sábado, 18 de julio de 2020

No nos paralicemos detrás de las barreras que nos ponemos en la vida y nos impiden llegar a la liberación que Jesús nos regala y ofrecerla a los demás


No nos paralicemos detrás de las barreras que nos ponemos en la vida y nos impiden llegar a la liberación que Jesús nos regala y ofrecerla a los demás

Miqueas 2, 1-5; Sal 9; Mateo 12, 14-21
Nos dice el evangelista que al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús’. ¿Qué había sucedido en la sinagoga? Leyendo el texto anterior vemos que había allí un hombre con un brazo paralizado y Jesús lo había curado. Era sábado. De ahí la postura de los fariseos, porque para ellos Jesús les está destruyendo la religión. El sábado era del día del descanso porque era el día del Señor y no se podía realizar ningún trabajo. ¿Tampoco se podía curar a una persona de sus sufrimientos?
Los que en verdad estaban paralizados eran los fariseos con su manera de ver las cosas, con sus intransigencias y con ese cumplimiento minucioso de tantas normas que los atosigaban y hasta les quitaban la dignidad porque estaban carentes de humanidad. Jesús quería liberarles de esas ataduras, pero no se dejaban liberar. Si en la sinagoga de Nazaret había proclamado con el texto de Isaías que el Espíritu del Señor estaba sobre El y lo había enviado para liberar a los oprimidos, era lo que Jesús estaba queriendo realizar. Pero ellos seguían encerrados tras sus barreras.
Recordamos aquel hecho del evangelio en que unos hombres se habían saltado todo lo imaginable para llegar hasta Jesús, hasta se habían atrevido a romper el techo de la casa para descolgar al paralítico y pudiera llegar a los pies de Jesús ahora, como entonces, nos encontramos quienes ponen barreras. Entonces cuando Jesús había hablado del perdón de los pecados como la verdadera liberación del hombre no lo había querido entender y habían querido declarar que Jesús era un blasfemo. Ahora planean el modo de acabar con Jesús.
Pero esto tiene que hacernos pensar. Muchas veces también nos paralizamos nosotros tras las barreras que nos vamos poniendo en la vida y no terminamos de llegar a Jesús para encontrar esa liberación. Y es que algunas veces también vamos demasiado insensibilizados por la vida y no queremos ver el sufrimiento de los demás. A aquellos fariseos de la sinagoga parece que les importara poco el sufrimiento de un hombre que no podía hacer nada a causa de su invalidez y discapacidad. Ellos estaban sanos, o creían estarlo, y poco les importaba el sufrimiento de los otros. No nos pase a nosotros lo mismo.
Podemos ir ciegos por la vida, tan miopes que parece que no vemos sino lo que a nosotros nos pasa y no terminamos de sensibilizarnos con el sufrimiento de tantos a nuestro lado. Nos parece que todo marcha bien; hay algunos problemas puntuales a los que podemos quizá prestar un poco más de atención, pero silenciosamente hay un camino de angustias y de sufrimiento que no siempre descubrimos. Son las necesidades materiales que podríamos apreciar en tantas carencias que viven muchos, pero si somos capaces de tener una mirada más honda podríamos descubrir tantas oscuridades, tantos interrogantes, tan inquietudes e incertidumbres de futuro que pueden angustiar a tantos hermanos aunque no nos digan nada, pero que se nota que les falta una felicidad honda en sus corazones.
Problemas en las relaciones humanas, problemas en las familias, problemas de convivencia en la vida diaria con aquellos que están más cercanos a nosotros, muchas cosas podríamos descubrir donde veremos que no hay paz, que no hay seguridad interior, que falta un buen espíritu que nos haga superar las pruebas, que hay demasiada superficialidad. No podemos ser insensibles, tenemos que saber sintonizar con esos corazones rotos, tenemos que saber decir una palabra de ánimo o una presencia aunque fuera silenciosa pero que da fortaleza para caminar.
Son las parálisis que Jesús quiere arrancar de nuestro mundo, pero primero que nada quiere arrancar de nuestros corazones para que nunca más nos parapetemos detrás de nuestro yo y aprendamos a un decir nosotros porque así sepamos caminar al lado de esos hermanos. Que nunca unas posturas de falsa religiosidad – también en este aspecto nos llenamos de muchas normas y costumbres que tendríamos que preguntarnos si están en verdadera consonancia con el evangelio – que nada de esas cosas nos impidan acercarnos al hermano para ofrecerle la verdadera liberación. Pongámonos en camino sin miedos ni complejos sino con la confianza y seguridad de que con nosotros va el Señor.


viernes, 17 de julio de 2020

Jesús habla de la misericordia, porque cuando hay amor verdadero en el corazón nunca juzgaremos a los demás, ni nos volvemos intransigentes y destructores


Jesús habla de la misericordia, porque cuando hay amor verdadero en el corazón nunca juzgaremos a los demás, ni nos volvemos intransigentes y destructores

Isaías 38, 1-6. 21-22. 7-8; Sal.: Is 38, 10. 11; Mateo 12, 1-8
Qué fáciles somos para enjuiciar a los demás. Y no se trata ya solamente de que en nuestra sociedad nos estamos acostumbrando demasiado a tener que acudir a los tribunales ante cualquier conflicto que surge y que en lugar de tratar de resolverlo desde un diálogo sereno y pacífico enseguida acudamos a los tribunales para que se resuelvan las cosas.
Hay una falta de confianza mutua que nos hace casi imposible el dialogar para llegar a puntos de encuentro donde veamos lo que en común tenemos para desde ahí construir. Y es que estamos siempre mirando a los demás desde la perspectiva de la sospecha, lo que manifiesta la desconfianza, lo que nos incapacita muchas veces para construir en común sacando lo mejor de cada uno para llegar a lo mejor para nuestra sociedad. Cuando hay esa desconfianza estaremos viendo segundas intenciones donde no las hay, aflorarán muchos intereses demasiado partidistas, y estaremos mirando poco menos que con lupa todo lo que hacen o dicen los demás para encontrar siempre algo por donde nos podamos regodear en nuestros juicios y condenas.
Se nos hace difícil, cuesta encontrar caminos, porque quizá realmente no los buscamos y eso nos hace ir muchas veces como a la deriva sin rumbo o sin saber realmente hacia donde estamos llevando nuestra sociedad. Y esto es manifestación del cierto absolutismo con que vivimos la vida, creyéndonos que somos los únicos que tenemos la razón o tenemos la verdad. Todo lo que hagan los demás nos parecerá incorrecto, diremos que no vale para nada, y en consecuencia lo que hacemos es destruirnos, porque siempre destruiremos lo que hace el adversario porque ya de antemano decimos que lo ha hecho mal.
Y esto lo estamos viendo todos los días en nuestras mutuas relaciones, lo vemos plasmada muy cruelmente muchas veces incluso en los dirigentes de nuestra sociedad que actúan desde un partidismo miope y ante cualquier cambio de dirigentes parece que tenemos que comenzar siempre de cero porque todo lo que han hecho los otros está mal.
Decíamos al principio que somos fáciles para enjuiciar a los demás; nos damos cuenta con qué facilidad juzgamos y condenamos, con qué facilidad como decíamos antes estamos viendo segundas intenciones en lo que los otros hacen, cómo condenamos tan ligeramente lo que vemos en los otros sin saber realmente en profundidad lo que hacen y en tantas ocasiones parece que nos falta humanidad para comprender a la persona; por eso juzgamos, condenamos.
Ha partido esta reflexión que me ha llevado a aspectos de la vida de cada día, tanto a nivel personal como también en lo que se palpa y se vive en la sociedad, desde aquellas ridículas radicalidades que vivían los fariseos para el cumplimiento de la ley del Señor que luego lo llenaban de normas y de preceptos que hacían poco menos que imposible una vida normal. Fijémonos que en el pasaje de hoy parten del hecho de que los discípulos de Jesús al pasar por un sembrado un sábado cogen unas espigas que estrujan en sus manos para comer sus granos. Aquello era ya como el trabajo de la siega y de la trilla, y como el sábado no estaba permitido trabajar, de ahí ese juicio condenatorio que están haciendo.
¿Es esa de verdad la ley del Señor? ¿Eso es lo que el Señor quiere? ¿Podemos vivir atados a esos preceptos que poco menos que se convierten en inhumanos? Es lo que Jesús quiere hacerles comprender. Porque esas radicalidades expresadas en esas llamémoselas menudencias, luego se convertían en muchas actitudes inhumanas en las relaciones entre unos y otros. Por eso Jesús habla de la misericordia, porque cuando hay amor verdadero en el corazón nunca juzgaremos a los demás.
Cuando no hay verdadera humanidad en nuestras relaciones mutuas aparecen, como antes veníamos reflexionando, todas esas desconfianzas, todos esos absolutismos destructores, todas esas intransigencias con los demás, toda esa destrucción que arruina nuestra vida y la buena convivencia de nuestra sociedad.

jueves, 16 de julio de 2020

Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz y Jesús nos habla de su mansedumbre y de la humildad de su corazón


Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz y Jesús nos habla de su mansedumbre y de la humildad de su corazón

Isaías 26, 7-9. 12. 16-19; Sal 101; Mateo 11, 28-30
A la hora de preparar la reflexión que os ofrezco en la semilla de cada día busco siempre algún comentario que me pudiera ayudar a mí personalmente pero también para preparar mejor lo que os ofrezco. En esta ocasión me encontré un comentario a este texto que hoy nos ofrece el Evangelio muy sencillo pero creo que muy enriquecedor y profundo.
Así nos decía: ‘El evangelio que leemos  hoy es una auténtica delicia, un vaso de agua fresca para las personas cansadas, doloridas, que sufren en la vida las situaciones más complicadas y difíciles’. Un vaso de agua fresca. Cómo lo agradece el caminante que bajo el peso del calor y del bochorno va haciendo camino, o el trabajador que al sol parece deshidratarse en los sudores de un calor agobiante, el que cansado en su trabajo o en su camino tiene la garganta reseca, o el enfermo que en su fiebre necesita que le humedezcan sus labios con esas gotitas de agua que le alivien, calmen su sed, hidrate su cuerpo para sentir nuevo vigor en su tarea o su camino.
Pero sabemos bien que esto que físicamente es una realidad, también es una imagen de cuanto nos sucede en los caminos de la vida cuando nos sentimos agobiados por los problemas o los sufrimientos o cuando nos parece que nos vemos envueltos en nubarrones negros que parece que no nos dan salida. Qué alivio cuando escuchamos una palabra de ánimo, cuando sentimos esa mano que se posa sobre nuestro hombro, o nos bebemos esa mirada con una sonrisa de ánimo que parece que nos trasmite una nueva luz.
No siempre quizás en la vida podemos escuchar esa palabra o sentir esa mirada, porque quizás en nuestro sufrimiento nos encerramos en nosotros mismos, o porque a nuestro lado contemplamos a tantos que van con iguales o peores tormentos en su espíritu pero en cierto modo nos desentendemos de ellos. Es cierto que de alguna manera queremos ocultar o disimular tras una ruidosa carcajada el sufrimiento que llevamos en nuestro interior, porque nuestras penas decimos que son nuestras y no se las vamos a cargar a los demás o porque en una actitud insolidaria también vamos tratando de rehuir el conocimiento de las penas que hacen sufrir a los demás. Quizás hasta nos vestimos de fiesta o queremos mostrar rostros de alegría para disimularlo, pero es cierto que si tenemos una cierta sensibilidad nos daremos cuenta del sufrimiento o la angustia que envuelve a tantos en nuestro entorno.
Jesús nos ofrece ese vaso de agua fresca, en la imagen con la que comenzamos nuestra reflexión. Si en la vida tantas veces no sabemos a quien acudir Jesús nos está diciendo que a El podemos acudir porque en El encontramos ese alivio y ese descanso que necesitamos. ‘Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, nos dice, y yo os aliviaré’. Necesitamos encontrar un corazón que nos dé alivio y nos llene de paz. Jesús nos habla de su mansedumbre, nos habla de la humildad de su corazón. No temamos. Es el corazón que nos acoge, nos escucha, nos hace sentir paz.
Cuánto lo necesitamos. El no nos recrimina sino que nos escucha y nos pregunta solamente por nuestro amor. Como hizo con Pedro, como hacia con los pecadores que a El acudían, como se auto invitó a la casa de Zaqueo, como llamó a Leví el publicano para que formara parte de su grupo, como acogió a la mujer pecadora que aunque sabía que había pecado mucho sabía también que había mucho amor en su corazón. Así podríamos seguir recorriendo las páginas del evangelio para sentirnos nosotros invitados también a ir hasta Jesús. ‘Venid a mi y encontraréis vuestro descanso’, nos dice hoy.
Pero también nos dice algo más. ‘Aprended de mi’. ¿Qué significa eso? Que aprendamos a ir a los demás, a no cerrar nuestros ojos ni nuestros oídos, a escucharlos, a estar a su lado, a tender la mano amiga, a ofrecer la sonrisa de nuestros ojos y nuestro semblante, a ofrecer también la mansedumbre de nuestro corazón. No olvidemos que somos unos enviados y hemos de ser signos de la presencia de Jesús en medio de nuestro mundo. Cuánto tenemos que hacer.

miércoles, 15 de julio de 2020

Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo


Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo

Isaías 10, 5-7. 13-16; Sal 93; Mateo 11, 25-27
La gente humilde y sencilla nos cautiva. Aunque quizás nosotros muchas veces andemos con nuestros sueños de grandeza y hasta de poderío. Podrían decirnos que son cosas contradictorias y que lo que tenemos es probablemente un conflicto interior, pero es que así andamos confundidos por la vida con nuestras aspiraciones y apetencias. Algunas veces nos sentimos confundidos por los que van por la vida con muchas apariencias, que se sienten poderosos y avasallan o manipulan a los demás, que de alguna manera quizás deseamos ser así ‘de listos’ como ellos. Son tentaciones que nos confunden.
Pero eso no es obstáculo para que cuando nos encontremos con una persona humilde y sencilla, una persona vemos claramente que no tiene malicia ni maldad en su corazón, que nos puede parecer ingenua en su manera de actuar porque nunca es capaz de pensar mal de nadie y en todo se confía, que incluso en su humildad trata de pasar desapercibida pero que sabemos bien que tiene sus valores, que sabe bien por donde camina aunque no esté haciendo alardes, que no tiene grandes apetencias ni pretensiones en la vida, sino que calladamente su preocupación es hacer las cosas bien, se preocupa de los demás sin ningún aspaviento, nos sintamos cautivados por personas así. No siempre las sabemos descubrir porque no hacen ruido pero cuando las encontramos podríamos decir que nos estamos encontrando un tesoro.
Personas sencillas y humildes que no hacen mucho ruido como decíamos, pero sin embargo nos damos cuenta de la riqueza de su vida que no son bienes materiales sino una sabiduría de la vida que les hace vivir con sentido todo lo que hacen. Personas reflexivas en su silencio que parece que nada saben, pero quizá una palabra suya en un momento determinado nos da más luz que los que hacen alarde de grandes sabidurías.
Son personas de interioridad que aunque nos parezca que van con la cabeza gacha todo el día, su mirada se eleva sobre las cosas materiales para ir más allá en búsqueda de lo que en verdad trasciende sus vidas. Son personas en su sencillez abiertas a Dios y que nos dan testimonio de una fe sencilla pero muy profunda y bien arraigada en el Señor. Son personas que saber contemplar y admirar las maravillas que hace el Señor y que son capaces de ver donde quizá nosotros no habíamos reparado. Seguro que alguna vez habremos tenido la suerte de encontrarnos personas así y nos sentimos felices por dejarnos cautivar por su humildad y sencillez. Confieso que en los ojos de mi mente estoy contemplando personas así que me he encontrado a lo largo de la vida.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Da gracias al Padre porque ha revelado las maravillas de Dios no a los sabios y entendidos sino a los humildes y a los sencillos. ‘Así te ha parecido mejor’, dice en su oracion al Padre. Son aquellas personas humildes y sencillas que le seguían, que era capaces de admirarse de las maravillas de Dios que muchas veces solo ellos eran capaces de descubrir.
 ‘Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’, termina diciéndonos Jesús. ¿Y quienes son precisamente los que se beben las palabras de Jesús para llegar a conocer a Dios? Fijémonos en el evangelio los que siguen de cerca de Jesús, los pobres, la gente sencilla, los enfermos y los que nada tienen, los que son discriminados de todo el mundo y los pecadores. Pero son los que con espíritu humilde se acercan a Jesús, escuchan a Jesús, se enriquecen con los misterios de Dios que Jesús nos quiere revelar.
¿Estaremos nosotros aprendiendo a acercarnos a Dios con ese espíritu humilde y sencillo para llevar nuestra vida a plenitud y encontrar toda la trascendencia de eternidad en la Palabra de Jesús? Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo.

Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo


Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo

Isaías 10, 5-7. 13-16; Sal 93; Mateo 11, 25-27
La gente humilde y sencilla nos cautiva. Aunque quizás nosotros muchas veces andemos con nuestros sueños de grandeza y hasta de poderío. Podrían decirnos que son cosas contradictorias y que lo que tenemos es probablemente un conflicto interior, pero es que así andamos confundidos por la vida con nuestras aspiraciones y apetencias. Algunas veces nos sentimos confundidos por los que van por la vida con muchas apariencias, que se sienten poderosos y avasallan o manipulan a los demás, que de alguna manera quizás deseamos ser así ‘de listos’ como ellos. Son tentaciones que nos confunden.
Pero eso no es obstáculo para que cuando nos encontremos con una persona humilde y sencilla, una persona vemos claramente que no tiene malicia ni maldad en su corazón, que nos puede parecer ingenua en su manera de actuar porque nunca es capaz de pensar mal de nadie y en todo se confía, que incluso en su humildad trata de pasar desapercibida pero que sabemos bien que tiene sus valores, que sabe bien por donde camina aunque no esté haciendo alardes, que no tiene grandes apetencias ni pretensiones en la vida, sino que calladamente su preocupación es hacer las cosas bien, se preocupa de los demás sin ningún aspaviento, nos sintamos cautivados por personas así. No siempre las sabemos descubrir porque no hacen ruido pero cuando las encontramos podríamos decir que nos estamos encontrando un tesoro.
Personas sencillas y humildes que no hacen mucho ruido como decíamos, pero sin embargo nos damos cuenta de la riqueza de su vida que no son bienes materiales sino una sabiduría de la vida que les hace vivir con sentido todo lo que hacen. Personas reflexivas en su silencio que parece que nada saben, pero quizá una palabra suya en un momento determinado nos da más luz que los que hacen alarde de grandes sabidurías.
Son personas de interioridad que aunque nos parezca que van con la cabeza gacha todo el día, su mirada se eleva sobre las cosas materiales para ir más allá en búsqueda de lo que en verdad trasciende sus vidas. Son personas en su sencillez abiertas a Dios y que nos dan testimonio de una fe sencilla pero muy profunda y bien arraigada en el Señor. Son personas que saber contemplar y admirar las maravillas que hace el Señor y que son capaces de ver donde quizá nosotros no habíamos reparado. Seguro que alguna vez habremos tenido la suerte de encontrarnos personas así y nos sentimos felices por dejarnos cautivar por su humildad y sencillez. Confieso que en los ojos de mi mente estoy contemplando personas así que me he encontrado a lo largo de la vida.
Es de lo que nos está hablando hoy Jesús en el evangelio. Da gracias al Padre porque ha revelado las maravillas de Dios no a los sabios y entendidos sino a los humildes y a los sencillos. ‘Así te ha parecido mejor’, dice en su oracion al Padre. Son aquellas personas humildes y sencillas que le seguían, que era capaces de admirarse de las maravillas de Dios que muchas veces solo ellos eran capaces de descubrir.
 ‘Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar’, termina diciéndonos Jesús. ¿Y quienes son precisamente los que se beben las palabras de Jesús para llegar a conocer a Dios? Fijémonos en el evangelio los que siguen de cerca de Jesús, los pobres, la gente sencilla, los enfermos y los que nada tienen, los que son discriminados de todo el mundo y los pecadores. Pero son los que con espíritu humilde se acercan a Jesús, escuchan a Jesús, se enriquecen con los misterios de Dios que Jesús nos quiere revelar.
¿Estaremos nosotros aprendiendo a acercarnos a Dios con ese espíritu humilde y sencillo para llevar nuestra vida a plenitud y encontrar toda la trascendencia de eternidad en la Palabra de Jesús? Abramos los ojos para dejarnos cautivar por tantos que desde su humildad y sencillez se abren a Dios y sigamos su ejemplo.

martes, 14 de julio de 2020

El dolor del corazón de Cristo por aquellas ciudades donde tanto se había prodigado y no le habían respondido es una llamada a la respuesta que nosotros hemos de dar


El dolor del corazón de Cristo por aquellas ciudades donde tanto se había prodigado y no le habían respondido es una llamada a la respuesta que nosotros hemos de dar

Isaías 7, 1-9; Sal 47; Mateo 11, 20-24
¿Qué hacemos cuando hemos estado preocupándonos por alguien de quien no veíamos clara su situación y tratábamos de ayudarle ya fuera con un buen consejo para que recapacitara de cuál era la situación en la que estaba viviendo y que le estaba llevando a la ruina de su vida o quizás pusimos recursos de nuestra parte hasta de orden material para que fuera capaz de emprender algo distinto pero esa persona no quería escucharnos, rechazó cuantos ofrecimientos le hicimos y siguió en su empeño, por decirlo de alguna manera, de despeñarse por esa corriente?
Sentimos quizá hasta ira dentro de nosotros, la tentación de abandonarla a su suerte desentendiéndonos y tratando quizá de olvidar. Nos sentimos impotentes, sentimos rabia en nuestro interior por no poder hacer nada, y quizá abandonamos nuestra lucha  dejándola a su suerte que se la había buscado. Tendríamos que tener una sensibilidad especial y una fuerza de voluntad grande por querer hacer el bien, para seguir intentándolo por todos los medios.
¿Qué sentía Jesús cuando había gente que lo ignoraba, se encontraba con aquellos que siempre le estaban buscando las cosquillas, o cuando no había una respuesta sincera y auténtica ante todo lo que le ofrecía?
Claro que podemos pensar también quienes hemos vivido o vivimos algunos compromisos dentro de la Iglesia y hemos querido trabajar por los demás en distintas tareas o servicios que se pueden ofrecer desde la comunidad eclesial cómo nos sentimos o cómo reaccionamos ante la indiferencia que encontramos en nuestro entorno; o lo que sentimos por la en cierto modo manipulación que se quiere hacer de nuestro trabajo porque ofrecemos un mensaje, tratamos de hacer un anuncio del evangelio, pero luego vemos que convierten nuestras celebraciones cristianas poco menos que en un circo de vanidades sociales. Pensamos en lo que se han convertido las primeras comuniones y también la celebración de las bodas en la Iglesia, por señalar algunas cosas. Todo aquello que tratábamos de transmitir en nuestras catequesis ¿en qué se ha quedado?
También podemos sentir frustración y cansancio, sentir que no merece la pena porque no encontramos la respuesta deseada, o dejarnos arrastrar por esas vanidades de la vida y vivir todas esas situaciones de una forma conformista. Aunque quizá algunas veces nos puede sobrevenir la ira como cuando los apóstoles pidieron a Jesús que hiciera bajar fuego del cielo porque en una población no los habían querido recibir porque iban a Jerusalén.
En el evangelio que hoy se nos ha propuesto en la liturgia podemos decir que estamos contemplando el dolor del corazón de Cristo ante la respuesta negativa que en algunos lugares están dando a su predicación. Habla en concreto de aquellas ciudades o poblaciones del entorno del lago de Tiberíades, como Corozaín, Betsaida o la misma Cafarnaún donde de alguna manera Jesús se había establecido como centro de operaciones. Se lamenta Jesús por aquellas ciudades como un día le veremos llorar sobre la ciudad de Jerusalén porque no le ha escuchado.
Mucho había realizado Jesús en aquellos pueblos y aldeas con su predicación, con sus milagros, con su presencia pero no habían terminado de entrar en el camino de la conversión. Y compara con Sodoma o aquellas ciudades malditas en el entorno del mar Muerto, o con las ciudades paganas de Tiro y Sidón en la cercana Fenicia. Si allí se hubieron hecho los signos que en estas ciudades habrían dado respuesta. Por eso, como les dice, para esas ciudades el juicio será más llevadero que el que merezcan estas ciudades del entorno de Tiberíades. Pero Jesús allí estaba y allí seguía porque el anuncio de la Buena Nueva no podía dejar de realizarse.
Claro que en nuestra reflexión miramos nuestra vida y tratamos de ser conscientes de cuánto hemos recibido del Señor. No se trata de juzgar o condenar a los demás sino de mirarnos a nosotros mismos; cuánto ha derrochado de su amor Dios sobre nosotros a lo largo de nuestra vida.
Pensemos en cuánta predicación escuchada, cuántos sacramentos recibidos, cuántos momentos de gracia hemos vivido, cuánto hemos participado de la celebración de la Eucaristía, y aun así seguimos siendo inconstantes, muchas veces mantenemos una frialdad o una tibieza en nuestro espíritu que no se corresponde al calor del amor de Dios que hemos recibido. ¿No tendríamos de alguna manera que despertar ya de una vez por todas? De una cosa estamos seguros, el Señor no nos abandona y nos sigue regando con su gracia, sigue llamando a la puerta de nuestro corazón.

lunes, 13 de julio de 2020

Dejemos de edulcorar de una vez por todas las palabras del Evangelio y no temamos que la fidelidad y radicalidad con que queremos vivirlo nos complique la vida


Dejemos de edulcorar de una vez por todas las palabras del Evangelio y no temamos que la fidelidad y radicalidad con que queremos vivirlo nos complique la vida

Isaías 1, 10-17; Sal 49; Mateo 10, 34 – 11, 1
Ese hombre, esa persona parece que nunca puede estar en paz y tranquilo. Nos los encontramos en la vida social, gente inquieta que siempre está buscando qué hacer; gente que no soporta lo que considera injusto y que ante situaciones problemáticas no sabe quedarse quieto, no se puede quedar cruzado de brazos y allá andará removiendo cielo y tierra para buscar soluciones, para manifestarse en eso que considera injusto, para revelarse quizá frente a la hipocresía y a la falsedad de tantos o cuando se encuentran gente manipuladora quizá en responsabilidades de la vida social que solo buscan sus intereses o aumentar sus ganancias a costa de lo que sea. Pero estas personas no pueden quedarse con los brazos cruzados.
¿No nos suena esto con lo que le hemos escuchado decir hoy a Jesús en el evangelio? Ya sé que estas palabras de Jesús nos desconciertan y nos hacemos mil interpretaciones dulzainas porque nos parece que Jesús no quiere decir lo que realmente ha dicho. Y es que nos hemos hecho un cristianismo muy acomodaticio, donde queremos ir suavizando todo y tenemos que decir que tenemos miedo a los compromisos y aquellas situaciones en que nos veríamos con la vida complicada. Eso que nos dice Jesús de perder la vida para ganarla, le damos mil vueltas y hacemos nuestras interpretaciones muy suaves que muchas veces pueden estar muy lejos de lo que realmente Jesús nos quiso decir en el evangelio.
Y es que cuando nos tomamos en serio la vida, somos conscientes de tantas cosas que pasan a nuestro lado, tenemos que soportar situaciones injustas o vemos a tanta gente que sufre injustamente precisamente por nuestra cobardía, parece que no nos queda otra solución que la guerra. Así han surgido revoluciones y violencias, también hemos de reconocer, pero que no es el camino de la violencia por donde quiere Jesús que nosotros caminemos. Pero sí nos está diciendo Jesús no podemos tener paz, que no tendremos paz.
Y es que cuando nos comprometemos así en esa lucha por la verdad y por la justicia, por hacer un mundo mejor, y esto lo hacemos también desde el compromiso de nuestra fe y como exigencia del evangelio, es cierto que nos vamos a encontrar en nuestro entorno mucha gente que no va a estar de acuerdo, que prefieren seguir con su vida acomodaticia, que nos dirán que no es para tanto, que incluso tratarán con su influencia, por ejemplo, familiar de apartarnos de esos caminos y es ahí en este entorno cercano a nosotros donde vamos a encontrar los primeros enemigos. De eso es de lo que nos está hablando Jesús, de eso que nos puede parecer duro y cruel pero que sabemos bien que sucede así.
Por eso creo que tenemos que darnos cuenta de que no tenemos que endulzar las palabras de Jesús sino aceptar esa realidad y ser capaces de darnos y gastar nuestra vida por esa lucha por el bien y por hacer el mundo mejor, que no vamos a perder la vida, sino que vamos realmente a ganarla. Quizá nos encontremos en el mundo gente comprometida con su causa hasta perder la vida, y sin embargo los cristianos seamos tan timoratos y no vivamos con la misma radicalidad el seguimiento de Jesús y el Evangelio. Es triste que seamos tan poco comprometidos.
Ya sé que todo esto cuesta, se nos puede convertir en doloroso, algunas veces será una tentación para echarnos para detrás, pero hemos de saber sentir la fortaleza del Espíritu del Señor que es el que nos guía y nos fortalece, pero nuestra fidelidad a Jesús y al evangelio tiene que estar por encima de todo. Que en verdad el espíritu del Señor sea nuestra fortaleza.

domingo, 12 de julio de 2020

Con la paciencia del agricultor que siembra su semilla y espera pacientemente que germine y llegue a dar fruto sigamos siendo sembradores de la semilla del Evangelio



Con la paciencia del agricultor que siembra su semilla y espera pacientemente que germine y llegue a dar fruto sigamos siendo sembradores de la semilla del Evangelio

Isaías 55, 10-11; Sal 64; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23
Como hijo de trabajadores del campo de niño ya comenzaba a sentir como admiración ante ese misterio de vida que palpamos de alguna manera en las plantas sobre todo cuando observamos el ritmo que tiene su germinación y su crecimiento. Admiración también ante el agricultor que siembra su semilla y sabe que hay un proceso misterioso de germinación que tiene sus ritmos y sus tiempos; aunque ahora técnicamente podemos yo diría que de una forma química adelantar esos ritmos, sin embargo el agricultor pacientemente espera esos primeros brotes que Irán surgiendo de la tierra allí donde sembró la buena semilla. Pero tiene la certeza de que de esa semilla brotará una nueva planta que un día nos ofrecerá también su fruto.
Cuánto necesitamos también en nuestras tareas de esa paciencia del agricultor. Una paciencia llena de esperanza. Espera el fruto que llegará a su tiempo, no podemos adelantar los ritmos de la naturaleza. Y así en la vida humana, así en nuestras tareas, así en los proyectos que emprendemos, así en toda esa lucha que es la vida; es el proceso de las personas y es el proceso de los pueblos.
No le pedimos al niño el fruto maduro que nos tiene que dar un adulto, no podemos pedir a todas las personas la misma capacidad de respuesta; cuidamos la planta, cuidamos la vida, cuidamos el crecimiento de la persona, hemos de cuidar también el proceso del desarrollo de los pueblos, sabiendo que nos vamos a encontrar tierra endurecida, abrojos y zarzales, o cizaña que alguien se encarga de sembrar junto a la buena semilla.
Hoy comenzamos en el evangelio a escuchar una serie de parábolas que Jesús nos propone para que comprendamos lo que es en verdad el Reino de Dios y que el evangelista Mateo congrega en parte en este capítulo trece de su evangelio. Hoy comenzamos con la parábola que llamamos del sembrador por la imagen que se nos presenta del que salió a sembrar la semilla por todas partes, pero que en fin de cuentas quiere que nos fijemos más bien en la semilla que se siembra.
Ahí está precisamente el centro del mensaje, de lo que quiere hablarnos Jesús, la semilla. Es cierto que en los diferentes terrenos donde cae la semilla nos vemos reflejados nosotros en esa diferente actitud y escucha que podamos tener y hacer ante la Palabra de Dios recibida, pero de lo importante que nos quiere hablar Jesús es de la semilla. Esa semilla con su virtualidad propia, capaz de germinar y dar fruto, porque incluso en aquellos lugares difíciles intentará germinar y brotar, porque tiene vida en si misma.
Yo pienso que Jesús aquí nos está enseñando cómo siempre hemos de estar dispuestos a la siembra de la semilla, con la paciencia del agricultor, como decíamos antes, que aguarda pacientemente que un día habrá de germinar y un día puede llegar a dar fruto; consciente además que quizá no siempre será lo mismo de abundante, como nos sucede a nosotros en nuestra vida que no todos tenemos que dar la misma cantidad, el mismo fruto. Ya nos dice en la parábola que incluso en aquella tierra buena y bien labrada unos dieron el ciento, pero otros el sesenta o el treinta por uno, pero dieron fruto; y eso es lo importante.
La parábola, es cierto, quiere que nos centremos esa riqueza maravillosa de la semilla, de la Palabra de Dios que se siembra y que nosotros hemos de acoger. Pero es lección para los diferentes aspectos o apartados de nuestra vida.  Si podemos pensar en la tarea educadora de los padres con sus hijos que nunca se han de cansar de sembrar la buena semilla en sus vidas con la esperanza de que un día aparecerá ese fruto, también en cuanto realizamos en medio de la sociedad por la que nos preocupamos y nos afanamos en hacer que cada día nuestro mundo sea mejor lo hacemos siempre con la esperanza de que esas buenas semillas que nosotros vayamos sembrando harán florecer un día ese mundo haciéndolo mejor.
No nos cansemos de ser sembradores de esperanza y de ilusión, sembradores de bondad y de buenos sentimientos para con los demás, sembradores de sonrisas que hagan cada día más agradable la convivencia entre todos en nuestro mundo, sembradores de amor, de paz, de justicia porque sabemos que podemos hacer un mundo mejor.
Y claro no podemos olvidar toda la tarea que hacemos desde el compromiso de nuestra fe en el anuncio del evangelio en medio de nuestro mundo. Una tarea inmensa e impresionante la que nos espera, sabiendo además que el terreno no siempre está bien dispuesto; ya nos lo describe Jesús en la parábola al hablarnos de esos distintos terrenos donde cayó la semilla. Pero el sembrador seguía sembrando la semilla, y es que nosotros sabemos que contamos con la gracia y la fuerza del Espíritu del Señor que es quien cambia y transforma los corazones. Contamos con esa fuerza de gracia, como hemos de saber contar con la paciencia, como decíamos, del agricultor para saber esperar el tiempo y el momento en que esa semilla germine y esa nueva planta llegue a dar fruto.
No nos podemos sentir cansados los cristianos en esa tarea; no la podemos abandonar porque no veamos el fruto que esperamos; todo es gracia y todo depende también de la respuesta del corazón del hombre, pero ese corazón también lo puede mover la gracia del Señor. Los que desde el compromiso de nuestra fe nos sentimos llamados a evangelizar hemos de seguir haciendo esa tarea, cumpliendo esa misión. Tenemos la esperanza que nos da la certeza del Señor de que en verdad podemos hacer un mundo nuevo.
Yo quiero también ser sembrador, utilizando los medios que las redes sociales nos ofrecen hoy, seguir sembrando la semilla de cada día, como lo intento hacer a través de este medio.