sábado, 25 de julio de 2020

Como Santiago formemos parte del grupo de los inseparables de Jesús pero tomemos su testigo para arremangarnos la toalla del servicio para curar las heridas de nuestro mundo



Como Santiago formemos parte del grupo de los inseparables de Jesús pero tomemos su testigo para arremangarnos la toalla del servicio para curar las heridas de nuestro mundo

Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Sal 66; 2Corintios 4, 7-15; Mateo 20, 20-28
Un día había escuchado la llamada de Jesús. Estaba con su hermano Juan en la barca de su padre, Zebedeo, junto a otros jornaleros que tenían para el trabajo arreglando las redes para cuando de nuevo tocara salir a pescar. Había pasado Jesús y los había invitado a seguirle. Lo habían dejado todo, las redes, la barca, a su padre y se habían ido con Jesús. También su hermano Juan había escuchado la misma llamada y otros pescadores más allá también habían escuchado la invitación de Jesús, Simón y Andrés.
Por supuesto no podemos pensar que fue el primer encuentro con Jesús. Llevaba días rondando aquellas orillas del mar de Galilea, se había levantado en la sinagoga a hacer el comentario a la Ley y los profetas, en cualquier rincón se reunía con la gente para hablarles del Reino de Dios. Ellos también estarían en la Sinagoga, como formarían parte del grupo de la gente sencilla que se acercaba a escuchar a aquel nuevo profeta.  Además, estaban en la familia, eran parientes, su madre probablemente era hermana de María, la madre de Jesús. Algo conocían ya de la Buena Nueva que Jesús andaba anunciando.
Habría otro momento más adelante, que tratando de ayudar a Pedro porque a la Palabra de Jesús había cogido una redada tan grande que se reventaban las redes, también se había sorprendido por el poder de Jesús y las maravillas que realizaba y había escuchado de nuevo la misma invitación. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’.
Y con Jesús andaban ahora por todas partes, con El se reunían como amigos para escucharle aquellas palabras nuevas que Jesús decía y se sentían ya entusiasmados por Jesús; cuando partían de un lugar para otro, de aldea en aldea, ellos eran ya del grupo de los inseparables que iban siempre con Jesús. Para ellos tenía Jesús palabras aparte donde les explicaba con todo detalle aquellas parábolas que le ponía a la gente. Ellos estaban siendo esa tierra buena donde era sembrada la semilla y prometía que un día podría dar fruto.
Las gentes decían que nadie hablaba como El, y que un gran profeta había aparecido en medio del pueblo; las esperanzas de la venida del Mesías se avivaban y ya había algunos que pensaban si acaso Jesús no sería el Mesías. Claro que los sueños que ellos tenían sobre el Mesías que esperaban no se parecían mucho al estilo de vida que Jesús les enseñaba. Pero es normal que los sueños se despierten y comiencen también las aspiraciones. Si era el Mesías un día habría de manifestarse con mucho poder, y claro ellos que estaban cerca participarían de ese poder y de esa gloria. Normal que runrunearan en sus corazones esas aspiraciones.
¿Se atrevían ellos a presentárselas al Maestro? Entre ellos muchas veces hablaban de estas cosas y también soñaban con quien iba a ser el primero que tuviera más poder. Son cosas que brotan casi espontáneamente en el corazón de los hombres, porque a cualquiera le amarga un dulce. ¿Y si alguno se adelantaba? Se valen de madre, aquí los parentescos aparecen con sus propias influencias. Y allí se presenta la madre que tiene una petición que hacerle al Maestro, aunque ella ya de alguna manera lo estaba mirando como el Mesías anunciado. Tengo una petición que hacerte. ‘Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda’. Jesús se les quedaría mirando. ¿Sabían ellos bien lo que estaban pidiendo? ¿Habrían terminado de entender lo que era su misión y cuál era la salvación que El ofrecía? ‘No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’
Ellos parece que están dispuestos a todo y con prontitud responden aunque no sé si conscientes de lo que significaban las palabras de Jesús. Pero su cáliz lo beberán, pero los primeros puestos no se reparten de esa manera. En el Reino nuevo que Jesús anuncia el camino es el del amor y el del servicio. Solo el que sabe amar hasta el final, hasta ser capaz de dar la vida, al que no le importa hacerse el ultimo y el servidor de todos, es el que va a ser en verdad grande. Su Reino no es la manera de los reinos de este mundo, su poder no es como el poder de los poderosos de este mundo. Otro ha de ser el camino y el sentido de la vida.
Nos quedamos aquí contemplando esta escena del evangelio y tratando de verla reflejada en lo que ha de ser la vida de los cristianos de hoy y en lo que ha de ser el estilo de la Iglesia. Cuando hoy celebramos al apóstol Santiago y nosotros los españoles lo miramos como nuestro especial protector y como el primero que nos trajo el anuncio del evangelio de Jesús, nos quedamos rumiando esta escena, nos quedamos rumiando las palabras de Jesús a ver si convencemos de verdad que nuestra vida ha de ser el servicio.
Sentimos en nuestros corazones – o habríamos de sentirlo – el ardor misionero del apóstol que llegó a nuestras tierras y recogemos de su mano el testigo porque es lo que nosotros hemos de seguir haciendo. En esa España nuestra que con tanto orgullo decimos tantas veces católica tenemos que darnos cuenta que es necesario un nuevo anuncio del evangelio, una reenvangelización porque ya no todos conocen a Jesús, ya no todos viven esos valores del evangelio. Nuestra ‘católica’ España medio se ha descristianizado y otra vez hemos de sembrar con ardor la semilla del evangelio. Lo anunciamos y proclamamos como queremos proclamar bien alto nuestra fe, pero no olvidemos del testimonio que tenemos que dar.
No nos importe que no contemos entre fuerzas y poderes, pero sí que tenemos que sentir que haciéndonos los últimos y los servidores de todos es como mejor haremos ese anuncio. Despojémonos – despójese la Iglesia también en sus dirigentes y llamadas jerarquías – de esos boatos del poder para arremangarnos la toalla a la cintura para ir a lavarle los pies a nuestros hermanos. Muchos ropajes de apariencias de poder no nos valen para poder arrodillarnos junto al hermano que sufre y es por ahí donde tenemos que comenzar a limpiar y curar sus heridas. Bajémonos de ese caballo donde nos hemos subido, como subimos también al apóstol santiago, para utilizar como mucho el humilde borrico que utilizó Jesús en su entrada en Jerusalén.


viernes, 24 de julio de 2020

Hay que salir a todos los terrenos a sembrar la semilla no temiendo las dificultades de acogida que podamos encontrar porque Jesús nos envió a todos sin distinción


Hay que salir a todos los terrenos a sembrar la semilla no temiendo las dificultades de acogida que podamos encontrar porque Jesús nos envió a todos sin distinción

Jeremías 3, 14-17; Sal.: Jer 31, 10. 11-12ab. 13; Mateo 13, 18-23
Al romperse el ritmo de la lectura continuada en esta semana por distintas celebraciones parece que nos queda a trasmano la explicación de la parábola del sembrador que hoy escuchamos en el evangelio. Cuando los discípulos llegaron a casa con Jesús le preguntaron por el sentido de las parábolas, por qué les hablaba en parábolas y el significado en este caso concreto de la parábola del sembrador.
Muy propio del lenguaje oriental es ser muy expresivos en sus imágenes para explicarnos cualquier cosa; incluso en el lenguaje ordinario en los saludos de los encuentros, por ejemplo, el interesarse por la familia o los seres queridos solía ir acompañado de grandes párrafos llenos de imágenes para expresar el aprecio que sentían por la familia.
De todas maneras son válidas en todos los lugares y en todos los tiempos las imágenes para expresarnos las cosas y en el mundo de comunicación en que vivimos y de medios audiovisuales de todo tipo bien sabemos como aquello que se nos presenta con unas imágenes determinadas está pensado para trasmitirnos un mensaje, para decirnos de una forma agradable o de una forma sutil muchas cosas que nos puedan interesar o ayudar. No es cuestión solo de imaginación de una riqueza del lenguaje que así quizá de manera sencilla sin embargo se hace profundo en sus contenidos que llegamos a comprender mejor.
Ya esta misma página con la que me comunico con ustedes la misma titulación ya está expresada con una imagen, la semilla que sembramos cada día (http://la-semilla-de-cada-dia.blogspot.com/), para indicar la intención y el mejor deseo de hacer que estas reflexiones sean semilla que llegue a nuestra vida y nos ayude a tener los mejores frutos de nuestra existencia y en este caso concreto de nuestro seguimiento de Jesús.
La semilla está ahí con todo su potencial, podríamos decir, en sí encierra un misterio de vida pero que tenemos que hacer germinar para que surja la nueva planta que un día nos dé los mejores frutos. Ni podemos dejar guardaba para siempre esa semilla porque podría perder su virtualidad, ni la podemos sembrar de cualquier manera si luego esa nueva planta que surge no le prestamos los necesarios cuidados para que pueda no solo brotar sino crecer y un día nos ofrezca las flores anuncio de los prometidos y ansiados frutos.
Es cierto que el sembrador de la parábola va sembrando a voleo, que es la forma habitual de sembrarla, porque quiere que llegue esa semilla a todos los campos y a todos los terrenos. Y es que la Palabra de Dios no la podemos encerrar ni podemos estar escogiendo a quien se la ofrecemos sino que su riqueza de vida es para todos y a todos se ha de ofrecer. Y aunque en la parábola nos encontramos con la dificultades de esos diversos terrenos donde ha caído la semilla que no siempre va a tener el cuidado necesario para que germine y llegue a fructificar, sin embargo ese hecho nos está también queriendo decir mucho a los cristianos de hoy a la hora de hacer esa siembra.
Quizá muy obsesionados por tener el terreno bueno y bien preparado muchas veces nos hemos quedado demasiado encerrados en los nuestros, en nuestro campo, en el recinto de nuestras iglesias o nuestros templos, esperando quizá que vengan todos deseosos de esa semilla de esa Palabra para escucharla. Que también tenemos que ser conscientes de cuáles sean las actitudes con que vienen a nuestros templos, a nuestros centros parroquiales, a nuestras catequesis, porque bien sabemos la cantidad de condicionamientos sociales que rodean muchas de nuestras acciones pastorales.
Y tenemos que darnos cuenta de que tenemos que salir a todos los campos, a todos los terrenos aunque nos encontremos con la dificultad de la acogida o no que pueda tener ese anuncio que nosotros queremos hacer. Pero Jesús nos envió al mundo, hasta los confines de la tierra, y no puso límites, ni dijo que fuéramos solo allí donde sabíamos que nos iban a escuchar.
El Papa Francisco nos lo ha estado repitiendo, como se suele decir, por activa y por pasiva, cómo tenemos que salir a las periferias, o sea tenemos que salir de nuestros lugares de siempre para llevar ese anuncio de la Buena Nueva a todo el mundo. Por muchas cosas que digamos, por muchos planes pastorales que nos hagamos, seguimos encerrados en hacer lo de siempre y el evangelio tiene que oírse con otra voz, y tiene que llegar a todos, y por todos tiene que hacerse entender.
Gastamos muchas energías hacia dentro y nos falta el impulso para ir de verdad a los de fuera. Repetimos una y otra vez las mismas cosas a los que tenemos siempre dentro de nuestras comunidades, pero no hemos encontrado la forma para saber ir a los que están más lejos y nunca vienen. Un nuevo coraje y un nuevo ardor nos faltan en el corazón. Dejemos que el Espíritu del Señor se meta dentro de nosotros y nos revuelve para hacernos despertar.


jueves, 23 de julio de 2020

Aspiramos a la mayor plenitud de nuestra propia identidad pero es en Cristo donde el hombre encuentra la verdad del hombre y alcanzamos la mayor dignidad


Aspiramos a la mayor plenitud de nuestra propia identidad pero es en Cristo donde el hombre encuentra la verdad del hombre y alcanzamos la mayor dignidad

Gálatas 2, 19-20; Sal 33; Juan 15, 1-8
Somos celosos de nuestra propia identidad, queremos ser nosotros mismos. Es nuestra autonomía, es nuestro propio ser e identidad, somos lo que somos por nosotros mismos. Decimos que no tenemos que estar pareciéndonos a nadie, porque cada uno tiene su propia estima, su propio sello y las reivindicaciones que escuchamos en nuestra vida moderna que decimos tan llena de libertades son para ser nosotros mismos, aunque luego bien sabemos que andamos imitando a este o al otro, queremos seguir sus modos, vestir a su manera, presentarnos incluso con su imagen. Incongruencias en las que algunas veces nos vemos metidos cuando tanto reclamamos por otra parte.
A algunos, entonces, se les atraviesan las palabras que escuchamos hoy tanto en el evangelio como en la carta de san Pablo, cuando se nos habla de vivir tan unidos a Cristo que seamos una sola cosa con El y sin El nada podríamos ser ni nada podríamos conseguir. ‘Ya no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mi’, que nos dice san Pablo, por ejemplo. O lo que nos habla Jesús de la vid y los sarmientos y nos dice que somos los sarmientos que hemos de estar necesariamente unidos a la vid.
¿Paradojas? ¿Cosas sin sentido para el mundo de hoy? ¿Se trata quizá que desde nuestra fe en Jesús nos sentimos como anulados para no ser nosotros mismos? Si no sabemos escuchar bien lo que nos dice el evangelio pueden surgir esas dudas dentro de nosotros, porque nos podría parecer que nuestra fe nos anula.
De ninguna manera. Hay un principio de interpretación bíblica que nos dice que el evangelio o la palabra de Dios se explica y se entiende con el mismo evangelio o la misma Sagrada Escritura. Y es que ya nos repite muchas veces Jesús que El ha venido para que tengamos vida y tengamos vida en plenitud. Luego el evangelio no nos anula, sino que precisamente nos lleva por caminos de plenitud, de que seamos más nosotros mismos.
Cuando Jesús viene a hacerse vida nuestra lo que quiere es que vivamos nuestra vida pero con la mayor perfección; Él viene precisamente a arrancar de nosotros todo eso que se nos ha metido dentro para anularnos o para destruirnos, todo eso que puede mermar nuestro ser porque como rémoras se van pegando a nuestra vida nos dejan vivir en plenitud. El barco al que se la han pegado muchas rémoras en su casco ya no tendrá la ligereza ni la rapidez original para surcar el mar, para surcar las aguas, porque esas rémoras con como frenos que impiden esa ligereza y rapidez con que se ha de mover. Así nos pasa a nosotros.
Por eso la imagen que Jesús nos propone en el evangelio. Hemos de estar unidos a Cristo como el sarmiento está unido a la cepa, está unido a la vid. Pero ya sabemos cómo hay sarmientos que son como chupones que le quitan la fuerza al conjunto de la planta, hay sarmientos que no dan frutos porque todo se le va en ramaje y en hojas; se necesita la poda, la limpieza de esas ramas inútiles, de esos ramajes que le quitan la fuerza a la vid para que pueda producir abundantes y generosos frutos.
Todos conocemos, o al menos los que vivimos más cerca de las actividades agrícolas, del trabajo que el agricultor ha de realizar todos los años con la poda. ¿Para qué? Para que la vid sea más autentica, podríamos decir, para que cumpla en verdad su función, para que dé esos ricos frutos que todos esperamos.
Así en nuestra vida unidos a Cristo, purificados de todas aquellas rémoras que nos dejan vivir en plenitud porque nos arrastran, nos merman los ideales de la vida, nos impiden vivir en toda esa plenitud del amor que es donde alcanzamos la verdadera felicidad, el verdadero sentido de nuestro ser. Nos unimos a Cristo para que en verdad podamos desarrollar todos nuestros valores, todas nuestras cualidades, todo eso que hay como en potencia en nosotros y que desarrollándolo nos llevarán a esa plenitud de nuestro ser. Seremos más nosotros mismos porque entonces si van a brillar todas nuestras cualidades y valores.
Y es que en Cristo como tantas veces nos repetía san Juan Pablo II está la verdad del hombre, en Cristo el hombre encuentra su plenitud, con Cristo alcanzaremos la mayor y mejor dignidad.
Hoy hemos escuchado estos textos de la Palabra saltándonos la continuidad del tiempo ordinario porque celebramos a una de las patronas de Europa, santa Brígida de Suecia.

miércoles, 22 de julio de 2020

Sepamos sintonizar con las lágrimas de los que lloran para aprender a sintonizar con la voz del Señor que en nuestras lágrimas nos llama por nuestro nombre


Sepamos sintonizar con las lágrimas de los que lloran para aprender a sintonizar con la voz del Señor que en nuestras lágrimas nos llama por nuestro nombre

Cantar de los Cantares 3, 1-4ª; Sal 62; Juan 20, 1. 11-18
‘Mujer, ¿por qué lloras?’, es la pregunta que dos veces hemos escuchado en el relato evangélico. Habían ido al sepulcro y el sepulcro estaba vacío. María Magdalena ha corrido hasta donde están los discípulos para llevar la noticia de que se han robado el cuerpo de Jesús, porque no lo han encontrado en el sepulcro. Y allí a la entrada del sepulcro sigue con sus lágrimas; le preguntan los ángeles que están dentro y la pregunta se repetirá de parte de quien ella cree que es el que cuida del huerto. ‘Se han llevado el cuerpo del Señor... ¿Dónde lo has puesto?’
¿Nos habrán hecho alguna vez esa pregunta cuando nos ha encontrado alguien envuelto en nuestras lágrimas? ¿Habremos hecho la pregunta a quien nos hemos encontrado llorando? La pregunta puede ser importante para quien la recibe; alguien se interesa por nuestras lágrimas; porque habrá alguna razón o algún motivo y si se quiere consolar tendríamos que saber cual es el sufrimiento que provoca esas lágrimas.
¿Por qué lloras? Será quizá la tristeza cuando hemos visto partir de nuestro lado a quien amábamos, será el desgarro de la muerte y de la pérdida de un ser querido; pero puede ser la soledad o la orfandad en que nos sentimos en la vida aunque quizá estemos rodeados de mucha gente; será el corazón roto y desgarrado en los desengaños y en los fracasos, ya sea de unas ilusiones que hemos perdido, ya sea en la imposibilidad de conseguir lo que tanto habíamos soñado, ya sea en las amistades que se pierden en unas lejanías que comienzan a sentirse donde antes había otra confianza y cercanía, ya sea en tantas frustraciones que sufrimos en la vida por las incomprensiones, los malos tratos, los desprecios o marginaciones que podamos estar sufriendo cuando sentimos que ya no contamos, ya no cuentan con nosotros.
¿Nos habremos interesado de verdad por el llanto del que está a nuestro lado que no solo lo provocan las carencias materiales, la pobreza de medios para subsistir o para vivir una vida digna, sino también de otras pobrezas y de otros vacíos interiores que no sabemos cómo llenar? Hay quizá un vacío espiritual que sentimos en lo más hondo de nosotros mismos sin saber muchas veces qué nos pasa pero que nos producen angustias y lágrimas; hay quizá otra ausencia que también nos duele cuando no hemos encontrado a Dios o cuando nos parece que Dios se ha alejado y desentendido de nosotros; será la falta de fe o la pobreza con que la vivimos quizá alguna vez de forma interesada o egoísta con lo que al final nos sentimos más vacíos y con soledades más grandes.
Son dramas en nuestro interior que si no hacen brotar lágrimas físicas de nuestros ojos, si sentiremos cómo se arrancan esas lágrimas dolosamente de nuestro corazón. Las podemos haber vivido nosotros o quizá haya muchos a nuestro alrededor que las están viviendo, pero nunca nos hemos interesado por ellas. Nos falta una sintonía para escuchar el por qué de los llantos y lágrimas de los demás pero también de la voz que nos puede llamar por nuestro propio nombre.
Porque aunque andemos desorientados y confundidos como le estaba pasando a Magdalena en ese aparente hortelano – y puede ser de muchas maneras cómo ese hortelano va a aparecer en nuestra vida – Jesús va a venir a nuestro encuentro y nos va a llamar por nuestro nombre. Y cuando estamos pensando también en si nos hemos o no interesado por las lágrimas de los demás seamos conscientes de que somos la figura de ese hortelano que se acerca al hermano también para llamarlo por su nombre. Será una nueva experiencia luminosa la que vamos a vivir, es la experiencia que tanto necesitamos para poder llenarnos de verdad por dentro. Podemos además y tenemos que ser ese signo, esa señal que haga presente al Señor.
Hoy estamos celebrando la fiesta de Santa María Magdalena, la que no huyó ante el dolor y el sufrimiento sino que supo estar a los pies de la cruz en el Calvario, la que luego siguió buscando intensamente al amor de su vida aunque lo buscara entre las sombras de los sepulcros de muerte, pero la que a pesar de sus lágrimas supo sintonizar con la voz del Señor que la llamaba por su nombre para que su vida se llenará de la luz de la vida y la resurrección para siempre.

martes, 21 de julio de 2020

Somos nosotros en verdad si seguimos a Jesús y le escuchamos esa nueva familia de Jesús


Somos nosotros en verdad si seguimos a Jesús y le escuchamos esa nueva familia de Jesús

Miqueas 7, 14-15. 18-20; Sal 84; Mateo 12, 46-50
Yo creo que todos más o menos pueden tener la experiencia, ya porque sea algo que hemos vivido por nosotros mismos o por lo que contemplamos en la vida de cosas semejantes que podemos ver en los demás. Hay afectos que muchas veces podemos sentir por otras personas que son más intensos que los que podamos sentir por nuestra propia familia, digamos, de sangre. La convivencia y relación estrecha, unos ideales comunes o una visión de la vida, un trabajo en común en el que ponemos toda nuestra pasión nos hace sentirnos unidos, hace sentir una comunión espiritual muy intensa.
Te quiero como un hermano solemos decir a un amigo al que nos sentimos muy unidos, porque con él quizá compartimos cosas que no compartimos con los propios familiares, porque la convivencia y la amistad ha sido muy estrecha, y no hablo aquí de los afectos y sentimientos que se puedan sentir desde otros campos como pueda ser la sexualidad. 
No nos han de extrañar entonces las palabras de Jesús hoy en el evangelio en el que nos habla de una nueva familia, no ya desde los lazos de la carne y de la sangre, sino de algo más profundo como pueda ser la fe que ponemos en Jesús, que ponemos en la Palabra de Dios para hacerla centro de nuestra vida.
Jesús había marchado de Nazaret cuando comenzó a hacer el anuncio del Reino de Dios. Había establecido como centro de su actividad Cafarnaún en las orillas del mar de Galilea, pero su actividad era itinerante porque iba de pueblo en pueblo por todas aquellas aldeas de Galilea haciendo el anuncio del Reino. Le veremos en ocasiones subir a Jerusalén en las distintas fiestas que en torno al templo se celebraban a lo largo del año, y sobre todo la pascua. Pero se había rodeado de un grupo de discípulos que le seguían a todas partes y con los que constituyó el grupo de los apóstoles a los que había de enviar de manera especial a hacer el anuncio del Reino. La presencia de María y los parientes de Jesús – hermanos como se solía decir habitualmente entre los judíos – solo aparecen de forma ocasional como es este caso que hoy nos narra el evangelio.
Cuando llega María y los hermanos, como probablemente no se podían acercar a El con facilidad por la gente que se aglomeraba siempre a su alrededor, le avisan a Jesús de que allí están su madre y sus hermanos que lo buscan. Y es cuando surge la pregunta de Jesús. ‘¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?’
Era lógico, podríamos decir, que en primer lugar se fijara en quienes estaban a su alrededor, aquellos que le seguían fiablemente y siempre estaban con El, aquellos que con gusto escuchaban su Palabra y trataban de ser buenos discípulos que seguían al maestro.
‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre…’
Allí estaban sus discípulos, allí estaban los que cada día le escuchaban, allí estaban aquellos que querían seguirle realizando en su vida todo lo que Jesús les enseñaba. Eran su nueva familia, era la nueva familia que Jesús estaba constituyendo, era la nueva comunión de amor que estaba creando. Eran en verdad la familia de Jesús. Somos nosotros en verdad si así seguimos a Jesús y le escuchamos esa nueva familia de Jesús. Algo nuevo estaba comenzando. Unos nuevos caminos de amor y de comunión se tenían que estar abriendo si en verdad aceptamos el Reino de Dios.
¿Significa eso que Jesús no consideraba a María, su madre, ni la relación que tenia con aquellos que se decían sus hermanos, sus parientes? No hay rechazo a la familia. De María El mismo llegará a decir que es dichosa porque ha escuchado la Palabra de Dios y la ha puesto en práctica. Recordamos el episodio de la mujer que grita en alabanzas a la madre que parió tal hijo, refiriéndose a Jesús y a su madre. Más dichosa es María por su fe, más dichosa es María por su escucha de la Palabra de Dios, más dichosa es María porque siempre quiso ser la esclava del Señor para que en ella se cumpliera la Palabra de Dios. Ya Isabel cuando la saluda le dice que es dichosa, feliz, bienaventurada porque creyó y porque en ella se está cumpliendo, realizando lo anunciado por el Señor.
Aprendamos de María a ser esa familia de Jesús porque como ella plantemos en nuestro corazón la Palabra de Dios.

lunes, 20 de julio de 2020

Quizás los cristianos estamos perdiendo la oportunidad de ser esos profetas en medio del mundo



Quizás los cristianos estamos perdiendo la oportunidad de ser esos profetas en medio del mundo

 Miqueas 6, 1-4. 6-8; Sal 49; Mateo 12, 38-42
Queremos ver milagros pero no sabemos descubrir ni apreciar las señales de Dios en nuestra historia. Cuando hablamos de milagros pensamos en hechos extraordinarios, maravillosos, espectaculares y quizá nos olvidamos del milagro de la vida de cada día, de las cosas que suceden en nuestro entorno; tendríamos que aprender a descubrir las huellas y los signos que Dios va dejando en el camino de la vida para que sepamos apreciar su presencia. No es solo en esas cosas extraordinarias donde se nos manifiesta Dios, sino en lo pequeño y en lo sencillo de cada día.
Pensamos que necesitamos esas cosas extraordinarias para alimentar de verdad nuestra fe y corremos de un lado para otro cuando escuchamos que si en un lugar determinado ha habido algún tipo de manifestaciones prodigiosas. Pero Dios nos va hablando la historia de cada día, la nuestra personal o en los aconteceres de nuestra sociedad, y es ahí donde tenemos que abrir los ojos de la fe para descubrir que más dice o que nos pide el Señor. Y es ahí donde nuestra fe se hace grande, donde se fortalece de verdad, porque nos ayudará a descubrir el verdadero sentido de la vida.
Hemos estado pasando momentos difíciles y dramáticos que tenemos que reconocer que aún no han terminado; momentos que han hecho surgir dentro de nosotros quizás grandes interrogantes, porque el mundo al que nos habíamos habituado parecía que se nos venía abajo viéndonos obligados a hacer un cambio de ritmo en la vida, a centrarnos en la vida en lo que era lo más importante en aquel momento, e incluso nos han obligado a prescindir de muchas comodidades de las que llamábamos la sociedad del bienestar.
Las dudas y los interrogantes siguen planteándose en nuestro interior porque seguimos preguntándonos por dónde vamos a salir y quizá está una pregunta fundamental sobre cuál es la sociedad que en verdad tendríamos que construir. Es algo serio. Si todo aquel castillo que habíamos levantado se parece a un castillo de naipes que de nada se viene abajo, es señal de que algo nuevo y con más fundamento hemos de construir, algo más profundo, con más fundamento tenemos que darle a la vida.
Hay mucha gente se lo pregunta y se lo plantea buscando nuevos caminos. Yo diría que se necesita profetas con una visión nueva, distinta, creativa, para saber leer los caminos de la historia, de nuestra historia de hoy y con visión de futuro abrir nuevos horizontes. ¿Y no sería aquí dónde nosotros como creyentes fuéramos esos profetas que hiciéramos una lectura de Dios de cuanto nos sucede y nos dejáramos conducir por ese espíritu profético para señalar eso nuevos caminos que tendríamos que emprender?
Quizás los cristianos estamos perdiendo la oportunidad de ser esos profetas en medio del mundo. Y no digamos que no nos toca, que eso les corresponde a otros. Nadie puede autoexcluirse de la construcción de ese mundo nuevo que necesitamos; nadie puede quedarse al margen. Los cristianos tenemos mucho que decir. No olvidemos que hemos sido ungidos en nuestro bautismo como sacerdotes, profetas y reyes. Ejerzamos, pues, nuestra función.
Cuando le piden a Jesús – hoy lo escuchamos en el evangelio – signos y milagros el les recuerda a Jonás, el profeta que no quería ser profeta, que incluso se embarcó con distinto rumbo para escaquearse de su misión pero que con una serie de señales tuvo que asumir su misión y predicar en Nínive. Y su palabra profética fue una señal que llamó a la conversión, a emprender un camino nuevo de vida, a los habitantes de Nínive. Y Jesús nos dice que eso será señal para nosotros cuando andamos pidiendo milagros.
Asumamos nuestra misión. Abramos los ojos de la fe para hacer una buena lectura de la vida, de la historia, de nuestro mundo, de lo que ahora estamos viviendo y descubrir las señales de Dios. Unas señales que nos van a abrir caminos y horizontes nuevos. Necesitamos en verdad abrir los ojos de la fe y seguir haciéndonos una profunda reflexión sobre cuanto nos pasa para que descubramos ese sentir de Dios, eso es que es la voluntad de Dios para el hoy de nuestras vidas. De nosotros depende su abrimos nuestra mente y nuestro corazón.

domingo, 19 de julio de 2020

Pongamos verdadera humanidad en la vida porque entonces amamos, hacemos el bien, brillará la verdad, resplandecerá la justicia y haremos un mundo de paz


Pongamos verdadera humanidad en la vida porque entonces amamos, hacemos el bien, brillará la verdad, resplandecerá la justicia y haremos un mundo de paz

Sabiduría 12, 13. 16-19; Sal 85;  Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-30
La gloria y el poder del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. No podemos pensar que el poder de Dios todopoderoso se manifiesta en una justicia implacable y vengativa que no deja lugar a la misericordia y al perdón.
Quizás nos choque este pensamiento con nuestra manera de actuar. Si no, pensemos, en cómo nos ponemos de violentos cuando constatamos algunas de las injusticias que los hombres cometemos y como gritamos cuando quizá no podemos hacer otra cosa porque vemos algo que no nos gusta, no nos agrada y pensamos que está mal. Allí quisiéramos descargar todo nuestro poder lleno de violencia, si lo tuviéramos, para que se corrija eso que consideramos injusto y si estuviera de nuestra parte haríamos desaparecer a quien así se comporte.
Esa justicia que a veces reclamamos tendríamos que llamarla venganza porque llenamos nuestro corazón y nuestros actos de violencia y de destrucción. Repito,  ¿qué es lo que hacemos cuando reclamamos algo o cuando queremos que se enmiende o corrija aquello que consideramos que no está bien si no lo conseguimos tan pronto como nosotros lo pensamos?
Pero como comenzamos diciendo la gloria y el poder del Señor se manifiestan en su misericordia. Es lo que hoy nos enseña la Palabra de Dios proclamada en este domingo. Tanto esas bellas consideraciones del libro de la Sabiduría como luego la parábola del evangelio. Porque tu fuerza es el principio de la justicia y tu señorío sobre todo te hace ser indulgente con todos… tú, dueño del poder, juzgas con moderación y nos gobiernas con mucha indulgencia… Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano…’ Indulgencia, moderación, humanidad han de ser la forma de actuar. Así se manifiesta el poder del Señor.
Vuelve a hablarnos Jesús en parábolas y emplea de nuevo la imagen de la semilla. Ha sido la buena semilla que se ha sembrado en el campo, pero en el que de pronto aparecen brotes de malas semillas. El enemigo en la noche las había sembrado. Ahí estás los buenos deseos de los jornaleros que trabajan aquel campo para en su buena voluntad querer ir arrancando una a una aquellas plantas de cizaña que han brotado en medio del trigo.
Una imagen de la vida, del mundo en el que vivimos. Como nos dice el Génesis cuando Dios lo creó vio que todo era bueno. Pero ahora constatamos el mal que anda metido en medio del mundo. Pronto había aparecido si seguimos aquellas primeras páginas del Génesis porque por allí estaba la serpiente tentadora que hizo caer a Eva y a Adán; por allá aparecieron los orgullos y las envidias de Caín que le llevaron a la muerte de su hermano, y así podríamos seguir contemplando página a página de la Biblia.
Es nuestra vida, es nuestro mundo, porque ni nosotros somos tan buenos que tantas veces se nos mete la malicia en el corazón traducida en nuestros orgullos y violencias, y al mismo tiempo contemplamos la realidad del mundo que nos rodea tan lleno de las cizañas de las injusticias y la violencias, de insolidaridad y desamor.
También en nosotros cuando se nos despierta la conciencia surgen los deseos de arreglar nuestro mundo, de arrancar tanta mala cizaña como contemplamos, pero ya sabemos bien la forma cómo reaccionamos en muchas ocasiones ante ese mal que envuelve nuestro mundo. Un poco aquello que ya reflexionábamos al principio. Clamamos justicia que muchas veces es venganza o es alimentar más las violencias de la vida que nada solucionan.
Tenemos que escuchar las palabras del amo de aquel campo de la parábola que nos pide paciencia hasta el final no vayamos a arrancar mezclados la buena y la mala simiente. No significa eso un cruzarnos de brazos ante ese mal que nos rodea porque tenemos que luchar contra el mal buscando caminos que nos ayuden a hacer un mundo mejor. Porque esa es la transformación que tenemos que realizar.
El amor y la paz de los que queremos llenar nuestro mundo no se imponen a la fuerza sino que se contagian. Por eso la grandeza de nuestra vida que tenemos que manifestar lo tenemos que hacer a través de la misericordia, la indulgencia, la moderación, el verdadero amor que haga crecer nuestra humanidad pero también la humanidad de los que están a nuestro lado, como nos enseñaba el libro de la Sabiduría que hoy hemos escuchado.
Ojalá aprendamos la lección. Ojalá aprendamos a poner más humanidad en nuestra vida. Ojalá llenemos nuestras entrañas de misericordia para que con la dulce miel del amor sepamos atraer a los que se ven envueltos en caminos de violencia, de insolidaridad e injusticia a cambiar su corazón y a poner verdadera humanidad en su vida. Porque cuando somos humanos de verdad amamos, hacemos el bien por encima de todo, haremos brillar la verdad, resplandecerá la justicia, tendremos un mundo lleno de armonía y de paz.
La gloria y el poder del Señor se manifiestan en la misericordia. No lo podemos olvidar. Es en lo que tiene que resplandecer también nuestra vida.