domingo, 30 de agosto de 2020

Hemos de ponernos en camino de subida con Jesús a Jerusalén alejándonos de los criterios humanos y dejándonos iluminar por los valores del evangelio

 


Hemos de ponernos en camino de subida con Jesús a Jerusalén alejándonos de los criterios humanos y dejándonos iluminar por los valores del evangelio

Jeremías 20, 7-9; Sal 62; Romanos 12, 1-2; Mateo 16, 21-27

Ya quisiéramos nosotros que la vida transcurriera sin sobresaltos, vivida con toda serenidad, todo fluyera como una balsa de aceite. Queremos paz, queremos ser felices, queremos que todo marche bien. Pero cuando todo va marchando como sobre ruedas bien lubrificadas para seguir con la imagen del aceite, pero alguien nos recuerda que no siempre todo va a ser así, que tenemos que prepararnos porque pueden venir tiempos difíciles, no nos lo creemos, lo llamamos pájaro de mal agüero, y queremos quitarnos esos pensamientos de la cabeza. Pero siempre sinceros nos damos cuenta que la vida no está exenta de luchas y violencias, de contratiempos y de momentos en que todo se nos puede poner en contra.

Nos sucede en lo que es la vida de cada día con sus luchas y tormentas, aunque tengamos también muchos momentos de paz y de concordia, que todo hay que reconocerlo, pero nos sucede en nuestra vida espiritual, en nuestros buenos deseos de vivir una buena vida cristiana, y ya desearíamos tiempos como de cristiandad donde parecía que todo le marchaba bien a la Iglesia como si fuera de triunfo en triunfo. Algunas veces los mayores nos ponemos a añorar otros tiempos que nos parecía que las cosas eran más fáciles y en que creíamos que todos teníamos una fe igual, pero quizás subterráneamente las cosas no estaban marchando con esa imagen idílica que nos habíamos creado en nuestros sueños.

Y esto nos sucede, por ejemplo en este ámbito de la religión y de la Iglesia, porque quizá no hemos terminado de saber leer bien el evangelio teniendo muy presente todo lo que Jesús allí nos enseña. Hoy lo vemos en concreto en el texto que se nos ofrece en este domingo.

Parecía que todo era muy bonito; venían de allá casi a las afueras de palestina por el norte donde habían terminado por hacer una hermosa profesión de fe en Jesús. Quizá atravesando aquellas poblaciones de Galilea se encontraban con facilidad que la gente salía al paso de Jesús, quería seguirle y se reunían numerosos para escucharle. Parecían momentos de triunfo, aunque no están ocultos aquellos que comenzaban ya a tramar contra Jesús. Por eso Jesús comienza a hacerles los anuncios que les hace.

Van a subir a Jerusalén por la fiesta de la pascua y allí sabe Jesús que hay muchos de los principales del pueblo, fariseos, saduceos, maestros de la ley, sacerdotes y servidores del templo a los que no les gustan las palabras y los signos de Jesús. Jesús es fiel a su misión de anuncio del Reino de Dios y se sabe enviado del Padre con esa misión, pero van a atentar contra El. Es lo que les anuncia a los discípulos, la subida a Jerusalén no va a tener momentos fáciles sino todo lo contrario, porque terminarán entregándolo a manos de los gentiles para quitarlo de en medio, como lo están deseando. Pero los discípulos no entienden estas palabras de Jesús.

Como vemos Pedro se llevará aparte a Jesús para quitarle esas ideas de la cabeza, pero Jesús lo apartará poco menos que violentamente diciéndole que él no piensa como Dios sino como los hombres, que se quite de su vista porque está siendo una tentación para El que tanto le está costando también esa subida a Jerusalén. Tiene que descubrir cual es de verdad la visión de Dios, del Padre en quien Jesús se confía plenamente y para entender estas palabras de Jesús nuestra visión tiene que ser totalmente distinta.

Será difícil porque seguir a Jesús tiene sus exigencias. No es que Jesús quiera ponernos el camino duro, sino que tenemos que estar fortalecidos de verdad para esa dureza del camino que nos vamos a encontrar. Por eso hemos de tener fortaleza en nosotros mismos porque tenemos que saber negarnos, porque tenemos que saber asumir la cruz que tengamos que llevar, porque cuando nos entregamos en ese camino de Jesús que es camino de entrega y de amor, eso nos llevará a momentos dolorosos de saber negarnos a nosotros mismos porque lo que importa es esa entrega que estamos haciendo, ese bien que queremos para los demás y que queremos para nuestro mundo. Quizá tengamos que sacrificarnos en cosas que para nosotros parecerían buenas, pero lo hacemos con gusto porque amamos, como se sacrifica la madre por su hijo porque lo ama, se entrega el enamorado por su amada porque es el amor de su vida.

Pero pesa mucho en nosotros esa visión tan terrena de las cosas y de la vida. Tú piensas como los hombres, que le dice Jesús a Pedro. Seguimos muchas veces pensando con los criterios del mundo, y entonces tratamos de acomodarnos, de suavizar las cosas, de evitar lo que nos pudiera resultar duro, y así tenemos un amor descafeinado porque llegamos solamente hasta donde no tengamos que sacrificarnos mucho, hasta donde no perdamos nuestros poderes, hasta donde no tengamos que arrancarnos de nuestros apegos, hasta donde no tengamos que vaciarnos de nosotros mismos inclusive de aquellas cosas que poseemos. Cuando nos cuesta cambiar ese chip de nuestra mente, de nuestro corazón para tener el pensamiento y la mirada de Dios.

Y tenemos que reconocer que eso nos pasa en nuestro nivel personal, pero eso nos puede estar pasando como comunidad cristiana, nos puede estar pasando también en el ámbito de nuestra Iglesia. Siempre tenemos que estar en estado de conversión para que podamos ser en verdad esa iglesia verdaderamente misionera que vive y anuncia toda la radicalidad del evangelio de Jesús.

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