiciones, dejémonos sorprender por Dios, abramos los ojos de la fe y podremos ir viendo esa presencia de Dios hasta en esas cosas que algunas veces nos pueden resultar desagradables o dolorosas.

Pasan tantas personas a nuestro lado que nos tendrían que hacer percibir esa huella de Dios, ese olor de Dios, pero no sabemos olfatear, porque buscamos otros perfumes, pero no buscamos el perfume de Dios. Olfateemos y sepamos percibir lo que son los perfumes del amor, de la entrega, de la generosidad, de la solidaridad que podemos descubrir en tantos; sepamos percibir esos perfumes que nos hablan de la sinceridad de la vida de las personas, de la autenticidad que podemos descubrir en tantos, sepamos captar la verdad de cada persona y la fuerza con que luchan por hacer un mundo mejor, e iremos entonces descubriendo huellas de Dios.

Y es que el Espíritu del Señor se manifiesta de muchas maneras en cuanto sucede en nuestro entorno, en cuanto viven las personas que están a nuestro lado y será entonces cuando descubramos de verdad esas huellas de Dios. Y claro, pensemos también que nosotros podemos convertirnos en huellas de Dios para los que vienen a nuestro encuentro; que no los defraudemos, que pueda aspirar el buen olor de Cristo también en nuestras vidas.

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