sábado, 18 de julio de 2020

No nos paralicemos detrás de las barreras que nos ponemos en la vida y nos impiden llegar a la liberación que Jesús nos regala y ofrecerla a los demás


No nos paralicemos detrás de las barreras que nos ponemos en la vida y nos impiden llegar a la liberación que Jesús nos regala y ofrecerla a los demás

Miqueas 2, 1-5; Sal 9; Mateo 12, 14-21
Nos dice el evangelista que al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús’. ¿Qué había sucedido en la sinagoga? Leyendo el texto anterior vemos que había allí un hombre con un brazo paralizado y Jesús lo había curado. Era sábado. De ahí la postura de los fariseos, porque para ellos Jesús les está destruyendo la religión. El sábado era del día del descanso porque era el día del Señor y no se podía realizar ningún trabajo. ¿Tampoco se podía curar a una persona de sus sufrimientos?
Los que en verdad estaban paralizados eran los fariseos con su manera de ver las cosas, con sus intransigencias y con ese cumplimiento minucioso de tantas normas que los atosigaban y hasta les quitaban la dignidad porque estaban carentes de humanidad. Jesús quería liberarles de esas ataduras, pero no se dejaban liberar. Si en la sinagoga de Nazaret había proclamado con el texto de Isaías que el Espíritu del Señor estaba sobre El y lo había enviado para liberar a los oprimidos, era lo que Jesús estaba queriendo realizar. Pero ellos seguían encerrados tras sus barreras.
Recordamos aquel hecho del evangelio en que unos hombres se habían saltado todo lo imaginable para llegar hasta Jesús, hasta se habían atrevido a romper el techo de la casa para descolgar al paralítico y pudiera llegar a los pies de Jesús ahora, como entonces, nos encontramos quienes ponen barreras. Entonces cuando Jesús había hablado del perdón de los pecados como la verdadera liberación del hombre no lo había querido entender y habían querido declarar que Jesús era un blasfemo. Ahora planean el modo de acabar con Jesús.
Pero esto tiene que hacernos pensar. Muchas veces también nos paralizamos nosotros tras las barreras que nos vamos poniendo en la vida y no terminamos de llegar a Jesús para encontrar esa liberación. Y es que algunas veces también vamos demasiado insensibilizados por la vida y no queremos ver el sufrimiento de los demás. A aquellos fariseos de la sinagoga parece que les importara poco el sufrimiento de un hombre que no podía hacer nada a causa de su invalidez y discapacidad. Ellos estaban sanos, o creían estarlo, y poco les importaba el sufrimiento de los otros. No nos pase a nosotros lo mismo.
Podemos ir ciegos por la vida, tan miopes que parece que no vemos sino lo que a nosotros nos pasa y no terminamos de sensibilizarnos con el sufrimiento de tantos a nuestro lado. Nos parece que todo marcha bien; hay algunos problemas puntuales a los que podemos quizá prestar un poco más de atención, pero silenciosamente hay un camino de angustias y de sufrimiento que no siempre descubrimos. Son las necesidades materiales que podríamos apreciar en tantas carencias que viven muchos, pero si somos capaces de tener una mirada más honda podríamos descubrir tantas oscuridades, tantos interrogantes, tan inquietudes e incertidumbres de futuro que pueden angustiar a tantos hermanos aunque no nos digan nada, pero que se nota que les falta una felicidad honda en sus corazones.
Problemas en las relaciones humanas, problemas en las familias, problemas de convivencia en la vida diaria con aquellos que están más cercanos a nosotros, muchas cosas podríamos descubrir donde veremos que no hay paz, que no hay seguridad interior, que falta un buen espíritu que nos haga superar las pruebas, que hay demasiada superficialidad. No podemos ser insensibles, tenemos que saber sintonizar con esos corazones rotos, tenemos que saber decir una palabra de ánimo o una presencia aunque fuera silenciosa pero que da fortaleza para caminar.
Son las parálisis que Jesús quiere arrancar de nuestro mundo, pero primero que nada quiere arrancar de nuestros corazones para que nunca más nos parapetemos detrás de nuestro yo y aprendamos a un decir nosotros porque así sepamos caminar al lado de esos hermanos. Que nunca unas posturas de falsa religiosidad – también en este aspecto nos llenamos de muchas normas y costumbres que tendríamos que preguntarnos si están en verdadera consonancia con el evangelio – que nada de esas cosas nos impidan acercarnos al hermano para ofrecerle la verdadera liberación. Pongámonos en camino sin miedos ni complejos sino con la confianza y seguridad de que con nosotros va el Señor.


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